EL BROTE en Uruguay

La compañía argentina Criolla vuelve al Teatro el Galpón de Montevideo con El brote, premio Florencio 2024 a espectáculos extranjeros. Conversamos con el dramaturgo y director Emilio Dionisi sobre esta obra que ya cuenta con doscientas funciones.
Por: Roxana Rugnitz Garabedian | Creado el 30/01/2025 | 297

Nos es común siempre el intercambio teatral entre las dos orillas. Nos es común el mate, el tango y un teatro independiente que crece en diálogo más allá de sus fronteras. Es por eso que, en Uruguay, cada vez que vienen los teatreros argentinos, las salas se llenan. Nos gusta su teatro, la forma de contar las historias, la representación escénica a puro compromiso y talento. También eso nos es muy común. 

En este sentido, la Compañía Criolla, que cuenta con quince años de existencia y un repertorio propio mantiene, desde hace tiempo, un vínculo cercano con nuestro teatro, habiendo llegado ya con una de sus primeras obras: Romeo y Julieta de bolsillo. Dionisi también ha tenido experiencia dirigiendo a los actores uruguayos Hugo Giachino y Adriana Da Silva en su obra Los monstruos. Al respecto de estos puentes, comenta.

 “Nos encanta venir, conocer colegas, intercambiar sobre lo que hacemos, cómo lo hacemos, hablar con los vecinos siempre es útil”

El equipo de la compañía Criolla viene trabajando en una línea interesante, donde la producción propia, desde el texto al montaje, le propone al espectador una serie de temas que se convierten en resonancia de la actualidad. Es claro que los clásicos pueden ser adaptados con esa misma función, pero cuando la puesta nace de la contemporaneidad, algo de eso – que nos remite al origen del teatro- involucra al público, llevándolo a repensar su realidad. Me pregunto si este proceso fue intencional.

 “La verdad es que el teatrero, al menos en Argentina, estamos empujados a la necesidad de la supervivencia, lo que nos obliga a saltar de laburo en laburo. Tenemos que ver – como cualquier trabajador- cómo parar la olla en casa- Entonces hay poco margen para una elección libre, vinculada a decisiones definidas por la potencia del proyecto. No siempre tenemos la oportunidad de estar en trabajos que nos interpelen con convicción. Lo cierto es que hay que sobrevivir. En el mejor de los casos, pasa que podés hacerlo con buenos materiales, pero en otros momentos haces, un poco, lo que se te presente. Así que la idea de conformar una compañía era lograr dos aspectos del ámbito de la necesidad: tener la posibilidad de que el teatro fuera nuestro medio de vida y al mismo tiempo, traer a la mesa algo nutritivo, algo que quisiéramos trabajar, algo que tuviéramos ganas de contar.

Nosotros nos conocemos mucho, sabemos qué queremos. Desde mi lugar de director, en ese sentido, suelo proponer cosas que sé que nos van a divertir en el juego, pero, que a su vez impliquen un desafío personal. Poder hacer todo esto en una compañía, en un lugar de familia, donde nos podemos arriesgar artísticamente, es trabajoso pero satisfactorio” 

Lo cierto es que El brote, sin duda alguna, ha sido una obra que les permitió alcanzar algunos de esos objetivos. Hoy vuelven a Montevideo luego de haber sido premiado por la crítica del país. La entrevista es en la cafetería del teatro. Me encuentro con Emilio para conversar sobre la experiencia que supuso todo el proceso. Debo confesar que es la primera vez que voy a escribir sobre una obra sin haberla visto aún. Así que me dejaré guiar por la pasión de Emilio a la hora de contar lo que fue su concepción y puesta, en la sala de El Pueblo, antes de que estallara el éxito en Buenos Aires. 

La pieza propone a un personaje/actor en escena que deambula, como principal línea de acción, por momentos angustiantes en los que desnuda aspectos crueles del universo teatral, como la frustración en la que cae porque nunca obtiene papeles importantes, lo que va permeando su pasión. El personaje recorre, en ese juego, varios textos clásicos. El trayecto nos permite descubrir a Beto, el actor frustrado, interpretado por un versátil Roberto Peloni, que cuenta la historia entretejiendo varios personajes.

