De Adriana Genta y Patricia Zangaro.
Escenografía, vestuario, iluminación y dirección: Carlos Ianni.
De Adriana Genta y Patricia Zangaro. Dirección: Carlos Ianni.
De Adriana Genta y Patricia Zangaro
Con
Julieta Bottino
Carolina Erlich
Teresita Galimany
Juan Lepore
Andrea Magnaghi
Hugo Men
Josefina Recio
María Svartzman
Fotos:
Soledad Ianni
Entrenamiento musical:
Osvaldo Aguilar
Asesoramiento escenoplástico:
Jorge Ferro
Escenografía, vestuario, iluminación y dirección:
Carlos Ianni
Espectáculo sin intervalo
Duración: 65 minutos
Temporada 2011
En su célebre artículo de 1934, "Cinco dificultades para decir la verdad", Brecht había escrito: "Si en nuestra época es posible que un sistema de opresión permita a una minoría explotar a la mayoría, la razón reside en una cierta complicidad de la población, complicidad que se extiende a todos los dominios". Un año más tarde comenzaría a escribir los veinticuatro episodios de "Terror y miserias del Tercer Reich", en los que, basándose en testimonios y noticias publicadas por la prensa, relata un puñado de pequeñas historias de cobardía, complicidad y violencia de la sociedad alemana dominada por el nazismo.
Cuando Carlos Ianni nos convocó para concebir la dramaturgia de un espectáculo que se preguntara sobre el terror y las miserias de nuestra propia sociedad durante la última dictadura militar, empezamos a avizorar la inquietante operatoria del miedo deslizándose por los agujeros de un tejido social resquebrajado, impregnando el imaginario de ciudadanos comunes y corroyendo hasta los vínculos más íntimos, para engendrar silenciosas complicidades con la represión y domésticas reproducciones del sometimiento. De esas indagaciones surgieron estas historias, tan insignificantes y oscuras como las criaturas que las habitan.
Adriana Genta y Patricia Zangaro
"La complicidad de la inocencia" es la obra dirigida por Carlos Ianni que cada semana apela desde el escenario del CELCIT a repasar la responsabilidad de la clase media en el destino y en la suerte colectiva que acarreó la última dictadura cívico-militar en la Argentina.
El teatro es un arma poderosa para reflejar cual espejo una imagen no siempre agradable de la sociedad que lo mira, aunque sin duda necesaria. Es el caso de "La complicidad de la inocencia", obra que cada semana se presenta en el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT) y que sube a las tablas aquellas miserias cotidianas que culminaron por dar cuerpo a un período nefasto de la sociedad argentina.
El mentor, director, iluminador, vestuarista de la obra y director del CELCIT, Carlos Ianni, se propuso mostrar las "domésticas reproducciones del sometimiento" y las complicidades de la sociedad civil durante la última dictadura cívico-militar que azotó a la Argentina. Y eso hizo.
Sobre esa idea, las autoras Adriana Genta y Patricia Zangaro trabajaron también sobre la propuesta de Bertol Brecht, en la obra "Terror y miserias del Tercer Reich", quien narró en 24 episodios y con la base de las noticias publicadas por los diarios, la cobardía y la violencia de la sociedad alemana durante el nazismo.
¡Conozcan la historia de la criatura mutilada!
Ianni da cuenta de su búsqueda: "Hablar de las conductas suicidas de la clase media argentina que se repiten en todos los períodos históricos". Concentrado en la última dictadura, el director y las escritoras optaron por relegar "el abordaje habitual de víctimas-victimarios" para contar "aquello que le pasaba a la gente común".
¿Suicida?
Si, usó el término como "disparador" para abordar "la mirada miope" de quien no ve qué pasa alrededor. "Son valores y conductas que la dictadura impuso, como la falta de solidaridad y el sálvese quien pueda, y que se mantienen de diferente manera; más allá de los muchos que tuvieron participación activa en la represión y que siguen en libertad".
