Dramaturgia y dirección: Leandro Rosati. Reestreno Domingos 20 hs.
Entrevista a Carolina Guevara y Leandro Rosati. Imágenes del espectáculo
La obra aborda, desde la comedia, la historia de una mujer que, atravesada por una situación de violencia decide entrenar boxeo en su casa. Separada, desocupada, y jefa de hogar, Clara se reúne con otras mujeres que también dan pelea en el “ring doméstico” para re-direccionar las violencias que reciben. A partir de los entrenamientos de boxeo, la protagonista gesta y lidera una cuadrilla de mujeres que saldrán a boxear a “tanto jodido suelto”. Clara se apropia de las palabras y pone en juego los estereotipos de género y de clase tan arraigados en el imaginario colectivo. Clara se mueve y se sostiene en la identificación, la solidaridad y la empatía con los pares. Con humor y mirada crítica, Los golpes de Clara nos invita a reflexionar y re-pensar estos estereotipos que construimos y afirmamos cotidianamente.
(Comedia de género)
Texto y actuación: Carolina Guevara
Asistencia técnica: Alfredo Aguirre, Marcos Peruyero
Escenografía: Alfredo Aguirre
Vestuario: Julieta Grinspan
Música original: Mariano Travella
Iluminación: Víctor Guidoli
Fotografía: Nicolás Finoli Blanco, Adrián Sosa Escalada
Prensa: Débora Lachter
Producción ejecutiva: Nora Filmus
Dramaturgia y dirección: Leandro Rosati
Duración: 60 minutos
Carolina Guevara fue nominada en los Premios Luisa Vehil (2017), en el rubro mejor actriz.
Obra declarada de interés social y cultural por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
CELCIT 45 años. Temporada 2018-2020
“Los golpes de Clara” trata con humor un tema complicado como lo es la violencia de género. Declarada de interés social y cultural por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la obra puede verse los domingos de marzo en el CELCIT.
“Los golpes de Clara” es una obra que trata con humor un tema complicado como lo es la violencia de género o, mejor dicho, las microviolencias de todos los días. Su protagonista, Carolina Guevara, fue nominada en los Premios Luisa Vehil (2017) en el rubro mejor actriz. Una propuesta imperdible para repensar los estereotipos de género y de clase.
Clara es una joven mujer que tiene dos hijos pequeños. Separada de una pareja que está muy poco presente en la crianza y recientemente desempleada, es la jefa del hogar. La cantidad de obligaciones que debe atender hace que las horas del día no le alcancen y la plata no le es suficiente para mantener a los chicos. Como si esto fuera poco, es víctima, como tantas mujeres, de situaciones de abuso y de violencia machista. La última fue cuando un ejecutivo la manoseó en el colectivo, ella se defendió y terminó presa después de haber escuchado un montón de insultos y de ser manoseada de nuevo por los policías. Tuvo que venir un grupo de mujeres para lograr sacarla de la comisaría.
La recomendación de una amiga de “redireccionar la violencia” o, mejor dicho, las violencias que ha sufrido hace que Clara termine conformando un grupo de mujeres que tienen el objetivo de salir a pegarle a los varones que las han violentado o, como dice ella “a tanto jodido suelto”. Desde los publicistas que se llenaron los bolsillos con avisos que mostraban a las tareas de limpieza del hogar como algo inherentemente femenino, hasta los guionistas de telenovelas, pasando por todos aquellos que les hicieron la vida más difícil.
De esa manera, la obra rescata y pone en primer plano el potencial que tienen las mujeres cuando se juntan con otras. Esa especie de “cuadrilla femenina” no sólo entrena boxeo como una forma de descargar lo que padecen sino que ponen en juego un conjunto de actividades fundamentales para sobrellevar el día a día. Se apoyan emocionalmente, cuidan a los hijos de otras, llevan a cabo estrategias económicas para poner un plato de comida sobre la mesa. Si la unión hace la fuerza, acá esa unión se convierte en la tan mentada sororidad. El verdadero ring para ellas es el doméstico.
