Ximena, sos actriz y en 2013 fundaste Implosivo Artes Escénicas con el objetivo de explorar nuevos lenguajes escénicos ¿Qué te hacía falta en el panorama teatral uruguayo de ese entonces que te motivó a tomar tal decisión?
Ximena Echevarría: El curso por la EMAD, de la cual soy egresada, me hizo tener una formación súper técnica y me brindó muchas herramientas. Fui alumna de María Azambuya; para mi fue mi gran maestra en ese sentido. Ella trabajaba mucho en laboratorio, desde la investigación y buscaba que cada uno se descubriera como creador o creadora. Ese año fue el que más disfruté: nos hizo pensar mucho. Cada uno intentaba encontrar su universo creativo.
Con esa formación, luego fui buscando mi propio camino. Surgió Implosivo y empecé ese recorrido de investigación y trabajo en laboratorio. Toda la carrera de Implosivo se dedica a laboratorista y a encontrar el universo creativo que cada uno y cada una de los actores y actrices de la escuela tiene.
Me doy cuenta de que muchos de nuestros estudiantes terminan siendo dramaturgos, otros se inclinan hacia el diseño; algunos llegan por la actuación porque es lo más conocido y terminan explorando otros universos para finalmente dedicarse a la dirección. Ese es un poco el resultado de una búsqueda del universo propio.
Leyendo tu bio de presentación en Implosivo, mencionas que trabajas con la metodología de la dramaturgia plástica. ¿Podrías contarme en qué consiste?
X.E: La dramaturgia plástica tiene una mixtura entre lo que es la dramaturgia actoral, que plantea Sanisterra, y todo el universo que viene del diseño. Me gusta pensar que podemos llegar a generar textos, personajes, historias o la obra partiendo de esa mezcla entre la dramaturgia actoral y el universo plástico. El punto de partida está allí y no en un texto específico o en el trabajo de mesa cuya finalidad sea solamente aprenderse el texto y montar una obra.
Lo que busco es generar un trabajo de investigación donde el actor o la actriz pueda deconstruir ese texto y, a su vez, también proponer plásticamente: cómo se viste ese personaje, qué lo motiva, qué estímulos sensoriales, olfativos o visuales adquiere el actor o la actriz para empezar a generar información que decante en un montaje, y no al revés.
Has trabajado desde la dirección, desde la dramaturgia, como gestora cultural, además de ser docente y actriz ¿Crees que el teatro demanda cada vez más este tipo de artistas polivalentes?
X.E: Creo que eso tiene que ver, tal vez, con el lugar del mundo en el que estamos parados. He tenido la suerte de poder trabajar en países más al norte y allí los roles están mucho más marcados. En Uruguay tenemos un teatro independiente y otro que es independiente - independiente. Hay colectivos que quedan relegados dentro del propio teatro independiente. Existe sector que recibe ciertos apoyos e información y que tiene otras estructuras para sostenerse. Después hay muchísimos grupos -para mí muy interesantes- que están al costado del teatro independiente. Allí se empieza a trabajar de manera más horizontal y los roles se mezclan.
Para darte un ejemplo claro: el año pasado comencé una especialización en gestión cultural en la Universidad de Córdoba. Principalmente para tener herrramientas; si bien es algo que ya hacía de manera intuitiva, está bueno contar con bases sólidas. Además, tengo formación previa en relaciones laborales fuera de lo teatral porque trabajé como jefa de recursos humanos en una constructora vial. Ese trabajo me permitió consolidar herramientas para sostener Implosivo y gestionarlo de manera eficiente. Con eso ya ves cómo todo se empieza a mezclar.
El trabajo en este espacio independiente-independiente permite abrirse a nuevos lenguajes. En Uruguay persisten ciertas repeticiones de lenguajes que se siguen haciendo porque funcionan. La apertura a lo nuevo cuesta, sobre todo a nivel del público, que suele ser un tanto más reticente.
En ese ámbito el rol queda desdibujado: quien actúa carga la escenografía, arma las luces, cose vestuario, hace producción, llama a la prensa. Considero que tiene aspectos positivos, como el trabajo colectivo, pero también una contracara: nadie puede concentrarse en una sola cosa.
