De Alejandro Ricaño. Dirección: Carlos Ianni. Con Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany.
5 de octubre al 3 de noviembre
De Alejandro Ricaño (México). Dirección: Carlos Ianni. Con Claudio Martínez Bel, Teresita Galimany
Entrevistas a Teresita Galimany, Claudio Martínez Bel y Carlos Ianni. Imágenes del espectáculo.
De Alejandro Ricaño
Claudio Martínez Bel - Gustave
Teresita Galimany - Marie
Fotos: Soledad Ianni
Diseño gráfico: Agustín Calviño
Locución: Alejandro Sanz
Pintura: Violeta Bernuchi, Fernando Díaz, Solange Krasinsky
Escenografía: Fernando Díaz
Vestuario: Marcelo Salvioli
Iluminación: Carlos Ianni
Música: Osvaldo Aguilar
Asistente: Mariana Arrupe
Dirección: Carlos Ianni
Duración: 60 minutos
Espectáculo sin intervalo
CELCIT. Temporada 2012-2013
Este espectáculo formó parte de la programación del VII Festival Beckett Buenos Aires 2012
Samuel Beckett se mudó a París en 1929. Cuenta James Knowlson, autor de su biografía más completa ("Condenado a la fama"), que allí se reunió con otro irlandés, protagonista fundamental también de la literatura del siglo XX: James Joyce. El encuentro suscitó una anécdota un tanto curiosa y ridícula: Lucia, la hija de Joyce, se enamoró del discípulo de su padre, Beckett, pero éste la rechazó por ser bizca.
Esta anécdota tal vez banal pero que sin duda humaniza a estos dos grandes hombres, es el punto de partida para contar la historia de Gustave y Marie, dos personajes que no logramos saber con claridad si son reales o ficticios, si formaron parte de la Historia o son sólo parte de una ficción y que, según alega su relato, ayudaron a Beckett a escribir una de sus obras más conocidas.
El espectáculo rinde varios homenajes: a Beckett, recorriendo fielmente hechos relevantes de su trabajo y de su vida; a su mentor y amigo Joyce, a través de sucesos de su monumental "Ulises"; al amor incondicional, en la figura de Marie y al artista malogrado, al artista anónimo, que da todo de sí por un bien mayor, en la de Gustave. Y sobre todo, es un tributo al amor que, trascendiendo lo personal, se convierte en grande. Un amor que se entrega a la esperanza, ofrendándose al incierto futuro.
Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany le ponen su piel a Gustave y Marie, una pareja algo singular que comparte un vínculo de amor-odio-amor que enmarcará toda la trama; unas criaturas que quise imaginarme ficticias dentro de esta ficción, una clase de duendes un tanto solitarios que nos guiarán en esta historia de amor (en todos sus sentidos posibles): amores fracasados, inconclusos, amores pasionarios; amores incondicionales.
Gustave es un escritor al que no le ha ido demasiado bien. Para su desgracia, es contemporáneo de Samuel Beckett, quien se ha llevado todos los premios y primeros lugares en los concursos en los que han participado. Esta lucha que él solo mantiene con el personaje de Beckett lo lleva a desear matarlo. Con este fin, irrumpe en su departamento en donde encuentra el manuscrito de “Esperando a Godot”, suceso que transformará un tanto el desarrollo de los hechos.
Enamorado ferviente de la obra, corre a contarle a Marie lo sucedido. Ella, que en un principio no comprende demasiado acerca de esta pasión que se apodera de su amado Gustave, decide acompañarlo en su deseo de proteger a Beckett y su obra, eliminando todo obstáculo que se le pueda presentar al autor tanto durante su escritura como en su puesta en escena, al costo que sea.
Frescos, adorables, enredados en situaciones absurdas, estos personajes nos transportan mediante sus peripecias a través de las vivencias de Beckett en relación a la creación de su obra, a las agitaciones que tuvo su vida durante la guerra y a sus amores.
Incluso cuando ya no podríamos encontrar nada de qué reírnos, los actores, con ese encanto y maestría, entregan al público una imagen conmovedora y risible: conjugados en un juego de luces perfecto, un Gustave que se ha entregado por la causa, una Marie que se ha entregado por amor.