Además de las microviolencias machistas, Clara está atravesada por las violencias de las instituciones, como la desocupación, los tarifazos, la imposibilidad de llevar un plato de comida a los hijos y la de conseguir vacantes en las escuelas de la ciudad. Una de esas violencias (más sutil, más naturalizada) es la que radica en que las mujeres son las únicas encargadas de las tareas de cuidado. A pesar de que su ex pareja es un militante político “progre”, nunca aplicó sus ideas revolucionarias al interior del hogar y, de hecho, está bastante alejado de la crianza de sus hijos. La contradicción está acá presente y esa es una de las riquezas de la obra porque no se queda en un discurso simplista sino que va mucho más allá mostrando que las violencias hacia las mujeres y las situaciones de injusticia no discriminan por clase social.
Con humor, la obra retrata situaciones cotidianas por las que pasan las mujeres a lo largo de su vida adulta. El texto pone en juego y cuestiona los estereotipos de clase y de género con una mirada crítica. La destreza y la plasticidad de la actriz Carolina Guevara llama la atención a lo largo de toda la pieza, su trabajo logra interpelar a los espectadores y provoca la identificación de toda mujer presente en la platea.
La dirección de Leandro Rosati centraliza la puesta en el cuerpo de la actriz, que dialoga con los pocos elementos presentes, una mesa, una silla, un puchimball, un delantal y unos guantes de boxeo. Ella, con su metro y medio y su pequeño vestido, asestará golpes por cada uno de los que recibió en su vida. La violencia aparece entonces como una fuerza, una potencia demoledora que sirve para decir “basta” porque las mujeres ya no se callan más. Toda lucha implica poner el cuerpo y acá está en primer plano. Los cuerpos vulnerados, oprimidos o violentados de muchas se convierten acá, gracias al trabajo de Guevara, en un cuerpo lleno de una fuerza capaz de derribar tantos años de opresión machista. Sin embargo, en algún momento Clara se dará cuenta que no alcanzará responder a la violencia con más violencia y convertirá esa fuerza que le viene de las entrañas en un hecho creativo
¡Quedan las tres últimas funciones!
Abordar un tema de opresión, frustración y desigualdad de oportunidades desde el humor es un gran desafío que la dirección de Leandro Rosati (docente en el C.C.Ricardo Rojas y C.C. San Martín, desde 1996. Dicta seminarios en el interior del país, a travez del Instituto Nacional de Teatro y en 1/2Mundo, club de arte donde dicta cursos particulares y funciona la escuela integral de varieté. Como actor y director teatral integra el grupo “Los Cometabrás” fue director de 1/2Mundo Varieté en los 80, entre otros) supo lograr con excelencia. El comienzo de la obra irrumpe con un excelente despliegue corporal, sobre todo gestual y energético de Carolina Guevara (Mujeres a la obra, 1° Ciclo de teatro y feminismo) que impacta tanto que desorienta y hasta puede desorientar a lxs expectadorxs acerca de lo que está presenciando: una mujer pegándole a un punching ball de piso con una voz distorsionada acompañada de movimientos cercanos a la construcción del personaje The Mask. Pero esa intensidad que sacude se organiza y después de golpearnos se reorganiza libidinalmente; entonces ahí Clara, “la ama de casa violenta”, toma aire, cobra forma humana, después de tantos golpes que la dejaron como a un dibujito animado, se para frente a una mesa de madera a preparar bollos de pan casero, mirando a lxs espectadores y contándonos su experiencia con Carlos. Es en ese momento que la sincronía cautiva y la conexión se establece con miradas, gestos, silencios, palabras, ironía y humor; mucho humor. Cuando comienza la conexión y complicidad con lxs espectadores y que no para hasta el final, dejándonos con una buena sensación, en el cuerpo y en los pensamientos. Quizás inquietante y esclarecedora. O reveladora y afirmativa. En fin…
Una obra de arte contemporánea, que nos muestra como en un espejo distorsionado lo que hacemos o repetimos todos los días sin tomar conciencia de los lugares de privilegio con los que nos movemos ni del egoísmo que nos enceguece para preguntarnos por lxs demás. Una obra humana de suma inteligencia y despliegue humorístico que de ninguna manera viene a aleccionarnos ni a bajar línea. Por el contrario, nos muestra lo que es tan obvio, que de tan obvio, se naturaliza como “normal” sin siquiera preguntarnos ¿Qué es lo normal? ¿Quién estableció las normas? ¿Por qué? ¿Para qué? ¡Y con qué beneficios!
