Autor
Marco Antonio de la Parra
Juan Guido D'Albo
Felipe Roberto Municoy
Operación Técnica
Fernando Díaz
Espacio escénico y dirección
Carlos Ianni
Espectáculo sin intervalo
Duración: 80 minutos
Teatro CELCIT. Temporada 2000
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Autor
Marco Antonio de la Parra
Juan Guido D'Albo
Felipe Roberto Municoy
Operación Técnica
Fernando Díaz
Espacio escénico y dirección
Carlos Ianni
Espectáculo sin intervalo
Duración: 80 minutos
Teatro CELCIT. Temporada 2000
Marco Antonio de la Parra
Cástor y Pólux, Rómulo y Remo... Abel y Caín, Jacob y Esaú, Moisés y Aarón... Jacob y Wilhelm Grimm, Martín y Vicente Pinzón… o más contemporáneamente, Vincent y Theo Van Gogh, Thomas y Heinrich Mann, Louis y Auguste Lumiere, Wilbur y Orville Wright... Antonio y Manuel Machado, John y Robert Kennedy, Paolo y Vittorio Taviani... nuestros Juan y Pablo Podestá, Armando y Enrique Santos Discépolo... y tantos otros.
Colaboradores o rivales, muchos hermanos se han vuelto emblemáticos y transformado en leyenda.
Felipe y Juan, los personajes de Monogamia, no figurarán en las enciclopedias pero crearán noche a noche su pequeña y propia historia.
Fantasmas literarios surgidos de la creación de Marco Antonio de la Parra (hermano mayor), ellos encarnarán en los actores Roberto Municoy (hermano mayor) y Guido D'Albo (el cuarto de cinco hermanos) para brindarnos esa historia, tan nuestra, tan de este tiempo de búsqueda de respuestas que nos toca vivir.
Yo, en tren de homenajear los vínculos fraternos, deseo dedicar este espectáculo a Gabriel, mi hermano menor, y a nuestra infancia compartida.
Carlos Ianni
Un hombre de terno gris espera sentado. Se llama Juan. Después de un rato llega otro hombre. Es su hermano mayor, Felipe. Juan lo citó en un club privado para conversar de algo importante. Sin embargo, cuando lo tiene frente a él, no halla las palabras adecuadas. No se atreve. Prefiere reprocharle su impuntualidad.
Juan y Felipe (interpretados por los actores Guido D’Albo y Roberto Municoy, integrantes del grupo Celcit de Argentina) protagonizan la obra Monogamia, con la cual se inauguró, el pasado jueves, el Primer Festival Internacional de Teatro Santiago de Guayaquil, que se desarrolla en la Casa de la Cultura del Guayas.
Escrita por el dramaturgo Marco Antonio de la Parra, esta pieza narra las diferencias y, en el fondo, las similitudes de dos hermanos. Juan, un empresario de éxito, es monógamo. Felipe, un escritor, es infiel y arbitrario, según su hermano. Con una escenografía austera (solo tres sillas), Monogamia se sustenta en el diálogo de los actores y en su experiencia escénica. En el fluido ir y venir de palabras y en el paulatino cambio de las actitudes de los protagonistas. Poco a poco ponen al descubierto su verdadera esencia: ni Juan es tan correcto como parece, ni Felipe es un irresponsable e infiel como aduce su hermano.
El monógamo se enamora de una joven llamada Alondra y no sabe cómo manejar la situación. Es entonces cuando busca a Felipe. Detrás del empresario circunspecto existe un ser atormentado. En el aparente desenfado del artista hay una persona que toma la vida con calma, no con desdén. En la obra aparecen referencias de amores y desamores y de conflictos de infancia, lo que hace que el espectador reciba una sorpresa tras otra. De este modo la pieza, que podría volverse monótona por la recurrencia del tema de la monogamia, mantiene el interés. Es una crítica al afán de guardar las apariencias, a la falta de autenticidad y una muestra del doble discurso, que consciente e inconscientemente, se esconde en los seres humanos. Pero sobre todo revela la imposibilidad de ser fieles a sí mismos y a las utopías. ¿Y frente a eso qué queda?: vivir, vivir, como dice uno de los personajes.
Hoy, a las 20h30, se presentará la obra Ana, el mago y el aprendiz, del grupo La Trinchera de Manta.
Las funciones se cumplen en el Teatro de la Casa de la Cultura (Nueve de Octubre y Pedro Moncayo). Las entradas cuestan $ 8; 6,50 y 4.
En una cartelera donde nunca abundan los dramaturgos latinoamericanos, sorprende Monogamia, de Marco Antonio de la Parra. Es el más conocido de los autores chilenos en nuestro país, e incursionó en la actuación, la dirección y la psiquiatría, profesión que se evidencia en la pintura de sus protagonistas. En este caso, la multiplicidad de parejas o la fidelidad a una es una excusa para profundizar sobre la competencia entre hermanos. En este juego de antagonistas -el impuntual o el puntual- se confirma la destreza del autor, que atrapa con mínimos elementos dramáticos. La sutil dirección de Carlos Ianni modifica el punto de vista del espectador, sólo cambiando el sitio de reflexión de sus intérpretes. Los climas llegan con una marcación conciente del riesgo de tanta cercanía espacial y una lograda complicidad. Dos actuaciones notables, las de Guido D'Albo y Roberto Municoy, consiguen que la reflexión sobre vínculos familiares se entrecruce con miradas distintas sobre un pasado común.
Monogamia: una "comedia aparente" en la que está en juego mucho más que tirarse o no una canita al aire.
Dos hermanos bien distintos: Juan, tenso, formal, puntual, puntilloso, cuidadoso de las formas, del vestir, del lenguaje, pendiente del qué dirán. Felipe, relajado, bohemio, informal, seguro de sí mismo, negligé. De pibes: Juan, el traga, el alumno 10, el tímido a la hora de la conquista; Felipe: el vago, el atorrante, el seductor, el que tenía arrastre y pinta de sobra. De grandes: Juan, alto ejecutivo de una multinacional; Felipe, arquitecto de moda, con una importante cartera de clientes.
El encuentro: Juan cita a su hermano en un "club de elite", sofisticado reducto de empresarios y hombres de negocios. Necesita hablar con él de un tema que le quita el sueño. Está visiblemente nervioso, alterado, mucho más que de costumbre. Si bien su relación con su hermano mayor no es muy fluida que digamos, Felipe es la única persona en quien puede confiar y con quien intentará desahogarse.
A Juan le cuesta horrores ir al grano, hablar sin rodeos sobre el dilema moral en que se encuentra. Gana tiempo y aprovecha para pasarle viejas facturas a Felipe; ahí aparecen su envidia, sus celos, sus rencores y resentimientos de antigua data, su bronca contenida durante tantos años.
A Felipe, en cambio, no le gusta andar revolviendo el pasado. El opina que es mejor "dejar los recuerdos en su lugar". Prefiere concentrarse en la preocupación puntual de "Juanito", como él insiste en llamarlo. Pero Juan da vueltas y vueltas antes de animarse a contarle a "Pipe" lo que le está pasando, que tiene que ver con romper su voto de fidelidad matrimonial.