Pilar Mato. Viendo teatro. 18/10/2012
¿Quiénes son Marie y Gustave y qué esperan, mientras interpretan sus propios personajes; se atraen y se rechazan? Gráciles criaturas sin entidad definida, ellos esperan a Godot. De frente o laterales a la escritura de Esperando…, o sea, esperando detenidos en la espera misma. Especulemos: el difuso juego dramático "Riñón de cerdo para el desconsuelo", de Alejandro Ricaño, lo habilita; nos desafía a una propia digresión.
Marie y Gustave pueden ser oscuros colaboradores de Samuel (Beckett) o simples preciosos, ridículos impostores, al acecho del genial irlandés mientras este escribe Esperando…. El joven dramaturgo mexicano (1983) levanta una serie de ingeniosas, tiernas improbabilidades sobre la gestación de esa obra capital del teatro del siglo XX. Marie y Gustave pueden resultar así hasta pretenciosas imposturas de Pozzo y de Lucky, afines a Vladimir y a Estragón. Tal vez solo testigos de aquel texto disolvente que indaga en el sentido del no sentido de la vida, en la sinrazón del mundo contemporáneo. Conocen o pretenden conocer a James (Joyce) y a sus íncubos Leopoldo Bloom, su esposa Suzanne, habitantes de la Ciudad Luz de 1929, que va dejando de ser una fiesta. Riñón de cerdo… semeja una deliciosa invitación a la teatralidad asomada al humor absurdo, sin trasponer los riegos de ese límite. Ricaño funda su fábula sobre algunos equívocos privados que aporta el biógrafo James Knowlson sobre las andanzas de Beckett en París y su rara relación con el autor del "Ulises". Invita a un teatro que se levanta sobre intertextualidades y tropos lingüísticos, apto casi exclusivamente para gozo de un público avisado. Es de festejar que el CELCIT abriera espacio a esta obra y que Carlos Ianni volcara con aparente ingenuidad perversa este ingenioso pasatiempo resuelto con aguda sensibilidad y calculada economía de recursos. Una puesta de sutil, acertado ritmo, que vuelve a su favor las cualidades particulares de una sala a dos frentes, donde Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany producen una fresca interacción de frívolos complementarios opuestos. Acaso en el ingenio de Ricaño flote la sospecha de una falta de objetivo trascendente a su brillante escritura provocadora; algo que lo eleve por sobre el mero gusto de jugar por el jugar mismo. Acaso con esta celebración alcance para la fiesta.
Luis Mazas. Revista Veintitres. 12/10/2012
“Si haces la experiencia de ser ficticio durante un tiempo, comprenderás que a veces los personajes de ficción son más auténticos que los individuos de carne y hueso y de corazón palpitante”. Richard Bach
Una situación compleja, dos personajes que se atraen y se enfrentan continuamente, pero que se necesitan para contar un lapso en la vida de Samuel Beckett, que por ser tan admirado despertó pasiones encontradas y deseos ocultos, que no sabemos si fueron verdaderos o no, pero que en el aquí y ahora existe, porque lo estamos presenciando.
Gustav, interpretado sublimemente por Claudio Martínez Bel, es un escritor anónimo y ávido de reconocimiento, que llevado por el deslumbramiento hacia Samuel, se transforma en su sombra, hasta el punto de creer que es el autor de una obra escrita por el dramaturgo, novelista, crítico y poeta irlandés, y, capaz de perder su libertad y hasta su vida, en pos de sus supuestas convicciones. A su lado, está Marie, personificada excelentemente por Teresita Galimany, una mujer fiel, demandante de amor y dispuesta a todo por defender y apañar a su hombre.
Este homenaje a Beckett esta materializado, no sólo en el contexto de la obra, sino también en el personaje principal, con su carácter iracundo y pesimista, pero con un particular sentido del humor, entre negro y mezquino.
En ésta puesta vislumbramos como la mente del ser humano, ante la adversidad, puede crear un mundo propio, como una vida vacía y sombría busca inconcientemente alguna manera de llenarla, arrastrando con ella a quienes lo quieren. Y, aunque los acompañantes, saben muy bien lo que sucede, callan y se dejan llevar para no lastimar.
