Estas salas son gestionadas en su mayoría por actores, directores, titiriteros, bailarines o, en algunos casos, por pequeñas compañías de teatro. Habitualmente ocupan casas antiguas, estudios, salas de ensayo o, solo en contadas ocasiones, edificios originalmente construidos como teatros. Cada una tiene su propia identidad, marcada por su gestión pero también por sus colores, paredes, butacas, sillas o gradas, característicos, construyendo una imagen vinculada a las particularidades del proyecto y de la arquitectura de cada espacio. Algunas cuentan con un bar, donde los espectadores pueden esperar entre las funciones, intercambiando opiniones y compartiendo las impresiones de la experiencia teatral. Otras tienen patios escondidos que invitan al encuentro y otras, simplemente, requieren que los asistentes aguarden en la vereda, creando un ambiente de expectativa, camaradería y cierta complicidad entre los mismos espectadores.
La memoria cultural de estos espacios se construye día a día gracias a las personas que los gestionan con pasión y compromiso. Invirtien tiempo, esfuerzo y recursos para poder mantenerlos activos. Cada decisión, desde la programación hasta el contenido de las redes sociales, refleja el espíritu que anima a cada uno de estos proyectos, su compromiso con la calidad artística y su voluntad de conectar con la comunidad, fomentando un dialogo constante y enriquecedor.
En los teatros independientes de Buenos Aires anidan espacios de experimentación, donde la escena cobra vida y se exploran diversos lenguajes, transformando esas casas y edificios en verdaderas usinas creativas. ¿Cuántos proyectos nacen en estas salas cada año? ¿Cuántos actores dan sus primeros pasos profesionales aquí? ¿Cuántos espectadores se acercan al teatro por primera vez? ¿Cuántos se llevan consigo experiencias imborrables de estos espectáculos únicos?
Los teatros independientes son parte fundamental de la identidad cultural de Buenos Aires. Fomentan la interacción comunitaria en cada barrio, generando espacios de reflexión y debate. Promueven la formación en las artes escénicas, ofreciendo talleres, cursos y seminarios. Pero sobre todo, nos invitan a celebrar la diversidad y la creatividad. Nos recuerdan que el teatro es un puente que nos conecta con otras realidades, con otras perspectivas.
En un contexto donde la cultura independiente lucha por sobrevivir, asediada por la falta de recursos y el desmantelamiento de los escasos apoyos y subsidios otorgados por el Estado, hoy mantenerse a flote, es un acto de resistencia. Es una muestra del poder de lo colectivo y de la voluntad y del espiritu que siempre fue motor del teatro independiente.
En tiempos donde la cultura y los derechos de las minorías son cuestionados, el valor patrimonial de estas salas es incalculable. Protegerlas y valorarlas resulta esencial para preservar nuestra identidad y los valores culturales, siempre tan mencionados, de nuestra ciudad.
Como se establece en el Artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), toda persona tiene derecho a participar libremente en la vida cultural de su comunidad y a gozar de las artes.
La ciudadanía cultural es un llamado a la acción, una invitación a involucrarnos de manera activa en la vida cultural de nuestra comunidad. Es reconocer que la cultura es un derecho y una responsabilidad de todos, y que juntos podemos construir una sociedad más justa, diversa y democrática.
El Celcit es un ejemplo emblemático de resistencia y compromiso, su legado y su conexión con Latinoamérica son invaluables para el sector teatral independiente. Ha superado numerosas dificultades a lo largo de sus 50 años de existencia, demostrando que la pasión y la perseverancia pueden vencer cualquier obstáculo.