Una vez develado el misterio (que aquí es conveniente mantener), esa primera confesión da lugar a otras tantas que los involucran a ellos dos, a sus actuales y ex parejas, y hasta sus propios padres. Toda familia (y por qué no, toda sociedad) que se precie de tal, tiene un arcón de secretos bien guardados, un ropero lleno de trapitos sucios que nunca vieron la luz del sol. La familia de Juan y Felipe no tiene por qué ser la excepción a la regla.
El autor Marco Antonio de la Parra, de quien ya viéramos y comentáramos La secreta obscenidad de cada día, apuesta a una concepción escénica deliberadamente despojada, y centra la atención exclusivamente en la labor actoral. Todo el peso de la obra recae en los actores, quienes -respaldados por la dirección- tienen la enorme responsabilidad de mantener vivo el interés del espectador.
Guido D'Albo, en la piel del conflictuado Juan, Y Roberto Municoy, su contenedor hermano, construyen dos personajes bien contrastados, ricos en matices, humanamente contradictorios, reconocibles y creíbles. Sus actitudes físicas, sus gestos, sus tonos, su lenguaje, todo contribuye a delinear dos hombres de mediana edad apechugando como pueden el duro oficio de vivir.
Carlos Ianni, desde la dirección, le imprime al diálogo el ritmo justo para que la atención no decaiga, sin desbordes ni golpes bajos. Cuenta para ello con dos actores formidables que afortunadamente nunca caen en la machietta, la cual los tornaría menos verosímiles.
Ojalá "Pipe" y "Juanito", se permitan hacerse una escapadita a Miramar, el paisaje de su infancia y adolescencia, para reencontrarse con su historia, ponerse al día con sus recuerdos, y cargar las pilas para seguir intentando ser felices.
Esta es la idea a partir de la cual el chileno Marco Antonio de la Parra escribió una obra que aquí se ve los fines de semana en el Celcit. Los actores de “Monogamia” son Guido D’Albo y Roberto Municoy. El autor es un destacado dramaturgo y psicoanalista chileno. “Todos intentamos ser monógamos. Nadie lo consiguió. Fue cosa de tiempo. Nos cambiamos de partido político, de barrio, de amigos, de auto, de esposa... Hablamos de lealtad como de un paraíso perdido y la soledad se convirtió en lo único sólido”, escribe, embarullando conceptos, el chileno Marco Antonio de la Parra en el programa de mano que acompaña a esta obra, retrato de un encuentro de dos hermanos distanciados en un ámbito elitista. Se trata de un club, del cual uno es socio, y al que se acostumbra ir de traje y corbata. Un lugar barroco y un poco cursi, según el comentario del hermano invitado, puesto que el espectador sólo verá en escena alguna silla. La lealtad es un tema central, pero asumido como aspiración utópica. Rescatada acaso hoy en un plano estético, como en esos eventos masivos donde cada cual se reconoce formando parte de una comunidad que comparte un modelo ideal. Los personajes de Monogamia han sido, supuestamente, inconsecuentes con sus sueños. Viviendo un período crítico, aparentan tener conciencia de sus contradicciones y temen por el quiebre de la propia identidad. Puede considerárselos representativos de una cultura pequeño-burguesa, de un sector de la clase media que reflexiona sobre sus taras pero no derriba tabúes. El comportamiento de este segmento social es uno de los disparadores de la producción de De la Parra, también ensayista y médico psiquiatra, influyendo en sus piezas (entre otras El continente negro, La secreta obscenidad de cada día) y también en sus cuentos y crónicas, como La mala memoria (1997) y Carta abierta a Pinochet (subtitulada “Monólogo de la clase media chilena con su padre”), de 1998. La intención del autor de equilibrar literatura y espectáculo lo acerca con mayor probabilidad de éxito a un público amplio. Monogamia es un ejemplo de esa actitud. De la Parra utiliza aquí un lenguaje híbrido y fragmentado, situando su teatro al filo de lo comercial y televisivo. Esto implica descartar el uso poético de las máscaras sociales (tan evidentes en estos hermanos en conflicto) y convertir las obsesiones en histéricas humoradas. El racconto de los virajes ideológicos del ex progresista Felipe y el paso de un estado anímico a otro se suceden en esta puesta con rapidez, como si el director Ianni hubiese descubierto en ese vaivén el mejor ritmo, impidiendo a veces entrever el fondo de esas emociones. En este punto, el actor Guido D’Albo es quien con mayor intensidad logra transmitir la desazón de Juan, el hermano socio del club. A pesar de la verborragia desplegada, no se puede considerar a esta pieza como muestrario de un contrapunto de ideas. El diálogo resulta tan insustancial como cínico el lamento por las deslealtades ideológicas y afectivas de una clase media en picada. Un símbolo es justamente el Felipe encarnado de modo lineal por Roberto Municoy. De ahí que este encuentro se parezca demasiado a un torneo jugado en soledad, donde las respuestas resultan “autofabricadas”. Lo que en todo caso queda es ese par de mediocres “acelerados”, convencidos de que “la vida se hace de boludeces”, pero asustados al comprobar que, pese a sus diferencias, uno y otro están “igual de perdidos”.
El actor y dramaturgo chileno Antonio de la Parra y el director argentino Carlos Ianni explican el sentido de la obra “Monogamia”. Para De la Parra y Ianni los hombres le tienen miedo a la ternura. La obra está dándose los fines de semana en el local del CELCIT.
“Esta es una obra aterradoramente menor”, dice el actor y dramaturgo chileno Antonio de la Parra a propósito de su Monogamia, trabajo que acaba de presentarse en funciones de preestreno en la pequeña Sala CELCIT, de Bolívar 825, donde seguirá ofreciéndose todos los fines de semana. De paso por Buenos Aires, este autor, también médico psicoanalista, asocia menor con íntimo, con “pequeña conmoción”. Su obra “aterra”, en tanto bordea “la comicidad de las comedias de televisión”, pero se impone al mismo tiempo “las sutilezas cotidianas propias de las obras de Anton Chejov”. Lo acompaña en este propósito el director Carlos Ianni, quien realiza aquí la puesta mientras en Chile continúa exhibiéndose la misma obra. La intención es trabajar “sobre la vida privada de la clase media o pequeña burguesía”, según apuntan el dramaturgo y el director en diálogo con Página/12.
De la Parra dice que quiere aunar comicidad y “pequeñas conmociones”, una rara conjunción, no siempre presente en sus trabajos, al menos en los vistos en Buenos Aires: La secreta obscenidad de cada día (que reestrenará próximamente en Chile, también en calidad de actor: “Eso va a ser una yunta de viejos rockeros, algo patética”, comenta), El continente negro y Ofelia, o la madre muerta. Entusiasmado con bucear “en las zonas de origen, desgarro y muerte de la clase media de su país” –a la que supone capacitada para “interrogar al sistema”–, se apresta además a traer a la Argentina su Madrid-Sarajevo (donde actuará) y realizar seminarios sobre “otros niveles” de escritura. Esto será en setiembre, y también en el Celcit. “He empezado a trabajar con las energías menores, y eso me acercó al cuerpo, a la necesidad de la limpieza de movimientos del actor, capaz de producir una emoción y no otra, al trabajo en carne viva.”
–Eso parece el trabajo de un terapeuta...