Recomendado porque ambos actores, junto al director, Carlos Ianni, proponen un espectáculo teatral muy cuidado, en donde hay calidad y profesionalismo, y un relato muy original.
Estela Gómez. Pidma. 26/09/2012
La pieza "Riñón de cerdo para el desconsuelo", del mexicano Alejandro Ricaño, usa como materia temática la dramaturgia del autor de "Final de partida".
Son graciosos y desolados. Pequeñas caricaturas de espías que viven en su mundo de literatura. Quieren cumplir con el ritual de comer riñón de cerdo para celebrar a "Ulises", pero es el corazón de su autor, James Joyce, lo que desean o, más precisamente, la vida y la obra de su discípulo. Un joven irlandés engreído y difícil, talentoso y malvado con las mujeres a quien seguirán con persistencia y abnegación. Esa mirada periférica convierte a los personajes de "Riñón de cerdo para el desconsuelo" en escritores. Todas las peripecias que quedan truncas en el papel se ofrecen generosamente en la realidad, entonces ellos salen al ruedo para poner su ingenio allí donde la tinta se disuelve.
Gustave y Marie parecen copiar el vínculo esquivo entre Lucía Joyce y Samuel Beckett. Ella locamente enamorada, él fastidiado, decidido a rechazar a esa chica bizca y esquizofrénica, pero condenado a escribir sobre ella, a crear seres dislocados e inertes. A hacer de Lucía la fuente de su estilo.
La dramaturgia del autor mexicano Alejandro Ricaño es un acto de reflexión sobre la obra beckettiana. Se estructura a partir de un mecanismo que enlaza el estado resignadamente amoroso de Vladimir y Estragón con el juego de sometimiento de los personajes de "Final de partida" y los hace convivir en una Francia ocupada por el nazismo, donde todos los sujetos pasan a convertirse en refugiados, donde cualquier espacio es ese camino artificial e impreciso dibujado en un escenario.
Gustave será el escritor en las sombras. Apagado por el talento de se irlandés que también le ha quitado el amor de Lucía, será el narrador de la vida de Beckett, de las acciones que constituyen la trama de una historia en la que él se inserta como figura lateral, invisible. Así como Beckett se dedicaba a desarrollar los conflictos intrascendentes para que el verdadero drama funcionara siempre como tensión, como la oscura presión sobre la risa de sus personajes, Gustave y Marie serán los tramoyistas, el material de relleno para que los hechos cobren volumen.
En el histrionismo de Claudio Martinez Bel y Teresita Galimany se encuentra la persistencia en la risa o en esa mueca que sostiene lo cómico aun cuando todo se ha vuelto una tragedia, que constituye un elemento narrativo esencial del absurdo beckettiano. Son dos personajes de comedia devenidos en detectives que en la voluntad de sus almas protectoras dibujan una arquitectura de sucesos a veces maliciosa, pero siempre obediente a los lineamientos de una historia que defiende su propia lógica.
Si Beckett decidió poner en suspenso la anécdota como recurso insuficiente para hablar de los sujetos que habían vivido el horror y no podían contarlo, su estadía en la Francia de la ocupación deberá ajustarse a la causalidad de sus propias criaturas dramáticas. El tránsito por una ambigüedad que instala la simulación, la evidencia de que todo lo que ocurre en la escena o en la vida no es más que una actuación, que todos los sucesos pueden haber sido inventados sólo para matar el tiempo, que ocuparse de contar los estornudos de Beckett o esperar a Godot no son más que pequeñas ficciones que buscan un sentido allí donde el vacío tiene ese impulso tentador de la muerte, parecen construir el soporte de la caracterización dramática de los protagonistas.
No es desde la verosimilitud que se realiza la lectura de esta obra dirigida por Carlos Ianni sino desde la certeza de la falsedad, de la artificiosidad del teatro para lograr lo imposible. Los personajes transforman la vida por el solo encanto de su imaginación. Se vuelven sabios e iluminados por haber sido capturados por el inexplicable deseo de la fantasía. Hablar implica escribir y la escritura no es un pasatiempo inocente. Se construye de a dos, en un diálogo donde el desamor y la dependencia absoluta también pueden alimentar el ingenio. La inspiración es una experiencia contagiosa.
