Matáte amor de Ariana Harwicz

Una historia atrapante en un tejido poético que corta el aliento, explota en la escena gracias a la poderosa conjunción de una escritora, una actriz y una directora. Hablamos al respecto con Érica Rivas, que regresa al teatro Galpón de Montevideo.
Por: Roxana Rugnitz Garabedian | Creado el 20/02/2025 | 268

El papel en blanco me llena de dudas. La principal de todas es la de cómo hacer que una simple entrevista sea capaz de reflejar los aspectos más sutiles pero brutales, de lo que supone esta obra. Así que decido dejarme llevar por la primera sensación que me dejó el encuentro con Érica. Y arranco así:

Una mujer en un libro.

Una actriz en la escena.

Un texto sin filtros, que quiere gritar, romper los límites de la ficción, llegar a nosotros que estamos, aparentemente, a salvo en la platea para invitarnos a repensar el sagrado tema de la maternidad.

En el tiempo en que los mitos se derrumban, el teatro vuelve a ocupar ese espacio en el que hacer, decir, mostrar tiene un sentido político. 

Matáte amor nos permite asistir a la poderosa alianza entre un singular grupo de talentosas mujeres. Se trata de la primera novela de la escritora argentina Ariana Harwicz, representante del nuevo boom latinoamericano, esta vez, en cuerpo de mujeres.

En muchas ocasiones el teatro ha tomado otros géneros para adaptarlos a su formato escénico, sin embargo, en esta oportunidad el hilo de pensamiento del personaje, una mujer desconcertada, harta y que escapa al rol asignado por un mundo que no entiende, parecía un reto difícil. Cómo atravesar los secretos deseos guardados por miles de años, como si de repente se volviera a abrir la caja de Pandora.

La novela presenta el universo privado de una mujer casada y con un hijo, pero sola, en un territorio distante, ajeno, en un bosque que remite a lo primitivo y que aun así se estructura como un espacio con las mismas pautas sistémicas. El hilo de pensamiento del personaje revela todo lo que puede provocar la vida cotidiana de un género atado a la función de ser mamá y esposa. El texto nos va metiendo en un círculo de ideas que apuntan, de forma brutal, a una realidad tan secreta que no ha sido capaz de salir del ámbito del pensamiento individual, hasta ahora, Somos testigos de todo lo que no se puede decir. La descripción rompe la ilusión que el mundo ha creado sobre la familia, pone de manifiesto los detalles que se viven como “naturales” y que el lente de aumento del teatro revela como algo terrible.

Comencé por preguntarle cómo surge la idea de la obra y lo que supuso el proceso de montaje para ella, como actriz.

E.R- La novela la leí en cuanto se editó. De inmediato la sentí como una revelación, es algo que no me pasa seguido. Fue amor a primera vista, “a primera leída”. Lo entendí como un texto disruptivo, por un lado, por lo que dice, la temática, claro, pero también porque en esa lectura solitaria, sentí que el texto me hablaba de una manera especial. Esta es la primera novela de Ariana, una escritora argentina con una producción prolífera, y me impactó enseguida la riqueza de niveles que tiene: su musicalidad, la profundidad temática entramada con ese humor increíble. Como está escrito en primera persona – es un soliloquio de una argentina en otro país- enseguida me generó muchas imágenes. Entonces fue inmediato pensar en volverlo un texto escénico que merece ser dicho”

El relato de Erica me hace pensar en el primer instante de encuentro con un texto que no fue escrito para teatro y, aun así, algo de la naturaleza actoral, supongo, impulsa los resortes escénicos.

Me contacté con Ariana enseguida. Ella es una mujer interesante, joven y multifacética. Estudió cine, se interesó por la dramaturgia, así que era natural su incorporación al proyecto desde la adaptación de un texto que ya contenía todo lo necesario para ser dicho. Luego se sumó Marilú Marini, a cargo de la dirección de la obra. La visión de Marilú fue clave, porque desde la puesta consigue acentuar lo que la obra ya propone, pero desde una búsqueda que nos permitiera encontrar otras maneras de matizar los distintos momentos. Así que, si bien en el escenario estoy sola, la verdad es que ellas están ahí, muy presentes. 

Le pregunto sobre el proceso de ensayos, y cuáles fueron las dificultades de trabajar desde el humor las honduras de un tema complejo.

