Es común ver a actores que se saludan y se abrazan cuando están por comenzar a hacerles una entrevista: el público sabe que esos actores se vieron antes y creen que ese afecto se trata de una simulación. Muchas veces en mi vida tuve la posibilidad de presenciar esas situaciones y sé que, de un modo inexplicable, esos actores que se vieron y saludaron hace un momento, sin embargo se saludan con un cariño absolutamente sincero, como si no se hubieran visto en muchísimo tiempo. Es un extraño fenómeno que no vi en otras profesiones, tal vez porque los actores son seres del presente, un presente continuo que hace de sus vidas un permanente estreno, como un viaje sin fin. “Sueño de Dos” es una obra cuyos personajes son dos actores en ese permanente viaje.
La ceremonia de asistir a una obra de teatro -se ha dicho y cada vez que se dice, se dice por primera vez-, a veces comienza cuando decidimos que vamos a ir. Decidir ir a ver una obra en la que actuarán Ingrid Pelicori y Manuel Callau garantiza esa ceremonia, y al verla confirmamos que esa cuestión es cosa seria, aunque durante la función nos riamos a carcajadas, atravesemos infinidad de sentimientos, nos asombren estilos teatrales diversos, desde un romanticismos delicioso hasta fragmentos en los que se recupera el teatro criollo, géneros que son hoy una hazaña para pocos actores, y todo con la delicadeza de los mejores regalos. Sí, es un asunto trascendente y encantador ver esta obra.
Como en las grandes obras de teatro es imposible enumerar la vastedad de sus temas; esos temas pasan por nosotros -en el mismo momento de la función y luego empecinados se quedan-, como si fuera imposible concebir que sean tantos: es una encantadora situación en la que nos ha metido la obra, una tarea sin esfuerzo y puramente placentera. “Sueño de dos” nos habla del valor de los ideales y de defenderlos con pasión inclaudicable; de la pérdida, que se hace insoportable; de la soledad, que siempre es inmensa; del encuentro con el nuevo amor, inesperadamente posible; de la voluntad que hace de la resignación un enemigo a vencer; de los excluidos; de la impiedad de los poderosos; de la imposibilidad del olvido; de la creación; de aquello que se imagina con obstinación y se convierte en verdad, y así los temas seguirán surgiendo como sueños.
“Sueño de dos” cuenta una historia de amor. ¿Cuál es la verdadera historia de amor de esta obra? ¿La de los personajes, dos actores de teatro independiente? Sí, hay una historia de amor entre ellos. Pero hay otra que pareciera estar escondida y es también trascendente: el acto de amor que significa descubrirle a otro su vocación y darle la oportunidad de que la ejerza. La obra lo expresa sin atenuantes: hay quienes, como el vehemente personaje de ella, Olga, que tuvieron la fortuna de conocer desde muy pronto cuál era su vocación: esa es una fortuna que ordena una vida, le da guía y sentido, la encamina. El personaje de él, Antonio, un anónimo apuntador, descubre su vocación gracias a ella y ambos entonces se atreven hacia el apasionante riesgo -porque sin riesgo no vale- de jugar un juego en el que ganar y perder son alternativas constantes y tan inevitables como el destino de todos. Pelicori y Callau se arrojan a ese saber, justifican a sus personajes y hacen que los necesitemos arriba de un escenario desde que el ser humano tiene memoria de sí mismo.
¿Qué sucederá con los futuros historiadores cuando deban enfrentarse a considerar los sucesos secretos, reservados y por eso esenciales de nuestros tiempo, esos comportamientos ocultos que revelan los verdaderos detalles de una época? La tecnología los privará de una de las herramientas más poderosas con que contaron desde hace siglos: la correspondencia epistolar. En “Sueño de dos” ambos personajes, sin que se requiera ni ofrezca explicación, le escriben -cada uno por su lado, ignorantes de lo que escribe el otro-, cartas a un Profesor. Este personaje, que ningún actor representa en la escena, invisible, es uno de esos fantasmas que el teatro, desde siempre, se ha encargado de ofrecer como prueba de fe, como acto de entrega de una fe que se comparte con el espectador, como una tradición en estado de creencia, que en el momento de la representación se hace común y adquiere un carácter milagroso: aquello que determinamos de modo mezquino que no puede suceder, sucede, como en esta obra. En estas cartas los personajes invocan la aceptación y la comprensión de sus procederes, pero no piden permiso: las escriben para contar lo que ya han vivido. Nuevamente hay riesgo allí: el temor del rechazo se manifiesta y a la vez los espectadores sabemos que el Profesor admitirá que esos alumnos, Olga y Antonio (Ingrid y Manuel, actores que nunca dejarán de aprender de su amado Raúl Serrano, a quien está dedicada la obra) están haciendo de sus vidas lo único que deben hacer, y lo hacen como se debe. ¿No hay en ese reconocimiento, el que sentimos por ellos los espectadores y el íntimo de los actores-personajes, el premio más elevado para quienes se atreven a poner en acciones su vocación? Es imposible no escribir con mayúscula cuando se trata de escribir al Profesor, porque ambos actores los dicen con mayúscula, haciendo de ese decir una clase soberbia, y también porque nuestro imaginario lo convoca como un ser que sabe, y la obra nos permite la oportunidad de reencontrarnos con una situación que muchas veces y desde hace mucho olvidamos: reverenciar y agradecer el saber, y respetar al que sabe. De esa misma manera reconocemos el saber de Ingrid Pelicori y Manuel Callau que actúan la obra, de Daniel Casablanca que la dirige, de Mariano Saba que la escribe, y de todos los que participan de su creación en un presente continuo. El aplauso es intenso, de pie, prolongado, con bravos emocionados, mientras los actores y todos en el escenario se abrazan, también emocionados y felices de abrazarse ante el público, como si no se hubieran visto antes ni durante la función.
“Sueño de Dos”. Paseo La Plaza. Sala Pablo Picasso. Martes de enero 20 hs.
Autor: Mariano Saba. Actores: Manuel Callau, Ingrid Pelicori. Director: Daniel Casablanca. Diseño de Iluminación: Héctor Calmet. Diseño de Arte y vestuario: Analia C. Morales. Realización de Escenografía: Marcos Aquistapace. Realización de vestuario: Manuela González Cáceres. Diseño de sonido: Diego Aranda. Apuntadora: Greta Dumont. Asistente de dirección: Guadalupe Bervih. Prensa y comunicación: Gustavo Hoyo. Pre producción: Api Pérez Iglesias. Producción ejecutiva: Tomás Bona.
Producción General: Marisa Mondino, Pablo Pérez Iglesias.