El sacrificio encuentra en ese cuerpo abierto del cerdo una manifestación ritual. Es una imagen que busca interferir en la pasividad indolente de los personajes beckettianos. El absurdo podría pensarse como el negativo de la tragedia. Existe un sacrificio que nunca se consuma, para recuperar el sentido alguien debería morir, la diferencia entre la vida y la muerte reclama el abandono de ese estado de vaguedad. Ricaño cruza ese dato con la biografía de Samuel Beckett y diseña un texto que tiene como materia temática la dramaturgia de otro autor. Una suerte de ensayo trastocado en ficción que estimula un juego de oposiciones, tal vez como una estrategia de pensar un teatro más allá de Beckett.
Alejandra Varela. Revista Ñ. 14/09/2012
Con un gran trabajo actoral y una dirección rigurosa, esta obra hace reír, nos pone a pensar y nos acerca
a la relectura de los clásicos.
Hay un momento en la vida de los escritores pobres en el que tienen que apostar su talento a todo o nada. Dedicarse a escribir, sin más, sin importarle el alquiler, el estómago o la compasión ajena. Escribir hasta triunfar o hasta morir.
Esta pasión, esta incierta esperanza, se refleja en Riñón de cerdo para el desconsuelo. Un escritor desconocido, Gustave, vive en el París de entreguerras. Como Samuel Beckett, que dejó atrás su Irlanda natal para desembarazarse de todo lo que no fuera la escritura, Gustave se establece en un cuarto alquilado y trata de hacer aquello para lo que vino al mundo.
Gustave y Samuel se parecen. Pero Samuel está mejor pertrechado: tiene auténtico talento. Gustave solo la tiene a Marie. A Marie y a una colección de ínfulas de fracasado.
Un joven dramaturgo mexicano, Alejandro Ricaño, es el autor de esta pieza. Se las arregla para reflexionar acerca del paso del tiempo, de los tedios del amor, de los vínculos, del arte verdadero. También se encarga de homenajear a Joyce y al propio Beckett, relatando con pasión de fan el paso del irlandés por París. Con un estilo jocoso y cínico, el texto divierte, escandaliza y emociona. El tortuoso derrotero de Gustave y Marie se parece al de los personajes de Esperando a Godot. Ricaño los sitúa en espacios estratégicos, ciegos, plegados, de la verdadera vida de Samuel B. Cumplen así un rol de musas grises, de fantasmas, de seres desdibujados. Sin embargo tienen fuerza y luchan para defender la creación, aunque no provenga de sus manos, sino de su peculiar entorno.
Rinón... cuenta con la acertada dirección de Carlos Ianni, quien realiza una puesta minimalista, apoyada en dos magníficos actores. Teresita Galimany y Claudio Martínez Bel dejan todo en el escenario, logrando una estupenda interpretación de este nuevo clásico latinoamericano que se solaza entre otras cosas, en recrear el lado oscuro de los autores.
Laura Ávila. Planeando sobre Bue. 06/08/2012
Nuestra opinión: muy buena.
Con frecuencia olvidamos que, más allá de lo que el genio individual inscribe como propio e intransferible en una obra de arte, su creación en cualquier época es el fruto acumulado de una cultura previa a la que otros hombres, tanto en el plano intelectual como en el práctico, han aportado. Ninguna, ni siquiera la más sublime de las conquistas estéticas, surge de la nada. Ni de una inspiración divina desvinculada de un tiempo y un espacio concretos y de la larga memoria poética anterior.
Para hablar de este tema, el joven y talentoso autor mexicano Alejandro Ricaño (Un torso, mierda y el secreto del carnicero, La constante sospecha de un hombre, Más pequeños que el Guggenheim y varios otros títulos) apela a un ardid ingenioso: introduce en dos períodos de la vida de Samuel Beckett a una pareja (Gustave y Marie) que, siguiendo sus pasos, contribuye mediante distintos procedimientos a que su pieza de teatro fundamental, Esperando a Godot, consiga plasmarse. Son como dos héroes anónimos, a los que ni el escritor conoce, que eliminan los obstáculos que interfieren en la sana marcha de la obra, en especial Gustave, que llega incluso a matar a un soldado norteamericano (sugestivamente llamado Arthur Miller) para "salvar" a Beckett.
