Desaciertos en la escena bogotana

Este panorama no pretende señalar las "obras menos logradas", sino ofrecer un análisis detallado de aquellas propuestas que, por distintas razones, no lograron consolidarse como montajes memorables.
Por: Carlos Rojas | Creado el 18/12/2025 | 962 | 1

A MANERA DE INICIO

Entre mayo y diciembre del 2025 observé con atención y rigor crítico las producciones que pasaron por la escena local. Si Bogotá aspira a recuperar la relevancia teatral que alguna vez tuvo, debe reconectar con la urgencia de incomodar, de provocar y de desbordar límites. De lo contrario, seguirá alimentando la acumulación de desaciertos que confirman lo que el teatro no debería ser.

El teatro colombiano ha estado marcado por una sobreabundancia de propuestas fallidas. El discurso ha suplantado la acción, la estética ha ahogado el riesgo y el efecto ha reemplazado al conflicto. Las obras que prometían ser provocadoras quedaron a mitad de camino, incapaces de incitar, incomodar o cuestionar al espectador.

Este panorama no pretende señalar las "obras menos logradas", sino ofrecer un análisis detallado de aquellas propuestas que, por distintas razones, no lograron consolidarse como montajes memorables. El orden es secundario: lo relevante es comprender lo que quedó atrás, lo que no fue y lo que aún podría redimensionarse.

 

Bakunin Sauna 

Teatro Nacional - Dir. Victoria Hernández 

Escrita por Santiago Sanguinetti, prometía una sátira incendiaria sobre tecnología, memoria y anarquismo; al final se queda en una comedia vana, domesticada por su propia ingenuidad. La premisa tenía una intención: una mujer mayor construye un Bakunin humanoide para sabotear una convención empresarial. Pero, el desarrollo del conflicto termina reducido a una lectura irresponsable desde la dirección.

El Bakunin histórico, aquel capaz de encender ciudades con una sola frase, aquí se marchita en un robot obediente que apenas logra articular un remate débil. La obra pretende hablar de autonomía y resistencia frente al algoritmo, aunque pronto se extravía en gags insustanciales y metáforas fatigadas. 

En conjunto, Bakunin Sauna, se queda suspendida entre el destello del absurdo y la promesa de lucidez. Lo que pudo ser un gesto anarquista contra la automatización se reduce a una comedia repetida, más preocupada por agradar que por detonar algo en la escena. 

El elenco conformado por María Cecilia Botero, Alejandra Miranda y Germán Escallón- lucha por respirar dentro de un texto nada agradable y una dirección que nunca encuentra el ritmo adecuado. Lo inquietante, es que su experiencia se esfuma al entrar, como si la obra les pidiera amablemente dejar el talento en la puerta abierta.

 

Postales del Desarraigo

Teatro La Candelaria - Dir. Patricia Arriza

Es un montaje que pretende hablar del exilio sin mirarlo de frente. Observa la tragedia desde lejos, la convierte en estética, la embellece hasta neutralizarla. La desnudez inicial, los cuerpos arrastrados y la cámara en vivo no revelan nada: son recursos gastados que intentan suplir la falta de experiencia real. El dolor se mira, pero no se personifica.

La poética domina todo y asfixia la verdad. La obra se refugia en metáforas mientras evita nombrar la herida más cercana, la nación vecina: Venezuela. Esa omisión, en un país transformado por el éxodo inmediato, convierte la propuesta en una alegoría vacía, inaceptable. Se citan tragedias lejanas porque duelen menos.

El personaje de Soledad Valencia Trujillo, que pudo ser el corazón de la pieza, queda reducido a alegoría decorativa: dolor sin sentimientos. Y la frase "todos somos migrantes" resume la ingenuidad del proyecto: un universalismo cómodo que borra las diferencias más brutales.

La Candelaria, que alguna vez confrontó al poder con lucidez inapelable, aquí se instala en la corrección estética. Un teatro que antaño incendiaba hoy apenas alumbra. Lo que pudo ser una denuncia urgente se convierte en una escueta postal bonita del desarraigo.

Es un teatro que acompaña sin denunciar, que siente sin comprender, que observa sin implicarse. Y lo más duro: la obra revela no sólo el exilio del que habla, sino el destierro de la propia agrupación respecto a su legado.