El humor ya está integrado en el texto, junto con la capacidad de ir de lo más profundo, que el discurso del personaje plantea, al chiste que, de repente, lo saca de la solemnidad de la escritura para que no se quede solo en el virtuosismo. Para mí el humor es importante y en parte, también fue lo que me atrapó de la obra. Seguramente no lo habría elegido, si no fuera así. Como escritora, Ariana es muy virtuosa. Tiene una forma de escribir que juega entre lo bello y lo terrible y además sabe usar de manera inteligente el humor, en momentos claves. Te diría que el suyo podría caber dentro de lo que es el humor de corte popular, cosa que me fascina, porque no se queda solo en algo para entendidos. 

En cuanto a la obra adaptada, siempre fue la misma desde 2018 en que la hicimos por primera vez y hasta mediados del 2019, que paramos. Cuando retomamos, después de la pandemia, sólo recortamos algunas cosas mínimas, nada muy estructural. El texto se mantiene igual y la puesta en escena está pensada como un recorrido coreográfico – desarrollado junto a Diana Szeimblum- con sus límites, claro, y sus posibilidades espaciales, porque estoy sola en un escenario vacío. El mecanismo que propuso la directora, me parece fundamental, porque tiene la posibilidad de encararse desde distintas poéticas que son proyectadas a partir de la representación de maneras diferentes y eso hace que se mantenga vivo, porque siempre se puede encontrar algo nuevo. En ese sentido el trabajo de Marilú fue muy importante, su visión para la puesta me permite realizar un recorrido a través de ciertos mojones claves de la novela, lo que va hilando toda la historia. El camino es lo importante, no solo el resultado.

La conversación tuvo distintas instancias, pero claro, no era posible deslindarse de la temática y su proyección actual. Así que le propuse pensar en ese salto que propone la novela: de la madre abnegada – como expectativa del rol- la mamma del tango a ese ser humano consciente de ser borrado frente al deseo del otro- varón, marido, familia- como artilugio para sacudir la modorra y recuperar la visión crítica del lugar que hemos ocupado las mujeres. 

En realidad, mi encuentro con la novela fue asombroso. El texto me corrió de lo que venía leyendo hasta el momento. Esas lecturas sobre la temática, que nos atraviesa a todas las personas que maternamos, y que hasta entonces habían sido más de corte teóricos. Sin embargo, eso que nos puede pasar, que me pasaba a mí misma como mamá y que se piensa en silencio, incluso desde un lugar de vergüenza, nunca antes lo había leído en una novela, a lo mejor sí en poesía, pero no así. Poder decirlo, hacer presente lo que está en nuestra historia, fue impactante. Las mujeres hemos sido más una especie de soldado, hemos cumplido con la función esperada en relación al lugar que nos han impuesto históricamente. Nadie cuestiona ese “amor incondicional” que tenemos que sentir, instantáneamente, no se problematizan los vínculos en general, no se puede sacar a la luz el entramado más sutil de lo que eso puede provocar, como por ejemplo todo esto tan impuesto en nuestro cuerpo y en nuestra psiquis. Porque queremos vernos así, como esa madre perfecta y en el proceso, nos sorprenden los complejos condimentos del amor, que no son, que no pueden ser nunca blanco o negro. Y todo eso lo vivimos aisladas, en silencio, hasta el punto que a veces el recurso de escape llega a ser la locura.   

Por eso el texto es complejo y provocador, porque pone el foco en esa mujer sola, extranjera – porque todas podemos identificarnos con ella, siendo parte de un mundo que no nos incluye- y desde los pensamientos, que comparte con nosotros, ella quiere entender qué pasa. ¿Qué supone parir un hijo? ¿Por qué la asaltan esas imágenes horrorosas que hay que mantener veladas?, esas sensaciones privadas de lo que no se puede hablar ni siquiera entre nosotras, porque enseguida nos invade el miedo, la culpa, el juicio, todo eso representa una enorme injusticia de la que no se habla. El personaje se encuentra en esa doble soledad, como extranjera y como mujer, inmersa en ideas que rompen con los patrones conocidos, cuando habla de la maternidad de una manera descarnada, e insisto desde una disrupción que no la he encontrado antes en otros textos. Para mí esto es parte de la militancia, porque necesitamos desmitificar ese tipo de maternidad naturalizada por el sistema, al igual que tantas otras cosas que debemos sacar a la luz, para poder tener un mundo más justo, más empático y más saludable. Estas temáticas que nos atraviesan son muy serias y así las asumí. 

