Escrito y dirigido por Mariela Asensio. 19 de marzo al 27 de agosto
Entrevista a Mariela Asensio, Florencia Ansaldo, Carlos Juárez. Imágenes del espectáculo.
(historias de la clase media)
Dramaturgia y dirección: Mariela Asensio
Con
Florencia Ansaldo, José Joaquin Araujo, Lucía Aduriz, Salomé Boustani, Guillermo Jáuregui, Mario Mahler, Natalia Olabe, Andrea Strenitz
Iluminación: Ricardo Sica
Vestuario: Vessna Bebek
Producción ejecutiva: Pamela Santangelo
Asistente: Paola Luttini
Duración: 60 minutos
Nota: En la temporada 2015, el rol de la Psicóloga fue interpretado por Teresita Galimany y el de la Actriz por Anahí Gadda. Hasta abril de 2016, el rol del Padre fue interpretado por Carlos Juarez.
¿Alguna vez te preguntaste en qué se parece lo que soñaste para tu vida con lo que tu vida en realidad es? ¿Alguna vez te encontraste cara a cara con tu frustración?
Una aspirante a actriz, un extranjero que huye de los mandatos familiares, una psicóloga agobiada, un matrimonio adicto a la vida de country y una hija a la deriva, cruzan sus historias de vida en medio del tedio que les genera la disconformidad. Mientras tanto, un guardia de seguridad y una empleada doméstica, usan su poco tiempo libre para soñar con un mundo mejor.
Artistas, empleados, profesionales, desocupados, nuevos ricos, gente que hace una cosa pero muere de ganas de hacer otra. Con la tarjeta Visa en la billetera, el smartphone en el bolsillo y el plasma en el living comedor, esta diversidad humana que rema para llegar a fin de mes o que disfruta de nuevos privilegios, se cuestiona a sí misma asumiéndose o negándose rotundamente a ser la clase media. ¡Prendan la televisión que la mesa está servida! El futuro llegó hace rato y la única certeza es que nadie quiere ser nadie.
Dice Mariela Asensio:
Nadie quiere ser nadie (historias de la clase media) nace a partir de tres disparadores: Los días que pasé en un barrio cerrado durante unas vacaciones; un video en Youtube en el cual una señora increpa a su empleada doméstica y mi propia reflexión acerca del oficio del teatro en relación directa con el dinero.
La obra intenta ahondar sobre el pensamiento y las conductas de un sector amplísimo y muy variado de la sociedad, a la que podemos englobar bajo el título de “clase media”, y que abarca a personas y realidades muy diversas. Desde familias que viven en countries, pasando por empleados, artistas y profesionales con mayor o menor suerte.
Apelando al humor y la ironía, la obra cuestiona y expone las relaciones de poder en la vida familiar y en el ámbito público, la eterna disconformidad de un grupo humano al que nada le alcanza para estar en paz consigo mismo y su realidad, y la idea que las prácticas de consumo son uno de los elementos constitutivos de la clase media. Ese colectivo variopinto que muchas veces confunde el tener con el ser.
CELCIT. Temporada 2015-2016
La autora y directora teatral habla de Nadie quiere ser nadie, un éxito del under que indaga en los conflictos de la clase media.
Con más de 25 obras en su haber, Mariela Asensio (36) es una de las dramaturgas más prolíficas del teatro independiente porteño. Este año, además de volver a apostar por Nadie quiere ser nadie en el CELCIT (una obra hecha a pulmón que en 2015 logró buenas críticas y asistencia), pone en escena Potranca (ver Desentrañando...), otra pieza de su autoría. A eso le suma su rol como actriz en Casa Valentina, de José María Muscari, que supuso su debut actoral en el teatro comercial.
Así como la cuestión de género ocupó gran parte del reciente universo Asensio (con Vivan las feas y Malditos todos mis ex), en Nadie quiere ser nadie, la autora y directora de la obra se entromete en los dilemas existenciales de la clase media, encarnada en una familia que vive en un country: el dinero, el mandato paternal o la propia cuestión de clase que se evidencia a partir de sus vínculos con la empleada doméstica, la psicóloga o el guardia de seguridad. ?"Uno tiene ideas, una posición frente a ciertos temas o cuestionamientos que rondan y reinciden. Es inevitable que eso no se vea reflejado en lo que uno hace. Siempre hay una visión política -en el sentido más amplio de la palabra- en lo que hago", explica Mariela.
Mariela es una usina creativa en sí misma. Actriz, dramaturga y directora, es todo eso junto desde muy chica (ahora también es docente). "Mientras me formaba como actriz, quería actuar. Y para actuar me escribía mis propias obras. Esa fue la pulsión inicial", explica. "En ese ejercicio, me di cuenta que me encantaba el sentido de la totalidad, que mi libido estaba más puesta en la creación. Nunca dejé de actuar, pero nunca con la asiduidad y la productividad con la que escribo y dirijo", cuenta.
¿"Nadie quiere ser nadie" es una crítica lisa y llana a la clase media?
Es una mirada crítica a la clase media sobre la relación entre el tener y el ser. Esta cosa de 'cuanto más tenés, más sos'. La clase media es muy amplia, no termina de clasificarse. Por eso en la obra aparece desde la familia que vive en el country hasta los empleados. A partir de eso se desprenden miradas o pensamientos críticos sobre las cosas y las personas: la disconformidad, la frustración, las relaciones de poder en la familia y en lo laboral, la desigualdad.
Pareciera haber un punto en común entre la clase media acomodada y la clase media laburante: la infelicidad.
Sí, porque tiene que ver con la disconformidad, como que nunca nada alcanza. ¿Qué es lo que hace a la felicidad? ¿Qué es lo que construye una vida, una historia?; ¿Dónde se funda uno mismo en su propia vida? ¿Cuál es el lugar que a uno lo sostiene? Me parece que la obra pone todo eso en jaque, por eso la gente se siente tan identificada.
Y el espectador promedio de teatro es clase media. ¿Buscaste incomodarlos? ¿Qué devoluciones tuviste como autora?
Creo que la obra tiene ese doblez entre el humor y el dolor. La gente se ríe, y de un momento a otro está llorando. No sé si quería incomodar. Sí quería interpelar. Porque yo formo parte de esa media y me interpelé a mí misma. Tuve una crisis importante hace dos años, que me di cuenta que tenía 35 años, un hijo, no era propietaria. Me empecé a hacer preguntas sobre qué era lo material para mi, por qué nunca me había preocupado por tener determinadas cosas. Esa fue la primera pulsión. Después entrevisté a personas cercanas: mi familia, mis amigos. Y me encontré realmente con la clase media argentina.
Si el teatro es catárquico para actores, autores, directores, ¿con esta obra pretendés que el público haga catarsis?
El público completa, y desde ahí tiene un rol activo. Me parece que el teatro tiene la posibilidad de transformar, como algo de reciclaje. Y del mismo modo que yo me reciclo haciéndolo, el público puede reciclarse experimentando la vivencia de espectar. En general mis obras no son cerradas, sino que son permeables: el público puede resignificar algo de su propia vida. Con esta obra hubo varias personas que se enojaron conmigo. Porque consideraron que yo tomé cosas de su vida, me encontré explicándole a personas cercanas que no estaba hablando de ellas. No me había pasado con ninguna otra obra. Y no es un dato menor: es porque la obra toca una fibra doliente.
"Nadie quiere ser nadie" es la representación de la clase media variopinta , la más híbrida y menos cohesiva de las clases en la que a veces el vacío, no se llena con nada. Mariela Asensio, texto y dirección, logra un reflejo perfecto.
Son clase media. Al primero lo vemos acomodado, un padre de familia, feliz porque el capuchino a la italiana del bar del centro comercial cercano al barrio, a un puente tal vez, se repite idéntico en el solcito fuera de la sombrilla y en su cuadrado de cielo, en la casa del country. Tópicos mediopelistas como: Nadie nos regaló nada, tenemos seguridad, crucero, plasma y el house, ¡Ah!, el house donde se reúne gente comme il faut… Reflexiones que en tono sereno se dispersan cuando hay que pedirle a Maricruz, la mucama ese whisky que demoró dos segundo más.