“Los Golpes de Clara” aborda, desde la comedia, la historia de una mujer que, atravesada por una situación de violencia decide entrenar boxeo en su casa. Separada, desocupada, y jefa de hogar, Clara se reúne con otras mujeres que también dan pelea en el “ring doméstico” para re-direccionar las violencias que reciben. A partir de los entrenamientos de boxeo, la protagonista gesta y lidera una cuadrilla de mujeres que saldrán a boxear a “tanto jodido suelto”. Clara se apropia de las palabras y pone en juego los estereotipos de género y de clase tan arraigados en el imaginario colectivo. Clara se mueve y se sostiene en la identificación, la solidaridad y la empatía con los pares. Con humor y mirada crítica, Los golpes de Clara nos invita a reflexionar y re-pensar estos estereotipos que construimos y afirmamos cotidianamente.
La obra “Los golpes de Clara” aporta un enfoque muy particular sobre esta problemática. El domingo 17 celebra las 100 representaciones con una función a la gorra en el Picadero.
Cien funciones que son mucho más que cien golpes. Clara entrena boxeo en su casa para redireccionar la violencia que recibe. Madre separada y desocupada, se reúne con otras mujeres que también dan pelea en el “ring doméstico”. A partir de los entrenamientos de boxeo, la protagonista gesta y lidera una cuadrilla de mujeres para salir a boxear a “tanto jodido suelto”.
Los golpes de Clara aborda la problemática tan actual que padecen miles de mujeres en la Argentina y en el mundo y lo hace desde un punto de vista poco habitual: apelando al humor. Al cumplir 100 representaciones, la obra lo celebra con una función a la gorra el domingo 17 de noviembre en el teatro Picadero.
"Cuando me propuse hacer una obra con perspectiva de género nos dimos cuenta, con mi director Leandro Rosati, que el tema era muy amplio. Debíamos particularizar, elegir qué contar, decidir a qué “mujer” le pondría el cuerpo", cuenta Carolina Guevara, su protagonista. "Vino así la imagen de una mujer que boxeaba y no era casualidad, la necesidad de dar pelea latía en las calles. Puedo decir que esta obra nació al calor de Ni Una Menos, al galope de las luchas feministas. Nació por la necesidad de decir basta".
Pero frente a un tema tan dramático como el de la violencia de género, ¿por qué una comedia? Guevara explica: "En principio, porque era un lenguaje que quería investigar y Leandro es un experto en esto. Por otro lado, este género nos daba las herramientas necesarias para 'tramitar' el dolor y lo trágico de esta historia. La comedia, además, genera identificación, una se ríe de aquello que conoce, que le es cercano".
De esta manera, el personaje de Clara vino a encarnar la vida de muchas mujeres. La distancia que impone el humor permite una mirada más reflexiva y crítica ante el dolor que provoca lo inmediato.
Esta pieza se estrenó en mayo de 2017 en el Centro Cultural de la Cooperación y luego salió de gira. "En un momento, nos encontramos con Andrea Villamayor, hoy productora de la obra, rol que se nos presentaba muy necesario", cuenta la actriz. "Así empezamos a participar de Festivales por todo el país y la repercusión fue impresionante".
Y agrega: "La obra se reveló como una herramienta para abordar la violencia de género. Por eso realizamos funciones para estudiantes, docentes, escuela de cadetes, trabajadores de sindicatos y agrupaciones de mujeres".
"Cumplir 100 funciones en dos años, para una obra de teatro independiente significa mucho esfuerzo y mucha tozudez. Por eso, decidimos hacerlo a la gorra para que nadie se quede afuera. Y hacerlo con todo el equipo del Picadero para poder llegar a más público es algo maravilloso", asegura Guevara.
Los golpes de Clara, que se presenta cada sábado a las 22 hs en el Teatro Celcit de Buenos Aires, es un monólogo con una fuerte carga de política y muchas referencias interesantes a los debates del presente. Clara, puesta en acto por Carolina Guevara, es una mujer madre, ex esposa, desocupada y acosada, que interpela al público y obliga a repensar las intensidades, la efectividad física y la velocidad como elementos para reconstruir el universo femenino en este tiempo.
