En la Ciudad Vieja de Montevideo, en la Plaza Matriz se encuentra el Cabildo, sede de gobierno en épocas de la colonia. Ahí, en ese espacio por el que pasamos a diario y casi ni vemos, en ese lugar de historias y borramientos, frente a los signos de la patria, allí se ensaya Fiesta Patria. Una idea original, una necesidad vital, un rompimiento imprescindible que dirige Mariana Percovich. Las palabras suelen ser delimitantes a la hora de describir lo que pasa cada sábado de mañana, cuando se gesta un entramado escénico en el que los signos se reconfiguran. La Perco, como la nombra, con cariño y respeto, el medio teatral uruguayo, no dirige, ella compone. No impone, sugiere. Mientras asisto a sus ensayos puedo ver una narrativa en su forma de dirigir. Entre su mirada y su voz, se mueven las ideas que va tejiendo. Mariana señala, propone, identifica: “todo el tiempo hacer microcosas”, insiste, mientras apunta a los cuerpos reales en escena.
En esa dinámica, construye algo que, desde los ensayos, invita a una experiencia para los sentidos de las personas que tenemos el privilegio de verlo.
En la búsqueda de ideas para escribir un artículo en el que se abran las expectativas sin espóiler solo me surgen más sentires que razones. Un punteo de explosiones que les comparto:
Transitar, desde la expectación, los ensayos para reconfigurar la mirada y el pienso. Invitarnos a la inmersión de lo teatral.
Asistir el proceso de descubrimiento, donde el cuerpo se acomoda, las voces, las dudas, la repetición busca desarmar el control racional del actor, para que otra cosa sea posible
Romper la frontera en la que los críticos y “escribidores” del teatro nos anclamos cuando sólo vemos la obra completa.
Y descubrir la desnudez de los sentidos: participar del intento de ese trazo único que bordea la pieza.
El salpicadero de imágenes, sin duda, son de una subjetividad profunda, lo que me provoca mayor curiosidad, porque soy una ciudadana del universo teatro, y esta obra es para romper los códigos de las fronteras. ¿Qué pasará en otros cuerpos juntos, en la incrédula visión de estar protegidos por su posición de público? ¿Qué pasará en otros cabildos, siempre cerrados, en silencio, en el cuidado sagrado del polvo ancestral?
Para comprender este trabajo, sin entrar en la obra, sería importante recordar el camino de Mariana.
Su trayectoria, creo, es difícil de abarcar. Fue crítica, docente, dramaturga, directora, polemista incansable. Cuando investigamos sobre la historia reciente de nuestro teatro, es fácil comprender que ella ha sido un puente entre generaciones. No es posible pensar el teatro uruguayo de los noventa sin su referencia. Cuando decide dejar la crítica, entra a la cancha del teatro nacional pateando varios tableros. Fue resistida, discutida, combatida, aplaudida y admirada. Se podrá decir de todo sobre su trabajo teatral, menos que pasó desapercibido. Si tenemos un teatro de dramaturgia joven, innovador, y de continuas apuestas, en gran medida fue porque la Perco – entre otros- estableció nuevas referencias, otras formas que iluminaron el camino a las nuevas generaciones.
Siempre tuvo claro el rol político del teatro y hasta que su cuerpo le permitió, hizo de la escena su más importante herencia cultural. Y regresó, porque no iba a dejar que el cáncer la abatiera. Desde ese mismo lugar, profundiza en la cuestión del disciplinamiento de los cuerpos ante el dolor y la enfermedad en un sistema de salud lleno de vacíos. Se entrega a la investigación - porque si de vacíos hablamos, los uruguayos somos expertos-. Especialmente dentro de la cultura. En esta línea Mariana realiza un gran aporte vinculado a la enseñanza de las artes escénicas en las escuelas de teatro de nuestro país, imprescindible para comprender mejor la configuración actual de nuestro teatro.