Sus certezas se fundan en “ocupar el mejor lugar antes que otro”, “crecer a lo grande” es decir, dejar de ser sólo clase media, ser mucho más. La mucama friega el piso. Lugar que le toca. Lugar de los de abajo. En la casa impera el Just do it para la servidumbre y por supuesto, el vacío para los demás.
Un extranjero se mezcla, sin tocarlos al principio (sería el colmo) es venezolano, vino a estudiar teatro, creyó estar en la meca, no lo estaba y ahora recibe algo de sus padres para vivir. Quiere ser alguien. Encarnado muy bien por José Araujo, muestra todas las contradicciones del arribado al paraíso perdido.
La esposa y la hija del señor de la casa, son dos seres patéticas. La madre insatisfecha de toda insatisfacción, tilinga, preocupada porque su hijo no le escribe desde el exterior, sólo atina a pedirle a su hija que se pese. Cascarudo, le dice; pesate y no comas. La chica es un palo vestido, glamorosas de la mañana a la noche, no encuentran qué hacer. Estudiar humanidades, teatro, hacer scons, porque tanto bienestar agobia. Tienen dos obsesiones: qué hacer con su existencia repleta de artefactos comprados en el exterior que son eso, artefactos y a la vez, la señora contar cuántas empanadas se comió la mucama y su hija, tratar de existir como algo más que ese cascarudo que la madre ve.
Comparten terapeuta, tal vez la más clase media/media de todo el grupo. Pobre psicóloga, la llaman todo el tiempo “Elvira, necesito verte antes, Elvira necesito doble sesión está semana, Elvira por favor responde mis llamados”. La puesta de Asensio minimalista, los reúne, mezcla y separa sólo por sus discursos y algunos trazos del vestuario que Vesna Bebek, como de costumbre, fantasea para los personajes y los viste del ser de sí mismos. Mezclados en el escenario y en la vida. Coexistencia nada grata.
Elvira, la psicoanalista (maravilloso laissez faire, laissez passer de Andrea Strenitz) no registra casi nada de lo que dicen en terapia o por teléfono porque claramente, se cuestiona su propia existencia: profesional independiente, universitaria, monotributista, exenta de ganancias, vive y atiende en el mismo lugar. ¿A quién le puede importar la desgracia de existencia que tienen los del vacío que mañana colmarán con un viaje a las Bahamas, a los Países Bajos, o a Punta del este para seguir estando con gente comme il faut? Hay que diferenciar dolor existencial de vacío existencial. Como apuntaba Valentín Voloshinov preso en Siberia (y antes de leer El malestar de la Cultura) “los psicoanalistas como los pacientes objeto de su praxis directa son burgueses que inevitablemente han de sufrir el condicionamiento de sus orígenes y de su ubicación social”.
Dos personajes escapan de esa realidad atroz, el guardia de seguridad, que se permite ensoñaciones con Maricruz luego de revisarle la mochila, así se mecen y cantan canciones de sueños, de esos sueños que vende Disney y que se pueden perpetuar hasta en películas compradas en un puesto callejero. Ellos no irán a Disney pero el barrio cerrado contamina. La niña de la casa fue y pudo tocar a Donald, y todavía por allí deben estar sus muñecos, además qué barato se compra todo y cómo y cuánto se pertenece cuando se usan ciertas marcas...Pero Maricurz a veces no sabe para qué sirven muchas de las cosas de las que se descartan y le regalan en una clara muesta muestra de un “somos inlclusivos”
Un personaje se mezcla cuando la niña vacía de la casa decide estudiar actuación, se trata de Lucía Adúriz (magnífica creación), que además le pone la impronta musical a los diversos momentos. Y claro, ensayarán en la casa del barrio cerrado, la joven no se mueve de su seguridad de cerraduras, cercos perimetrales y demás, pero impera desde la tortura de ser nadie con la posesión de casi todo.
Hasta aquí, ellos son los que no quieren ser nadie. Circulan efectivamente por la sala Juan Carlos Gené del CELCIT y sólo tienen un punto común en el espacio, el sillón de diseño desde donde la madre (Florencia Ansaldo; impecable desempeño) y el padre Mario Malher (efectivo al máximo en su rol) delinean sus frustraciones, sus planes y proyectos que cambian como el sol, porque el vacío no se llena con nada.
Tienen el cansancio de tener y no ser. “No quiero ser actriz pero algo tengo que ser” dice Salomé Bustani en su perfecto vestido esilo Jackie al que un gramo más lo haría lucir cachudo.
Natalia Olabe como Maricruz (la mucama de excelente trabajo en actuación y canto) y el guardia que trabaja 18 hs, por eso no los puede cuidar con reflejos atentos, interpretado magníficamente por Guillermo Jáuregui, son el hilo que se corta. El más delgado. No porque Asensio haya acudido a un determinismo que sostenga la dramaticidad de la pieza. Sino porque usted sabe, yo sé, todos sabemos que ser pobre, que brindar servicio desciende un escalón o muchos al sujeto. Porque todos sabemos y Asensio también que el aparente buen trato no es más que una demagogia al revés para obtener más de la lógica amo esclavo, porque usted y yo sabemos que si en esa casa falta algo, de los pobres será la culpa, cuando el acceso a la cartera de la señora lo haya tenido desde un amante hasta la manicura o su profesor de yoga en apuros.
En el lugar donde sobra todo, donde la abundancia se exhibe como el bien y es el paraíso de los amigos y contactos de negocios, ahí justo ahí, 4 empanadas y 18 hs de trabajo diario marcan la diferencia trágica.
Con enorme contundencia, por segundo año consecutivo y con una mirada de enorme profundidad sobre lo somos podemos ser o queremos ser, Asensio logra otra vez, de nuevo, punzar ese grano serosanguinolento que es la clase media desclasada, la que mira para atrás y no quiere regresar al pueblo, la que mira el presente con insatisfacción profunda, la que mira el futuro como un Everest a escalar porque lo pasado pisado y porque nadie quiere ser nadie cuando ya, barrios cerrados, condominios y viajes a Europa son de un alcance mayor y producen un spleen que tiene coto, marca y fecha de vencimiento, mientras los de abajo, saben que subir es imposible pero lo van a seguir intentando porque Nadie quiere ser nadie.
Mariela Asensio tiene la particularidad de escribir acerca de temáticas sociales que interesan muchísimo. En esta oportunidad su dramaturgia titulada comoNadie quiere ser nadie (Historias de la clase media) es un acierto para llevar al teatro y exponer, teniendo en cuenta el espacio del Celcit que resulta ideal para dicho montaje que cuenta con dos posibles ángulos para apreciar como espectadores.
Una familia acomodada se siente más que su empleada de limpieza a quien ni siquiera deja comer unas empanadas. Estos integrantes tendrán su momento, al igual que todos, de decir lo que sienten, lo que les pasa, lo que pretenden; dejando en evidencia quiénes son y que sus palabras los condenarán por completo.
La obra comienza con el dueño de casa (un hombre de clase media alta) hablando sobre política, sobre la motivación y el progresismo. Tanto él como su esposa no tratan de buena manera a Maricruz -la empleada doméstica que tienen de toda la vida-. Este particular hombre dirá frases un tanto crudas y sin filtro como la siguiente: “Sacale jugo al hipotálamo”.
Si bien la puesta en escena está llena de momentos entretenidos y que despiertan la risa en el público, lo cierto es que se trata de una clase baja oprimida por una alta, de los derechos invalidados por otros, de los sueños que unos deben postergar para no sentirse menos económicamente y del amor que es casi nulo en estos personajes.
Un venezolano que vino a Argentina para estudiar actuación y que sueña con poder ser reconocido pero que, mientras tanto, trabaja en un bar. Una hija que sufre por padecer a sus padres y las locuras de su progenitora. Otra soñadora que pretende también ser actriz. Una psicóloga que está saturada de tantos problemas ajenas y los suyos sin ser canalizados y resueltos. Un guardia de seguridad que se lleva uno de los trabajos más inmundos de revisar las pertenencias ajenas y desconfiar siempre.
