En el texto dramático que se reseña a continuación, Todos vivos, del dramaturgo venezolano Gustavo Ott ((Caracas; 1963), la pieza presenta una dramaturgia que fusiona elementos de utopía y distopía, creando una compleja reflexión sobre la fragilidad humana y las crisis globales contemporáneas.
La trama gira a través de un virus devastador, más agresivo que el COVID-19 del año 2020, nos lleva a un escenario post-apocalíptico en el que las interacciones humanas se ven radicalmente transformadas y las percepciones del éxito han fracasado.
En este escenario de desesperación, donde la humanidad se enfrenta a la amenaza de extinción, la única esperanza parece residir en "El Otro", un concepto que se despliega como el único destello de salvación en medio del caos.
Una de las características más fascinantes de Todos vivos es su capacidad para mezclar géneros y formas teatrales de manera innovadora. Desde el inicio, la obra se presenta como un thriller de suspenso, pronto se adentra en terrenos filosóficos, planteando preguntas existenciales sobre la naturaleza de la vida, la muerte y las relaciones humanas.
A través de la distopía del virus, no solo propone un escenario apocalíptico, sino que invita a reflexionar a todos sobre el estado actual de la sociedad, los fracasos de nuestros modelos de éxito y la naturaleza de nuestra supervivencia.
Este planteamiento es una declaración audaz de que el teatro puede ser todo lo que los creadores deseen que sea: un espacio en el que las diferentes formas artísticas —teatro, cine, filosofía, música, incluso la narrativa serializada— puedan coexistir, fusionarse y transformar la experiencia del lector/espectador. Así, Todos vivos se convierte en un terreno experimental, en un campo de posibilidades donde se desafían las convenciones tradicionales del teatro.
En términos de su estructura, el texto se presenta como un ejercicio de liberación artística por parte del autor donde desdibuja las fronteras de la narrativa convencional y nos invita a vivir una experiencia sensorial y emocional que trasciende el lenguaje y los códigos teatrales tradicionales.
La narrativa del virus y la crisis global no solo sirven de trasfondo para la acción, sino que igualmente actúa como una metáfora de las crisis personales y sociales que atraviesa la humanidad, y que no parecen tener solución alguna.
En este contexto, el único consuelo parece hallarse en la solidaridad y la empatía, encarnadas por "El Otro". Este concepto se erige como una respuesta contra la individualidad destructiva y el egocentrismo que caracterizan las sociedades contemporáneas, apuntando hacia una posible redención en la interconexión humana.
Por otro lado, Todos vivos del mismo modo aborda la amenaza de la extinción como un legado, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida humana. La escritura escénica se convierte así en un testamento sobre la precariedad de la existencia y la paradoja de la humanidad: a pesar de nuestras conquistas tecnológicas y científicas, seguimos siendo vulnerables frente a fuerzas incontrolables, ya sean naturales o autoimpuestas.
El dramatismo se mezcla con elementos de sensacionalismo y romanticismo, creando una atmósfera que no solo busca conmover, sino que, de igual forma busca provocar una reflexión profunda sobre la forma en que vivimos, cómo nos relacionamos y lo que realmente valoramos en la vida.
Finalmente, la ambigüedad del escrito es una de sus mayores fortalezas. Al combinar la tensión de un thriller con reflexiones filosóficas y elementos de diversos géneros artísticos, Todos vivos desafía al lector/espectador a participar activamente en su interpretación.
No se trata solo de leer o ver una pieza teatral, sino de ser parte de ella, de confrontarse con las preguntas, reflexiones y dilemas que esta plantea. La trama nos invita a reconocer nuestra propia fragilidad, además de identificar en los demás la posibilidad de salvarnos. En este sentido, nos ofrece una escritura que no solo es ficcional, sino que también es una reflexión profunda y un espejo de nuestra realidad actual.
En conclusión, Todos vivos es mucho más que una obra de teatro; es una invitación a replantear la forma en que entendemos nuestra existencia y nuestras relaciones con los demás. En esta pieza, se pone en juego nuestra comprensión de la existencia y de nuestras relaciones con los demás. Gracias a una dramaturgia compleja y multidimensional, Ott nos transporta a un futuro incierto donde la esperanza se deposita en lo colectivo, en el otro, mientras se expone la fragilidad de nuestras vidas frente a las amenazas que nos acechan.
Se trata de una escritura que desafía las convenciones, que abraza la multiplicidad de lenguajes artísticos y deja una huella imborrable en quien la lee o presencia. Una obra fundamental de la dramaturgia contemporánea, sin desperdicio alguno, que rompe sin temor los límites tradicionales del teatro. Todos deberíamos estar leyéndola ahora mismo. Porque, al fin y al cabo, vale la pena preguntarse: ¿por cuánto tiempo estaremos todos vivos?