“La obra surge por un deseo personal. Yo tenía ganas de abordar la temática de género desde el teatro. Me seducía la idea de hacer un personaje que boxeara. Si bien Clara no es una boxeadora, sino que es una mujer que entrena boxeo en su casa, según dice para rediccionar la violencia que recibe. Esta violencia es la violencia cotidiana, y también la que está atravesada por la coyuntura política: la desocupación, el tarifazo, la angustia de darle de comer a los pibes cada noche. Todas esas son las violencias que atraviesa Clara, además de las microviolencias en lo familiar”, contó Carolina Guevara en una conversación con Nodal Cultura.
La obra, que es un por momentos una comedia negra, integra a la violencia como una de las maneras de hacer estallar aquello que está silenciado, aquello que está oculto. El deseo oprimido, la brutalidad explícita, la imposición de roles. Cuando la violencia física es ejercida por las mujeres ¿es impotencia o potencia? ¿es asunción del modo patriarcal de relacionarse o un camino diferente?
En Los golpes de Clara comprendemos como los cuerpos de las mujeres están atravesados por una fortísima tensión, que es personal y política. La obra logra dar cuenta de la potencia emancipatoria de la que esos cuerpos son portadores. La violencia aflora no como un gesto agresivo, sino como una energía que nace del deseo y de la apropiación de la palabra por parte de Clara. El poder asumir el yo propio, desposeerse de la palabra del otro, es central en este momento particular de ella y sus grupos de pertenencia. El trabajo puede pensarse como un estudio sobre la aparición de las respuestas ante la opresión y de cómo la violencia es, escénicamente, una manera de dar cuenta de esa energía.
“Yo no vengo ambientes de militancia feminista en particular. Ahora estoy vinculada al movimiento #NiUnaMenos, pero en el momento que empecé a escribir la obra no lo hice porque militara en algún espacio de género. Tampoco venía de estudios académicos sobre el tema, sino que empecé a agudizar la escucha de los relatos de las mujeres que tenía cerca. Mis amigas, mi hermana, mis compañeras de trabajo me contaban lo que iban padeciendo cotidianamente, esas violencias a las que estamos sometidas las mujeres y que a veces son naturalizadas”, aclaró la actriz, quien también escribió el texto que es base de la puesta.
“Cuando comenzamos a trabajar en el texto con Leandro Rosati, el director de la obra, yo quería meterme con esto de las cuestiones domésticas, pero sin caer en esto de ‘me quejo porque mi marido no me ayuda’, a pesar de que ahí hay una deuda enorme, porque las mujeres seguimos siendo quienes ponemos tiempo, cuerpo y psiquis en el armado del hogar, en el cuidado de los niños, los enfermos y los ancianos. Me parece que sin pretender teorizar sobre el tema, lo que si buscamos es interpelar y reflexionar sobre la cuestión, haciéndolo desde el humor. Me interesaba artísticamente trabajar la comedia, ya que permite esa distancia y reflexión necesaria”.
Si el teatro es una forma de construcción de pensamiento -toda práctica artística lo es- Los golpes de Clara es una obra que en su propia práctica construye teorías alrededor de la relación de la mujer y la violencia, no ya en el sentido de devolver golpe por golpe sino en la capacidad de entender las violencias machistas y las propias respuestas, tanto defensivas como reparadoras.
Cuando Clara decide golpear (no a alguien, sino simplemente golpear) lo hace como respuesta primera frente a la violencia en las calles y los hogares. Así asume la decisión de pensar la violencia y eso implica prácticas concretas que serán parte de la propia trama de la obra. La puesta en escena del cuerpo de Clara en movimiento estructura la obra, más allá del monólogo vertiginoso, imparable, energético. Se hace evidente la decisión de Guevara y Rosati de que la corporalidad construya el espacio y se lleve la atención del espectador. Es así que aparecen dos dimensiones claves del hecho teatral: el cuerpo de la actriz y el presente –el presente escénico- como momento histórico concreto.
“No había marcas de puesta en escena en el texto, nació como un cuento, como una suerte de verborragia de escena. Después íbamos ordenando el trabajo con Leandro. Por eso hago la separación de que el texto es mío pero la dramaturgia es de Leandro Rosati. Es un texto que se completa en escena. Lo que aparece gestualmente y corporalmente no se puede escribir. Poner el cuerpo en escena tiene que ver con cómo ponemos el cuerpo las mujeres y en especial en estas coyunturas. Ahí encontramos una gran metáfora sobre cómo está el cuerpo de las mujeres en juego en la vida cotidiana”, finalizó Guevara.