Una balanza que pesa a la joven que adelgaza por orden de su madre y que se confiesa con su terapeuta diciéndole cuánto la odia.
Mientras tanto, el country -como lugar supuestamente seguro- es ocupado por quienes temen perder sus comodidades o ser estafados por la clase baja. La discriminación está presente en todo momento y Maricruz es una de las que más sufre, quien se lleva a veces unas empanadas en un tupper para su hijo (las empanadas que eran para ella misma) y es demorada por el personal de seguridad por llevarse dicho envase sin pedir permiso anteriormente. La misma empleada que es echada y tratada como delincuente por parte de estos detractores del poder.
Dicho poder es esbozado por cada uno de los personajes, por los que tienen dinero y los que no.
Las uniones se van dando por afinidad y espontáneamente hasta que quien se creía superior menciona: “La empleada doméstica la pasa mejor que yo”. Este giro rotundo le demuestra que enriquecerse no siempre es sinónimo de soñar con los ojos abiertos.
También se marcan las distancias entre los trabajadores y los dueños de casa con la música. Así es como la cumbia aparecerá de fondo cuando Maricruz ingrese o salga del country y tenga alguna conversación o acercamiento al hombre de seguridad.
“Todos controlamos a todos”, menciona él y luego vendrá una canción a dúo interpretada por ambos empleados que estará relacionada con un mundo claramente no real pero que bien podría existir en su imaginación como mecanismo de supervivencia.
Realmente Nadie quiere ser nadie es una obra de teatro muy ágil, dinámica, entretenida y con mensajes muy claros a transmitir; con un elenco bien consolidado entre los que se destacan algunos más que otros. Tal es el caso de Salomé Boustani, de Natalia Olabe, de Guillermo Jáuregui y de Analía Gadda (quien además de actuar, canta y toca su guitarra). Como es costumbre en ella, le otorga ese plus mágico a su interpretación. Sus melodías invocan la canción de Moris De nada sirve, que calza perfecta para la presente historia: de nada sirve escaparse de uno mismo…
Tras las rejas también se habla de inseguridad, parece ser un monstruo temido, evocado, ocultado y hasta un resabio de sus propias fantasías conformadas por el odio a quien es diferente a sí mismo. Cuando la ironía está presente, la peor realidad es posible de digerir, al menos por un rato.
Nadie quiere ser nadie es la disección de una clase con miembros tan diversos que resultan imposibles de clasificar, pero que tienen en común la disconformidad. Basada en entrevistas a personas reales, la obra toma su propio vuelo. El tema de la clase media le genera a Mariela Asensio (actriz, directora, dramaturga) más interrogantes que certezas, según ella reconoce, y eso la ha movilizado a escribir esta impecable obra donde se contraponen puntos de vista que arman un rompecabezas en el que cada pieza encaja.
El punto medio aparece como aquel lugar donde alcanzamos el equilibrio. Ni muy arriba ni muy abajo, ese es el sitio de la clase media. Pero no por eso está libre de excesos. Excesos de poder, de control, obsesión por las apariencias. La clase alta es flaca; la baja, gorda y la del medio vive a dieta. Esa es la caracterización de uno de los personajes. Todos luchan por ocupar un lugar en la sociedad. Tras las puertas de un country se esconde una madre dominadora y frívola, un hombre que lucha por no caerse de su propio pedestal y una hija que no sabe qué hacer consigo misma. Abusan del whisky para ocultar la falta de sentido en sus vidas. Todos se vinculan con una empleada que trata de pasar inadvertida, y que es escudriñada hasta más no poder por sus empleadores empecinados en saber cuánto ha comido. No tienen nada mejor que hacer y eso resulta triste. Los personajes están teñidos de cierto patetismo, algunos generan empatía; otros, lástima. Un guardia de seguridad abusa de su función al registrar bolsos de los que entran y salen del country. Los débiles se enfrentan a los aún más débiles.
En paralelo, hay otros personajes que luchan por ser alguien en la vida. Un actor que migró de su país y una chica que reniega de su posición, de su falta de dinero. Harta de que en arte no pueda ganar plata, los confronta a sus compañeros de clases de teatro que están en una situación más acomodada. Nadie quiere ser nadie cuenta historias de personajes que están en lugares muy opuestos: el que tiene que ser mozo porque no puede vivir de su arte, y la que goza de bienestar económico, pero no encuentra la pasión y admira a sus compañeros que luchan contra viento y marea para hacer lo que aman. La ama de casa que se aburre, solo vive criticando todo el día se enfrenta con la empleada, que tiene que dejar a un lado sus sueños para poder sobrevivir. Todos ellos infelices: los que creen que en la plata está la felicidad verán como el mundo de la clase media alta se cae a pedazos y los que creen que se puede ser feliz solo viviendo del arte también podrán apreciar las complejidades de toda vocación. Jugarse por lo que a uno le gusta tampoco garantiza la felicidad.
La obra ofrece la visión de una clase media para nada homogénea, más fragmentada y conflictiva de lo que parece. “La clase media es mucha gente y es también muy diferente. Pero ¿quiénes son? ¿Mi depiladora es clase media? ¿El matrimonio que compró una propiedad en un country es clase media? ¿Mi amiga que paga un crédito hipotecario de acá a veinte años es clase media? ¿Mi padre mecánico de autos es clase media? ¿Ser alguien implica pertenecer a algo? ¿Uno es lo que tiene?”, se pregunta la dramaturga en un texto publicado en Perfil. La autora cuestiona la idea de que el tener está por sobre el ser o que el tener es más importante que el ser. “Por mi parte, me rebelo ante la idea que antepone el tener al ser. Que instala el poder adquisitivo como asunto central en la vida de las personas. Que impone lo material como prueba real de éxito”, afirma. Y por ello en los personajes de la obra que generan empatía hay una pugna constante del ser por afirmarse, hay una búsqueda por revelar ese ser. Quizás la hija del matrimonio sea la que más sufre por no poder pertenecer del todo al mundo del tener, ni al del ser, por no poder anclarse en ninguna parte. Mientras que en aquellos personajes que generan rechazo prima el tener, la pesadilla de siquiera pensar en mudarse a un barrio como Almagro dejando a un lado la vida controlada del country.
La psicóloga no podía faltar en esta radiografía de la clase media: es la única esperanza para salvar a los personajes de la desesperación; sin embargo, ella también está perdida.
La obra retrata un mundo donde los sueños no se parecen a la realidad porque “nunca nada alcanza”.
Las intervenciones con fragmentos de musicales resultan muy acertadas, logran generar un clima interesante e instalar cierta ironía, un recurso que brilla en las manos de Asensio. Las actuaciones, todas excelentes. Los instrumentos y las voces logran ponerse al servicio del guión, enfatizando y matizando las palabras y lo que se relata. La tensión creciente de la obra está muy bien sostenida. El uso del espacio es inteligente y se logran grandes efectos con elementos mínimos. Nadie quiere ser nadie es claramente una negación: aquello que seguramente no queremos ser. Ahora bien, qué es aquello que sí queremos ser: ¿ricos, inteligentes, exitosos, famosos, talentosos, reconocidos? Esa pregunta quedará flotando en el espectador.
