Apenas comienza la obra advierto que cosas extraordinarias sucederán. Veo una cantante arrabalera, canciones y melodías alteradas en diversas síncopas, un anciano -que será parte de la historia-, pero que por el momento, desde afuera, cuenta aquello que en sincronía ocurre en el escenario, un joven perdido en su angustia -lleno de miedo y culpa-, innumerables pequeños y extraños seres imposibles de definir -como si estuviera ante El jardín de las delicias de El Bosco-, que se entrometen en la situación, hasta que de pronto y de un modo inverificable, aquello que es narrado cobra vida y verdad, cuando ese abuelo se introduce en la historia: ese abuelo es un animal feroz, como todo padre, y el joven sufre el abandono, que es un compañero permanente, y su memoria es una madre que no está y que lo ahoga en la misma medida en que lo impulsa a seguir. Se trata de un montaje que una probable memoria, que siempre es traicionera, retacea con datos zigzagueantes, fragmentos que se suceden en escenas como cuadros, como si los recuerdos tuvieran el destino de venir y el pasado nunca terminara de irse.
Como si fuera un buen cuento infantil, insaciable, dramático y festivo, las imágenes en el escenario son un disparador contundente que no solo sostienen la totalidad del relato, si no que son el relato: el asunto es la obra que se ofrece y suspende por completo mi capacidad de decodificarla; esa tarea imposible la intento ahora, mientras escribo. En el momento de ver la obra todo pasa vertiginosamente y de un modo que pocas veces vi en un escenario, donde lo sucesivo y lo simultáneo sobrevienen al mismo tiempo, haciendo del tiempo uno de los temas y la historia de la obra; eso que suele ser inasible, es materia allí arriba.
De pronto, inadvertidamente para mí, lo que era un cuento estalla y hay en escena una unidad en transformación, pura potencia real. ¿Es esto el surrealismo, hoy?, me pregunto. Esta gente lo ha logrado y sí, hoy el surrealismo es esto que veo: la extrema capacidad de distorsión que se apropia -en un robo sin moral y por eso auténticamente artístico- de la verdad, para manifestarla en su forma más pura, mostrándonos así que nunca los hechos son lo que verdaderamente sucede, porque en realidad lo que sucede es lo que hacen nuestra imaginación, nuestros actos fallidos o imprevistos, nuestros recuerdos y nuestros sueños con esos hechos. La indagación que se produce en el escenario sobre el comportamiento de nuestra imaginería provoca, como sólo en el teatro puede ocurrir, leyenda resucitada en cada función, ofrecido abanico con varillas sueltas y entrelazadas, retorcidas tenazas que ahogan y liberan, un percutir sin enmascaramiento, y el silencio, siempre el silencio que en el teatro alcanza su espiritualidad más plena, mito al fin. Este surrealismo logra la proeza de contener el más gracioso costumbrismo, los más cómicos mecanismos del humor, todos los estilos y géneros dando sentido a cada instante, en cada forma, en cada acción de cuerpos diversos y por eso perfectos, en cada palabra, en cada imagen que sin cesar aparece y se diluye sin que pueda preverla.
Nunca el extremo a los que son llevados los personajes manosea un sentimentalismo vulgar y procaz. Se trata de emoción y de razón tan puras que se diría que quienes habitan el escenario han encontrado la fórmula para que reflexión y sentimiento, pasión y dolor, gracia y placer, se conviertan en estremecimiento que todo lo conmociona.
Por momentos irrumpen escenas realistas con monólogos y diálogos inolvidables, tocadas de una sensibilidad exquisita. Es indescifrable como situaciones que son un pandemónium se resuelven en un sereno cielo celeste donde todo es calma, hasta que todo nuevamente vuelve a ser estallido.
Rechinar de voces, acciones descontroladas, saltos, piruetas de precisión, hombres gigantescos, luchadores de catch, violencia y ternura, clowns y espadachines, bardos, juglares, un caleidoscopio organizado escrupulosamente, la totalidad de las herramientas enteras del teatro aparecen como por encantamiento, uno que sin embargo logra no hacernos perder de vista que estamos asistiendo a una obra de teatro.
¿Cómo es posible ver el mar en un escenario?
¿Cómo es posible que un mundo hecho de retazos de pronto cobre un sentido luminoso y la exactitud que requiere la armonía se exprese?
