Hace ya cincuenta años Luis Molina, primer director del CELCIT se había mudado a Venezuela. Allí vivían sus colegas Juan Carlos Gené y Orlando Rodríguez exiliados de las dictaduras de Argentina y Chile. Mientras vivió en Puerto Rico, el teatrero español dejó su huella en la escena puertorriqueña, en una generación dedicada al teatro popular y comprometido de la cual formé parte. Fue instrumental para que los jóvenes estudiantes que queríamos insertarnos en la movida del teatro de calle conversáramos sobre nuestra función en la Universidad, en múltiples espacios, junto al movimiento obrero y contra la guerra de Viet Nam. Nos vinculó al teatro de vanguardia que se hacía en España, a Pepe Monleón y a la Revista Primer Acto, a la Creación Colectiva y a Enrique Buenaventura y al teatro de grupo, a Juan Margallo, al Tábano, a Carlos Giménez y Rajatabla. Estableció redes con artistas puertorriqueños para enlazarnos a los movimientos europeos y latinoamericanos. Trabajó con tesón junto a colegas para hacer posible en la Isla una cooperativa de artes y técnicos del espectáculo, festivales de teatro latinoamericanos e internacionales y que el continente nos reconociera. Estableció vínculos y afectos y se marchó a Venezuela para continuar su cruzada teatrera práctica y teórica.
Una década más tarde, nos encontramos en La Habana a imaginar la importante Escuela Internacional de Teatro para América Latina y el Caribe, itinerante, autogestionada, sin fines de lucro, como él. Luego regresó a España, a Almagro a continuar su proyecto hispanoamericano. Allí nos encontramos hace veinte años nuevamente en la/su La veleta junto a los Malayerba. El tiempo vuela. La memoria deja huellas.
Quedan sus pasos en el CELCIT junto a las pisadas firmes de otros como él, Juan Carlos Gené, Verónica Oddo, Carlos Ianni y Teresita Galimany quienes desde el Sur nos siguen enlazando y conectando en vivo y a todo color a través de centenares de montajes y talleres. Y con el correr de los tiempos, nos nutren virtualmente con un monumental archivo y biblioteca cibernética de ensayos y obras teatrales, que ya pasan de quinientas, para seguir viviendo el oficio efímero que nos une cincuenta veces cincuenta y sin cuenta ni final.
¡Agradecida por siempre por los molinos de viento del CELCIT que no se detienen!