Canclini dijo una vez hablando del consumo e intentando descifrar las redes en las que el mismo se envolvía que “el consumo es hacer más inteligible un mundo en el que lo sólido se evapora”. Presos del consumo y de sus condiciones materiales de vida: una aspirante a actriz proveniente de las clases populares, un extranjero que vino a hacerse la américa, la hija de clase alta con graves problemas de identidad, su psicóloga, el padre de la hija que solo habla de consumo y economía, su mujer, la madre preocupada constantemente porque esa imagen no caiga y no caigan con ello sus aspiraciones de grandeza social , el cuidador del country donde viven y “Maricruz” su sirvienta se entrecruzan y la disposición misma de la sala nos invita a ello. Tres posibles miradas a esta obra: tres clases sociales. Tres tipos de vida, porque no, enfrentados al temor existencial que devora nuestros sueños y cual tortura china se perpetúa en nuestras cabezas, en los de la directora, en las de los espectadores y en las de los protagonistas: “Nadie quiere ser nadie”. Un juego de palabras que nos sumerge en una obra acertada, como son, todas las obras de Mariela Asensio. Pero un juego de palabras que viene acompañado de otra cuota de información: historias de la clase media. ¿Quién es la clase media? ¿Nos hallamos ante un desaparecer de la clase alta? O será simplemente esa forma de materializar a una clase que jamás está conforme con lo que tiene. Y con desdeñosa crueldad elije las posiciones de acuerdo a su cuadro. Moviéndose para arriba, intentando ser algo que no es. Mariela lanza interrogantes con pulcridad en la selección de los actores, en el vestuario de Vessna Bebek y a través de una decoración austera. La autora logra sumergirnos en distintos mundos, sin movernos de la silla. La música aquí la tejen los personajes. Suena “un mundo ideal” de la mano del policía y Maricruz, y un rock pendenciero es tocado con odio de la mano de la aspirante actriz. Y una frase que simula no estar repica sin embargo en toda la sala: “es fácil ser artista cuando tenes la vaca atada”.
Mariela conoce los tiempos actuales, y las exigencias de un mundo que no perdona: ni al extranjero, ni a la niña mimada, ni a la que limpia la casa. El mundo se evapora, las palabras se deslizan. Las clases de pierden. Mariela es hija del posmodernismo y traslada sus vivencias en su teatro. Nos permite abandonar por momentos la fluidez de un mundo que se nos derrite a través de una obra impecable. Que nos comprende. La obra nos psicoanaliza por una hora y trasluce nuestros miedos en fantasías e ilusiones. Porque su teatro sucede. La dirección de Mariela es magia. Nos recuerda la verdad más íntima que nace cuando alguien nos pregunta de niños ¿Que querés ser cuando seas grande? Y nos perforan, con esa pregunta, toda la existencia. Porque al fin y al cabo…Nadie quiere ser nadie. Pero por 60 minutos estos actores y Asensio fueron todo.
Retrato de la tediosa vida familiar en un barrio cerrado.
Mariela Asensio es una joven actriz, dramaturga y directora teatral con un fuerte interés en problemáticas como los estereotipos de género y las diferencias de clase. Sus obras son desprejuiciadas tanto en la actuación como en el texto, y se alejan de los cánones teatrales convencionales para acercarse a la performance. En sus puestas, el tema de la rebelión aparece en distintas variedades, ya sea encarnado en las historias de los personajes o en las actrices que toman la palabra y se rebelan frente a la directora.
Al respecto, en una entrevista concedida a Diario Z, Asensio afirma: “Nunca toleré la desigualdad. Tal vez, el teatro sea mi forma de rebelarme a la injusticia”.
Nadie quiere ser nadie se sitúa en el interior de un barrio cerrado y retrata cáusticamente la vida de la clase media alta en esas condiciones. El micromundo del country es el ámbito que amplifica las desigualdades. Por un lado, los señores de la casa, que son “progres” y “macanudos”, adictos al diván del psicoanalista (y al whisky), que se aburren infinitamente en su campana de cristal.
Los matices de su clase se aprecian a través de los roles de la madre (una ama de casa maniática y sin tarea alguna), un padre fóbico al fracaso, sus hijas (una que carga con el mandato materno de perfección como una cruz y otra que se refugió en el rock) y un hijo mimado y diletante que estudia danza contemporánea en el exterior. Del otro lado, la empleada doméstica que lleva años en la familia pero teme ser despedida en cualquier momento por nimiedades tales como llevarse empanadas para sus hijos, y el personal de seguridad, un obsecuente renegado de su clase.
De un lado, aparece el tormento frente al desgano, la falta de motivación y de disfrute de la vida a pesar de tenerlo aparentemente todo resuelto.
Del otro, una vida sometida constantemente a situaciones de sumisión humillante. La directora apela a la música de Disney a Las Pelotas para subrayar los conceptos que desenvuelve en la obra. Asensio dice que la vez que pasó sus vacaciones en un barrio cerrado fue desesperante. “El teatro es la forma que encontré de aportar mi grano de arena”, dice, a manera de despedida.
"Nadie quiere ser nadie", atractiva e inteligente.
Con tres obras en cartel, Mariela Asensio invita a reflexionar sobre la clase media y lo complejo de pertenecer a ella.
Autora, actriz y directora joven pero de amplio recorrido, amiga y partenaire de José María Muscari, Mariela Asensio es una referencia del circuito alternativo, el cual habita hace más de una década. Hoy está al frente de “Vivan las feas”, “Malditos todos mis ex” y “Nadie quiere ser nadie”, una obra inteligente y reflexiva que ahonda sobre la complejidad de la clase media. “¿Alguna vez te preguntaste en qué se parece lo que soñaste para tu vida con lo que tu vida en realidad es?”, se pregunta Asensio, que indaga en artistas, empleados, profesionales, desocupados y nuevos ricos... en gente que hace una cosa pero muere de ganas de hacer otra.
“Empecé a pensarme a mi misma y en consecuencia comencé a observar lo que me rodea. ¿Quiénes conforman la clase media? Esta pregunta en apariencia simple abrió de pronto un interrogante en mí. ¿Acaso pertenezco a ese medio amplísimo y diverso? ¿Qué determina que una está ahí?”, piensa y se pregunta Mariela, que cuenta que la obra nació a partir de tres disparadores: “Los días que pasé en un barrio cerrado durante unas vacaciones; un video en youtube en el cual una señora increpa a su empleada doméstica, y mi propia reflexión acerca del oficio del teatro en relación directa con el dinero”.
“Nadie quiere ser nadie”, entre tantos buenos condimentos, hace foco en desacreditar a quienes heredan “independencias acomodadas”, aquellos que bajan línea sin logros propios. “Siempre recuerdo a mis veintipico, cómo me contrariaba el hecho de que mis amigos fueran propietarios porque sus padres le compraban una casa. Esas cosas a mí nunca me pasaron. Quizás lo que me enojaba era eso”.
La trama toma lugar en un country, donde quedan bien diferenciadas las clases sociales. “Decidí llevar la historia a ese ámbito porque recuerdo haber estado ahí unos días y pasarla bastante mal. Un mundo muy diferente al que yo vivo cada día. Nunca voy a estar de acuerdo con un lugar que le revisa un bolso a sus empleados antes de salir del complejo. Detesto la desigualdad y el prejuicio”.
¿Por qué ese título? “Porque me gustó pensar en los nadies, pero en función de querer ser alguien”.
Muy recomendable resulta esta obra, con actuaciones parejas y sólidas, que escarba en la clase media, ese colectivo variopinto que muchas veces confunde el tener con el ser.
Todos los sábados a las 21.30 h, en el CELCIT, se puede ver Nadie quiere ser nadie (Historias de la clase media): una obra verborrágica, un espejo furioso de aquello que nos atraviesa, la incómoda clase media, a la que, a cualquier costo, es preciso pertenecer.
Impacta el título, revelador de un deseo que no puede dejar de disparar un interrogante, que a través de monólogos incansables, frenéticos, apabulladores, y siempre dirigidos como una flecha hacia el espectador, se despliega sin respiro durante unos sesenta minutos: ¿qué es ser alguien?, o mejor, ¿qué es no ser nadie?
Ocho personajes intentarán dar respuesta: ¿Vivir en un country? ¿Trabajar sin dormir para llegar a ser jefe? ¿Tener un plasma en cada habitación de la casa? ¿Tener mil títulos y perfeccionamientos? ¿Acatar órdenes como autómatas y máquinas? ¿Ser una actriz exitosa? En síntesis, tener, tener, y tener, más, más, y más, y claro…para así, finalmente, poder VOLAR. Sí, volar: un verbo tan singular que se deja ver en la obra como un estado a alcanzar a través de la anulación misma de los deseos profundos, de la singularidad propia, en esa carrera vertiginosa hacia el éxito.