Lo que era imposible deja de serlo, y el escenario se hace circular y hasta nos es permitido asistir a un viaje por el anverso y el reverso de las cosas, en un giro imposible que sobreviene ante nuestros ojos, mientras una energía vital todo lo rodea como si fieras salvajes pudiesen estallar y al mismo tiempo conservar un orden. Todo pasa en un tiempo que es presente, pero futuro y también pasado, donde, como dice un personaje, cada vez que alguien muere, mueren todos los hombres. Nada sabe a material impostado, a teatro vulgar, a situaciones que hemos visto alguna vez. Es una obra única, revolucionaria en su dirección, en sus actuaciones, en su coreografía, en su escenografía, en su diseño de iluminación, en su vestuario, en su musicalización en escena, que sobresaldría en cualquier lugar del mundo y crearía fanatismos.
Únicamente por mencionar a algunos: Armando Discépolo, Roberto Arlt, Griselda Gambaro, Roberto Cosa, Roberto Villanueva, Alberto Ure y todos los grandes creadores de nuestro teatro conviven en esta obra junto a Peter Brook, Lindsay Kemp, Chaplin, Fellini, David Lynch o David Cronenberg y nada es un plagio. Su absoluta originalidad apabulla; como decía Ure, el teatro se hereda.
Toto Castiñeiras y todos y cada uno de quienes hacen Las lágrimas de los animales marinos se ofrecen en un acontecimiento teatral, para arrojar al mundo esa historia del joven abandonado por su madre, huérfano de padre, que vive frente al mar con un abuelo monstruoso que muere como un animal marino entre las rocas, y se desencadena finalmente en la ira del joven, en su ruego para escapar de su tormento, y revelar, hasta lo que más logra revelar el arte, que solo la creación puede con todo miedo y toda culpa.
Y al final, aquello que (ya no puedo hablar en primera persona; a todo el público le pasa) deseábamos que suceda, sucede: Guillermo Angelelli, solo en el gigantesco escenario, danza tan delicado como monstruoso, en un cuerpo que se abre y se cierra escandaloso y bellísimo, con manos que son garras y plumas y que sentimos en la piel y en el alma. ¿Cómo hace ese hombre en el infinito escenario para llenarlo todo, dañarnos y acariciarnos, darnos miedo, pánico, amor, deseo y que no podamos sacar nuestros ojos de su figura, un santo y demonio a la vez?
Información obtenida de Alternativa Teatral: Espectáculo comisionado por Gladis Contreras y Jorge Dubatti, resultado de la Convocatoria de Proyectos Escénicos del TNC para CABA y Gran Buenos Aires Temporada 2023-2024, con la participación en la curaduría de Alejandra Darín, Alfredo Badalamenti, Beatriz Lábatte y Agustín Serruya.
Actúan: Guillermo Angelelli, Chacha Alvarado, Gregorio Barrios, Gonzalo Carmona, Payuca, Ignacio Torres. Intérpretes: Boris Bakst, Oliver Carl, Rocío García Loza, Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucio Mantel, Marcelo David Martínez, Maximiliano Más, Damián Pleitto Castillo, Ezequiel Posse, Julieta Raponi, Consuelo Rodriguez Fierro, Jorge Thefs. Diseño de vestuario: Daniela Taiana. Diseño de escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez. Músicos en escena: Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucio Mantel, Maximiliano Más. Diseño De Iluminación: Alejandro Le Roux. Asistencia de escenografía: Agustin Justo Yoshimoto. Asistencia de iluminación: Damian Monzon. Asistencia de vestuario: Villeke. Asistencia de dirección: Vanesa Campanini, Esteban de Sandi Sansiviero. Productor Del Tnc: Romina Ciera, Sofhi García J, Lucía Quintana. Colaboración artística: Leonela Petrizzo. Coreografía: Luciana Acuña. Composición Musical: Lucio Mantel. Texto, puesta en escena y dirección: Toto Castiñeiras.
TEATRO NACIONAL CERVANTES Libertad 815, Capital Federal, Buenos Aires, Argentina. Teléfonos: 4816-4224. Web: http://www.teatrocervantes.gob.ar/
Funciones: Jueves, Viernes y Sábado y Domingo - 20:00 hs
Fotografía: Mauricio Cáceres, Teatro Nacional Cervantes.