Un desinterés que Ianni ejemplifica con "el `deme dos´ de José Alfredo Martínez de Hoz y hasta en los viajes (de la clase media al exterior durante la década de 1990) en el `uno a uno´, mientras se destruía el aparato productivo".
¡Pasen y vean! "¡Cincuenta centavos en la ranura y vean la criatura más monstruosa! ¡Sin ojos, sin brazos, sin piernas! ¡Cincuenta centavos! ¡El monstruo que habla!" invita en clave de feria un personaje que promete un espejo.
La puesta de luces impregna a la sala de intimidad y pone sobre relieve a los ocho actores que suben a escena para dar vida a una obra que se desarrolla en seis historias cortas interpretadas por parejas (dos amigas, dos vecinas, ex novios y un matrimonio) que hablan del temor, del silencio y de la complicidad de la clase media en la década de 1970.
Tras dos años de investigación y seis meses de ensayo, el espectáculo que se presenta en Moreno 431 interpela de un modo diferente a quienes vivieron la época y a quienes no. A los primeros, les "provoca el revisar que hicieron y, en general, una gran incomodidad. Y entonces, el espectáculo cumple su cometido. Quienes no vivieron la época, debaten y se llevan inquietudes" advierte su mentor.
Ianni busca provocar la reflexión, "además del goce estético" aclara y repasa la coyuntura local para observar "un cambio enorme durante los últimos 25 años donde explotó la poética (frente al teatro realista que caracterizó la escena, por ejemplo, de la década de 1960) y la sobre oferta".
El payaso de circo, el teatro de objetos y el de sombras fueron técnicas marginales durante mucho tiempo pero recuperadas durante los últimos años, y son herramientas a las que este espectáculo recurre y suma matices. Los objetos y la música en vivo se intercalan en la historia para "crear zonas que ayuden a metabolizar lo que pasó" agrega su director.
A la manera de Bertolt Brecht en "Terror y miserias del Tercer Reich", las autoras Adriana Genta y Patricia Zangaro trazan un panorama de las traiciones y agachadas de la población civil argentina durante la última dictadura. Así, en breves pinceladas, se señalan diversas taras de aquel momento, con personajes que niegan el golpe de Estado, otros que aprovechan ciertos privilegios laborales para «apretar» al prójimo y aquellos directamente vinculados con la represión. Del otro lado, hay víctimas que no tienen a quién recurrir. El leitmotiv de la pieza, cuyas partes son presentadas por una suerte de murga triste, es la vieja constante de no querer saber. Hay muchas referencias que certifican la estirpe nacional del asunto, y que pueden dejar un sabor amargo en aquel espectador que vivió los años de plomo. El director Carlos Ianni maneja con soltura un elenco numeroso y de gran rendimiento.
Al entrar a la sala del CELCIT, el clima es de alegría. Los actores reciben al público al compás de instrumentos de percusión, se balancean y sonríen a los espectadores. Cuando las luces se apagan, y cada uno ocupa su lugar alrededor de la escena, todo cambia.
Siguiendo el modelo que usara Bertolt Brecht en "Terror y Miserias del Tercer Reich", Patricia Zangaro y Adriana Genta idearon la dramaturgia de "La complicidad de la inocencia".
Se trata de una serie de instantáneas que recrea la cotidianeidad de la clase media argentina durante la última dictadura. Y que muestra cómo la cobardía, la traición, el maltrato y la violencia se intercalaron sigilosamente en ese entramado privado para volverlo aterrador.
En todos los episodios, los personajes establecen vínculos asfixiantes, tortuosos, cuyos intercambios reiteran el esquema del sometimiento. También son un reflejo de la dialéctica del afuera, una zona que ellos prefieren no transitar para quedar encerrados en sus prejuicios y miserias.
Ese mosaico de resignadas voces anónimas se acalla cada tanto para dar lugar a un personaje que interviene desde el comienzo hasta el final. Una presentadora de feria promete un prodigio que no llega, pagando el “freak” las consecuencias de su silencio.
