Como la imaginación, el CELCIT ha estado en mi vida desde el inicio de la pasión por escribir. Tal vez porque la fuerza que los inspira, desde hace 50 años, ha sido su insólita capacidad de enamorarse del teatro latinoamericano.
Cuando comencé a buscar difusión para mis obras, lo único que encontré en Caracas fue CELCIT. Tenían otras oficinas en México, Argentina, España, en fin, donde se hablara español. En los festivales llevaban publicaciones, informaciones, e intercambiaban textos del continente en una sociedad que, comparada con la de hoy, apenas se comunicaba. Como si en medio de tantos organismos multilaterales dedicados al comercio y la guerra, existiera también una pequeña red mundial de la belleza y la creación, con artistas/gerentes/soldados a cargo de esa trinchera hacia las victorias soñadas, conspiradores contra la barbarie desde lo más misterioso, complejo y contradictorio del arte: el escenario.
En mi primer viaje a Buenos Aires tenía las rutas trazadas: librerías, teatros, grupos, y un par de sitios turísticos. Llevaba fotocopias de mis piezas, nada digital existía por aquellos días. La maleta pesaba por las copias y el plan era dejarlas todas en Buenos Aires. Para ayudarme, ahí estaba Carlos Ianni y CELCIT. Luego, con Internet, CELCIT fue pionero en la utilización de la red para promover los textos de nuestro teatro. Creo que fui de los primeros en enviar mis obras para Dramática latinoamericana, ese insólito sitio de publicación de nuestra literatura que hoy es lugar obligado de consulta para todos.
Esa idea de Carlos fue liberadora: nos permitía difundir nuestra obra sin pasar por las humillaciones de cancillerías, embajadas, agregados de cultura, periodistas. y fue precisamente, inspirado por CELCIT y con la ayuda de Pablo Ianni, que comencé en 2002 mi propio sitio web con acceso directo y gratuito a todas mis piezas (www.gustavoott.com).
¿50 años tiene CELCIT? En nuestra América, estas cosas tienen la impronta de más de cinco siglos. Lo que ha hecho CELCIT por el teatro latinoamericano está reservado hoy a los escritores provenientes de las potencias culturales tradicionales, con el apoyo de sus extraordinarios presupuestos de cultura, embajadas, y organismos culturales. Promueven lo suyo, claro que sí, y en más de un caso han comprado, de manera constante y sonante, nuestras carteleras. ¿Qué nos queda a los autores de este inmenso patio desolado? Poco. A veces nada. Desplazados por nuestros gobiernos, sin instituciones que difundan lo de aquí, quedamos solamente, y muy solos, nosotros. Pero con nosotros, CELCIT. Y ahí vamos, caminando, desplazados de nuestros escenarios, pero envalentonados por la fuerza del repertorio que integra el teatro en todos los países de la América Latina. Y entre deseos y nombres, con letras duras, desafiantes, y hasta altaneras, escríbanlo, está CELCIT. Más que amigos, íntimos compañeros de batallas.