El plus de Ricaño es que ejemplifica mediante su obra esa idea de que todos los autores suelen tomar materia prima de otros: sus dos criaturas, aunque hombre y mujer, son parecidos a Vladimir y Estragón. Discuten en forma permanente y se amenazan con abandonarse, pero siempre se quedan, enlazados el uno al otro por una relación de simbiótica dependencia. Pero, a la vez, demuestra que esas habituales "apropiaciones" no tienen por qué invalidar lo distintivo de cada voz autoral, la posibilidad de elaborar una historia diferente, como es su mismo caso.
Alusiones a los personajes que rodearon la vida de Beckett, incluido James Joyce, o a sus travesías para escapar del acoso del nazismo, permiten que, mientras el espectador sigue las peripecias de Gustave y Marie, tenga también imágenes de los terribles sobresaltos que tuvo la existencia del creador de Esperando a Godot durante la guerra. Lo cual puede considerarse un tributo a la envergadura ética que tuvo no sólo su obra, sino su propia existencia.
En medio de esos vaivenes, y mientras construye situaciones de fresca, efectiva y absurda comicidad, Ricaño reflexiona sobre temas filosóficos como lo incierto de la vida, el sentido de la espera o la naturaleza de la creación, muy al estilo de la paleta beckettiana. Y metaforiza, de paso, sobre las, a menudo injustas, distribuciones del reconocimiento, el prestigio, la verdad o las posesiones humanas, algo que vale para el arte, pero del mismo modo para la vida social.
Un buen texto no alcanza, sin embargo, toda su plenitud escénica sin una mano diestra que explote al máximo sus posibilidades. Eso logra con Riñones de cerdo para el desconsuelo la dirección de Carlos Ianni, quien, a partir de pocos elementos escénicos (un sillón, un perchero con dos abrigos, una gorra y un sombrero femenino, un paraguas blanco, y añadido a esto un sugestivo trabajo de luces), concreta una puesta enjundiosa y al mismo tiempo refinada. En absoluta sintonía con esta calidad, la interpretación de los dos protagonistas, Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany, es de un alto grado de exquisitez y sutileza.
Alberto Catena. La Nación. 11/07/2012
"Riñón de cerdo..." surge de la coexistencia narrativa de dos relatos, uno histórico, relacionado con dos personajes fundamentales en el desarrollo de la literatura contemporánea (Samuel Beckett y James Joyce), y otro ficcional, la historia de Gustav y Marie, interpretados por Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany. La obra del mexicano Alejandro Ricaño, dirigida en CELCIT por Carlos Ianni, cuenta la historia de dos personajes marginales, un escritor frustrado y una mujer que hace lo que sea por su amor. Gustav, obsesionado con la vida, la obra y la figura de Beckett envuelve a Marie en su aventura de seguir al escritor, enterarse de su vida intima y finalmente “corregir” la obra más famosa del irlandés, "Esperando a Godot".
En medio de una puesta en escena despojada, se desarrolla una historia cuyas acciones están atravesadas por el deseo de que el producto artístico trascienda aunque para ello Gustav tenga que renunciar a su autoría y al papel de “creador”. En este sentido, el personaje se convierte en una especie de antihéroe artístico, que logra expresar la esencia de una época (Paris de los años 30 y 50) como consecuencia de la unión colectiva de talentos y no como un producto individual. De este modo, el concepto de creación es reformulado como una cadena de talentos que involucra a varias personas. Algunas pasarán a la Historia, otras, como Gustav y Marie, permanecerán en el anonimato.
Ricaño instaura una dinámica de vaivén en el relato. En medio de estos movimientos, se construyen momentos de comicidad, juego y absurdo, pero también situaciones filosóficas que habilitan temas acerca del arte, el proceso creativo, la incertidumbre existencial y el concepto de la espera, tan usual en la obra de Beckett.