Dirigidos con acierto por Carlos Ianni (responsable también de la escenografía, el vestuario y la iluminación), los actores cumplen su tarea a la perfección, que excede, por momentos, la de la interpretación para volverse músicos y asistentes escenográficos. Historias mínimas que con eficacia nos interpelan de manera directa hasta el día de hoy.
"La complicidad de la inocencia": las atrocidades históricas se repiten.
La pieza de Adriana Genta y Patricia Zangaro demuestra que cíclicamente, en el mundo se repiten una y otra vez las mismas atrocidades.
"La complicidad de la inocencia" se inspiró en "Terror y miserias del Tercer Reich" de Bertolt Brecht, en la que el autor alemán aludía a la sociedad alemana dominada por el nazismo.
En ese caso se trata de hacer referencia, mediante pequeñas situaciones, jugadas por dos o tres actores, a lo sucedido durante el Proceso.
El compromiso o no, el silencio y el hablar de lo sucedido, el ser testigo de un hecho y negarlo ante la vista de todos, por temor, por inconsciencia, son parte de este juego dramático, si se quiere didáctico, que apela a la comunicación inmediata y directa con el espectador.
MINI-HISTORIAS
Las autoras hilvanan distintas escenas, a las que Carlos Ianni desde la dirección y su equipo de actores supieron otorgarle el clima a estos 'bocetos' de historias, que por momentos adquieren un leve tono de ironía, de drama, o una cierta atmósfera que parece remitir al policial.
Esos son los instantes en los que una pareja se prepara para comer y el marido llega tarde. La escena en la que dos chicas quedan encerradas en el baño de un bar, luego de una supuesta razia por parte de equipos militares; o la secuencia de la mujer que alberga en su casa a la pequeña hija de un desaparecido.
La puesta en escena de Carlos Ianni es dinámica en su relación con el espacio y la división entre un sketch y otro, en cuyos intermedios les añade una musicalidad percusiva hecha con elementos cotidianos, a la vez que un muñeco de trapo, se convierte en referente de aquellos que prefieren guardar silencio, ante la evidencia de los hechos.
En "La complicidad de la inocencia", el director Carlos Ianni apeló a un montaje que bien puede ser trasladable a un parque, o a otro espacio cerrado o abierto, no necesariamente un teatro, lo que le permite retomar las raíces de lo netamente popular, al estilo de como lo veía Augusto Boal, en su teoría sobre el 'teatro del oprimido'.
La obra "La complicidad de la inocencia" de Adriana Genta y Patricia Zangaro, con dirección de Carlos Ianni, nos propone revisar nuestra historia reciente: aquel tiempo de siniestra negrura que tuvo comienzo en marzo de 1976.
Pero esa revisión no se propone alumbrar los grandes acontecimientos, sino aquellos pequeños del diario vivir, tampoco se ocupa de personajes que dejaron su huella en la historia sino de los seres a los que se les llama “anónimos” que forman parte de nuestra sociedad.
Esta mirada coloca al espectador en la situación de repensar hasta que punto la sociedad argentina no engendraba en sus entrañas ese monstruo que derribó derechos y leyes. Porque en las distintas situaciones que presenta la pieza se vislumbra a hombres y mujeres que con sus acciones (desde mirar un partido de fútbol a delatar) dibujan un perfil de sociedad autoritaria e indiferente ante el dolor ajeno y egoísta.
Genta y Zangaro tomaron la estructura de la obra "Terror y Miserias de Tercer Reich" de Bertolt Brecht, y en cortas escenas hacen desfilar esos terrores y miserias que nos enfrenta a un espejo que nos devuelve una imagen perturbadora.
Carlos Ianni al utilizar mínimos elementos escenográficos para crear el ámbito de cada historia (hay que decir que cada elemento que se utiliza tiene un peso preponderante en el desarrollo de las escenas), puso en primer plano a la situación y a la actuación.
El elenco logra la difícil tarea que con escuetos pincelazos se pueda ver la idiosincrasia de sus personajes. Mención especial al trabajo de actuación y manipulación de Carolina Erlich, en una labor de sensible hondura.