 

Nuestra Señora de las Nubesde Arístides Vargas

Otium Teatro - Dir. Camilo Casadiego

Otro montaje que pretende hablar de exilio, memoria y migración, pero falla en cada intento. La puesta no se convierte en reflejo de un continente fracturado; más bien se diluye en sentimentalismo, lugares comunes y una adaptación que nunca logra sostenerse.

La adaptación desenfrenada de Casadiego, parece desconocer la urgencia de la temática. Fragmentar los personajes originales en seis intérpretes no aporta claridad ni potencia: dispersa la acción, confunde identidades y convierte el dolor en un coro desarticulado que apenas respira. 

Lejos de confrontar, el montaje cae en complacencia y teatro decorativo. La migración se reduce a un recurso narrativo plano, y la nostalgia no construye, sino que embota. El público no se ve reflejado ni interpelado; apenas observa un espectáculo que se autoabsuelve en su buena intención.

Lo que podría haber sido denuncia, memoria activa y reflexión frente al olvido se transforma en una teatralidad sin riesgo. Casadiego y su equipo no logran que la obra funcione como archivo emocional ni como acto político; el teatro se convierte en una voz vacía de lo que el texto de Vargas pedía: conflicto, tensión y verdad. El espectador se queda en las nubes. 

 

Un ocaso frente al río

Estudio Teatro 87 - Dir. Moisés Ballesteros 

La obra, escrita por su propio director, parte de una premisa que podía ser interesante -soldados atrapados en un limbo selvático bajo la amenaza de un enemigo invisible-, pero esa idea se diluye entre excesos líricos, explicaciones que sobran y movimientos que se intuyen desde lejos: la selva queda reducida a un decorado verbal y los silencios son ahogados por subrayados que anulan cualquier misterio.

La dirección de Ballesteros, insiste en explicar lo que debería revelarse en escena, y en ese empeño la teatralidad se desvanece. La paradoja y la antítesis, lejos de tensar la obra, se vuelven accidentes previsibles; el enemigo invisible no provoca miedo, apenas una metáfora fatigada. La coralidad del elenco se diluye en un delirio plano que evita la aparición del matiz.

En suma, Un ocaso frente al río demuestra que la ambición técnica no alcanza cuando las imágenes se repiten sin contundencia y la escena no logra transmitir el peso real de la guerra o del miedo. Es un proyecto con posibilidades, pero hoy se presenta como un teatro que observa más de lo que conmueve y que explica más de lo que incomoda. Será en otro ocaso.

 

El Beso de Dick 

Barraca Teatro - Dir. Daniel Galeano

La obraaspira a ser una reflexión profunda sobre el amor reprimido en la Bogotá de los años 80, pero se pierde en la complacencia de un relato nostálgico que nunca tiene el coraje de enfrentarse realmente a su tema. En lugar de dar cuerpo a la lucha visceral de dos jóvenes por su amor en una sociedad homofóbica, la puesta se desliza con suavidad sobre su dolor, optando por la cursilería disfrazada de delicadeza.

El beso que define el conflicto se eleva a un momento simbólico que nunca llega a ser realmente disruptivo: lejos de ser una detonación que desafíe las normas, se convierte en una anécdota romántica sin consecuencias. Es como si el amor entre Felipe y Leonardo fuera una novela que, aunque oculta, podría narrarse con suavidad, sin perturbar ni a la audiencia ni a la sociedad ni a nadie.

Los jóvenes actores, a pesar de sus esfuerzos, se quedan en la superficie de unos personajes que carecen de cualquier intensidad emocional real. La fragilidad que se busca mostrar nunca se traduce en una vulnerabilidad genuina: la puesta se acomoda en su género de comedia romántica juvenil y evita el riesgo de una confrontación con el mundo exterior. Tal vez haya demasiados ingredientes en la mezcla. O tal vez sencillamente, el beso de Dick ya haya dado todo lo que tiene que dar.

 

Eólico

Púrpura CreativoDir. William Guevara

Se anuncia como una propuesta poética y filosófica, pero nunca consigue articular una unidad ni en la narración ni en el plano interpretativo. La exploración del viento como fuerza desestructurante tiene posibilidades, pero la dirección y la escritura dispersan esa energía en decisiones irregulares que fracturan el sentido de la propia historia.