Con estos ingredientes tan propios del teatro, creyeron que la obra iba a captar, principalmente, a la población teatrera, pero se equivocaron. Nos preguntamos, en diálogo con Dionisi, cómo surge la idea y cuáles cree que podrían ser los motivos del éxito tan grande que los llevó al Maipo. De hecho, La Nación de Buenos Aires la presenta como “la joya del off que terminó siendo una máquina de agotar entradas”

Emilio Dionisi nos habla del proceso que nace de un deseo y se convierte en éxito.

“Con Roberto ya habíamos trabajado juntos. Es que es un actor extraordinario, un gran compañero y teníamos ganas de reincidir. Él quería hacer un unipersonal y yo andaba con poco tiempo para escribir. En esa búsqueda, entre los tiempos complejos, la necesidad y el deseo, nace El brote”

Este es un ejemplo de cómo la dramaturgia recorre distintos caminos, y cómo las formas en que una obra llega a existir, fuera de la soledad de la escritura, son múltiples. En este caso, surgida de la visión que tiene Dionisi de las capacidades histriónicas de Peloni, que se convierten en una especie de brújula en el proceso de creación.

 “Roberto, como intérprete, es muy camaleónico, muy virtuoso y era un gran desafío hacer una obra que pudiera llevarlo a nuevos límites escénicos. Escribí la obra con muchas ganas porque hablar del mundo del teatro es hablar de nosotros, del mundo que conozco. Pensar un espectáculo para un actor que conozco bien y ver hasta dónde le puedo exigir, era un plan divertido, así que escribí con mucho placer. Además, la obra toca puntos del teatro clásico universal que me acompañan de adolescente. Ensayamos casi un año, tres veces por semana, muy comprometidos y con mucho esfuerzo. Todo el proceso fue hermoso, nunca nos sentimos anclados. Entendimos, desde el inicio, que estábamos haciendo algo de una complejidad interpretativa tal que nos iba a dar mucho trabajo. 

Yo diría, después de dos años de estrenar, que mi trabajo con Roberto tuvo más que ver con que él tuviera paciencia, que con mis propios deseos de ver resultados. Claro que durante la búsqueda puede haber tensiones, angustias, pero sabíamos que íbamos a llegar. Roberto tiene un equilibrio muy fuerte. Él viene del teatro musical – fue protagonista de La bella y la bestia y de El fantasma de la ópera- eso quiere decir que viene de un nivel muy alto de técnica. Tiene un nivel alto de precisión que le permite repetir y coreografiar, pero también, posee una gran sensibilidad. Yo trabajé todo el tiempo en ese equilibrio entre la precisión y la sensibilidad. A partir de eso, los dos nos alineamos en descubrir el campo semántico de cómo se desarrolla la psiquis del personaje. El monólogo dura una hora y media y en ese tiempo había que articular la forma en que el personaje plantea y desenvuelve su conflicto. Era clave encontrar cuáles son los puntos de pensamiento y anclaje de dónde está su emoción y sus ideas en cada momento. A mí me gusta mucho el teatro de precisión por lo tanto suelo puntualizar cada indicación porque me emociona lo coreográfico, lograr que algo se convierta en ridículamente preciso me parece casi un truco de magia” 

Esa idea de precisión como si de un mecanismo de relojería se tratase, me hace pensar en articulación de movimientos que fijan la escena. ¿Podría esa estrategia convertirse en un obstáculo para el crecimiento de la obra?, Dionisi me propone algo distinto.

“La técnica de la precisión en teatro no supone hacer siempre lo mismo. Es tener claro cuál es el juego, pero sabiendo que siempre varía. Se trata de un artilugio de líneas firmes, concretas pero que tal vez no siempre están en el mismo lugar. Cuando estoy trabajando, pienso en la necesidad de encontrar un time preciso de la obra, que no necesariamente tiene que ser siempre igual. La idea de que sea una estrategia que el espectador pueda presentir, pero no ver. Lo mejor que nos puede pasar es que todo lo que trabajamos dentro de los elementos, el hilado fino, sea algo que no se note pero que se perciba. Las reglas son unas pero el juego siempre es distinto”.