Así, caerán todos en el anonimato. Los personajes no serán más que padre, madre, hija, extranjero, aspirante a actriz, psicóloga, guardia. Solo una de ese colectivo de ocho personajes, que dialogarán muy pocas veces, tendrá un nombre, será alguien: Maricruz.
Maricruz no es la mucama, trabaja de mucama, Maricruz no pierde su singularidad; no ambiciona el desaforado crecimiento material, se conforma con sus tesoros (sobras de la familia para la que trabaja). Ella, entonces, podrá volar lejos de los imperativos capitalistas; volará inocente, casi frágil, suave, a través de su imaginación al interpretar junto al guardia “Un mundo ideal”, de la película Aladín. A lo largo de la obra, diferentes canciones, como “Si yo fuera rico” de El violinista en el tejado, romperán con el frenesí de los monólogos, despertando, por su carácter absurdo, risas entre los espectadores, risas que intentarán escapar de aquella cara inversa del “vuelo” capitalista: el espacio de la frustración, la obsesión por la vida de los otros -siempre exitosa y expuesta en las redes sociales-, el aburrimiento, la resignación, y el vacío existencial. Cabe destacar, además, el sutil y excelente trabajo de los actores.
Mariela Asensio construye un universo cercano, cotidiano, pero siempre con una voracidad, velocidad, y furia, que pone al espectador en jaque, incómodo, tal vez, porque el reflejo es demasiado real.
"Si no te desean, no existís. Si carecés de belleza, mejor morirte pronto”, se lee entre líneas en los textos que ha dado a luz Mariela Asensio, que lleva años retratando la cultura argentina y el universo femenino que supimos conseguir. A la autora de Mujeres en el baño, Hotel Melancólico y Lisboa, el viaje etílico, julio la encuentra con tres obras en cartel: Vivan las feas, Malditos todos mis ex y el último estreno, Nadie quiere ser nadie.
“¿Una mujer fea es débil?”, se pregunta una de las actrices, mientras Asensio –que en Vivan… hace de sí misma– pedalea una bicicleta fija sin fin. Está una hora y pico pedaleando, mientras cuatro mujeres de diferentes generaciones debaten el duro oficio de ser “el sexo débil” en los tiempos que corren. “El 90 por ciento de la gente cree que machismo y feminismo son la misma cosa pero al revés. Nos falta educar mucho. Yo trabajo para que llegue el día en que no maten más chicas. ¿Llegará ese día? Es difícil”, se pregunta y responde la dramaturga que ha hecho de la manufactura de sus textos, una herramienta de disputa política.
–¿Cómo llegás a que la posición de la mujer en los tiempos que corren sea tu objeto de interés?
–Siempre me pregunté cómo llegamos las mujeres a este lugar en el que estamos y esta vez me puse a pensar cómo es una piba de 20 y otra de 40 o de 50. Hemos avanzado mucho pero en el inconsciente colectivo no paramos de atrasar. Lo que va pasando con esos cambios en que resultan en otra cosa, por ejemplo, la nueva condena hoy es estar buena. Nos liberamos de la cocina, de ser amas de casa, pero ahora la condena es otra y es igual de insoportable.
–¿Es como una carrera imparable?
–Claro. Pensá que ahora la idea es que tenés que estar buena, ser flaca, y respetar ciertos estándares de belleza. Es agobiante y muchas mujeres terminan creyendo que la cosa es por ahí. Igual, lo que más cuestiono tiene que ver con mis propias contradicciones.
–¿Somos las mujeres nuestro peor juez?
–El machismo es un problema de hombres y mujeres. La peor parte nos la llevamos nosotras, pero también somos nosotras el verdugo. La cultura es un tema que no alcanza sólo al ejercicio masculino, nosotras aprendemos que ciertas cosas son normales y atentamos contra nuestra propia libertad. La violencia de género es una construcción y para que a una mujer la lastimen, antes pasan muchas otras cosas que son naturalizadas.
–¿Cómo se llevan los hombres con tus textos?
–Hay muchos que se sienten identificados y otros reaccionan mal. Pasa en las redes sociales que me encuentro con mucha violencia. Las mujeres empatizan pronto, pero muchos tipos responden muy bien, tal vez la obra les entra más por el humor.
–¿Tal vez porque criticás a Arjona?
–Es que se lo merece. Ese punto también es increíble. Arjona es casi un icono femenino pero no para de bardear a las mujeres. Es un misógino que se hizo millonario gracias a eso.
–¿El teatro es militancia?
–No siempre estoy haciendo obras de orientación feminista, pero naturalmente soy así. Cuando escribo me atraviesa lo que soy. Uso lo que me pasa a mí en la vida. Ahora empecé a notar que tengo un público que conoce y sigue lo que hago.
–¿Te bancarías escribir y no dirigir?
–La verdad es que no me imagino escribiendo sin dirigir la obra porque para mí una cosa y la otra se conjugan. En Vivan las feas actúo, pero bien puedo prescindir de eso, en todo caso. Lo otro no, si escribo es porque quiero dirigir esa historia.
–Hablando de géneros, ¿las cosas en la dramaturgia hubieran sido más fáciles si eras hombre?
–Soy una agradecida, siempre fluí con el trabajo y me gusta lo que hago. Si fuera hombre hubiera llegado a otros lugares. Fijate en el teatro oficial o en el comercial, es muy fácil hacer la cuenta de cuántos hombres hay dirigiendo y cuántas mujeres. Somos mayoría pero siempre somos minoría. En los teatros oficiales es grosera la diferencia.
–¿Ves tele?
–No, y no es una pose. Hay toda una generación que está apuntando para otro lado. Me aburre la televisión, la mayoría de las historias no cuentan nada de mí y de muchas personas. Las cosas ahora pasan por Internet, en YouTube. Por eso sufren los que hacen televisión, el problema es que no se les ocurriría cambiar los contenidos que generan. Prefieren perder público. Son las fallas del sistema.
Quiénes conforman la clase media? ¿Acaso pertenezco a ese medio amplísimo y diverso? ¿Qué determina que uno esté ahí? El medio. Ese lugar aspiracional al que la mayoría dice pertenecer. ¿Acaso es mi capacidad de consumo lo que me define? ¿Soy lo que tengo? Me niego a pensarme como un cúmulo de cosas que puedo comprar y me niego también a pensarme como lo que no puedo adquirir. Me sorprende el deseo colectivo que tiene como parámetro el poder adquisitivo. Tener más para ser alguien. Hay una verdadera carrera de acumulación que promete más de lo que da y por eso está sembrada de frustraciones. Nadie quiere ser nadie. Pero hay infinitas formas de entenderlo.
¿Por qué está tan instalada la idea de ascender? ¿Por qué, en términos generales, el sueño no se parece a la realidad? ¿Por qué nunca nada alcanza? Para encontrar respuestas a estas preguntas, entrevisté a personas muy diferentes y en todas encontré respuestas parecidas; el común denominador fue la disconformidad. Nadie estaba conforme con lo que era y poseía, pero fueron pocos los que se animaban a decirlo claramente. En general intentaban justificarlo con orgullo. Aunque los más sinceros fueron rotundos con sus fracasos –o lo que cada uno consideraba fracaso– y se pensaban a sí mismos como un proyecto trunco de lo que alguna vez imaginaron para sus vidas, según los parámetros del dinero y de los sueños, concretados o no.
La clase media es mucha gente y es también muy diferente. Pero ¿quiénes son? ¿Mi depiladora es clase media? ¿El matrimonio que compró una propiedad en un country es clase media? ¿Mi amiga que paga un crédito hipotecario de acá a veinte años es clase media? ¿Mi padre mecánico de autos es clase media? ¿Ser alguien implica pertenecer a algo? ¿Uno es lo que tiene? En este último caso, yo, que no soy propietaria ni tengo auto, pero estudié y vivo de mi profesión, ¿dónde vendría a estar ubicada?
En la Argentina, se da un fenómeno curioso: según sus ingresos, el 50% de los ciudadanos asegura que pertenece a la clase media. Pero según la posición social en la que se perciben, más del 80% dice sentirse parte de la clase media. No hay duda de cuál es el mejor lugar para la mayoría de los argentinos.