El núcleo del problema está en las actuaciones: el elenco avanza en direcciones opuestas. Mientras algunos buscan una hondura emocional que nunca encuentra anclaje, otros optan por la exageración, generando una discordancia que socava la coherencia escénica. Esta disparidad no enriquece la pieza; la desarticula.

La dirección privilegia la construcción de imágenes por encima de una estructura dramática que ordene el material. El resultado es una sucesión de escenas que no sostienen el impulso inicial. 

Eólico se queda en el umbral de su propio concepto, atrapada en una ambición estética que no encuentra forma. La imaginería del autor -escenarios que asfixian, paisajes que prometen libertad y personajes más decorativos que vivos- reclama la intervención de una verdadera reescritura teatral.

 

Qué haya insistencia 

Compañía Una Constante - Dir. Juan Jesús Guiraldi 

La coreografía se atrapa en su propia trampa de repetición. La propuesta de explorar el deseo y la resistencia a través del cuerpo se diluye en una partitura de movimientos que, lejos de transformar, se ancla en una constante insistencia que se convierte en su propia limitación. Los cuerpos, que deberían transitar hacia mutaciones profundas, permanecen estáticos en una línea interminable de gestos, sin permitir que la acción evolucione.

La pieza, aunque técnicamente sólida y disciplinada, carece de la vitalidad necesaria para generar un verdadero viaje emocional. El ritmo inmutable y la falta de contraste ahogan cualquier atisbo de progresión. Los intérpretes, a pesar de su entrega, no tienen el espacio para explorar otras dimensiones del cuerpo y la emoción; están atrapados en una estructura que los limita, mientras la obra se mantiene plana, sin sorpresas, sin riesgos.

El diseño sonoro y lumínico, funcional pero estático, la insistencia en la sobriedad estética, lejos de ser una virtud, termina siendo la mayor limitación de la obra. No hay espacio para la transformación real, ni en los cuerpos ni en la narrativa.

La propuesta dancística no es un desacierto, pero sí una oportunidad perdida. En su intento por mantenerse en una línea sobria y constante, evita el riesgo, y con ello, la posibilidad de trascender. La pieza se queda en un ejercicio de intransigencia sin fuerza, donde la repetición no lleva a la evolución, sino a la insistencia de una constante.

 

El Club del Despecho

Teatro Cabaret Rosa & Corporación Arte para Todos - Dir. Ricardo Vesga

Aquí la comedia intenta convertirse en el desamor y en humor catártico, pero lo que termina ofreciendo es una procesión mecánica de chistes y ocurrencias que apenas rozan la comicidad. La premisa -un consultorio donde se receta risa- se diluye en escenas previsibles, clichés sentimentales y una escritura escénica que se sostiene más en el artificio que en la emoción.

El público, supuestamente partícipe, queda atrapado en intervenciones forzadas y juegos teatrales que nunca logran transformar la observación en complicidad. La música, pensada para subrayar la acción, termina acentuando la sensación de vacío y ritmo errático. Los personajes son caricaturas endebles: exageraciones que buscan humanidad, pero sólo muestran un humor plano, sin verdad ni densidad.

La dirección no logra dar cohesión al montaje. Los tiempos se suceden sin tensión, los gags se repiten y la "hermandad escénica" prometida nunca se materializa: la obra se percibe como un producto calculado, cómodo y predecible, donde la emoción queda atrapada bajo el peso del mal gusto.

El resultado final, es una comedia trasnochada que ni conmueve ni hace reír: teatro decorativo que se viste de participación, pero termina siendo espectáculo superficial. Lo que podía ser catarsis se convierte en un ejercicio redundante, una prueba de que el humor por sí solo no basta para sostener una pieza, y que la comunidad escénica, por bien intencionada, no puede reemplazar la carencia de dramaturgia y pulso teatral. 

Pero, si estas son las opciones al auge de la risa forzada, no quiero ser parte de este club. Mejor me quedo viendo la final de MasterChef.

 

Las Aventuras de Blippi

Teatro Cabaret Rosa & Corporación Arte para Todos - Dir. Ricardo Vesga

Pretende ser un espectáculo familiar cargado de fantasía y buenos sentimientos, pero se queda en un desorden de referencias ajenas sin identidad alguna. La mezcla de Mario Bros, Frozen y Encanto no revela audacia, sino una urgencia por colgarse de universos prestados, un pastiche teatral que exhibe la ausencia de coherencia dramática y de imaginación propia.