A.P.: Sí, se parece, y algunos me lo critican. Los psicoterapeutas somos devoradores de los detalles que nos proporcionan los otros. Y a mí los detalles me duelen, me emocionan, me dan rabia y me enamoran. Como el terapeuta, también el actor prepara su trabajo a partir de un contenido de gestos. Cuando recibe la obra, tiene que dejar de ser él, lo mismo que el terapeuta ante el paciente. Por eso en Monogamia trato de que desaparezca la historia, o que no esté contada de modo lineal.
C.I.: Pero no se elimina la historia, sino que funciona en varios planos y de manera simultánea, sobre temas conectados con la monogamia en el amor, pero también sobre la imposibilidad de ser fiel a los propios sueños y a la dificultad de lograr una relación fraterna. Por eso en mi puesta no hay artificios escenográficos sino personas que dialogan (personajes interpretados por Guido D’Albo y Roberto Municoy).
–¿Esta puesta es semejante a la que se está viendo en Chile?
A.P.: La chilena responde más a la comedia más ligera, pero las dos tapan un horror, porque la comedia es siempre un horror mirado con distancia. Todo lo que se cuenta se desvanece, también lo que dice de las mujeres, presentes en cualquier diálogo entre varones.
–¿Es realmente siempre así?
A.P.: Los hombres necesitan defenderse de las tendencias homosexuales. Por eso, cuando no hablan de mujeres pasan rápido al fútbol. Se ayudan instalando la competencia en otro lado. Los hombres tenemos miedo a ser sometidos por el cariño, y más que por el de las mujeres, por el de los del mismo sexo. Tenemos miedo de que se nos escape un gesto de ternura, como en la obra, donde sólo hay dos personajes, que además son hermanos pero han estado alejados y descubren que ha llegado el momento de quererse más.
–¿Esta monogamia se refiere sólo al sexo?
A.P.: En el fondo, a la imposibilidad de no serle fiel a nada. Hace rato que nos cuesta ser leal en la vida amorosa o política. Inclusive en el lenguaje.
–Quizá porque usted se limita a la clase media, cuya característica es esconder...
A.P.: Puede ser. Mis obras se relacionan con espacios cerrados y gente de clase media desgastada. Un desgaste maravilloso que no podemos apreciar, por inmaduros. Esta obra trata diferentes formas de ser inmaduro, como la de Felipe, un personaje tomado de una obra anterior mía, Infieles. Ahí escribía sobre un joven de la izquierda chilena que terminó trabajando como redactor publicitario bajo la dictadura.
C.I.: Eso no quiere decir que no haya pequeñas lealtades. Aparecen como alusiones, muy por debajo de la superficie del texto, que evita cualquier final concesivo.
A.P.: Al público chileno le cuesta soportar el dolor. Por eso allá la obra termina, dicho en términos musicales, con un allegro. Acá, en cambio, con un andante
C.I.: Ma non troppo, diría yo.
Marco Antonio de la Parra estrenó en Buenos Aires su última obra y habló de la realidad latinoamericana.
El dramaturgo chileno dio a conocer "Monogamia" y este mes volverá a Buenos Aires para representar "Madrid/Sarajevo", que protagonizará con su mujer. Con La Prensa habló de la labor del escritor en una sociedad en continua transformación y sobre los miedos de los años oscuros.
Para De la Parra, admirador de Chéjov y Carver, Buenos Aires es un lugar familiar.
Además de "Monogamia", los porteños ya habían conocido anteriormente tres obras de Marco Antonio de la Parra (Santiago de Chile, 1952), un dramaturgo que convirtió los difíciles momentos políticos de su país en metáforas teatrales.
Este mes, el escritor, que comparte su profesión de médico-psiquiatra, con la de dramaturgo y actor estrenará otra pieza suya en Buenos Aires. Se trata de "Madrid/Sarajevo", que protagonizará él junto a su mujer, la española Nieves Olcoz (la representarán entre el 15 y el 24 de este mes) y casi en la misma fecha, del 18 al 22, dictará un taller teatral: "Dramaturgia del cuerpo", las dos actividades en la sala del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit), en Bolívar 825.
De hablar rápido con el inconfundible acento chileno, a Marco Antonio de la Parra le gusta contar todo lo que hace y durante la charla "dispara" ideas, títulos de obras, nombres de autores y nuevas propuestas, que convierten su vida en un un vértigo ya sea en Chile, o dónde esté, porque también ama viajar y con periódica continuidad hace el trayecto Chile-Madrid-Buenos Aires.
En nuestra ciudad Marco Antonio de la Parra estrenó tres piezas. Dos de ellas en el teatro San Martín: "La secreta obscenidad de cada día" (1990, dirigida por Francisco Javier) y "El continente negro" (1994, Verónica Oddó). La tercera fue el año pasado, "Ofelia o la madre muerta", dirigida por Jorge Hacker, en el Cervantes. En el 74, mientras estudiaba medicina escribió y representó su primera obra teatral en la misma universidad. Aunque la primera publicada fue "Lo crudo, lo cocido y lo podrido" (1978). Tiene unas quince piezas publicadas y ellas fueron estrenadas en escenarios de su país, de Europa o los Estados Unidos. Su escritura tuvo momentos importantes dentro de la dramaturgia chilena de las tres últimas décadas y logró sobrevivir a la censura. El teatro fue para De la Parra asumir una actitud de riesgo, por sus cuestionamientos a una sociedad en continuos cambios y por abordar el tema de la identidad desde los costados más polémicos.
LA VIDA PRIVADA
-¿Cuál fue la idea inicial "Monogamia"?
-Surgió de algunos diálogos y de la amistad que a lo largo de diez años venimos manteniendo Carlos Ianni (director de la versión local de la obra) y yo. Esas conversaciones con él influyeron en varias obras mías. Entre ellos un espectáculo coral al que titulé "La vida privada", que espero estrenar en Buenos Aires. La idea de esos textos es un intento de acercarme a Antón Chéjov y a Raymond Carver.
-En esa obra y en "La secreta obscenidad..." muestra elementos de la comedia.
-Detrás de una aparente comedia ligera, pueden hacerse otras lecturas. En "La secreta obscenidad de cada día" los personajes parecía que estaban en el Maipo y al mismo tiempo contaban la historia de la dictadura chilena. En "Monogamia" es como si Chéjov hubiera escrito para la señal Sony, es una comedia febril. En ella lo doloroso lentamente va empapando el material hasta transformarse en un drama cotidiano. El director chileno que la montó en mi país me hizo ver el aspecto cómico y terrible que encierra "Las tres hermanas" de Chéjov.
-¿Cuál es la temática de "Madrid/Sarajevo"?
-Está ambientada en un Madrid arrasado por la guerra e influenciada por mis lecturas infantiles de "El eternauta". La escribí cuando estaba el conflicto en Sarajevo y en ella hago el papel de un muerto que habla. Con éste personaje está una mujer a la que él le escribió unas cartas que ella nunca recibió.
-¿Qué le interesó investigar en este caso?
-La estructura narrativa del sueño. Trabajé un sueño sin arpas sonando, ni efectos de humo. Es un sueño contado en crudo. La pieza tiene elementos de la cultura española, sefaradí y judía. De algún modo me refiero a los fundamentalismos de fin de siglo y cómo esto deriva en las luchas étnicas.
-¿Tiene influencias de algún autor en particular?
-No precisamente, pero trae la sensación de un texto que leí y me intereso mucho. Se trata de "Perspectivas de guerra civil" de Hans Magnus Enszenberger. En ella el autor habla del comienzo de las guerras civiles de barrio, de los enfrentamiento de los pobres contra los ricos y de la discriminación de los inmigrantes. En "Monogamia" sutilmente toqué estos males de las sociedades neoliberales.