Sin embargo, Érica no dramatiza, sino que plantea una realidad desde una perspectiva crítica y al mismo tiempo con una cierta liviandad, propia de quien entiende el proceso. En algún momento de la conversación, también apareció el humor en su relato. Me cuenta que algunos varones se le han acercado para comentarle que fueron ellos quienes se identificaron con el personaje. Me reí, parecía algo absurdo y al mismo tiempo tan obvio. ¿Cuántos íntimos sacudones habrá provocado esta obra? Si el teatro de por sí es un acto social y político, cuando se asocia a un texto de esta magnitud, se convierte en oportunidad. En este caso, Matate amor, nos acerca un tema tan controversial – que, claramente ya se encuentra en el imaginario epocal de las mujeres de distintas partes del mundo. 

Sí, para mí es importante porque es desde ese lugar que entiendo el compromiso del activismo. Lo entiendo así porque me tocó, quizás solo por suerte, ser una actriz popular. El teatro es, debe ser, un lugar de encuentros y quiebre, donde se generan preguntas que mueven. Y desde ese lugar, creo que tengo una responsabilidad en lo que hago con mi oficio y este texto tiene el sello de lo que quiero decir en este momento. Contiene algo que para mí es importante: es bello y útil al mismo tiempo. El objetivo es hacernos mejores, más libres. Un intento honesto de entender cómo es realmente eso que llamamos amor y amar más, amar mejor. 

La lectura de la novela me llevó a algunas intertextualidades, no porque el texto sea un regodeo intelectual, todo lo contrario, tiene el valor enorme de ser tan complejo en el contenido, pero simple en la forma de decir. Algo que, por cierto, está siendo fundamental en nuestro tempo. El vínculo más claro que percibí fue con la película Las horas, de 2002. En la novela de Ariana, el personaje dice que tiene que comprar una torta para su niño para celebrar algunos meses de nacido. Resalta, em su discurso, el comportamiento naturalizado de las madres que cocinan ellas mismas la torta en oposición al personaje que la va a comprar, sin entender por qué es necesario hacerlo. Esa escena me remontó a la película Las horas, dirigida por Stephen Daldry, exactamente al momento en que el personaje de Laura Brown /Julianne Moore, está haciendo el pastel de cumpleaños para el marido. Una situación sumamente cotidiana, que tiene el valor de poner a la mujer dentro del rol esperado y a la vez desplazar su deseo, hasta el punto de lo no permitido. Le pregunto si entiende que ese vínculo son más que una coincidencia, las señales de un tiempo.

La verdad es que no me di cuenta de esa relación y no sé qué pensará Ariana al respecto, pero ella estudió cine, y aunque no se trate de una referencia directa, a estas alturas de la historia estamos a un nivel tal de automatización de la maternidad que no me parece nada raro que estemos necesitando decir lo mismo. Hay algo ahí del encuentro, que se desprende del mismo texto, esa necesidad de ser dicho, que atraviesa los géneros, las identidades porque nos interpela a todas, a todos, a todo. Eso que surge desde la novela y que es arriesgado por la temática, por la forma, nos habla directo a todas las personas. Rompe con una forma de construirnos en la maternidad que ha sido tan injusta y desde ese lugar nos permite pensarnos juntas, como mujeres. En escena, el texto se vuelve muy cercano. Salimos de nuestras casas, nos encontramos, nos vemos, y hablamos de lo que nos está pasando. Esto para mí, es un acto profundamente revolucionario porque estamos discutiendo estructuras muy fuertes que han sido instaladas hace demasiado tempo, sobre temas concebidos como sagrados: ser madres, ser esposas, ser extranjeras más allá de lo territorial, porque existimos em un mundo que no fue construido para nosotras y dentro de esa extranjería buscamos alguna forma de salirnos de esa prisión, entonces encontrarnos en ese lugar tan especial que es el teatro, sabernos juntas y reírnos, nos salva.

Mis palabras ya no tienen sentido. Érica lo ha dicho todo y más. A veces un momento, un encuentro y las palabras ciertas pueden descongestionar estos tiempos de confusión y dolor. A veces una obra también. Acá juntamos las dos y les pedimos que, si aún no vieron Matáte amor, no se la pierdan.

 Por ahora la cita es en el Teatro Galpón los días 27 y 28 de febrero. La oportunidad de ese encuentro al que remite Érica, pero también la posibilidad de verla en escena, de dejarnos maravillar por su talento que siempre asombra: el de una actriz potente, que atraviesa la cuarta pared y nos arrasa y el de un ser humano comprometido desde su rol, con la realidad.

En Uruguay son dos funciones. Atentos porque las entradas se agotan.

Luego vuelve a Argentina a la sala Dumont 4040, situado en la calle del mismo nombre. 

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