Esta pieza donde el drama se entreteje con la música y los sueños, nos acerca una temática compleja y de enorme urgencia. Actuada y dirigida por una generación de jóvenes egresados en el 2019 de la escuela de teatro el Galpón que ya están integrados al elenco.
La comisión artística del teatro le propone a Soledad la dirección de Karaoke, lo que para ella representa una gran oportunidad.
El planteo de la obra busca recorrer un conflicto demasiado presente de nuestro tiempo en el universo adolescente, por lo que, para la directora, este trabajo representa, también, el aspecto de compromiso social que es tan importante en el teatro.
Una historia común pero distinta:
Tres amigos de esos que sostienen la adolescencia entre el estudio y el boliche, comparten sueños y encuentros en un lugar de karaoke, que es como un refugio. La historia empieza así, simple, entre canciones –en inglés, lo que hoy resulta una marca socio cultural- en un ambiente que parece distendido pero que esconde algo. El tiempo del relato es disruptivo y muy lúdico. A través de determinados mojones, surgen señales que son claves para armar el rompecabezas y descubrir qué sucede con ellos.
La obra nos sitúa en un ambiente de jóvenes blancos, de un contexto específico, remarcado por el colegio privado y la posibilidad de viajes. Sin embargo, también ahí, en el núcleo de los privilegios laten los secretos alimentados por una violencia que altera la línea de la historia. La más visible, la horizontal, entre compañeros de curso, y las otras, gestadoras de la primera, la vertical, la que viene del silencio cómplice de la institución y del amparo ciego de las familias. La cuestión siempre será la de pensar cómo se viven estas tragedias de acuerdo al marco socio-económico. Cuántas perspectivas posibles podemos pensar, si la población adolescente, que afronta el abismo y ve como única solución el suicidio, pertenece a una clase sin contenciones, cuyas soledades están atravesadas por otras urgencias cotidianas.
El texto instala una problemática que no tiene fronteras, ni geográficas, sin duda y que sucede en todos los niveles sociales. La obra fue adaptada solo en términos del lenguaje, para acercarla a nuestro universo y aunque el contexto no se repiensa, en diálogo con docentes del sistema educativo público que han llevado a sus estudiantes, me afirman que el objetivo de impacto y reflexión se cumple igual. Es que el complejo tema del suicidio ha sido, históricamente, atravesado por el silencio absurdo que explota en las generaciones más jóvenes
La directora nos cuenta que la obra, estrenada el año pasado para extensión cultural, fue pensada para un público objetivo que en el inicio fue esa población adolescente. En ese marco, la puesta buscaba acercar el tema a los jóvenes: “la idea es que se sintieran identificados por la historia, pero también por las imágenes, por eso tanto flúor, tanto color. También quería presentar al personaje principal: Sam, como un adolescente promedio en cuanto a su ámbito, su familia, su realidad, para que pudiera ser cualquiera”
En 2024 la obra se presenta para liceos privados y públicos, de todo el país, donde además se realizaron foros con los estudiantes y la recepción ha colmado las expectativas. Soledad nos cuenta al respecto: “han sido muy buenos los encuentros con ellos, se abrieron espacios seguros para la reflexión, donde todos se animan a opinar sobre lo que pasa. Nos han hecho llegar la importancia de poner esta temática en escena, así que volvemos este ano, pero para todo el público”.
Es que el núcleo del texto apunta a una crisis social que va más allá de lo generacional. Deja al descubierto el problema sistémico del que los adolescentes son víctimas directas. Dentro de las múltiples temáticas que subyacen la situación puntual del suicidio, como sombras en las tinieblas alimentando el drama, se encuentran las redes que habilitan una violencia sin rostros, sin responsabilidades, a eso se suman las instituciones educativas que parecen no querer ver lo que pasa fuera del aula y la negación de las familias para quienes la culpa siempre es del otro. La consecuencia, trágica, que nos presenta esta historia, de forma delicada, sin rebuscamientos, como producto de un acumulado social y la indiferencia se vuelve un sacudón necesario, para abrir el debate al respecto.
Al final de la obra, se proyecta una placa en la que se ven números que representan personas. Son las estadísticas del suicidio adolescente en nuestro país. Estos datos dejan al descubierto un tema complejo del que no se habla y que nos involucra, si pensamos que Uruguay es el país con mayor tasa de suicidio adolescente de América Latina.
En relación a esto, Soledad nos cuenta sobre una campaña que se llamó “la última foto”: “ese trabajo social sobre el suicidio fue un gran aporte y una importante movida en todo el país, con intervenciones, fotos y talleres. Nosotros los invitamos a venir, se hizo una función especial el 10 de setiembre que es el día para la prevención del suicidio y ellos participaron del foro”
Sin duda es importante que los más jóvenes tomen la palabra y en esta obra lo hacen, desde la escena, un terreno propicio que, lejos de llevarnos a un callejón sin salida, propone encontrar un camino entre todos.
La dirección escénica se enfoca en el aspecto lúdico, que atraviesa la temática, entre distintos climas de tensión y distensión. Karaoke pasa de la Campodónico a la sala Cero del Galpón, una pequeña sala que les permite jugar con las cercanías y la intimidad necesarias para el encuentro con una historia que nos interpela a todos como sociedad.
Los personajes son tres, a cargo del joven elenco conformado por Soledad Tardáguila, Vladimir Bondiuk y Giuliano Rabino realizan un excelente trabajo, al llevarnos de la mano por los distintos climas escénico que exige la obra.
En marzo van los sábados a las 21 horas y los domingos 19.30 Teatro El Galpón.