El diseño de vestuario es otro punto alto ya que ubica la época y la clase social que es atravesada por estas miserias.
Este necesario volver a mirarnos posibilita, a los que vivimos esos años, a reflexionar acerca de nuestra responsabilidad en la instalación del horror, y a los que vinieron luego los invita a no repetir ese terrible error del des-compromiso que marcó a fuego esta sociedad y que, a duras penas, está intentando de enmendar.
Historias de personas que tratan de sobreponerse a la dolorosa realidad del terror.
Autoras : Adriana Genta y Patricia Zangaro. Intérpretes : Julieta Bottino, Carolina Erlich, Teresita Galimany, Juan Lepore, Andrea Magnaghi, Hugo Men, Josefina Recio, María Svartzman. Escenografía, vestuario, iluminación y dirección : Carlos Ianni. Sala: Celcit (Moreno 431). Funciones : sábados, a las 22.30 y domingos, a las 20.
Nuestra opinión: buena
Siguiendo la estructura de la pieza de Bertolt Brecht Terror y miserias del Tercer Reich , Adriana Genta y Patricia Zangaro conciben una serie de pequeñas historias que expresan algo del terror que se vivió en la Argentina, durante la última dictadura militar. Son fragmentos recogidos en la ciudad, de fuerte carga dramática, y que muestran a hombres y mujeres que intentan sobreponerse a una dolorosa realidad.
Un personaje central convoca a tomar contacto con esos mundos particulares. Lleva en su mano un monstruo y explica que él va a hablar. Pero su silencio se convierte de inmediato en un testimonio que los actores transformarán, una y otra vez, en una nueva muestra de unas vidas que se desarrollan entre miedos y traiciones.
En esos mundos privados se combina lo cotidiano con la incertidumbre, la desesperación, la búsqueda de verdad. Esos seres cargan sometimiento y, sobre todo, mucha desesperanza.
Unos mínimos elementos escenográficos van aportando el marco para acotar cada situación. Dentro de ella, sólo los personajes y sus realidades afloran con fuerza. En verdad, no importa el espacio en el que la acción se desarrolle. Sólo es necesario reconocer que esos hechos que se muestran se repitieron en nuestra sociedad durante aquellos años y sus marcas aún provocan conmoción.
Con una rigurosa dirección de Carlos Ianni, que dibuja con trazos muy estilizados sobre el espacio escénico las entradas y salidas de cada uno de los personajes, el grupo de actores logra dar vida a ellos con mucha verdad. En un breve tiempo consiguen dar cuenta de acontecimientos muy duros. Las conductas de esos individuos resultan hoy, señales muy reconocibles. Y aunque entre situación y situación una música de feria popular intente sacarnos de ese dolor, no logrará hacerlo. Esos dramas forman parte de nuestra historia como país y no podrán separarse de ella.
Adriana Genta y Patricia Zangaro son las autoras de "La complicidad de la inocencia", una obra de fuerte contenido político que aborda ciertas conductas de cobardía o convencimiento durante la última dictadura militar.
Uruguaya de nacimiento y con muchos años entre nosotros, Genta es responsable de piezas como "La pecadora" y "Estrella negra", y Zangaro una de las principales autoras argentinas ("A propósito de la duda" y 40 obras más), ninguna de las dos son prescindentes de la historia y lo social.
La obra, que se estrenó en la sala del CELCIT, toma como evidente ejemplo -así lo expresan las dramaturgas- la estructura de "Terror y miserias del Tercer Reich", de Bertolt Brecht, donde el alemán fijaba en 24 ejemplos el comportamiento de su contemporáneos frente al nazismo.
En este caso son menos, pero algunos fuertemente apoyados en esa debilidad humana que frente a lo monstruoso enquistado en un Estado elige el no saber y aún el colaboracionismo como forma de desentenderse de esa realidad incómoda.
El texto, sugerido a las autoras por el director Carlos Ianni, deja en claro que, como decía Brecht, sin la complicidad de una buena parte de la población el fenómeno de la dictadura que arrasó la Argentina no hubiera sido posible.