EL CUERPO DE LA HISTORIA
-¿Por qué su taller se llamará "Dramaturgia del cuerpo"?
-Mis investigaciones siempre estuvieron relacionadas con el cuerpo como símbolo. Me refiero al cuerpo de la historia, al cuerpo que cicatriza y al cuerpo emoción. Parte de ese trabajo lo traslado al teatro. Este taller que dictaremos con Nieves tiene por finalidad trabajar con un actor que al mismo tiempo es dramaturgo, o al revés, y hace el papel de intermediario entre el espectador y el dramaturgo.
-Usted comienza en una época muy especial de Chile y hace el cruce de la dictadura a la actualidad, ¿cómo vivió la experiencia de escribir teatro en esa etapa política tan difícil?
-El teatro fue muy importante durante la dictadura. Antes del golpe militar escribía y trabajaba. Era la época del boom de la literatura latinoamericana, que luego en los 70 fue destruído. El fenómeno de la censura y la persecución hizo que Chile se convirtiera en un país del subtexto y en ese momento escribir y publicar era imposible. Los chilenos nos caracterizamos por no decir las cosas directamente y en ese aspecto los cuentos rusos nos vienen muy bien. Aún hoy no tenemos en Chile una cultura de plaza, ni de la calle, aunque está apareciendo muy lentamente con el nuevo gobierno. En el 74 cuando comencé a escribir tenía veintiún años y estuve a punto de dejar medicina y ponerme a estudiar cine. Hacer teatro en ese momento era como celebrar el estar vivo, luego recibí los laureles que otorga el haber sido censurado. Mientras uno se muere de angustia recibe el reconocimiento de los intelectuales.
El punto de partida de la situación que narra Monogamia puede sintetizarse en esta pregunta: ¿qué pasa con el amor en el matrimonio? ¿La monogamia es posible? ¿Cómo se asimilan la rigidez de los principios y la imprevisibilidad del deseo a la relación de una pareja durante muchos años?
Un planteo "menor" que, sin embargo, el poder metafórico del teatro de Marco Antonio de la Parra logra extender a otros órdenes de la existencia para construir una imagen "general" del hombre como ser cambiante en sus certezas, sus afinidades, sus motivaciones, sus concepciones ideológicas, sus caprichos, mutable incluso en la manera de formarse su propia identidad y de pensar su pasado. El conflicto de la "fidelidad" abarca así distintos niveles de representación. El vínculo con la "lealtad" se torna mutable cuando la vida es atravesada por la experiencia del tiempo y la diversidad del mundo. La sustancia del hombre, sostiene De la Parra -próximo a Kundera y Calvino- es la levedad.
En suma, De la Parra vuelve nuevamente en su teatro sobre la tópica de la posmodernidad: la nueva definición del hombre se compone de metamorfosis permanente de la percepción del mundo, crisis de la racionalidad frente a los poderes del deseo y el azar, del caos, ausencia de "verdades" universales. Lo "ideal" no sirve para ordenar o tapar la multiplicidad de lo real.
A partir de la historia de dos hermanos, De la Parra tematiza esta cuestión desde la visión minimalista del hombre común, del "pequeño soñador de barrio", el "pequeñísimo burgués", aquel en cuya vida "casi no pasa nada" y espera que "alguna vez llegue lo magnífico, la revolución, el progreso o el amor de la vida, el orgasmo múltiple o la quiniela". Pero a la vez inscribe en la situación micropolítica -el caso de un hombre particular, Juan- el registro de funcionamientos sociales y culturales más amplios. Vivir es, entonces, aceptar el caos del mundo y de uno mismo, establecer una actitud de apertura hacia la multiplicidad de la existencia, proyectando en ella un orden de pautas amplias, lábiles, en el que los grandes principios discursivos se ven reducidos a un balbuceo. Vivir es tartamudear: "La vida se hace a punta de boludeces". Vivir es una construcción permanente, una aventura de riesgo en la que hay que "cuidarse mucho", como le aconseja Felipe -el personaje positivo- a su hermano Juan. "Nos arrepentimos igual por el dolor de vivir y la tristeza de no haber vivido".
De la Parra apuesta a una poética en la que la discursividad de la palabra es central y asume un alto grado de explicitación. Todo está dicho y explicado expositiva y argumentativamente. Y esa unidireccionalidad de la poética para construir el sentido se riñe -¿voluntariamente?- con las ideas sobre el caos. De la Parra corre el riesgo de componer un nuevo teatro didáctico, cuyo modelo a seguir está encarnado en el personaje de Felipe, el hermano mayor.
La dirección de Carlos Ianni propone una puesta despojada, que busca su centro en los trabajos actorales constituidos en fluido vehículo de la palabra. Ianni vuelve a investigar, con muy buenos resultados escénicos, en la teatralidad de la conversación y la palabra oral, una constante de sus últimos trabajos.
Muy buenas actuaciones de Guido D'Albo y Roberto Municoy.
“MONOGAMIA”, de M. de la Parra. Intérpretes: Guido D’Albo y Roberto Municoy. Dirección: Carlos Ianni. En Celcit, Bolívar 825. * * * * El hermano menor, Juan, cita al mayor, Felipe, en el club exclusivo del que aquél es socio. Juan está en crisis, necesita un consejo: casado con la misma mujer desde años, mantiene con ella relaciones más amistosas que apasionadas; y se ha enamorado de una muchacha más joven y linda. Ante él se alza la muralla maciza de los parámetros que rigen su vida de burgués acomodado y convencional: el baluarte más inexpugnable es el relativo a la monogamia. Juan defiende su condición de monógamo, y este nuevo amor le crea un desgarrador problema de conciencia. ¿Quién mejor que Felipe, el bohemio de la familia, sobreviviente airoso de varios matrimonios, para ayudarlo a resolver el conflicto? Al comienzo parece uno más de los habituales enfrentamientos maniqueos entre dos personajes opuestos: el ordenado, prolijo y prejuicioso, y el “bon vivant” despreocupado, indiferente ante las consecuencias de sus caprichos, pero con solidez de hierro. Con destreza, el autor va acumulando rasgos y datos, supuestamente insignificantes, que en algún momento empiezan a desnudar los complejísimos mecanismos de la conducta humana. La espiral se hunde cada vez más en los misterios del sexo, la memoria, la nostalgia, la inexorable usura del tiempo sobre la arrogancia fálica, el miedo a la impotencia y a la muerte. Poco a poco, los papeles van intercambiándose: nadie ni nada es del todo lo que aparenta, y a medida que los silencios y las reticencias se colman de franqueza, asistimos a revelaciones sorprendentes. El procedimiento recuerda la acción de pelar una cebolla: sutiles capas van revelando, hasta llegar a un punto donde se comprueba que el bulbo era justamente eso, tan solo una superposición de finas láminas. En “Monogamia”, esa ausencia es compensada por una infinita compasión y una gran ternura, que florecen a pesar de las disidencias, los rencores y las mutuas traiciones de los dos hermanos. Carlos Ianni ratifica su talento como puestista y como director de actores: con total despojamiento escenográfico, traza un fascinante dibujo espacial, donde nada falta ni sobra, y extrae de sus intérpretes actuaciones notables por la sencillez (aparente) de los recursos y la intensidad expresiva. El arduo equilibrio entre el juego de comedia brillante, en los tramos iniciales, y el gradual descenso a los infiernos de cada uno, está admirablemente logrado. Sin cesar se entrelazan el humor y la desolación, en un texto endiabladamente difícil, resuelto con suma idoneidad.