"Los golpes de Clara" desnudó una dura realidad social durante la puesta en escena anoche en el colmado Centro Cultural Municipal sala Sociedad Italiana, con el unipersonal a cargo de Carolina Guevara y la dirección de Leandro Rosati.
Se trata de una comedia de drama humano, en el que denuncia la violencia en general y en particular la de género, quedando expuesto un machismo exacerbado y el rol de la mujer a un segundo plano, empleando un humor descarnado y cruel que genera carcajadas en forma casi permanente.
Así, Clara Cuerda verbaliza durante una hora su protagonismo, en el que cuenta sus padecimientos y, al mismo tiempo, cambia el rol para hacer hablar las otras voces representadas en los diálogos.
La historia relata la soledad que atraviesa la protagonista producto de la separación con su ex marido, quien es un militante político de izquierda, lamentablemente en los discursos pero no se hace cargo de las responsabilidades como padre, relegando el doble rol parental a Clara que se encuentra desocupada.
Por este motivo, ella decide practicar boxeo por consejo de un amigo para "redireccionar" su vida y así descargar la locura que corre por su cerebro y sus venas, luego de un agotamiento personal de remar contracorriente llevando a cuestas a los hijos León (por Trotsky) y Mercedes (por Sosa).
Esta situación personal la lleva a juntarse con otras mujeres que viven una situación de similares condiciones de discriminación de género, produciendo el agrupamiento en un feminismo típicamente actual, con un discurso contra el capitalismo, el sistema, el autoritarismo, el machismo, el "fondo"...
Luego de un entrenamiento con una bolsa de boxeo para estar en estado físico óptimo, el reclamo social la encuentra en un bondi apretujado de gente en la que fue manoseada por un "ejecutivo de corbata" al que no le tiene piedad y lo lincha a las piñas. Esta situación fue denunciada a la Policía, que le produjo una detención de tres días, atenuada por la protesta de su colectivo social.
Entre los cuestionamientos sociales, Clara toma un claro posicionamiento a favor del aborto a través de dos situaciones: durante la obra criticando a los defensores "pro-vida" y al término de la puesta poniéndose el "pañuelo verde"... a decir verdad, la protagonista-persona entra en una "clara" contradicción porque el aborto significa matar al bebé que está en el vientre de la mujer, parece que se olvida que es madre de dos hijos en la obra...
Más allá de esta situación que no hacía falta tomar partido público por la grieta coyuntural porque hubo gente que la aplaudió y otros que hicimos silencio al estar en contra, en líneas generales fue una obra con un fuerte contendido discursivo de denuncia social y un protagonismo actoral-corporal descollante para valorar...
Muy Buena
Los golpes de Clara entran como piña. En un contexto teatral donde las obras sobre, por y para mujeres declaman el dolor de ya no ser (ni lindas, ni jóvenes, ni miradas, ni mantenidas, ni ni ni), la actriz y autora del texto Carolina Guevara apuesta por lo que se tiene y no por lo que falta. Y las mujeres tienen fuerza; y todavía más cuando se juntan; y mucha pero mucha, no saben cuánta, violencia acumulada.
Clara está separada, tiene dos hijos, se quedó sin trabajo y debe mantener su casa. El ex regatea la cuota alimentaria mientras apoya todas las revoluciones menos la doméstica. La maestra exige puntualidad y colaboración para los actos escolares. Los chicos necesitan cuidados y quieren cosas. El tiempo vuela y hay que correr. En el colectivo, un tipo de traje le toca el culo, ella se defiende, la policía la ningunea y termina presa. Pero logra salir gracias a la presión de mujeres como ella, con y sin hijos, desocupadas o mal pagas, víctimas de machismos y patoteos cotidianos, amigas reunidas por las clases de boxeo, la manera que encontraron para "redireccionar la violencia": lo que empieza en un entrenamiento gratuito termina en la organización de una cuadrilla justiciera contra "tanto jodido suelto".