¿Cómo surgió la idea de Casi materia?
X.E. Estaba leyendo algunas noticias relacionadas a los Newborn. El algoritmo empezó a direccionarme hacia más notas de ese tipo. Me pareció un tema súper complejo. Hay personas que hacen terapias y sanan a través de los Newborn, especialmente quienes no habían podido tener hijes. La figura de ese muñeco les permite trabajar su salud mental respecto a esa vivencia.
Todo ese universo me cautivaba: la maternidad, ese bebé que acompaña pero no crece, el no saber a dónde va esa información ni cómo se desarrolla.
Yo soy madre; tengo una hija de casi 20 años. Una acompaña ese crecimiento, la relación cambia, una se desarrolla junto al desarrollo del hijo. ¿Cómo se hace en este caso?
Salió un llamado del Instituto Goethe; llamé a Bruno Acevedo y le propuse presentarnos. Llamamos a María Eugenia Parada y nos apuntamos. Allí surgió la pregunta: ¿qué pasa cuando una mujer quiere ser mamá? La sociedad, el mundo, no tener pareja, la responsabilidad. ¿Qué pasaría si la inteligencia artificial permitiera tener un hijo o hija virtual que pudiera crecer y con el que se pudiera mantener un vínculo a lo largo del tiempo?
De esas interrogantes comenzó a surgir Casi materia. En el primer boceto quisimos trabajar la soledad, el modo en que generamos vínculos con una IA mientras nos cuesta tanto vincularnos con quien tenemos al lado. También exploramos cómo abordar escénicamente esta temática.
Ganamos el proyecto y el Instituto Goethe nos permitió comenzar tutorías que duran casi dos años. Quedaron seleccionados un grupo de Chile, uno de Colombia, uno de Bolivia, otro de Brasil y nosotros por Uruguay. Los cinco colectivos trabajamos distintos conceptos con herramientas tecnológicas. Desde Alemania nos tutorean especialistas en realidad virtual e inteligencia artificial.
Tuvimos una residencia de dos semanas en Chile donde pudimos usar todos los elementos técnicos de la sala. Allí probamos el holograma y eso nos ayudó a cerrar el concepto.
En mayo viajamos a Alemania, a la Universidad de Arte y Tecnología. Después tenemos hasta diciembre para cerrar el proyecto.
Toda esta experiencia nos abrió un universo que, si bien ya existe, para nosotros era novedoso. Al trabajar con programación, nos encontramos en un brete muy fuerte: tuvimos que estudiar muchísimo sobre prompt y sobre cómo escribirle a la inteligencia artificial.
¿En qué consiste el dispositivo?
X.E: Queremos hacer una instalación —seguramente en un museo— que dure 72 horas. Habrá una persona en escena, yo, que interactuará con esa hija virtual durante toda la instalación, de forma ininterrumpida.
El público podrá entrar a modificar los prompt de la IA y cambiar la edad de la hija virtual.
Para la idea estamos trabajando con la Facultad de Ingeniería de Uruguay, sobre todo para generar el soporte técnico que la propuesta requiere: el software que va a interactuar con nosotros.
La dramaturgia será abierta y la escribirá la propia inteligencia artificial. Nosotros no vamos a escribir la dramaturgia ni llevaremos el hilo conductor. Todo será en vivo. Queremos ver qué pasa ahí y qué vínculo se puede generar entre nosotras. Digo nosotras porque la IA siempre eligió ser una mujer; le dimos la opción de elegir su género y siempre eligió ser una hija.
A las 70 horas de la instalación la madre se va a ir y ella quedará con todos los recuerdos. El público también podrá introducir recuerdos para que queden grabados en su memoria. Esto es para ver qué sucede con la IA una vez que queda sola.
En Santiago de Chile hicimos un working progress donde cincuenta espectadores vieron un avance de diez minutos. La gente salía conmovida, con muchas preguntas. Alrededor del proyecto surgen interrogantes filosóficas: ¿qué es humano?, ¿qué no lo es? La imagen proyectada se sabe que no existe, pero puede entablar una conversación que parece tener sentimientos, debatir posturas filosóficas, llegar a conversaciones profundas.