Observo una marcada tendencia a consumir y a acumular cosas, y a cuidar esas cosas como si fueran fundamentales. Observo un esfuerzo ridículo por mantener un nivel de vida. Un miedo atroz a ser despojado de las pertenencias. Una obsesión desmedida por la seguridad. Y parece que tener acceso inmediato a lo que queremos nos aporta cierta paz. La clase media no morirá nunca justamente porque es aspiracional.
Por otra parte, me llama la atención ese procedimiento en el cual el logro ajeno pareciera generar un link directo hacia el propio fracaso. Como si eso bueno que le pasa a un otro implicara indefectiblemente ser derrotados una vez más. Algo así como la idea de que si te pasa a vos, no me va a pasar a mí. Es uno u el otro. Nunca ambos.
El tema me genera más interrogantes que certezas. Quizá por eso escribí Nadie quiere ser nadie (Historias de la clase media), una obra que aborda estas cuestiones. Es el modo que encuentro de repensar las cosas. Sin lugar a dudas, el arte en todas sus formas nos permite redescubrir cuestiones que están instaladas y ya no vemos. Nos ayuda a abrir los ojos cuando se adormecen y nos permite una lectura crítica de cualquier tema.
Me aparece ahora Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, que –entre otras cosas– revela la psiquis de una mujer con aires de grandeza, que no puede sostener ni una pizca de su aspiración. Aquella obra magistral expone de manera perfecta el profundo dolor que supone alejarse cada vez más de un sueño que quizá nunca nos perteneció. Arañar el sueño a como dé lugar, no dejarlo ir, aunque en el camino se pueda enloquecer.
También pienso en Esperando la carroza, esa genial radiografía de una clase que se diversifica aun dentro del ámbito familiar. No todos ascienden por igual, y las realidades económicas generan todo tipo de conflictos. La propia familia se ve fragmentada por la calidad de vida que lleva cada uno de sus integrantes, porque sus posibilidades o limitaciones económicas dan lugar a un sinfín de problemas vinculares.
Por mi parte, me rebelo ante la idea que antepone el tener al ser. Que instala el poder adquisitivo como asunto central en la vida de las personas. Que impone lo material como prueba real de éxito. Que mira de reojo al que tiene al lado y hace cuentas y especula y ahorra y piensa excesivamente en un futuro, que ya llegó hace rato.
Nadie quiere ser nadie. La última obra de Mariela Asensio es una crítica mordaz a la clase media.
A partir de las respuestas de personas reales a dos preguntas sobre sus sueños y el dinero, Mariela Asensio creó una obra que pone al espectador frente a un espejo nada confortable.
¿Siente que su vida es lo que imaginó que sería? ¿Qué significa el dinero para usted? Piense lector. Y luego véase reflejado en cualquiera de los personajes de Nadie quiere ser nadie (historias de la clase media), la última obra de Mariela Asensio. Puede ser el padre pequeño burgués ahorrativo y tirano cuyo leitmotiv es el esfuerzo o la madre aburridísima cuya diversión primordial es cambiar la vajilla, donar la vieja y volverla a cambiar. Quizá tenga algo de la hija mediopensante acomodada e insatisfecha, los aires del artista pasional que rompe el mandato familiar pero chupa del bolsillo cargado de papá o la aspirante a actriz que no puede acceder más que a lo que le devuelve de a migajas el propio sudor de su frente. Tal vez se vea en la profesional que estudió, estudió, estudió, pero apenas llega a pagar sus cuentas, y por qué no en el guardia de seguridad que trabaja 18 horas al día cuidándole la espalda a sus explotadores o en la mucama maltrecha de una casa de ensueño, que vive de día una vida que no es suya. Compre, consuma aspiraciones y hasta quizá concurse por un descuento inefable para ser usted mismo en una garita de seguridad, un country o un consultorio psicológico, magistralmente resumidos en escena en un brillante sofá hot pink .
Nadie quiere ser nadie (y nadie quiere asumir que éstos son sus valores) aunque sea muy difícil no reconocerse en ciertos discursos. Asensio es bien punzante –lo viene demostrando desde hace años con sus obras feministas y lacerantes al statu quo (desde la incipiente Retazos hasta Malditos (todos mis ex) y Vivan las feas, las dos últimas en cartel)– y ésta no es la excepción. Como otras veces, su musa fue la cruda realidad: las respuestas que personas de carne y hueso le dieron a esas mismas dos preguntas acerca de la importancia del dinero y la fútil concordancia entre sueño y realidad. Así nacen estos personajes que, con astucia, dibujan minuciosamente ese híbrido incandescente que es la clase media.
–Es la primera vez que la violencia de género no aparece como tema de una obra tuya. ¿A qué se debe?
–Es verdad. Lo que pasa es que tratar esos temas no es un objetivo. Los temas a mí me aparecen y acá no me apareció. Nadie quiere ser nadie indaga sobre otras cosas, otras preocupaciones.
–Siempre decís que tus espectáculos nacen de un hecho autorreferencial. ¿Cuánto de lo que viene después es ficción?
–Todo lo que hago está muy basado en algo que me atraviesa por algún lado que es verdadero, todas mis obras parten de un gen muy genuino. Una percepción a veces, ni siquiera una experiencia. Por eso, no me considero una persona que escribe ficción en sí misma sino que a partir de algo muy personal, algo que me pasa, pienso o me inquieta, empiezo a construir ficción.
–¿Qué fue esta vez?
–Esta obra tiene que ver con este momento particular de mi vida en el que voy entrando en cierta madurez. Tengo 36 años, un hijo chiquito y hace un tiempo empecé a reflexionar acerca de cómo estoy parada materialmente en relación a mi profesión, cuáles son los pro, los contras, cómo me relacioné con lo material, cómo mutó eso en mí con el paso del tiempo. Y además, empecé a ver a mi alrededor cómo estamos con nuestro presente. Y me di cuenta de que en términos generales la gente hace cosas que no le gustan, que le gustaría hacer otra cosa, que está esperando que le pase algo diferente o mirando lo que le pasa al otro. Incluso, sintiendo relativa resignación o frustración por aquello que no le pasó. A partir de ahí, apareció la idea de indagar sobre la clase media, porque todo esto que estoy diciendo es muy de la clase media: esta cosa aspiracional y de regodearnos en lo que nos pasa. Hace tiempo que tenía ganas de meterme a jugar con la idea de la clase media como algo muy vasto, porque, clase media ... ¿quiénes son la clase media?
–En la obra ensayás distintas tipologías, diferentes estratos más cercanos incluso a los extremos ...
–Exactamente. Es más fácil definir a la clase baja o la clase alta, pero la clase media es tan amplia que es muy difícil catalogarla, encontrarla. Por ejemplo, el mundo country está completamente alejado de mí, pero los dos somos clase media.
–¿Por qué es sólo el extremo más pobre el que canta los hits de Disney, que condensan todos esos relatos que forman parte del imaginario de clase?
–Porque los demás personajes están tan preocupados por tener para ser que no tienen un margen para imaginar. Quieren tener más, ser más, ocupar más, están todos metidos en ese mambo que les genera disconformidad. En cambio, la mucama y el guardia de seguridad están soñando con ser algo que les queda realmente lejos.
–Claro, pero así ellos no quedan exentos. No sueñan cualquier sueño, sueñan el american way of life.
–Sí, el mainstream estadounidense. No están cantando un chamamé, están cantando canciones de Disney de películas recontra taquilleras. Tiene que ver con cuál es la referencia, cuál es el objetivo, dónde está puesto.
–¿Te importó caer en ciertos estereotipos?
–A los personajes los construí a partir de la observación y entrevistas a mi entorno familiar y a desconocidos. Y con toda esa información arranqué a escribir. Hay cosas de la obra que las viví tal cual, aunque quizás acá están un poco pasadas de rosca. En mis obras está siempre todo exacerbado. Pero a veces la realidad supera a la ficción.
–La obra es una crítica dirigida, porque el público de teatro en general es esa clase media que retratás. Y también, claro, sus hacedores.