Primer unipersonal de Guevara, integrante fundadora del grupo de teatro independiente El Bachín, Los golpes de Clara es una tragicomedia con mucho humor para poder afrontar todos los noes que aparecen como respuesta. Como ese puchimball involcable al que Clara, con las manos vendadas y los guantes puestos, pega a derecha e izquierda, bailoteando en derredor y otra vez, se cubre la cara y pega, con su metro 50 y 45 kilos metidos en un vestidito, devuelve y pega. No hay lugar para la meditación ni las terapias alternativas. No se visualiza ninguna abundancia. Hay una mujer que tira golpes mientras pasa lista a los recibidos, agotamiento ancestral reciclado a pura rabia.
El puchimball convive con la mesa y los enseres de cocina, los guantes con el delantal, el ama de casa con la guerrera, la loca con la eficiente: dirigida por un experto en el género varieté como Leandro Rosati, de Los CometaBrás, Guevara salta de un registro a otro, ruge de resentimiento, murmura con el pelo suelto, odia y sueña, crece en el escenario, apropiándose de su personaje y de las voces que la interpelan (amigas, policías, ex, hijos, maestra) como Clara de su vida, que no es tierra de nadie, sino un espacio de construcción, que no es lucha solitaria sino colectiva.
"Somos mujeres fuertes, estamos bien plantadas y ya dijimos basta", dice el rap que canta Guevara, creado por Rosati y Mariano Travella, dos varones que entendieron, a dos años del #NiUnaMenos, que hay dolores que mejor curar a tiempo. Con ese final, muy arriba, termina Los golpes de Clara. ¿Si es una obra feminista? Por supuesto: no hay otra manera de poner el cuerpo.
Una mujer que ya no soporta el sexismo naturalizado como una lanza que la provoca para la pelea, estalla en Los golpes de Clara, de Leandro Rosati.
El ojo mocho de Clara no implica que alguien le estampó un golpe. El maquillaje negro que le da un rictus clownesco es la imagen de una agresión que no siempre se hace tan palpable, que en muchos casos no asume formas tan directas pero que debe ser graficada bajo la forma de un daño físico para que resulte comprensible.
En Clara la expresividad se inspira en una bronca que a ella “le viene” como una manifestación interna del cuerpo que debe volcar en acciones concretas. Hay en Carolina Guevara una gestualidad propia del varieté y del comic que funciona como una respuesta física ante la absurdidad de ese entorno que la señala como loca, que lee su comportamiento aislado de esa crueldad que ella recibe sin pausa.
Clara está en el momento glorioso donde una mujer decide corregir esa rutina de la humillación tolerada como un ingrediente de la normalidad. Pero como Guevara compone a su personaje desde un humor desencajado y lúcido, la intervención sobre lo real tendrá algo de delirio, de estimulante fantasía.
En Los golpes de Clara la comicidad no le da al dolor un tono leve, no sirve como evasión. Con inteligencia tanto Guevara como Leandro Rosati desde la dirección ven en ese componente paródico una potencia combativa. Deprimirse es un lujo demasiado inalcanzable para Clara. Con dos hijxs, separada y sin trabajo no puede quedarse quieta. El ritmo siempre al acecho, propio de la boxeadora en que se ha convertido, habla de una necesidad de trabajar sobre el agravio tanto para atrapar al ejecutivo toca-culos como para increpar al ex por la cuota de alimentos. Hay en el trabajo actoral de Guevara un llamado permanente a la resolución, una urgencia por estar entrenadas, adelantarse y enfrenar.
La dramaturgia de Guevara y Rosati identifica el machismo en tipologías que se construyen desde cierta pasividad, como una estrategia más imperceptible al momento de imponer su voluntad, especialmente en la descripción del ex marido de Clara, un militante de izquierda que utiliza su devoción por las reuniones políticas para desentenderse de sus responsabilidades. A esta actitud Clara opone un armado solidario entre mujeres. Si ese maltrato es una ideología individualista que desanima y aísla, en esta historia la capacidad política femenina pasa por la destreza colectiva.
La estructura de la obra articula los despidos recientes en las oficinas del Estado, donde las principales sacrificadas han sido las mujeres, con el manoseo callejero o la impericia de su ex y los poquísimos días que le dedica a lxs hijxs. En estos casos la caracterización de Guevara asume las muletillas discursivas que sostienen estas prácticas para revisarlas desde un humor impactante, donde la técnica es una metralla para ver la ridiculez de la argumentación que se usa contra las mujeres en esa guerra de posiciones donde los roles se cuestionan.