La palabra convertida en esencial vehículo de cambio, es lo que plantea Monogamia la última obra del chileno Marco Antonio de la Parra, el mismo autor de La secreta obscenidad de cada día (1990), del que en septiembre se conocerá Madrid/Sarajevo, escrita en 1993 y que vendrán a protagonizar a Buenos Aires, el mismo autor y su mujer Nieves Olcoz, dirigidos por el español Domingo Ortega. Médico, psiquiatra, escritor y dramaturgo, De la Parra es un autor que se apoya en el uso y la aplicación de la palabra, un vital elemento de su propia profesión, para desmenuzar la desgastada relación que une a dos hermanos, dos hombres con algo más de cuarenta años, que debieron encontrar los mecanismos de adaptación a una sociedad que ya no es la misma con que se educaron. Otros valores, otras maneras de entender la vida y la psicología de las relaciones hacen que Juan y Felipe, los personajes, se hayan visto alejados del diálogo, de los afectos fraternales. Juan es un exitoso ejecutivo, orgulloso de pertenecer a un club privado y un hombre que prefiere mantener las convenciones, antes que ocuparse de sus propios problemas personales, incluso de su salud, hasta que el 'vaso' se desborda y termina convirtiéndose en un 'puñado´ de reacciones fuertemente neuróticas. Más distendido y conocedor de los secretos de la vida, Felipe es el hermano mayor y paradójicamente el que se muestra más flexible y vital para entender las relaciones de pareja, la sexualidad, los cambios sociales y sabe jugar mejor con esas 'imágenes y apariencias' que el momento exige. Marco Antonio de la Parra queda claro se solaza con el uso y el empleo de la palabra, pero no fatiga porque su texto se vuelve chispeante, ágil y sorpresivo, para encontrar a cada vuelta de situación, un exacto espacio para el cambio que modifica, transforma lo ya expuesto en un nuevo dato a detallar por los personajes. Desde ese costado, Monogamia tiene un preciso punto de cocción. Con una fuerte herencia del Woody Allen más desaforadamente cuestionador y ese teatro de Harold Pinter, que sabe explotar el subtexto y la aparente banalidad que a veces se desprende del comportamiento cotidiano. De la Parra se ubica en las antípodas del Ariel Dorfman (La muerte y la doncella) más inquisidor -chileno como él- y consigue con su exquisita comedia de enredos, abrir otras puertas mentales al espectador, a través de la suave brisa de las palabras. Acá la palabra no es un arma, sino un elemento que acaricia para mejorar el buen vivir de cada uno, tal como sería definido por algunas de las nuevas terapias. Desde ese ángulo Carlos Ianni, el director e inclaudicable admirador del teatro de Pinter y Edward Albee consigue un magistral y simple trabajo, desde su dirección de acores. Ianni sabe profundizar en el peso de la palabra, de la voz, del mínimo gesto para darle énfasis a cada situación. Su trabajo es minimalista y conmovedor a la vez. Sabe jugar con el pulso del espectador para mantenerlo atento y consigue un marco de tensión dramático e interpretativo de contundente nivel expresivo. El espacio está delimitado sólo por una alfombra azul en la que se apoyan tres sillas y desde allí todo queda librado a la inteligencia interpretativa de los dos únicos intérpretes. En ese contrapunto de palabras y sensaciones hilvanadas, a partir de un constante subtexto que se muestra como la bisagra hacia lo desconocido, misterioso, de las relaciones humanas, Guido D'Albo y Roberto Municoy consiguen excelentes actuaciones.
Se estrenó Monogamia, atractivo texto de Marco Antonio de la Parra. La puesta de Carlos Ianni expone el drama de una sociedad desideologizada
Cuesta entender, al principio, que la sarta de trivialidades enhebradas en el diálogo de los dos únicos personajes de Monogamia pueda constituir de por sí un texto dramático. Sin embargo, la obra del chileno Marco Antonio de la Parra que acaba de estrenarse en el Celcit hace suyos los códigos culturales de la decadencia contemporánea. Y utiliza al teatro como uno de esos lienzos con un recorte central que, en los quirófanos, demarcan sobre el cuerpo del paciente el campo a intervenir.
Riguroso y minimalista, el campo escénico se reduce a las dos sillas del bar donde se encuentran Juan y Felipe, dos hermanos en apariencia muy distintos, unidos por un conflicto a resolver: la fidelidad —o no— a sus esposas legítimas.
Cada uno es rápidamente identificable como arquetipo de dos modelos sociales de la clase media urbana de entre 30 y 40 años. Juan llega puntualmente a la cita, viste traje y corbata y reúne en su aspecto, sus movimientos y su lenguaje todos los lugares comunes del empleado de nivel gerencial, despolitizado e individualista. Adopta modalidades de corrección política como reacción a sus padres, que fueron hippies en los 60. Y cuida prolijamente su pretendido glamour que, en verdad, apenas roza el mamarracho. Diferente pero no menos ficticio es el personaje que compone su hermano Felipe, más aferrado a algunos tics progres sin consistencia. Llega tarde al encuentro con su hermano y cultiva una imagen ornamentada con todos los clichés de una bohemia reblandecida, escasamente convincente y, en realidad, rotundamente neoliberal.
Proyección de la sociedad a la que encarnan, ambos afirman inicialmente su dogmática fe en la monogamia y otras convenciones morales y sociales con argumentos frágiles. Razones que se resquebrajan a medida que suman confesiones de mutuas picardías y aventuras sexuales. Asimismo, se cuelan en la conversación referencias a otras traiciones familiares. Al cabo, es posible concluir que ambos son a la vez víctimas y cómplices de la infidelidad de sus mujeres. Más aún: sostienen con flagrantes hipocresías una tradición hecha de ominosos secretos familiares que incluyen adulterios, estupros o incestos consumados en y por padres, abuelos y otros parientes de ilustre memoria.
La dirección de Carlos Ianni se apoyó sobre todo en el trabajo de los actores. Guido D''Albo y Roberto Municoy logran buenos arquetipos pero, al menos en la función de estreno, no consiguieron expresar la metáfora que fluye por debajo de la anécdota. No obstante, la banalidad del aparente conflicto deja expuesto el drama de una sociedad desideologizada que intenta ignorar su verdadera tragedia.
Nuestra opinión: Muy bueno
Dos hermanos se encuentran en un club privado. Uno de ellos, el menor, provocó el encuentro en un intento de acercamiento que traerá sus consecuencias. Ellos hablarán de sus vidas. Los afectos, el trabajo, las rencillas de la infancia, los encuentros y desencuentros amorosos se irán hilvanando poco a poco.
En el diálogo, Juan y Felipe se irán definiendo, encontrarán una forma de demostrar sus conductas, que a veces se tornará sumamente cruel y otras de una particular ternura. Ellos serán fundamentalmente a través de sus palabras; sus cuerpos, pocas veces tendrán trascendencia.