Desde su libro “Amar a tu monstruo” recientemente publicado, aborda el tema de la enseñanza de la actuación desde sus inicios a partir de las pedagogías de dos figuras claves. Por un lado, la formación en un sistema de conservatorio de Margarita Xirgu y por otro, el desarrollo del concepto de “creatorio” a partir de María Azambuya. Percovich reflexiona aquí sobre la necesidad de una pedagogía artística que integre la enseñanza, la investigación y la extensión, con un tipo de formación que no se limite a la técnica, sino que también considere el contexto y las identidades.
Sí, hablar de Mariana es entrar en un camino largo y difícil de abarcar. Lo que nos importa hoy, es que esa Perco vuelve a la escena. Retomando el comienzo de este artículo, lo hace con una obra que va a resignificar la concepción del territorio teatral de nuestro país, en tiempos donde un paradigma se cae a pedazos.
El campo de lo teatral, al menos en estos sures, ha estado, históricamente, atravesado por claros signos del proyecto ideológico y cultural, dentro de los cuales se construye la idea de “Patria”. Desde una configuración simbólica, los espacios culturales, incluso en la problematización intelectual del tema, han sostenido, en los cuerpos y los relatos, la dimensión del privilegio hegemónico. Es interesante observar que, en momentos de movimientos y cambios, las estructuras más conservadoras se resisten, y es entonces cuando las grietas sangran.
En medio de estos tiempos complejos, Mariana propone discutir, desde el teatro, esos signos que nos han atravesado históricamente y elige para eso, un espacio plenamente simbólico donde se pretende tensar y descomponer el tejido sistémico que justifica los privilegios del arte y guetifica los cuerpos.
El título de la obra es Fiesta patria y el lugar, el Cabildo. El cruce no es menor. El escenario remite a las raíces fundacionales del Estado, al imaginario escolar de la nación: escarapelas, empanadas, “el gato”, chinas y gauchos. Pero ese entramado tradicional es apenas el punto de partida. Percovich se instala ahí para hacer estallar esas representaciones. No es una reconstrucción nostálgica ni una puesta en valor del pasado. Es una interpelación. Es un desmontaje en el que, cada cuerpo, cada voz, cada objeto no es un mero vehículo del texto, sino el texto en sí mismo. Los cuerpos no están ahí para representar: están para hablar desde sus fisuras, desde los huecos que el sistema deja y que Mariana señala con precisión quirúrgica. Porque en su visión, el teatro no es magia. Es trabajo, es pensamiento, es gesto articulado, es historia personal y colectiva puesta en fricción.
Verla dirigir es ver una coreografía del pensamiento. Se mueve, observa, escucha, conversa. Tiene claro hacia dónde quiere ir, pero no lo impone. Sabe que la pieza no se construye desde el control sino desde la afectividad y la escucha. La obra se teje en diálogo, en la confianza y en los cuerpos escénicos que la habitan. Se trata de un texto colaborativo, nacido de un trabajo de montaje e investigación a lo largo de un año, en el que, “cada actor y actriz ha creado su propio recorrido y sus opiniones en relación a los materiales investigados”.
Hoy, Fiesta patria se gesta entre paredes históricas, pero no para conmemorar, sino para desenterrar, para romper. Para poner en tensión ese relato oficial y, desde la escena, proponer nuevas preguntas sobre la patria, la memoria, el poder y los cuerpos que la habitan. No hay respuestas fáciles. Pero sí hay algo que, una vez más, Mariana logra: recordarnos que el teatro no es espejo, sino bisturí. Y que, en ese corte, se cuela la posibilidad de un país menos domesticado, más honesto, más urgente.
Mariana armó un equipo que tiene “la camiseta puesta” como decimos los uruguayos. Un elenco creativo que importa nombrar.
Elenco:
Nandhi Abad, Carolina Eizmendi, Ximena Echevarría, Jonathan Parada, Juan Carlos Pereyra, Susana Souto, Valeria Vega Santos y German Winberg.
Participación en audiovisual: María José Coitiño (Majunusa)
Equipo de diseño: Vestuario: Alondra Pereira. Sonido: Miguel Ángel Nieto. Iluminación: Inés Iglesias. Espacio Escénico: Mariana Percovich.
Fotografía: Victoria Drandich