El siglo XXI retoma esta figura de dramaturgo director, muy común en el Renacimiento. ¿Cómo se experimenta ese rol doble, de transformar la letra en hecho escénico?

“La obra en el papel es sólo teoría. Claro que puedo escribirla, ponerle un moño y cerrarla, pero después se enfrenta al actor y al espectador para ver si esa teoría se cumple o no. Cuando dirijo lo que escribo, trato de poner en jaque a mi dramaturgo, para ver si estoy equivocado o no. No me caso con lo que escribo. Eso no necesariamente quiere decir cambiar, pero sí encontrar cómo tiene que resonar. A lo mejor no era de la manera en que lo había pensado, porque en el escenario, la obra pide otra cosa. Todo eso se puede ver en el ensayo, donde intento subordinarme mucho a lo que está sucediendo y sobre todo darle al intérprete las herramientas para que se lo apropie. El actor no puede estar reproduciendo algo que otro escribió, tiene que defenderlo de una manera muy personal. Mientras más se trabaje eso, mejor será el resultado”

Una obra se monta en procesos, dentro del cual la dramaturgia es apenas una parte. Cuando el texto se encuentra con el actor, en esas instancias íntimas de ensayos, de piensos, para arrancar las ideas planas del papel hacia el cuerpo y el espacio, suceden otros misterios, la metamorfosis, que, a veces, supone una transformación del texto o la visión de lo que se pensaba como proyecto. Me pregunto si un año de trabajo provocó cambios sustanciales.

“En este caso el texto no cambió, solo se recortó un poco. Hay dos escenas que las modificamos para limpiar algunas repeticiones que las percibís cuando las escuchas, pero no mucho más. Sin embargo, algo diferente pasó al final. Yo, como bien decís, pensé que el espectáculo iba a ser más de nicho. Nuestro productor estaba encantado con el espectáculo y lo estrenamos en el Teatro del Pueblo, ahí pasó algo increíble. Se convirtió en algo muchísimo más popular para nuestra sorpresa. Creo que la gente entra mucho por dos razones: por un lado, en la identificación con el personaje, porque más allá de ser un actor de compañía, es un tipo que no está contento en el lugar en el que está. Eso de la frustración, del deseo truncado, se vuelve un espejo fuerte. Por otro lado, todo lo que tiene que ver con el mundo del teatro, al revés de pensar que era algo muy lejano, la gente se encontró con un cuento. Entonces se convirtió en una expresión muchísimo más popular de la que esperábamos. Creo que la obra atrapa porque propone un juego muy teatral, desnudo. Es un truco de magia básico. De repente nos encontramos cara a cara con nada y se transforma en algo conmovedor.”

El Brote va a estar en la Sala El Galpón los días 30 y 31 de enero y después vuelve a Argentina con una serie de fechas entre Buenos Aires, Mar del Plata y Madrid. Este actor en conflicto, que no sabe bien qué es real o qué es ficción, seguirá viajando para desmantelar algunos de los secretos escénicos más significativos. Sólo, en escena, por una hora y media, con un monólogo que nos atraviesa desde las referencias culturales hasta el límite de vida en el que se encuentra, les espera en cada rincón, para que la magia del teatro siga posibilitando la belleza del encuentro y la emoción. 

¿Hacia dónde se va El brote después de Uruguay?

La programación que les espera anuncia que la obra aún tiene mucho por dar.

Acá les dejo el recorrido:

Auditorio de Mar del Plata: 6, 7, 8 y 9 de febrero

Volviendo a Buenos Aires: 

Timbre 4, con Temporada Alta, el 13 de febrero

En Escobar 1 de marzo

Quilmes 7 de marzo

San Isidro 8 de marzo

Pilar, el 14 de marzo, 15 en Devoto y el 22 en Belgrano.

Terminando la temporada El Brote se va a España

Crítica de espectáculos

11 min.
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