Primero hubo que degradar lo anterior, que ya se degradaba solo, para después convencer a través de los medios de comunicación y el boca a boca de la necesidad de manos duras y ordenadoras de lo que se entendía fuera de lugar; un discurso que todavía hoy algunos repiten.
Así, entre otros conflictos, hay dos mujeres que se encuentran encerradas junto a unos cadáveres, unos ex amantes atravesados por el adulterio y la delación, una mujer que debe justificar frente a otra que su esposo preso no es un "subversivo".
Nadie dice en concreto lo que está sucediendo, todos eluden hablar de lo que todos saben y piensan, como sucedía realmente en las calles y aún en el ámbito privado, donde se desarrollan en su totalidad los episodios de la pieza.
Para darle una característica bien argentina, una animadora que maneja un monigote al que llama "el monstruo que habla", y que sistemáticamente se niega a hacerlo, hace alusión a "El Eternauta", la clásica historieta creada por el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López.
La diferencia, concluye, radica en que la metafórica nieve fosforescente que acababa con las vidas en los cuadritos del creador desaparecido no venía en este caso del espacio exterior, sino que se había gestado dentro de fronteras en busca del "enemigo interno".
Esa es prácticamente la única mención al papel jugado por las fuerzas armadas en la tragedia nacional, ya que todo lo demás es elusivo, dicho con sobreentendidos, nunca como enunciación; y si bien por cierto lado funciona bien en lo dramático, puede dar lugar a confusiones para un público juvenil que no haya respirado aquel aire.
Brecht no le temía a lo didáctico, de hecho su teatro lo era, cubierto por la técnica y la forma de desmenuzar las acciones; como también lo fue "Terror y miseria en el primer franquismo", de su émulo José Sanchís Sinisterra, representada en el mismo escenario hace dos temporadas.
Ambos recurren a varios géneros para dibujar sus tragedias, incluido el humor, un elemento que falta en "La complicidad...", cuyos esquicios están jugados en un tono naturalista y, por lo general, tienen un final abrupto y emotivo.
Esa característica del texto, y la dirección de Ianni, no descalifican de ningún modo la entidad de un espectáculo que apuesta a la memoria y que cuenta con los auspicios de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Abuelas, el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) y otros organismos de derechos humanos.
El elenco es parejo y eficaz, y está integrado por Julieta Bottino, Carolina Erlich, Teresita Galimany, Juan Lepore, Andrea Magnaghi, Hugo Men, Josefina Recio y María Svartzman, ubicados en el programa de mano en orden alfabético y sin especificación de roles.
"La complicidad de la inocencia" se ofrece en la sala del CELCIT -Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral-, Moreno 431, los sábados a las 22.30 y los domingos a las 20.
Entrevista a Patricia Zangaro, Adriana Genta y Carlos Ianni, por La complicidad de la inocencia.
Para realizar la obra, las dramaturgas se basaron en un texto de Bertolt Bretch, con la idea de “reflexionar sobre la conducta suicida de la clase media, el hecho de adaptarse a períodos nefastos de nuestra historia”, según el director.
¿Es posible condensar en cinco puntos la dificultad de expresar una verdad en tiempos autoritarios? El dramaturgo, ensayista, poeta y teórico alemán Bertolt Brecht supo resumir su opinión en los cinco apartados de un texto escrito en 1934, que circuló clandestinamente en la Alemania de 1941 y antecedió a Terror y miseria del Tercer Reich, otra exposición de dificultades, enmarcadas en veinticuatro episodios. En esta creación de Brecht, elaborada entre 1935 y 1938 en colaboración con Margarete Steffin, se intercalan episodios trágicos y otros de comicidad bufa, descubriendo verdades y mentiras, complicidades y resistencias. Tomando como referente esta obra que –entre otras del autor alemán– se convirtió en alerta respecto del transformismo ideológico y el real desprecio de los opresores, las autoras Patricia Zangaro y Adriana Genta y el director Carlos Ianni (Donde el viento hace buñuelos, Minetti, Los ojos abiertos de ella) presentan hoy, a las 22.30, un espectáculo que atrapa desde el título: La complicidad de la inocencia.