–Totalmente dirigida. La idea es que el espectador pueda sentirse atravesado, que se vea un poco en cada uno de los personajes, aunque no quiera.
Nadie quiere ser nadie nace a partir de tres disparadores: los días que pasé en un barrio cerrado durante unas vacaciones, un video en YouT ube en el cual una señora increpa a su empleada doméstica y mi propia reflexión acerca del oficio del teatro en relación directa con el dinero.
La obra ahonda sobre el pensamiento y las conductas de un sector de la sociedad, la “clase media”, que abarca a personas y realidades muy diversas. Desde familias que viven en countries a empleados, artistas y profesionales. Apoyándose en el humor como herramienta crítica, cuestiona y expone las relaciones de poder en la vida familiar y en el ámbito público, la eterna inconformidad de un grupo humano al que nada le alcanza para estar en paz consigo mismo y su realidad, y la idea de que las prácticas de consumo son uno de los elementos que lo constituyen.
Pero, ¿quiénes son la clase media? Esta pregunta en apariencia simple abrió de pronto un interrogante en mí. ¿Acaso pertenezco a ese medio amplísimo y diverso? ¿Qué determina que uno está ahí?
Más que posición en la estructura social, “clase media” pasó a ser una identidad que se constituyó al mismo tiempo en una aspiración. Ser de clase media significa dejar de ser de “clase baja”, de ahí la importancia que los padres atribuyen a la educación de sus hijos. Ser de clase media implica una constante angustia ante la posibilidad de descender socialmente. Sea lo que sea la identidad, ella engloba una narrativa sobre un grupo que procura distinguirse de otros al tiempo que establece lo que tiene de único. La clase media construye una identidad basada en propiedades distintivas que la diferencian y la especifican en cuanto grupo. Se trata, pues, de un concepto relacional: yo soy de clase media, usted es de clase baja.
Mis amigos Juan y Diego lo sentenciaron una noche de ocio: vos no sos de clase media y nosotros tampoco. Somos clase media baja.
Me indigné. Les dije que, si quiero, tomo un taxi y ceno afuera. Que vivo de lo que me gusta. Que hay gente que la pasa mal de verdad y esa gente no somos nosotros. Sin embargo, días después llegué a la conclusión de que tenían razón. Apenas araño el medio.
¿Dónde está el medio? ¿El medio de qué? ¿Quiénes están ahí? En el afán de encontrar respuestas a estos interrogantes comencé a entrevistar personas. Empecé por mi propia familia, y seguí con artistas, empleados en relación de dependencia, profesionales autónomos, desocupados, free lance, monotributistas, nuevos ricos, gente que hace una cosa pero muere de ganas de hacer otra. A todos les hice las mismas preguntas y en todos encontré el mismo horror. Esa resignación solapada y algo arrogante que se parece al resentimiento. Nadie estaba conforme y eran pocos los que se animaban a decirlo. Aunque los más sinceros fueron rotundos con sus fracasos y no fueron nada sutiles a la hora de pensarse a sí mismos como un proyecto trunco de lo que alguna vez imaginaron para sus vidas.
Me llamó especialmente la atención ese procedimiento en el cual el logro ajeno pareciera generar un link directo hacia el fracaso. Como si eso bueno que le pasa a un otro implicara indefectiblemente ser derrotados una vez más.
Escribí Nadie quiere ser nadie porque es mi forma de rebelarme ante un orden de las cosas espantoso. Ante ese discurso febril de un sector social que reacciona a todo lo que no se parece a sí mismo. Un sector poco permeable al cambio y la inclusión. Obsesionado con la seguridad –o la inseguridad– asustado por las dudas, y con tendencia a aislarse, a ensimismarse.
Rebelarme ante la idea que antepone el tener al ser. Que instala el tema del poder adquisitivo como asunto central. Que impone lo material como prueba real de éxito. Que mira de reojo al que tiene al lado y hace cuentas y especula y adora el dólar y el ahorro y piensa excesivamente en un futuro.
Rebelarme ante la estandarización como fórmula medianamente exitosa dentro de un sistema tan mediocre y aplastante. Tan pobre en materia existencial. Ante la primacía del resultado que vuelve polvo el proceso, lo destroza, erradica el pensamiento crítico.
Si hasta parece que tener una idea propia esta pasado de moda. Tener algo para decir y querer decirlo es un romanticismo estéril. Hoy sos lo que valés y valés lo que generás a nivel económico. No importa el contenido, importa el resultado.
Hace algún tiempo pase dos días en un barrio cerrado. El nivel de claustrofobia que sentí fue indescriptible. La sensación de estar metida en una cárcel de la cual era difícil salir sin auto propio me devastó. Entre el mundo exterior y yo, zonas parquizadas con garitas de seguridad, barreras de acceso, rejas, cámaras videofilmadoras y empleados dispuestos a seguir cada uno de mis pasos.
Un día, la señora de la casa me sugirió que le pusiera candado a mi equipaje porque no podía asegurarme que su empleada doméstica no fuera a robarme. No podía creer lo que estaba escuchando; sentí un odio profundo, me dio bronca.
¿Acaso se puede vivir con ese nivel de paranoia? No quisiera estar en los zapatos de esa mujer. Encerrada en un micromundo de fantasía. Viendo el afuera como un “ellos” y nunca un “nosotros”. Poniendo en duda a la persona que trabaja en su casa todos los días por horas desde hace años. Cerrando puertas y cajas y contando los billetes que dejo sobre la mesa.
¿Cómo es la relación laboral que se construye a partir de este tipo de conductas? Mucho menos quisiera estar en los zapatos de la empleada, teniendo que aguantar a una familia tipo de clase media acomodada que la trata de ladrona por si acaso, y está de acuerdo con que le revisen el bolso al salir del complejo habitacional y le pide que vaya a limpiar a otra parte de la casa que no sea en la que están ellos porque les molesta el ruido. La familia tipo que toma café y hace las compras dentro del complejo porque ¿para qué salir estando tan seguros allí, junto al lago artificial? La que sueña con mudar a la gente a barrios como el suyo, lejos de los “inadaptados sociales”. Y siempre se ocupan de aclarar que es mejor tener bien lejos de casa a todo lo que no se parezca a nosotros. “Ellos allá” y “nosotros acá”. La que mira a su empleada como una intrusa capaz de robar, y se queja porque la tiene que “blanquear”, aun cuando lo que le paga está por debajo de lo que gastan en sus almuerzos en restorantes coquetos de la zona.
Fue el hombre de esta casa el que una tarde sentencio con algarabía: “no tenemos las preocupaciones de los pobres ni los problemas de los ricos, estamos en ese medio que nos da tranquilidad”.
Mientras lo miraba, me preguntaba ¿de qué medio me está hablando? ¿Es el mismo en el que se supone estoy yo? ¿Acaso no es una ilusión absurda pensarse en el medio? En el equilibrio exacto que provee el medio. La mitad. Ni poco ni mucho. Lo justo. Lo medido. La clase que trabaja y que crece. Ascendiendo hacia un futuro prometedor repleto de posibilidades.
Me quedo con la frase del Indio Solari: El futuro llegó hace rato. Todo un palo, ya lo ves…. llegó como vos no lo esperabas…. El futuro ya llegó.
La nueva obra de Mariela Asensio Nadie quiere ser nadie: historias de la clase media sorprende especialmente por dos razones. Primero, porque ya no se trata de una obra que gira en torno a la cuestión del amor y el desamor o al lugar de la mujer en la sociedad patriarcal (temas, entre otros, ampliamente trabajados por la dramaturga y directora), sino que es la historia de lo que puede burdamente llamarse “la clase media”.
La novedad del tema no soslaya sin embargo aquellos aspectos ya consolidados del teatro de Asensio: la acidez y la crudeza de sus textos desalmados, el humor irónico (si no sarcástico) siempre presente, el histrionismo de las actuaciones, el ritmo musical de las escenas. Esta obra conserva la esencia grotesca de su teatro, esa incitación constante a llorar y reír al mismo tiempo ante una escena que se sabe ficcional pero que se nos aparece curiosamente mimética de nuestra realidad.