La risa que viene de la platea funciona como una identificación que se alimenta del talante de Clara cuando descarga su ferocidad en el puching ball pero que después se afirma en una mirada social. Así como Guevara hace de la violencia un mecanismo complejo que siempre intenta encerrar a la mujer en la culpa, también se hace cargo de las contradicciones de la resistencia. Devolver la violencia es una opción desechada porque produce una caricatura, un ser de una pieza. Clara da un paso superador cuando interpreta ese rap luminoso que hace de la furia una radiación creativa pero siempre conserva esa prestancia pugilística que la cultura machista identifica como exclusiva de los hombres y que a ella le calza preciosa.
Carolina Guevara escribió y es protagonista de Los golpes de Clara donde, a través de la obra con aristas de comedia, se involucra con la violencia de género. Una mirada poética y profunda acerca de la compleja problemática.
Hacía tiempo que la actriz Carolina Guevara quería abordar la temática de género y finalmente encontró la historia: una mujer que, atravesada por una situación de violencia, comenzó a entrenar boxeo en su casa. Así escribió Los golpes de Clara, buscó la ayuda de Leandro Rosati para la dramaturgia y dirección, y se propuso relatar la vida cotidiana de una mujer desde la comedia.
"Es la primera vez que hago un unipersonal y que escribo. Tenía pendiente la comedia y me pareció el lenguaje más adecuado para contar lo que quería", dice Guevara. Desde lo disparatadas y absurdas de algunas situaciones es la manera que encontró Carolina para dar forma a un personaje que sufre los embates de la cotidianeidad y el machismo.
En este trabajo, Guevara muestra sus influencias, que van desde Chaplin a Niní Marshall, Capusotto, pasando por la acidez de Urdapilleta y Tortonese. "El humor nos identifica pero quería que la obra esté atravesada por un posicionamiento político y actual", explica.
Según la actriz, la génesis de la obra teatral es una imagen: la de una mujer boxeando. "Me parecía fuerte a nivel teatral, es algo potente porque además, lo doméstico pensado como un ring es una deuda a nivel género", describe Guevara y agrega: "La primera desigualdad es entre hombre y mujer. Los varones acuerdan en que la violencia es una barbaridad y se sacan la foto con el cartel de 'Ni una menos'".
"A nivel cultural, día a día, la deuda permanece y miles de cosas pasan porque damos por sentado que debe ser así, por estar estipulado por una matriz machista muy arraigada. A esa representación se sumó la actualidad que es violenta de manera permanente y tampoco quería omitirla", agrega la autora de Los golpes de Clara. Otro factor impulsó la creación de esta obra y es la bronca. "Estar desocupado resulta muy violento y en general la tasa de desempleo femenina siempre es mayor. Todas esas situaciones cotidianas agresivas, desde la grosería del piropo callejero hasta los tarifazos, me llevaron a salir de cierto estereotipo y mostrar la bronca que despiertan", comenta.
El teatro puede a veces ser un factor que colabore al cambio. "Tiene una fuerza sorprendente. Busco que lo que hago sea reflexivo, profundo, pero con un lenguaje inclusivo. No se debe subestimar al espectador y su capacidad de interpretar lo que ve".
La obra toca temas de urgente actualidad: cansada de golpes reales y virtuales, una treintañera ama de casa organiza un grupo de mujeres que sale “a cagar a trompadas a tanto jodido suelto”.
Los golpes de Clara, unipersonal de Carolina Guevara, representa el enojo de las mujeres ante tanta violencia y desigualdad. Condensa un conjunto de situaciones de menor y mayor gravedad en el cuerpo y las palabras de una mujer, Clara, que tan extenuada está de la violencia que padeció y padece que decide encabezar un grupo de boxeadoras de vecinas del barrio. Una célula, una cuadrilla para salir “a cagar a trompadas” a “tanto jodido suelto”. Habrá que ver qué le pasa después a Clara con esto de la violencia, si corresponde responderle con más. Esta treintañera menuda y furiosa, que mide 1.50 y pesa 45 kilos, es ama de casa, madre de dos hijos, está desempleada y no llega a fin de mes. Un ejecutivo la manoseó en el transporte público y quedó detenida por defenderse, la Policía la maltrató y le dejó un ojo morado (imposible no pensar en el caso de Higui, aunque el texto es previo). Violencia machista y coyuntura política son dos ejes que se cruzan en este primer espectáculo en soledad de una actriz que captura.