"Monogamia" es un texto despojado. Muestra a seres extremadamente acabados, insatisfechos, des-ideologizados. Sin tiempo, casi, y sin esperanza frente a una posibilidad de modificar algo. Es una verdadera tragedia contemporánea, pero tiene humor, de a ratos.
La coherencia de un creador
El chileno Marco Antonio de la Parra vuelve a una estructura similar a la de su obra "La secreta obscenidad de cada día". Dos personajes, solos, en un espacio vacío, muestran la historia de una sociedad diezmada por los fracasos políticos, económicos y culturales. El ser está frente a sí mismo y sólo le quedan las palabras, con ellas comunica lo incomunicable. ¿Cómo se explica, verdaderamente, la angustia que produce un fracaso?
El autor comenta en el programa de mano: "Los personajes pudieron ser payasos, alguna vez cada uno intentó un imperio. Hablan de amor y no pueden. Quizá sea el tema mayor de una escritura contemporánea. Saber que de las cosas serias no se puede decir nada seriamente. Quizá por eso la comedia. El humor tenue. La anécdota extinguida, la sonrisa. A ver qué pasa".
Carlos Ianni es extremadamente minucioso a la hora de modelar esos personajes. En sus gestos, en sus actitudes, construye una rutina de movimiento que, por momentos, es agobiante. Hay tanta obsesión en ella que hasta un cambio en el tono de voz de Juan o Felipe está puesto en el momento exacto.
Fluidez actoral
Mientras tanto, ellos (Guido D'Albo y Roberto Municoy) se paran y se sientan, se rechazan y aceptan, se aman y se odian casi sin producir cortes. Las palabras los llevan -y se dejan llevar magníficamente-, los arrastran y terminan arrastrando al espectador hasta un juego imposible de soportar.
Esa imagen que se proyecta desde el espacio escénico es patética, agresiva, pero inmensamente conmovedora, porque es real.
Volverá en septiembre para hacer un taller y presentar "Madrid Sarajevo", donde también actuará
El escritor y psicoanalista chileno Marco Antonio de la Parra visitó Buenos Aires apenas unas horas. Su arribo estuvo relacionado con el estreno de su anteúltima obra (aclara que nunca hay que decir la última por temor a no volver a escribir otra) "Monogamia", en la sala del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit). El espectáculo está interpretado por Guido D'Albo y Roberto Municoy y cuenta con dirección de Carlos Ianni.
Interesado en fortalecer los lazos teatrales entre su país y la Argentina, De la Parra está entusiasmado por generar intercambios con dramaturgos y directores de las nuevas generaciones. Este proyecto aparece como un punto de partida interesante y se repetirá en septiembre, cuando el autor vuelva a dictar un taller de dramaturgia y presente, esta vez como intérprete, otra obra suya, "Madrid Sarajevo", con dirección del joven español Domingo Ortega.
Analítico e histriónico
Dueño de una fuerte capacidad de análisis social, político y cultural, Marco Antonio de la Parra sabe combinar eso con un histrionismo particular. Llega a la entrevista a pocas horas de haberse instalado en Buenos Aires. Está muy resfriado y además su cuerpo todavía carga con la fuerte polución que se instaló sobre la ciudad de Santiago de Chile, donde reside, en la última semana. Pero inmediatamente comienza a hablar, casi sin parar, poniendo continuamente el eje en la necesidad de generar un teatro pequeño, que llegue directamente al espectador.
Empieza diciendo que quiere escribir una obra sobre la relación del entrevistador con el entrevistado y el fotógrafo, y enseguida se mete en "Monogamia", un texto al que define como "una comedia que esconde un fondo oscuro. Es la historia de dos hermanos, es la revisión del estado de macho en el Cono Sur, Occidente, y su imposibilidad de haber sido leal a todo".
"En nuestros países -aclara- la clase media ha sufrido el impacto de las transformaciones sociales y esto es muy notorio en las alteraciones que se dan en las relaciones vinculares, especialmente de pareja, a tal punto que nadie entiende nada. A determinada edad (pasados los 40), aparece una crisis definitiva, uno siente que se le agotan las cartas, los años que quedan de vida están definidos. Fuiste criado y educado por ciertos principios que ya no pueden funcionar. Te encuentras con más libertades, pero a la vez no son rupturistas ciertos principios que te acompañan. Los personajes de la pieza son dos hombres exitosos, en la vida les va bien, pero sus trayectorias parecerían diagnosticar otra cosa. Uno creyó en el matrimonio y la monogamia, el otro buscó romper con eso y ambos han llegado a un punto en el que no encuentran solución a nada. En ese punto aparece pesándoles la historia familiar. Y también el gran tema de la sociedad neoliberal, que es fantástica, nadie está satisfecho, se habla de la felicidad, pero es la base del mercado. El mercado necesita crear insatisfacción y esa insatisfacción empieza a corroer nuestro malestar en la cultura. Uno siente que es liberal, pero qué hago con eso. Todo es aparente porque por debajo hay un fundamentalismo en la mente. Y eso me gusta mucho llevarlo al teatro, me fascina."
Desde hace un tiempo, el dramaturgo está desarrollando una investigación, con apoyo de una beca Guggenheim, que le posibilita analizar la relación de los individuos con el cuerpo, en tanto son seres que ven modificadas sus conductas por determinados procesos sociales y políticos.
Expresar con el cuerpo
"Estoy investigando el trastorno del cuerpo en Chile -comenta- y quiero hacer un taller de dramaturgia sobre eso, sobre la sexualidad, el género, la mirada, la seducción, la piel, las relaciones con la ropa. En unas primeras líneas teóricas fui concibiendo la relación entre el cuerpo y el lenguaje. Yo te toco con la palabra y te toco, y te tomo y te transmito una emoción y tu me transmites las preguntas no dichas, la experiencia corporal de otro. Si pensamos en un estudiante de medicina, por ejemplo, estudia al mismo tiempo el cuerpo en función viva y en función muerta. Toca a un paciente, pero no lo acaricia. En un nivel más general, y esto lo puedes ver en Chile, el daño de un país se traspasa a los cuerpos de quienes lo habitan, lo ves hasta en sus bailes. Y esto el actor lo sabe, sabe que su cuerpo es el subtexto. Sabe que tiene que trabajar el pequeño gesto, la pequeña tensión para que el público lo sienta. Por otro lado, no debemos olvidar que el espectador va al teatro con el cuerpo."
-¿Cómo encaja esta investigación en el marco de una sociedad que, a nivel mundial, está tan necesitada de mostrar cuerpos bellos?
-Para un programa de televisión hicimos una investigación sobre el cuerpo de un travesti y él nos daba datos sobre la moda. Es que su cuerpo no es su cuerpo, quien se lo marca es la ropa. En la escena contemporánea hay un travestismo básico. Todos queremos ser jóvenes y hermosos y eso es un travestismo fascista. Son iguales los diseños del realismo socialista que los del Tercer Reich y la cultura light, con unos tipos fantásticos y musculosos. Todo lo fascista sigue latiendo en nuestra cultura de masas. Y hasta es agotador salirse de eso. En la televisión, en la calle, hay cuerpos hermosos, pero no son reales, en el fondo no hay cuerpo. Y la historia de cada cuerpo es interesantísima. Entonces, en el teatro, para hablar de esto hay que provocar algo parecido al susurro. Hay que hablar en la cabeza del espectador.