"Riñón de cerdo..." es una obra sobre el arte, sobre la genialidad como un aporte que incluye a generaciones y sobre todo como un proceso. En este sentido el personaje de Gustav es central, porque renuncia a lo individual para dar vida a la obra de Beckett que, a su vez, está influenciado por un ícono de la literatura como lo es Joyce y éste, por todala Historia de la literatura.
Lorena Cevallos. Espectáculos de acá. 08/07/2012
Riñón de cerdo para el desconsuelo, obra de Alejandro Ricaño con dirección de Carlos Ianni.
Es absolutamente justo que el dramaturgo Alejandro Ricaño dé a conocer a dos héroes anónimos que a través de su obsesión y abnegación hicieron posible que llegará a buen puerto una obra fundamental del teatro de todos los tiempos.
Ricaño emplea su juguetona imaginería para contar una historia entrañable en donde lo real y lo imaginario se funden al punto de poner en duda en dónde comienza lo uno y termina lo otro.
El autor imagina un detrás de escena de la literatura en la que se mueve uno de esos escritores que nunca terminan de encontrar su camino (siempre acompañados por su abnegada fuente de inspiración y sostén espiritual), que se la pasa mirando de rabillo a su colegas: tanto al encumbrado como al que esta en camino a serlo. En este caso para esta “pluma no reconocida” su archienemigo es un joven Samuel Beckett, discípulo de un no menos notable James Joyce. Pero algo sucede en el entrecruce de este anónimo escritor y Beckett que hace que uno cobre la misma altura genial del otro.
El director Carlos Ianni elige un delicado despojamiento en que los pocos elementos que pone en juego el diseño escenográfico de Fernando Díaz crean una espacialidad para que la corporalidad actoral se adueñe del mismo. Hay una idea de ir dejando –a medida que avanza la historia- sin ningún tipo de soporte a los personajes para poder así dimensionarlos en toda su corajuda, tierna y, endeble humanidad. Claro para que se vislumbren esos rasgos la iluminación, del mismo Ianni, crea intensos climas. Pero si hay algo que hace ver el revés de esos seres es el vestuario de Marcelo Savioli, un hallazgo de época y sutilezas.
Claudio Martinez Bel y Teresita Galimany realizan dos bellos trabajos, entregándose a lo lúdico y sin dar respiro a su sensibilidad. Preste atención, futuro espectador, al guiño que realiza Martínez Bel a otro grande de las letras como Alfred Jarry.
A decir verdad, deseé que todo lo que se relata en la obra "Riñón de cerdo para el desconsuelo" haya en verdad sucedido, porque así podría cobijar la esperanza de que el hombre sería capaz de dejar de lado toda mezquindad y ruindad en pos, nada más y nada menos, de un hecho artístico.
Gabriel Peralta. Crítica Teatral. 22/06/2012
De Alejandro Ricaño. Dirección: Carlos Ianni. Con Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany. Escenografía: Fernando Díaz. Vestuario: Marcelo Salvioli. Iluminación: Carlos Ianni. Música: Osvaldo Aguilar. Asistente: Mariana Arrupe. Duración: 60 minutos. CELCIT, Moreno 431.
Riñón de cerdo para el desconsuelo, del joven dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño, es uno de los aciertos fuertes de esta temporada del CELCIT, cuya meritoria labor en la difusión de la literatura dramática latinoamericana no siempre es valorada en forma adecuada. El texto de Ricaño nos ubica, mediante un hábil ardid histórico, en dos épocas (finales de la década del treinta y comienzos de la del cincuenta), donde los dos únicos personajes de la obra, Gustave y Marie, viven sus existencias, de algún modo, como ecos de lo que les ocurre a un par de genios literarios de este tiempo: James Joyce, autor de Ulises, y Samuel Beckett, artífice de Esperando a Godot, por citas sus obras más emblemáticas y significativas.