Guevara creció en Tres Arroyos, ciudad ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires, donde empezó a hacer teatro a los quince años en talleres municipales. Ya en territorio porteño, todo lo que hizo tuvo que ver con El Bachín, grupo que apela con interesantes resultados al teatro épico y recursos brechtianos, y que surgió hace 17 años, en plena crisis. Ella lo integra desde su fundación. En esta oportunidad, sintió ganas de “laburar comedia”. “Quería profundizar en ese lenguaje y trabajar la temática de género. Eso fue lo que me motivó”, cuenta a PáginaI12. El director de Los golpes de Clara es Leandro Rosati, con quien entabló vínculo a partir de un grupo de grupos de teatro independiente, el GETI. Con él hizo un taller de Comedia del Arte en 2015. “Es distinto hacer comedia, el registro es otro. Hay una organicidad que se produce con el armado del personaje y del relato que es diferente. Me costó porque venía de otra cosa. Aprendí mucho, Leandro me enseñó muchísimo”, remarca. Ella escribió un texto que “era como un cuento”; por tanto atribuye la dramaturgia a su director.
“Estuvimos dos meses haciendo laburo de mesa y después fuimos a los ensayos en sala. En la comedia uno es un actor que se va convirtiendo en autor: si bien partí de un texto, sabía que iba a mutar. No el tema. Aunque la trascienda, quería que la temática de género estuviera atravesada por la coyuntura política”, explica Guevara. Salvo por los de la Policía, la mayoría de los golpes que recibe Clara no es literal: la artista decidió , no ahondar en la violencia física, porque le hubiera costado mucho retratar este aspecto desde el humor. “Los golpes son los que le dan la desocupación y las instituciones. El miedo a que sus hijos no tengan para comer. Y aparecen otras violencias machistas. La comedia da impunidad para tratar temas sórdidos porque, en realidad, te reís de la tragedia. Si no hay tragedia no hay comedia.”
Clara era empleada de un programa del Estado que atendía a mujeres que padecían violencia de género. Su ex pareja, también padre de sus hijos, tiene ideas de izquierda que no aplica ni aplicó en la relación. “Cuando vamos a los extremos, todos los varones en general van a estar de acuerdo. Se sacan la foto con el cartel de Ni Una Menos, pero hacia dentro de los hogares, la tarea doméstica recae en las mujeres, igual que la crianza de los hijos o el cuidado de enfermos y ancianos. Siguen siendo tareas nuestras; culturalmente se ha instalado así. Aunque cueste desentramarlo, también es violento”, sostiene. “Con eso quería meterme. Yo estoy muy enojada. No hay dato biográfico, en el sentido de que no soy mamá. Y mi pareja es una mujer. Sí capté lo que sucede con las mujeres heterosexuales. La obra está plagada de charlas de amigas”, detalla.
“Incluso, sus compañeros son amigos míos. Muy buenos tipos, militantes. El ex de Clara es un progre. Me gustaba eso. No está con un facho. Me interesaba meter la contradicción. Estoy interpelando a los varones que creen que militan estas causas y que, hacia adentro de las casas, hacen agua”, agrega Guevara. En el escenario, el punching ball de boxeo convive con una mesa y una silla: es la cocina de Clara. Un ring-cocina. Pese a que el texto está sobrecargado de información de coyuntura, cuestiones muy actuales como la dificultad de inscribir a los chicos en una escuela porteña, la actriz logra no hacer una bajada de línea. A lo mejor, por las claves de su actuación, los juegos corporales, rítmicos y elementos del clown. Para ella, lanzarse a hacer algo sola, por fuera de la contención del Bachín, implicó “un desafío muy grande”. “La pasé horrible en muchos momentos de los ensayos. Pero tenía ganas de contar algo así. Era un deseo personal”, concluye.
con Carmen Baliero
5 de octubre al 30 de noviembre
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