Estamos en la casa de Marianella Morena. No hay telón, ni butacas, pero sí un texto definido, aunque maleable ante las necesidades escénicas. En ese espacio íntimo y despojado, el ensayo se vive como una obra en sí misma. Todo ocurre allí, en el presente del cuerpo y del pensamiento.
Marianella —dramaturga, directora y agitadora de formas— ensaya su próxima obra: Animales de Dios. El musical, una creación que desmonta con ironía feroz los mecanismos del poder, inspirada en uno de los escándalos económicos más grandes de los últimos tiempos en Uruguay: la estafa de Conexión Ganadera. Esta vez no está sola: la dramaturgia nace del trabajo conjunto con la actriz, directora y escritora Florencia Caballero Bianchi, en un proceso de escritura colaborativa que da origen a un texto vivo, impredecible, de múltiples voces y registros.
Ingresar a sus ensayos es presenciar una forma de creación teatral profundamente encarnada. Aquí no se repite, se explora. No hay línea que no pueda transformarse. El trabajo se sostiene sobre preguntas, intuiciones y tensiones que se traducen en los cuerpos. Conozco bien el universo escénico de Morena, pero esta vez estoy entre bambalinas, observando un laboratorio más que una sala de ensayos. Su dirección parte de una premisa interesante: “Lo que define al poder es la arbitrariedad”, dice.
Y esa arbitrariedad es la que pone a prueba a cada personaje: ¿Qué los mueve cuando nadie los observa? ¿Qué deseos, qué mandatos, qué fantasmas? El poder no es solo un tema; es un pulso que atraviesa cada vínculo en escena, desestabilizando certezas, rompiendo simetrías, abriendo grietas por donde se cuela lo dramático. Morena no se queda ahí. Introduce un concepto radical: el derrumbe. Pide a sus actores que lo habiten, que lo busquen en sus cuerpos. “¿Cuál es la intimidad del derrumbe?”, pregunta. Les propone pensarlo desde una visión pornográfica: eso que se intenta esconder, lo que el pudor no logra ocultar del todo.
El cuerpo, entonces, se convierte en territorio de despliegue y resistencia. Un cuerpo que no solo transmite, sino que piensa. Que no solo ejecuta, sino que decide. Morena propone recordar a un actor argentino, no lo nombra, cuyo trabajo comenzaba desde las sensaciones físicas. “El relato debe ser lo que el cuerpo está diciendo”, sentencia. En ese mapa del derrumbe, introduce otro juego: el “cien de la seducción”. Pide a los actores que midan sus personajes en una escala del 0 al 100: ¿Dónde se ubican sus emociones?, ¿cómo varían con el tiempo?, ¿cuándo estallan?
Cada actor recibe una brújula personal con la que navega entre el texto, la escena y su intuición. Así, los personajes crecen fuera del texto, se liberan de su tutela, se vuelven entidades autónomas. Desde Barthes, podríamos decir que Marianella trabaja con personajes post-textuales, que ya no responden al autor sino a su propia lógica interna.
El periodismo como frontera de la ficción en escena.
Entre los elementos más sorprendentes del proceso está la inclusión del periodista real Antonio Ladra en la obra. En escena, es él mismo —pero también otro—, entrevistando personajes ficcionales que representan a figuras fácilmente reconocibles del caso Conexión Ganadera. Su presencia rompe el artificio.
En ese juego de espejos entre lo real y lo ficticio se instala uno de los núcleos más potentes de esta creación. Las preguntas que formula abren fisuras. Las respuestas, que parecen repentinas, improvisadas, muestran la inteligencia colectiva de los actores para activar nuevas capas del discurso. El movimiento escénico transita de la tensión a la distensión: datos reales, sarcasmos, silencios incómodos.
El ensayo, un espacio de composición.
Las dos dramaturgas intervienen con claves sugerentes, probando posibles situaciones que se articulan en la dinámica del ensayo, sin imponer una dictadura textual. No se pretende que el actor sirva a las necesidades del texto, sino de que lo expanda, lo rompa, lo transforme. “El cuerpo no debe ser solo un vehículo del relato”, dice Marianella.
La obra, entonces, se construye como un edificio inestable, donde se incorporan elementos que surgen del proceso: una idea, un gesto, un objeto que pueden desviar el trayecto escénico original.
Asistir a estos ensayos es ver la obra antes de la obra. Es entender que el teatro se construye en tiempo real. El conflicto se dispara en múltiples emociones que tensan la escena para mantenerla viva, imprevisible.
La obra comienza con los cuatro personajes en una esquina, como si estuvieran en un ring de boxeo. Pero cuando suena la campana, no pelean: cantan.
En esa apertura musical ya están condensados los principales tópicos de la pieza: el poder como juego, el dinero como deseo, la política como máscara.
Los cuadros que siguen no son escenas cerradas. Tienen correspondencias semánticas. Cada personaje se presenta en función del juego que lo define: apuestas, traiciones, simulacros, engaños. El artificio – ¿real o ficcional? - desemboca en una bacanal de poder donde los empresarios ganaderos _ perfectamente reconocibles— terminan burlando al sistema.
En ese mundo, el ganado no solo es el medio de la estafa millonaria. También es metáfora de una población que asiste desde la vacía indignación a los manejos más brutales del poder.
Pero dejemos las metáforas y los conceptos para hablar de los cuerpos. Porque para sostener la complejidad escénica y soportar el ritmo, la tensión y la enorme exigencia de la obra están los actores que, en cada ensayo, van a más. El elenco está integrado por María Mendive, Álvaro Armand Ugon, Carlos Rompani, Alejandra Artigalas y la participación especial del periodista ya mencionado, Antonio Ladra.
Los cuatro actores principales poseen un gran manejo del cuerpo en el espacio, con un despliegue energético que, seguramente, provocará en los espectadores una sensación de montaña rusa. Por otra parte, la comunicación entre ellos es constante, más allá de los parlamentos.
A nivel compositivo, les basta un objeto para transformarse, desde la columna, la postura, la voz. En cada ensayo veo como reconfiguran el cuerpo para responder a la intensa dinámica que exige la pieza.
Una ficción con tesis
Animales de Dios nos propone, desde un humor muchas veces cargado de ambivalencias, analizar todos los aspectos complejos que se esconden en una estafa y hasta qué punto, mientras todo es un juego, las personas pueden volverse simples fichas descartables. En esta puesta, el foco temático es signo y clave.
La obra ficcionaliza la intimidad de los poderosos, pero el problema no se desenfoca, por el contrario, se convierte en un caleidoscopio. La obra se pregunta por la culpa, por la justicia, por la impunidad y por las responsabilidades. Si prestamos atención, tal vez nadie quede libre de culpa.
Lo moreniano como estética Marianella
Morena sabe construir espectáculo desde lo político sin caer en el panfleto. La escena es su geografía donde da vida a todas las historias, con una claridad temporal en la que no hay lugar para lo tibio. Su ironía, cargada de un tinte sarcástico, se cuela en los diálogos, en las canciones, en la forma en que los personajes se descomponen en escena. Su teatro es incómodamente actual.
El trabajo junto a Florencia Caballero le da una densidad textual en el que dialoga lo ridiculizante de nuestro tiempo con líneas dramáticas agudas.
La fecha de estreno de la obra está pensada para el 11 de octubre, en el Teatro Circular de Montevideo y les aseguro que no van a querer perdérsela.