Aquí no son el terror ni la miseria del período nazi los que gobiernan, sino los miedos y complicidades de un segmento de la sociedad argentina durante la última dictadura militar. En diálogo con Página/12, Zangaro (autora de Pascua rea, Auto de fe... entre bambalinas, A propósito de la duda, Las razones del bosque, entre otras piezas valoradas a nivel internacional) y Genta (La pecadora, Estrella negra y otras, también destacadas) definen a este espectáculo como “rioplatense” –en alusión a la nacionalidad uruguaya de Genta, quien reside desde hace décadas en la Argentina– y subrayan la iniciativa de Carlos Ianni, escenógrafo, vestuarista, iluminador y director de esta obra. La complicidad... se ofrece en la sala del Celcit (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral), institución que Ianni dirige y preside el actor, dramaturgo y director Juan Carlos Gené.
–¿Qué motivó este trabajo, más allá de la referencia a la obra de Brecht?
Carlos Ianni: –Me interesaba reflexionar sobre la conducta suicida de la clase media, el hecho de adaptarse a períodos nefastos de nuestra historia, desde los más lejanos hasta los recientes. Después vino la pregunta sobre la época en que habríamos de detenernos. En las reuniones fueron apareciendo las distintas dictaduras, los años del menemismo... hasta que, finalmente, decidimos instalarnos en la última dictadura militar.
Patricia Zangaro: –Fue un período que cortó de una manera brutal a nuestra historia y arrasó en todos los planos, en el plano económico, político, cultural... Fueron también los años en los que se quiso acabar con nuestra memoria colectiva y personal.
–¿Por eso toman en cuenta lo cotidiano?
C. I.: –En estos últimos años se escribió mucho sobre la dictadura, y no queríamos repetir lo que otros habían hecho. Nos pareció que al escenificar el impacto que este sistema opresor produjo en la gente común, estábamos aportando nuevas miradas.
–¿De ahí el título de la obra y la mención al escrito de Brecht de 1934?
P. Z.: –En ese artículo, “Cinco dificultades para decir la verdad”, Brecht dice, entre otras cuestiones, que si en un sistema de opresión una minoría explota a la mayoría es porque hay una cierta complicidad en la población.
–Y miedo real...
Adriana Genta: –En una dictadura, el miedo afecta a toda la sociedad. La violencia destruye y deja heridas que generan cambios en la conducta. El miedo actúa como represor y favorece la complicidad. Ante estas situaciones que mostramos en la obra, una puede preguntarse sobre las agachadas que se dan en una sociedad herida. Si revisamos nuestra conducta, y la de otros, comprobamos que en épocas dictatoriales el miedo es mayor y más fuerte que el amor y la solidaridad. Brecht lo mostró refiriéndose al Tercer Reich, así como el español José Sanchís Sinisterra lo hizo en Terror y miseria en el primer franquismo, donde están presentes la derrota, la propaganda franquista, el hambre (en el cuadro Plato único), el exilio interior y exterior, y la incidencia de la religión. En La complicidad..., las escenas son las de nuestra historia y las conductas, las que corresponden a la clase media.
–¿Por qué esa insistencia en una clase?
A. G.: –Porque debido a su funcionalidad tiene un gran peso en el conjunto de la sociedad. En nuestra obra esa clasificación es amplia: tomamos comportamientos de la clase media y la clase media baja; sectores dispuestos o sensibles a incorporar el patrón cultural que se le impone, y sobre todo a reproducirlo. Los políticos saben que hay que contar con la clase media para llegar al poder.
P. Z.: –Es la gran protagonista de nuestro tiempo, y la clase que durante la dictadura incorporó conductas que no la favorecían. Aferrada en general a su cotidianidad, se convirtió en cómplice al reproducir los mecanismos de la opresión y del miedo, y adherir al estado de sospecha. Para nosotras, como autoras, la obra de Brecht es un elemento modélico, porque nos ayudó a articular el trabajo.