Datos tomados de las biografías de ambos creadores, unidos a las resonancias que provocan en el imaginario del espectador las alusiones a aspectos de sus obras, son enlazados con sutileza para ir contando la relación que esta pareja tiene con aquellos artistas, a quienes admiran profundamente, en especial Beckett. Gustave es un escritor frustrado que ha encontrado el sentido de su vida en colaborar a que Beckett plasme su máxima creación: Esperando a Godot. Entretanto rabia porque Samuel haya rechazado a la hija de Joyce, siendo que él la pretendía. Lo interesante es que se lo dice a Marie para señalarle que hay mujeres a las que él desea más. Y esto debido a que la relación entre Gustave y Marie ha tenido siempre –y esto es parte del interés que despierta la obra en el espectador- un costado conflictivo, pero en el fondo de enfermiza y simbiótica dependencia. Él la rechaza en forma permanente y la estimula a irse, pero, cuando ella va a hacerlo, retrocede y le pide que se quede, porque en rigor no puede vivir sin ella y es un pequeño antihéroe más ridículo que trágico.
En medio de esos vaivenes, que Ricaño esparce en situaciones de efectiva comicidad, se incorpora también la reflexión sobre temas filosóficos que cruzan la literatura de Joyce y Beckett, es especial sobre lo incierto de la vida, el sentido de la espera o la naturaleza de la creación, si ésta es el producto de un estallido de un talento individual o la forma en que, a través de un hombre, se expresa el genio concentrado de una época. Ricaño se introduce a los personajes en todas estas meditaciones, pero sin solemnidad, conservando siempre ese tono entre juguetón y absurdo de la paleta beckettiana.
Por todas estas razones, Riñón de cerdo para el desconsuelo es una obra gratificante y muy recomendable. Sin duda, contribuye decisivamente a ello la diestra mano de Carlos Ianni, quien, a partir de pocos elementos escénicos (un sillón, un perchero con dos abrigos, una gorra y un sombrero femenino, un paraguas blanco y añadido a esto un sugestivo trabajo de luces), concreta una refinada puesta. En absoluta sintonía con esta calidad, la interpretación de los dos protagonistas, Claudio Martínez Bel y Teresita Galimany, es de un alto grado de exquisitez.
Alberto Catena. Revista Cabal. 08/06/2012
El director Carlos Ianni habla de "Riñón de cerdo para el desconsuelo".
El dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño armó un juguete lúdico a partir de las obras cumbre de James Joyce y Samuel Beckett, en quienes Ianni reconoce “el genio como concentración de lo que fueron aportando muchas generaciones”.
Escrita por el joven dramaturgo mexicano Alejandro Ricaño, Riñón de cerdo para el desconsuelo narra una historia que enlaza a dos autores emblemáticos de la primera mitad del siglo XX, los irlandeses Samuel Beckett y James Joyce. La obra, que subirá a escena hoy en el CELCIT (Moreno 431) bajo la dirección de Carlos Ianni, alude a la biografía de ambos autores desde el marco que aporta la historia ficcional que protagonizan Gustave y Marie, un escritor frustrado (a cargo de Claudio Martínez Bel) y su enamorada (Teresita Galimany), ambos unidos en un insólito plan secreto: ayudar a Beckett a concluir el texto de Esperando a Godot. La acción transcurre en París, pero en tiempos diferentes: a fines de los años ’30 y en 1953, a poco de estrenarse Godot en el Théâtre de Babylone.
Gustave renuncia a escribir su propia obra para ofrendar todo su tiempo a la construcción de una obra de maestra... que será por siempre la obra de otro. En conversación con Página/12, el director se pregunta: “¿Es posible amar algo por encima de uno mismo? ¿Es posible hacer un aporte anónimo y genuino a nuestros semejantes? Y ese aporte anónimo, de existir, ¿es también creación? ¿Cuántos héroes y genios anónimos abarca eso que llamamos arte?”.
–¿Qué aportan los datos verídicos a la obra de ficción?
–Aportan un contexto histórico-social, toda una época y unos personajes que están en el inconsciente colectivo y traen con ellos múltiples resonancias. Así, permiten al público involucrarse más allá de lo que genera lo estrictamente evidente.
–¿Y en esta obra en particular?
–Aquí permiten dar a conocer aspectos de la vida de un grande de la literatura, de un genio del teatro, Samuel Beckett. De su tiempo y circunstancias. Se conoce su obra, pero no tanto las peripecias más significativas de su vida. Este espectáculo las recorre generando muchas veces el suspenso de una película de espías.