La mano de Asensio no puede, entonces, no destacarse. El texto demuestra una atenta observación de una cotidianeidad superficialmente feliz pero profundamente desgarradora. Y aquí aparece la segunda razón de lo que sorprende de esta obra: su (cuasi) universalidad. En esta clase media confluyen los nuevos ricos de country, los profesionales, los artistas frustrados, los empleados en relación de dependencia, y un largo etc. Todos ellos viven la tragedia y el privilegio de ser los clase media: son los ni ricos ni pobres. Si este punto medio es su privilegio, su tragedia es vivir siempre, siempre, dependientes del dinero, que los coloca permanentemente al borde de la debacle de no llegar a fin de mes.
La puesta, prolijamente coreografiada, es de una efectividad atroz al poner en primer plano lo textual sostenido por contundentes actuaciones. Cabe resaltar las actuaciones de Natalia Olabe (Maricruz, “la doméstica”), de Florencia Ansaldo (la madre) y de Salomé Bustani (la hija), cuyas palabras son puñales en un espectador que mira, atónito, un cuadro burlón de su propia vida.
Todo parece indicar, por tanto, que el (relativamente) nuevo rumbo del teatro de Asensio llevará a todo su equipo a buen puerto: su combinación de humor y acritud hará de esta obra un éxito entre el público de teatro, condenado también a su eterna condición de clase media.
Una maravillosa obra en la que la pluma de Mariela Asensio resalta las características de una familia de clase media acomodada y se presenta con todas las contradicciones que presupone pertenecer o tener algún status. Todo ocurre en un barrio cerrado en el que los padres ociosos y con un buen pasar económico se preocupan por su hijos, consultan a una terapeuta que también muestra contradicciones y una mucama que es tratada de manera frívola, acompañada en muchos momentos por el guardia de seguridad. Se maneja todo con mucha soltura y nos hace pensar y sentir que puede pasar en caso que los integrantes de un grupo familiar se muestren en situaciones que ni ellos mismos pueden tener una vida como la que les gustaría tener y llevar, ambicionando tal vez a otra cosa sin saber exactamente qué. Nos sorprende y a la vez nos cuestiona que puede resultar de todo esto que pasa en el escenario para dejar el interrogante de lo que sería una situación semejante. El futuro llegó hace rato y la única certeza es que nadie quiere ser nadie.
Desde los 18 que Mariela Asensio no para de escribir, de actuar, de producir. Y aunque Mujeres en el baño puede ser considerada la bisagra que marca la plena asunción de su conciencia de género, lo cierto es que ya en Retazos (1997) encaraba el tema de la violencia sexual. Hotel Melancólico fue un hito poético, el hallazgo de otros códigos narrativos que expandiría en Mujeres en el baño, donde quebraba reglas acerca del entorno femenino. Prosiguió su cantar de gesta con Lisboa, Mujeres en el aire, y dos obras de 2014 aún en cartel: Malditos todos mis ex, Vivan las feas. Contestataria irreductible, Asensio interroga y se interroga sobre cuestiones que le importan, va encontrando la forma y el contenido de un discurso propio que propone a la mujer como sujeto de su historia. Sabe que tiene que aventurarse en una zona extraterritorial cuyas fronteras deben ser desplazadas. Apasionada, las pilas recargadas, Asensio va trazando una escritura del cuerpo, emblemática de una especificidad femenina. En estos días, está estrenando como directora y autora Nadie quiere ser nadie, una excursión escénica al variopinto mundo de la clase media local, a partir de entrevistas a representantes de ese vasto sector que respondieron sobre sus sueños de antaño y su realidad actual. Encabezan el elenco Natalia Olabe, Teresita Galimany y Carlos Juárez.
Marriela Asensio estrena Nadie quiere ser nadie (historias de la clase media). La actriz y directora se propuso retratar el pensamiento y las conductas de la clase media en una obra que refleja la disconformidad en lo económico, lo laboral y lo afectivo. Mientras, sigue con Vivan las feas, donde también actúa.
Hablar sobre excesos de todo tipo, sobre la falta de rumbo en la vida o sobre la necesidad de encajar en un modelo socialmente aceptable: éstas son algunas de las motivaciones que, pasadas por el filtro del humor y el desenfado, vuelven reconocibles los montajes de Mariela Asensio. “Tengo la sensación de que escribo siempre la misma obra –afirma la actriz y directora– solamente que va mutando y el cambio de foco tiene que ver con el paso del tiempo”, razona ante Página/12. Muy ligada durante años a la producción de José María Muscari (“somos como hermanos”, considera), Asensio continúa presentando Malditos todos mis ex (escrita junto a Reynaldo Sietecase, en su cuarta temporada) y Vivan las feas en el Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062, lunes a las 21.30), obra estrenada el año pasado. Pero además, el próximo sábado subirá a escena su último trabajo, Nadie quiere ser nadie (Historias de la clase media) en el Celcit (Moreno 431, sábados a las 21).
Obra que comenzó en el formato de semimontado, Vivan las feas cuenta con la participación de la propia Asensio, en el rol de autora y directora del montaje: “Me parece que estar allí exponiendo mis propias contradicciones sin el velo de la ficción le da peligrosidad al espectáculo”, opina. De este modo, el personaje autorreferencial que ella interpreta aúna el glamour con el sacrificio: luego del baile provocativo con el que recibe a los espectadores, desaparece del primer plano para montarse sobre una bicicleta fija y pedalear a ritmo sostenido y desenfrenado durante toda la representación. El soporte temático está puesto en los mandatos culturales respecto de cómo debe lucir la mujer que cae a la perfección en todos los ámbitos de la vida. Presente en el escenario, la imagen del cantautor Ricardo Arjona –toda una autoridad en la materia– recibe toda clase de invectivas por parte del elenco. Además de Asensio, actúan Ana María Castel, Melina Milone, Josefina Pittelli y Paola Luttini.
En Vivan..., tres generaciones conviven en el escenario. “La mujer que representa a la tercera edad –describe la autora– siente haber resignado la posibilidad de estudiar o de tener un espacio propio de crecimiento al estar abocada enteramente a la vida familiar”. En cambio, el personaje de la mujer de mediana edad es la portavoz oficial del tema central de la obra: sabe que no entra en el estándar de mujer deseable y entra en crisis al mirarse en el espejo de la que recién sale de la adolescencia, con todas las de ganar en ese terreno, aunque esclavizada por los requerimientos de las redes sociales. “El teatro permite descontextualizar aquello que está naturalizado y esto te lleva a tener una idea nueva acerca de lo que ves cotidianamente”, afirma Asensio.
En cuanto a Nadie quiere..., Asensio se refiere a las contradicciones entre lo que se tiene y lo que se soñaba con tener, pero no solamente en el plano económico sino también laboral y afectivo. La disconformidad está presente, dice la directora, aún más allá de la posesión de tarjetas de crédito, smartphones y LCDs. Interpretada por Florencia Ansaldo, José Joaquín Araujo, Salomé Boustani, Anahí Gadda, Teresita Galimany, Guillermo Jáuregui, Carlos Juárez y Natalia Olabe, la obra presenta diversos personajes: una aspirante a actriz, una psicóloga, un extranjero escapado de su casa, y un matrimonio que vive en un country y su hija. “Los únicos que intentan imaginar un mundo mejor son los que están al servicio de la clase media: el guardia de seguridad del country y una empleada doméstica”, adelanta Asensio.
La dramaturgia de esta obra dedicada a retratar el pensamiento y la conducta de “la amplia franja social que constituye la clase media” se fue armando en base a las respuestas de un cuestionario elaborado por la directora: “Hice entrevistas con mucha gente y observé que hay una gran disconformidad entre la profesión y el aspecto económico. Sin embargo, a la mayoría de los entrevistados les costaba aceptar que el dinero les resultaba algo importante: todos hablaron de la plata como de un instrumento para hacer tal o cual cosa. Daban la impresión de menospreciar lo material, pero esto es un doble discurso inconsciente, porque el consumismo es un tema central para la clase media, que tiene una relación más profunda con el tener que con el ser”, sostiene.
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