Lo que debería funcionar como un recorrido narrativo termina convertido en un desfile de escenas inconexas, donde la supuesta magia se evapora entre saltos argumentales ilógicos y transiciones que rompen cualquier continuidad. Blippi, erigido como guía, no logra sostener el relato: su energía es monótona, superficial y jamás organiza el caos en un eje comprensible. 

La comicidad, pensada para todas las edades, se reduce a gags previsibles y lugares comunes que sólo provocan sonrisas automáticas. Las lecciones de solidaridad y esperanza se enuncian sin convicción, como si la obra corriera detrás de un sentido que nunca encuentra.

El elenco, pese al empeño, no puede salvar una estructura que carece de ritmo y claridad. La escenografía es pobre y dispersa; las coreografías y canciones se suceden sin tensión, sin progresión y sin aportar un verdadero pulso teatral al conjunto. 

En suma, este disparate escénico es una desfachatez de referencias pop sin alma: un ensamblaje de mundos ajenos que pretende entretener, pero naufraga en su incapacidad para construir un relato con cohesión y peso dramático. 

Uno esperaría que, en tiempos dominados por la incertidumbre tecnológica, el teatro respondiera con ingenio; aquí sólo se ofrece un artificio fatuo que ni siquiera alcanza a ser espectáculo.

 

Feller City

Samadhi Teatro - Dir. Eric Jair Bernal García

Este despropósito no alcanza la categoría de puesta en escena: es la autopsia anticipada de un fracaso anunciado, la demostración involuntaria de cómo arruinar una producción con buenas intenciones. El protagonista, elegido con un optimismo digno de estudio, asume los roles de director, dramaturgo y productor que pronto deriva en autoparodia. Su personaje, supuesto motor de una distopía coral, es apenas un espejo de vanidad sostenido a costa de la obra y del público.

El despliegue visual, decidido a emular la épica del cómic, se hunde en símbolos inflados y neblina ornamental, una nube diseñada para ocultar el vacío estructural del montaje. Lo que pudo ser reflexión política se convierte en un ejercicio sostenido de aburrimiento. Dos horas y media después, la única conclusión posible, es que el mayor gesto de lucidez consiste en evitar el teatro por un tiempo prudente.

Sin exagerar: este montaje reúne todo lo que el teatro debe evitar. Acumulación sin sentido, referencias robadas tomadas sin integración, estética impostada sin pulso dramático. 

Resulta doloroso ver a intérpretes como David Bojacá y Salomé Vargas reducidos a figurantes en un dispositivo que no sabe qué hacer con ellos. El público, atrapado entre la cortesía y la esperanza de que esto termine lo más pronto, abandona toda comprensión posible mientras las actuaciones, se deshacen bajo una dirección enamorada de sí misma. ¡Un ejercicio del más puro onanismo!

 

UN POSIBLE CIERRE

Hoy se espera un teatro que no se conforme con la teatralidad vacía ni con formas que eluden lo esencial, sino que recupere su capacidad de confrontar, incomodar y sacudir. Muchos montajes parecieron imitar modelos ajenos, temerosos de arriesgar una voz propia, y ese miedo dio lugar a escenas irrelevantes, incapaces de provocar de verdad.

Leyendo a Bloom, se recuerda que la crítica no destruye, sino que exige la mejor versión de cada propuesta. Bogotá tiene la oportunidad de recuperarse: reconciliar forma y sentido y dejar atrás la apariencia como coartada. Si el teatro se mira con honestidad, podrá redimensionarse y volver a interpelar al espectador desde un lugar vivo; la intención sola no basta.

En conclusión, fue un año en que el teatro colombiano habló más de lo que actuó. Abundaron obras que mencionaban el exilio, el dolor y la memoria sin lograr escenificarlos; la estética sustituyó la urgencia y el efecto reemplazó al conflicto, hasta convertir la belleza en un mecanismo de enajenación.

Ese es el sur al que vale la pena avanzar: dejar atrás lo que no funcionó y construir un panorama teatral capaz de decir algo real, sin repetir los desaciertos que han marcado la escena bogotana del 2025.

 

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