Las funciones de "Monogamia" se realizan los sábados, a las 22, y los domingos, a las 20, en el Celcit, Bolívar 825, dirigida por Carlos Ianni.
Algo está cambiando en la sociedad chilena
Una de las actividades que más le interesa desarrollar a Marco Antonio de la Parra es la conducción de talleres de dramaturgia. Tanto en España como en varios países latinoamericanos, las nuevas generaciones de autores se sienten muy próximos a su experiencia.
"No soy muy didáctico -dice al respecto-, trabajo para iniciar gente. Actualmente me interesa mucho todo lo que esté relacionado con la investigación del lenguaje, con la poesía, el ensayo, la instalación, el cine. La intención es lograr en el teatro un lenguaje más libre."
-¿Cómo vive la convulsionada realidad chilena de estos últimos meses?
-El proceso chileno está siendo interesante. Están como a punto de hacer muchas cosas. Por eso creo que mi teatro se ha vuelto muy fácilmente un teatro de apuntes. Todo es subtexto en la realidad chilena. Nos acostumbramos mucho a las entrelíneas con la larga dictadura de Pinochet. Y hoy, también por entrelíneas, descubrimos que va haber muchos cambios. El presidente Ricardo Lagos propone cambios, la derecha está cambiando. Tienes que leer los periódicos en entrelíneas porque no hay una prensa crítica hacia Chile, hay que ser leales a alguien, los lazos son muy complicados.
La metamorfosis
A pesar de esto, De la Parra nota que algo está pasando. "En la sociedad chilena se está produciendo una metamorfosis, se están dando cambios de adentro hacia afuera. Al juicio de Pinochet le sigue un juicio de la sociedad que puede llegar a planteamientos muy grandes.
En la cultura se dio una apertura importante también. Estamos trabajando en pequeñas editoriales, en espacios semiprivados y juntándonos con otros artistas. Mi próxima obra, "Las costureras", la dirigirá Andrés Pérez, por ejemplo, uno de los más importantes creadores del teatro chileno contemporáneo.
La obra del autor chileno reflexiona sobre los valores familiares en el marco de la crisis global.
Pasó por Buenos Aires el autor de la recién estrenada Monogamia, el chileno Marco Antonio de la Parra (La secreta obscenidad de cada día, Ofelia). La pieza del dramaturgo y psicoanalista que acaba de estrenarse en el CELCIT (Bolívar 825), con dirección de Carlos Ianni, propone un sinceramiento sobre el tema de la fidelidad en la pareja, en un marco social en el que la traición es el modo cotidiano de vincularse también con uno mismo.
- ¿De qué hablamos cuando hablamos de fidelidad?
- En tiempos en que todo heroísmo es arrasado, la monogamia aparece como la última y pequeña utopía de una clase media arrinconada en la trivialidad.
- ¿Usted piensa que la monogamia se da en los matrimonios de clase media?
- Al contrario, pero es el modelo estadounidense de los family values (valores familiares) que no son sino una leyenda en miniatura bajo la que camuflar todas las deslealtades; con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nuestra sexualidad y especialmente con nuestra conciencia.
- ¿Este fenómeno tiene un perfil propio en la sociedad chilena?
- La monogamia es hoy una bandera del neoliberalismo, que se corresponde con un retroceso chileno hacia el conservadorismo. Se reivindican la monogamia y la familia mientras la sociedad va hacia la familia monoparental. El desempleo por una parte y la sobreocupación por la otra tienden a la destrucción de los valores afectivos y familiares. Estamos siendo aplastados por los cambios: cambia el Estado, el servicio de salud, la edad para jubilarse, pero la fidelidad a la pareja aparece como fundamentalismo
- En su obra, sin embargo, los personajes no son una pareja sino dos hermanos...
- Es otro síntoma de esta sociedad psicótica. Los actores Guido D'Albo y Roberto Municoy encarnan a dos machos que hablan de estas cuestiones pero no son ellos quienes eligen sino sus mujeres.
- ¿La virilidad está en crisis?
- Está en crisis la identidad porque la evidencia fue desconocida por años. Es la despolitización con glamour. La derecha chilena no hizo ningún proceso de contrición; negaron la tortura y la muerte para no sentirse culpables.
- ¿Cómo se inserta Pinochet en esa crisis?
- Chile funciona como esas familias donde ha habido abuso sexual. Es un grotesco al que La nona de Tito Cossa le queda chica. Pero seguimos sentándonos a la mesa con el abuelo violador
Marco Antonio de la Parra es uno de los representantes fundamentales de la dramaturgia chilena de las últimas décadas, aunque también se ha desempeñado como actor y director en varias de sus piezas. Nació en Santiago en 1952, y veinte años después comenzó a formarse y a desarrollarse como psicoterapeuta, profesor y escritor. En Buenos Aires se lo conoce particularmente por las obras La secreta obscenidad de cada día, que se estrenó en el Teatro San Martín con dirección de Francisco Javier; El continente negro, que se montó en la misma institución cuatro años más tarde bajo la dirección de Verónica Oddó; y Ofelia o la madre muerta, que se pudo ver en el Teatro Nacional Cervantes a través de la puesta de Jorge Hacker. En esta oportunidad, el universo de este autor teatral es recreado por el director Carlos Ianni, quien conversó con El Cronista acerca del proceso espectacular. Ante la pregunta de cómo surgió la idea de poner en escena Monogamia, Ianni dice: "Con Marco Antonio de la Parra me une una amistad de años. Junto a José Sanchis Sinisterra son los dramaturgos iberoamericanos contemporáneos, a mi juicio, más interesantes. Desde hace tiempo sentía deseos de montar una obra suya. Cuando conocí el primer borrador de Monogamia supe que el momento había llegado". Con respecto a cuál es el punto de vista de la obra, Ianni explica: "Siento que la obra habla de los problemas del hombre de hoy con un lenguaje y una estructura del teatro de la actualidad. Además, de acuerdo con una línea de trabajo que vengo investigando en mis últimos montajes. siento gran debilidad por las obras que descansan casi exclusivamente en el trabajo creativo de los actores, sin artificio, sin necesidad de escenografía y luces, donde el trabajo del director es sumamente sutil, tan sutil que casi ni se ve". Ante la pregunta acerca de cuál es el tema fundamental de la pieza, el director subraya: "El espectáculo apunta a esa zona oscura de la clase media que parece ser la última utopía en pie (o a punto de caer) que es o era la monogamia, el amor para toda la vida. Plantea los vacíos, carencias y necesidades de un par de hombre que tardíamente descubren que los matices y pliegues de las relaciones humanas son mucho más complejos de lo que pensaban. Y trata, sobre todo, de la imposibilidad, en la actualidad, de ser fiel a ideas y principios, a sueños y utopías de la juventud, con la propia historia personal, consigo mismo. Pero, sumado a esto, aparece la relación fraterna. Y como todas las comedias - una comedia aparente la llama el autor-, es una tragedia vista de lejos".
Comedia breve para sólo dos personajes masculinos, Monogamia presenta antes que nada la relación entre hermanos, esos otros con los que se nos compara y con los que inevitablemente nos comparamos.
Como sucede en las mejores familias, Felipe (hermano mayor) y Juan (hermano menor) han depurado y extremado sus diferencias, aquello con lo que se identifican: Felipe es el loco, el creativo, se casó dos veces, tiene éxito con las mujeres, goza de la admiración de la familia, de actitud física relajada y atuendo informal; Juan es responsable, tímido, menos arriesgado, tenso, adora pertenecer a un club exclusivo, viste saco y corbata, se define monógamo.