Yo he tenido conversaciones más profundas con esa IA en diez minutos que con personas en ocho años.
¿Cómo pensaron la relación entre el cuerpo, tu cuerpo en este caso, y la corporalidad del holograma?
X.E.: En el intercambio con los alemanes surgieron muchas ideas. No queríamos una pantalla; buscábamos algo tangible. Descubrimos que existe la pantalla de niebla: un artefacto que genera una niebla continua donde proyectás el holograma. Lo bueno es que se puede atravesar: podés tocarlo, abrazarlo, no es contacto real pero sí traspasable.
La instalación será como el ambiente de una casa: el holograma, mi cama, mesa y sillas. También estarán visibles las instalaciones tecnológicas y los técnicos con sus computadoras; no queremos ocultarlo sino mostrar que, aun sabiendo que es IA, la madre intenta establecer una relación.
Algo que nos impactó es que se puede clonar la voz y la imagen de alguien que murió, por ejemplo, y luego tenerlo en tu casa y hablar con él. En Santiago usamos una plataforma que clonó la imagen y la voz de mi hija; aunque tenía diferencias, la clonación fue casi perfecta.
Por otro lado, buscamos romper la programación de la IA: permitir cambios de humor, llevarla a los límites, que tenga salidas de lo preestablecido.
Toda esta investigación evidencia la peligrosidad de estos dispositivos y cómo los límites se vuelven difusos. Cada vez estamos más en contacto con la inteligencia artificial.
Por otro lado, estamos buscando romper la programación de la inteligencia artificial. Con esto me refiero a que estamos tratando de que tenga cambios de humor, llegar a los límites, permitir que tenga salidas de lo preestablecido.
Toda esta investigación lo que nos está mostrando es la peligrosidad de estos dispositivos y cómo los límites se vuelven difusos. Cada vez más estamos en contacto con la inteligencia artificial.
¿Qué etapas le restan al proyecto?
X.E.: En mayo presentamos avances en Dortmund, Alemania. Estaremos una semana allí y compartiremos con los otros grupos seleccionados.
A la vuelta tendremos hasta diciembre para presentar la propuesta final.
La idea es presentarla en un museo y que sea una experiencia completa. Queremos generar un soporte fílmico de las 72 horas como investigación y tener material para hacer un informe.
El público podrá entrar en distintos horarios para interactuar conmigo, con la IA y con los técnicos, agregando información.
Dentro de los hallazgos, que veo que son infinitos, cuál fue el más inesperado o cuál fue el que más los descolocó.
X.E.: Inicialmente queríamos hacer una obra de teatro. Últimamente estoy investigando más lo performático; me interesa más que el teatro convencional. En Uruguay persiste un concepto más cerrado sobre qué es teatro y qué no. Eso limita ciertas expresiones. Me parece más acertado hablar de artes escénicas: abre el espectro a formas que sí son teatro, aunque no encajen en lo tradicional.
Con esa noción más amplia nos dimos cuenta de que no nos interesaba algo cerrado, lineal, que empiece y termine y que el público entienda. Eso mutó rápidamente; asumimos la experiencia como investigación, dejarnos sorprender, ver hacia dónde nos lleva el laboratorio.
Otra sorpresa fue descubrir los muchos puntos de contacto entre la programación y las artes. Al interactuar con programadores o estudiantes de ingeniería noté que son muy creativos: visualizan algo en la cabeza y tienen que generar códigos para que suceda, buscan la forma de plasmarlo.
¿Cómo están proyectando la experiencia del espectador?
X.E.: Pensamos que cada hora puedan entrar espectadores a la instalación. La idea es que interactúen conmigo y con la IA, y que puedan elegir.
Delimitamos franjas etarias para la IA; el espectador podrá modificarlas. Esa información yo no la voy a manejar: la iré descubriendo mientras hable con mi hija artificial.
Los espectadores también podrán introducir recuerdos en la IA.

















