Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht
Escribir unas líneas como un conjuro contra el olvido es una estrategia de seres pretéritos. Desde que el ser humano fue consciente de su finitud, como decía Leonardo Favio, se raspó en las cuevas de Altamira, narró la caída de una estrella y desarrolló habilidades nuevas para trascender: “ese es nuestro oficio… testimoniar el llanto, testimoniar la historia, cantarle a la pasión, a la poesía: ser memoria”. Escribir sobre un imprescindible es una misión impostergable, necesaria. Carlos Fos fue un imprescindible. Su lucha y su militancia fueron incansables. Siempre estuvo del lado de lxs olvidadxs y eso teñía su praxis de aires de heroicidad, tan necesaria en tiempos de desorden. Docente, historiador, antropólogo, investigador teatral… pero principalmente un entusiasta, un apasionado, que aparecía en aulas para contagiarnos de ganas de no perder el rumbo, de embanderarnos por la justicia social y salir a “teatrear cada rincón” como le gustaba decir.
Fue fundador del Archivo Histórico del Teatro Municipal San Martín y codirector del Centro de Documentación de Teatro y Danza del Complejo Teatral de Buenos Aires. Además, fue fundador de la Red Latinoamericana de Centros de Documentación Escénica y presidente de la Asociación de Investigación y Crítica Teatral en Argentina (AINCRIT). Como docente dictó clases en diversos centros educativos y universidades. Su trabajo como investigador fue comprometido y productivo. Publicó más de treinta y seis libros, numerosos artículos en revistas y participó en incontables congresos. Algunos de sus trabajos más destacados son Del teatro anarquista al teatro comunitario actual (2010), Teatro obrero, una mirada militante (2013), El viejo Municipal: el sistema de producción pública y su relación con el teatro independiente (2014), Un teatro de obreros para obreros: jugarse la vida en escena (2015), Los titiriteros obreros: poesía militante sobre ruedas (2016), Un teatro rebelde. El camino del teatro obrero al teatro independiente (2020), Diálogos entre el teatro obrero y el teatro independiente (2020) y Entre caminos, pueblos y escenarios (2021), entre otros.
La vacancia que había en la historia oficial del teatro argentino acerca de las producciones del movimiento obrero fue detectada por Carlos Fos y gran parte de su producción teórica estuvo enfocada en reivindicar esa “genuina expresión de arte que no acepta la mercantilización ni la lógica de taquilla” (2021). Pero su sensibilidad fue aún más allá, porque lxs olvidadxs no eran solo los obreros sino, principalmente, las mujeres obreras, en una historia del teatro que, como la mayoría de las historias, es androcéntrica, es decir, ubica al hombre en el centro del relato invisibilizando las producciones de ellas en un imaginario misógino. Gracias a sus investigaciones existe una puesta en valor de quienes lucharon
“con una potencia arrolladora, no se detuvieron ante estos obstáculos y se lanzaron a la realización con una vitalidad que superó, por militancia, el número de artistas que sostuvieron esta escena. Fueron acólitas en permanente transitar por tierras en las que ni siquiera se soñaba con sindicatos, igualdad de género o expresiones artísticas. Eran obreras que, continuando con su habitual tarea, concebían su práctica artística como un órgano más de propaganda política y como un brazo de transformación cultural del conjunto en el que se insertaban, con sus propias creaciones, con temáticas sin tabúes que exponían sus opresiones y en las que proponían salidas a las mismas” (2021).
Pero definirlo como un académico, aunque lo fue y de los mejores, no hace justicia a su aporte. Porque era un hombre de teatro que militaba incansablemente porque el mundo sea un lugar más habitable, más justo. Su legado es inmenso porque era un trabajador, un obrero del teatro. Su obra tiene la ternura necesaria para dar voz a quienes no la tuvieron y sus investigaciones siempre se posicionaron políticamente en lugares profundamente combativos. La escena argentina en sus trabajos fue construida a partir de una mirada en diálogo con lo comunitario. Su teoría estaba arraigada en la praxis, en el hacer escénico de sus protagonistas.
Si tuviera que elegir una palabra para definirlo es, sin duda, compartir. Ese era uno de los motores de toda su labor. Pero nunca una palabra satisface, hay otras características que lo enaltecían. El compromiso, la solidaridad y la humildad de un grande que estaba disponible a organizar charlas, encuentros, para poner en común, para reflexionar y ser mejores. Quien conoció a Carlos lo sabe, fuimos mejores porque él abría caminos con sus palabras elocuentes y apasionadas. Nos contagió de lucha, de amor por el teatro, de militancia y de ternura.
Y como estaba cerca de lxs oprimidxs, abrazaba la pedagogía de la esperanza. Lo escuché tantas veces decir “la pedagogía de la esperanza” que terminé volviendo a releer a Paulo Freire. Porque Carlos redundaba en lo importante para que algo de eso quede en vos y te empujaba a comprar libros, a marcarlos, a encontrar citas que nos salven de este mundo idiota que sigue perpetrando gobiernos autoritarios que oprimen y aniquilan la igualdad de oportunidades y el acceso a la cultura, a la educación, a la salud. Ahora me dedico a buscar en los libros la posibilidad de tener un diálogo con él a través de sus conceptos predilectos, de sus maestros. Paulo Freire fue uno de sus referentes insoslayables, un educador, un pedagogo, un filósofo que denunciaba cada vez más fuerte la “democratización” de la desvergüenza, la impunidad, la falta de respeto a la cosa pública. La contracara es un pueblo que se levanta, una juventud que sale a la calle contra la desfachatez y “las plazas públicas se llenan de nuevo. Hay una esperanza, no importa que no sea siempre audaz, en las esquinas de las calles, en el cuerpo de cada una y de cada uno de nosotros. Es como si la mayoría de la nación fuera asaltada por una incontenible necesidad de vomitar ante tamaña desvergüenza” (Freire, 2008: 24).
Nunca fue una opción sucumbir al fatalismo sino organizarnos para reunir las fuerzas indispensables para el embate. Por ese motivo, la esperanza es urgente. Entonces, educar es un acto político y hacer teatro también es un acto político. Como decía Lorca “un teatro sensible puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo y un teatro destrozado puede adormecer a una nación entera”. Si hemos hablado tantas veces de Lorca con él, tantas. El grupo estudiantil de La Barraca salía por los pueblos de España porque a Federico le interesaba eso, hacer teatro para “la gente que ni siquiera sabe que el teatro existe”.
No le gustaría que hable de legado, lo sé porque lo hablamos. Porque tampoco le gustaba que yo le diga maestro, aunque lo fue y se lo dije muchas veces. Me miraba profundo, tranquilo y sonriendo, con la calma del que abraza fuerte las utopías y sabe secretamente que venceremos algún día. Su legado es la incitación a poetizar y a luchar. Nuestro compromiso es homenajearlo en aulas y escenarios, vamos a celebrarlo en cada revolución. Quiero cerrar estas líneas con una cita suya de esas que cambiaron mi mundo: “todo teatro debería ser militante, cuando uno ama… milita”. Gracias siempre maestro. Gracias por todo.