Sin embargo, algo ha sucedido, algo que motiva a Juan a citar a su hermano para pedir consejo. Se encuentran en el club exclusivo. Las revelaciones llegarán de a poco. A ambos les costará hablar, o mejor, confesar qué hay detrás de las apariencias. Merodearán temas, medirán al otro. La monogamia y sus posibilidades, la infidelidad deseada como una aventura impregnan el diálogo "banal" según el autor. No hablarán de fútbol, no hablarán de negocios. Sí hablarán de mujeres. Algunas jóvenes de intenciones oscuras o mujeres bellas pero frías, al menos ocho, incluida la madre y una hija, son mencionadas y evocadas por estos dos hermanos. Hacia el final habrá una evocación nostálgica y, pequeños héroes de la burguesía, la última imagen los mostrará derrotados.
Con ironía, esta puesta de Carlos Ianni comienza con "Love of my life", el tema de Fredi Mercury que promete un amor para siempre y cierra con "We are the champions".
Tres sillas con aire moderno sobre moquette azul representan al club pretencioso y componen toda la escenografía. Esta austeridad, esta economía de recursos, obliga a desplegar y profundizar el trabajo actoral a la vez que potencia el valor del texto. En este sentido la puesta está muy bien lograda.
Guido D'Albo y Roberto Municoy transitan cómodos por los diversos matices con los que el texto está cargado, porque hay silencios, dudas, arrepentimientos, vergüenza, exabruptos. Componen a Juan y a Felipe acentuando los contrastes, uno en oposición al otro.
Y si bien tenemos solamente dos personajes que dialogan, los veremos desplazarse por todo el espacio, actuar con dos frentes, cambiar de lugares, movimientos que aportan cambio y plasticidad y evitan el riesgo de la monotonía.
En síntesis, relación entre hermanos, confesiones, fidelidad e infidelidad en tono de comedia.
Marco Antonio de la Parra nació en Santiago de Chile en 1952. Es médico psiquiatra y autor prolífico. Escribe novelas cuentos y teatro. Dirige y actúa.
Entre sus obras más conocidas: "Lo crudo, lo cocido, lo podrido" - "La secreta obscenidad de cada día".
Un hombre solo sentado en una metálica silla sobre una alfombra azul eléctrico. Es Juan, está solo y una luz blanca le revela los gestos del rostro y del cuerpo que van cambiando con el transcurso del tiempo. Apagón.
Aparece Felipe en escena, su hermano, a quien Juan hacía rato esperaba, como de costumbre, pero en esta ocasión para pedirle un consejo.
Este encuentro fraternal disparará lo que será un trama de reproches, bromas, comparaciones, enojos, distracciones, recuerdos... palabras que no se saben expresar.
Bajo el velo de la monogamia se esconden uno y mil conceptos, sentidos, transformaciones y emociones. Una y mil carencias. La falta de comunicación en un mundo paradójicamente absorbido por las comunicaciones, el sentimiento fraternal que no se permite manifestar, el deseo, motor propulsor del hombre, que se reprime, la nobleza del amor que no se deja fluir.
El tema de la monogamia es el eje de la obra que actúa como una excusa para recorrer esta y otros instancias sentimentales, haciendo de la obra “una caja de sorpresas” y un torbellino de preguntas: hasta que punto somos monógamos? Somos o aparentamos serlo? Hasta que punto somos fieles a nuestros principios o ideales? Cuánto a nosotros mismos? Hasta donde llega el límite de lo intransable? Acaso, somos conscientes de ello? Entonces la obra dará un martillazo: “la monogamia no existe”.
Esta pieza de Marco Antonio de la Parra está sustentada únicamente por las distinguibles actuaciones de Guido D’Albo y Roberto Municoy. La escenografía es austera, tal solo está basada en tres sillas y una alfombra, una luz permanece quieta durante los ochenta minutos que dura la función y una melodía solo se la escucha al inicio y al final de la obra .
Nos acercamos al director de “Monogamia”, Carlos Ianni para conversar sobre este aspecto destacable de la puesta, a la vez que de su relación con el autor y el texto.
Adondevamos.com (A): - Cómo llega la obra a sus manos y porqué la elige? Carlos Ianni (C.I.): -Conozco a Marco Antonio de la Parra y a su producción dramática desde hace más de una década. En mi rol de productor, propicié el estreno en Buenos Aires de La secreta obscenidad de cada día (1990. Teatro San Martín. Dirección: Francisco Javier) y El continente negro (1994. Teatro San Martín. Dirección: Verónica Oddó). Casi desde siempre tenía el no tan secreto deseo de montar una obra suya. Durante 1998 y 1999 trabajamos juntos en la escritura de una obra que finalmente se tituló La vida privada; una obra coral, inmensa, sumamente interesante que, por la magnitud de su producción espera el momento de su estreno. Cuando, a comienzos de año, recibí el primer borrador de lo que luego fue Monogamia supe que el momento de llevar a escena una obra de él había llegado. Me interesaba, sobre todo, que hablaba de los problemas del hombre de hoy con una estructura y un lenguaje absolutamente contemporáneo, y que, además, lo hacía poniendo la lupa sobre ese nudo ciego que es la relación fraterna.
A: - Cómo abordó la puesta tomando como eje la actoralidad? C.I.: -De acuerdo con una línea de trabajo que vengo investigando en mis últimos espectáculos (Contando las maneras -1992-, Debida obediencia -1994-, Rodeo -1996-, Segundas partes sí son buenas -1998-), y Monogamia no es la excepción, siento gran debilidad por las obras que descansan casi exclusivamente en el trabajo creativo de los actores, sin artificios, sin necesidad casi de escenografía, de luces, etc., donde el trabajo del director es sumamente sutil, tan sutil que casi ni se ve.
A: - Qué papel juega el humor en esta obra tan dramática? Cómo juega la idea de "Comedia aparente" que propone el autor? C.I.: -Toda comedia es una tragedia vista de lejos. Para eso sirven las comedias y el sentido del humor. Para no llorar a gritos. Para poder vernos a nosotros mismos desde lo más íntimo hasta lo más público. Monogamia es "trivial". Defiende el derecho a que la ternura sea un relato mayor. Es una dramaturgia menor de energías menores. Intenta sostener en el diálogo aparentemente banal la solemnidad de la tragedia. Los personajes pudieron ser payasos. Alguna vez cada uno intentó un imperio. Hablan de amor y no pueden. Quizá por eso la comedia. El humor tenue. La sonrisa.
A: Para usted, existe la Monogamia? La respuesta está en el espectáculo.
Monogamia deja un final abierto y una reflexión quedará suspendida en el aire: Somos realmente monógamos?. Será que habrá que atravesar, luchar y envolverse con las contradicciones que nos depara la fidelidad. En definitiva, como lo expresan Juan y Felipe al final de la obra: "de eso se trata, de vivir."
con Claudia Quiroga
5 de septiembre al 21 de noviembre
Jueves de 15 a 17
con Andrea Hanna
11 de septiembre al 30 de octubre
Miércoles de 15 a 17
con Yoska Lazaro (España)
3 de octubre al 21 de noviembre
Jueves de 15 a 17