–¿El texto juega con la biografía de ambos autores?
–Con su obra, Ricaño arma un juguete lúdico sirviéndose de algunas “piezas” –James Joyce, su Ulises y su protagonista Leopoldo Bloom, por una lado; Samuel Beckett, su esposa Suzanne Deschevaux-Dumesnil y los personajes de Esperando a Godot, por el otro– para contar una conmovedora historia de amor, de la que son partícipes Marie y Gustave, quienes, según alega su relato, ayudaron a Beckett a escribir una de sus obras más conocidas.
–La obra no pretende ser didáctica...
–Es que a veces, cuando se habla de personajes reales inspirando una obra de ficción, cuando se menciona época y contexto histórico, se da por sentado que el público pasará un buen rato muy serio, mirando el escenario. Quiero subrayar la ironía y el humor con que Ricaño trata a sus personajes. Si algo bonito nos dijeron algunos de los colegas que nos han acompañado en este último tramo de los ensayos, es que habían seguido la obra con una sonrisa en los labios.
–¿Cree que Gustave y Marie podrían ser, como personajes, caras de una misma moneda?
–Ambos tienen un vínculo muy fuerte, lo cual se ve en la riqueza e intensidad de sus intercambios. A su manera, y sin importar lo que digan, se necesitan. Se complementan. Son cómplices y dependen uno del otro.
–¿Qué es lo que la figura de Beckett representa para Gustave?
–Beckett representa para él todo aquello que ama y admira, el punto más alto al que puede llegar la belleza y lo sublime. Gustave es, en definitiva, el retrato de una entrega a un bien mayor, libre de toda consideración mezquina. Es, en el sentido que va develando la obra, una suerte de antihéroe artístico.
–¿Qué significados adquiere la espera en la obra, dado que se menciona en diversos contextos?
–Hay un doble plano que está jugando de continuo en la obra. El expresado en la literatura dramática y el que expresan los personajes. Está el de la espera-desesperanzada, en la que sólo resta quedarse allí sin nada que pueda venir en nuestra ayuda o auxilio o contento. Y está el de una espera-esperanzada donde hay algún futuro, donde algo puede surgir en el horizonte para nuestra alegría o consuelo.
–¿Es ésta una obra que habla, aunque de un modo muy poco ortodoxo, acerca de la creación?
–Sin duda. El contexto del que hablábamos al principio está signado por la aparición de Joyce y Beckett, creadores fundamentales de la literatura moderna. Y en contraposición, otro creador, menor y consciente de sus limitaciones, pero capaz de poner toda su inventiva, todas sus capacidades, en función de la grandeza de la creación en sí. La obra plantea un aspecto de la creación donde ésta, en sí misma, se convierte en la protagonista, en aquel valor amado por el cual cualquier sacrificio vale la pena.
–Hasta el sacrificio de desaparecer en la obra de otro...
–En una cultura que nos ha enseñado a trabajar duro para ser el número uno, a anteponer nuestro yo a todo, que nos ha inculcado el individualismo y lo ha impreso en nosotros a fuego, Riñón de cerdo... nos hace repensar que nadie llega solo ni por generación espontánea a ninguna parte. Creo que el genio es simplemente la concentración de lo que fueron aportando, en un punto específico, muchas generaciones.
* Riñón de cerdo para el desconsuelo, CELCIT (Moreno 431). Sábados, a las 21; domingos, a las 19.
Cecilia Hopkins. Página 12. 02/06/2012
con Carlos Ianni
9 de abril al 26 de noviembre
Miércoles de 10 a 13
con Eloísa Tarruella
17 al 28 de febrero
Lun, mie y vie de 11 a 13
con María Svartzman
3 al 7 de febrero
Lunes a viernes de 10.30 a 13
con Teresita Galimany
12 de marzo al 2 de julio
Miércoles de 19 a 21
con Arístides Vargas (Ecuador)
31 de marzo al 28 de abril
Lunes y jueves de 17 a 19
con Laura Derpic (Bolivia)
8 de mayo al 25 de junio
Jueves de 15 a 17