–¿Influye la conformación en escenas breves que, incluso, pueden ser presentadas por separado?
P. Z.: –Esa estructura nos permitió trabajar juntas y al mismo tiempo no perder autonomía. Después de consensuar los temas, elaboramos seis escenas, tres cada una. Así armamos nuestro rompecabezas.
–¿Qué temas consideraron básicos?
P. Z.: –Los propios de la cultura argentina. El fútbol, por ejemplo. Este fue motivo de indagación en uno de mis episodios. A medida que avanzábamos en el trabajo, recordábamos hechos y situaciones. Por ejemplo, que el 24 de marzo de 1976, mientras se pasaban los comunicados por la red nacional informando que se suspendían espectáculos y programas de tevé, se interrumpió esa transmisión para emitir el partido de los seleccionados de la Argentina y Polonia, que la Argentina ganó. Es tremenda la funcionalidad que tiene el fútbol en nuestra cultura: es una pasión popular que, al mismo tiempo que canaliza un montón de pulsiones, ayuda, como entonces, a negar una realidad siniestra. Otro aspecto que traté fue el alcance de la Operación Claridad, a cargo del entonces ministro de Educación Ricardo Bruera, referida a la censura de libros y la persecución de maestros y profesores. La imagen disparadora fue el libro Cinco dedos, un cuento infantil de autor alemán que se prohibió por considerarlo “de captación ideológica, propia del accionar subversivo”. (Cinco dedos fue publicado en 1977 por Ediciones de la Flor.)
A. G.: –En general, se ha tomado conciencia de las víctimas de la dictadura militar a través de la figura del militante reprimido, pero no tanto de lo que le sucedía a la gente común. En ciudades y pueblos del interior, sobre todo, muchas familias que tuvieron militantes desaparecidos o encarcelados fueron muy discriminadas por sus vecinos. En esto hubo un castigo institucional y otro que provino de la misma sociedad, de los vecinos que demonizaron a los parientes del desaparecido o preso, aun cuando no tuvieran la claridad ideológica para entender qué estaba pasando. Esta discriminación fue vivida con enorme dolor. Me pregunté quién ejecutaba el castigo, y hallé otra realidad. Escribí una historia donde el personaje no sabe cómo ocultarse, y no ya para salvar el pellejo, sino para no ser marginado. En estos casos no es el heroísmo el que está en juego, tampoco el sadismo abierto; todo sucede en sordina, pero se persigue a la víctima hasta el último rincón.
–¿La exposición en capítulos facilitó el cambio de lenguaje?
A. G.: –De lenguaje y de género. El único sello común a todas estas historias es que cada una reproduce mecanismos culturales que permiten sostener la represión.
–¿Partieron de acontecimientos reales, de testimonios?
P. Z.: –Todas las escenas son ficcionales, aunque algunas fueron elaboradas en base a elementos reales. Por ejemplo, sobre un operativo que presencié en el subterráneo. La gente no se espantaba por la violencia del operativo, sino que se indignaba porque con todo ese movimiento llegaba tarde al trabajo.
–A veces la negación es una defensa...
A. G.: –Sí, pero mientras por un lado se negaba la existencia de la represión, por otro aparecía la paranoia.
P. Z.: –Era imposible desconocer qué sucedía. No se podía celebrar ni compartir una charla en la calle, se veía a policías obligando a las personas a ponerse contra la pared y con las manos en alto...
–¿Encuentran necesaria la escritura de esta obra?
C. I.: –Sí, para no olvidar, para rescatar la memoria.
A. G.: –Y dar cuenta de una ceguera que se reproduce tanto como la desconfianza y la mentira con la que tan bien nos siguen engañando.
P. Z.: –Aquel fue un pasado no totalmente superado, y no sólo por las conductas negativas que han quedado naturalizadas, sino porque todavía hay gente que justifica aquel terror.
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