Entrevista a Cecilia Hopkins. Imágenes del espectáculo
La actriz española Margarita Xirgu festeja su amistad con Federico García Lorca: repasa los primeros momentos compartidos y también los últimos, poco antes del exilio de ella y de la muerte de él. Margarita canta y danza. Y usa palabras de Mariana Pineda y de Yerma, de Bodas de Sangre y de Doña Rosita para referirse al compromiso de Federico con la vida. Un diálogo sin espacio ni tiempo donde Margarita es ya Federico, su memoria viva, y donde Federico es ya Margarita, revivido en los escenarios argentinos. (Etelvino Vázquez)
Con Cecilia Hopkins
Dramaturgia y dirección: Etelvino Vázquez
Duración: 55 minutos
Espectáculo creado en el marco del Proyecto Xirgu-Lorca /Ganador co-producción IBERESCENA / Estrenado en España / Festival Mar del Sud en escena.
CELCIT 45 aniversario. Temporada 2017-2018 - 2020
El adiós que lastima se transforma en juego escénico para acercar a dos seres amigos que se complementaban en el arte: la actriz catalana Margarita Xirgu (Molins de Rey 1888 - 1969 Montevideo) y el poeta y dramaturgo Federico García Lorca (Fuentevaqueros 1898, fusilado en Viznar el 19 de agosto de 1936). Sucede en La memoria de Federico, una evocación del asturiano Etelvino Vázquez, autor y director premiado, actor y docente, fundador en su país del Teatro del Norte, espacio de proyección internacional. Con un afinado y conmovedor protagonismo de Cecilia Hopkins (La recaída, de Julio Cardoso; Milonga desierta; Gemma Suns, Zona de oscuridad y La cabeza de Acevedo; docente, periodista y autora de textos de investigación), la obra aproxima a aquellos artistas amigos a través de pequeñas historias y diálogos reales o imaginados, a los que se suman el canto y la danza. Sobre esta puesta en el Centro Cultural de la Cooperación, Hopkins aclara que se trata de una versión de la pieza original, creada en el marco del Proyecto Xirgu-Lorca, y ganadora -a modo de coproducción- de Iberescena. De ahí su estreno en España y la participación de Vázquez en el rol de Lorca. A su regreso, y en el formato de unipersonal, fue presentada en el Banfield Teatro Ensamble, el Teatro Italiano (Chacabuco) y el Teatro El Pasillo (Jujuy).
“Etelvino me dio amplia libertad para este unipersonal. Libertad que me había dado cuando estrenamosGemma Suns en España. El título lo acordamos entre los dos, y destaco especialmente su autoría porque a él le corresponde la estructura del espectáculo, es un gran conocedor de la totalidad de las obras de Lorca y aportó mayor cantidad de textos.
-¿Xirgu sería aquí la depositaria de la memoria de Federico?
-Sí, y en lo que pareciera ser un ritual en ella, que está muerta y no sabemos en qué “limbo” le rinde homenaje. Incluso, le cuenta cosas que él tal vez nunca supo. En la obra están todos los textos de Etelvino más los que incluí para dar mayor carnadura a Margarita, el personaje visible para el espectador.
-Lorca no está corporizado pero sí presente a través de sus poemas, su historia... y los traviesos comentarios de Xirgu sobre lo publicado por los críticos de entonces referidos a su actuación y a las metáforas del poeta.
-Había que desestructurar... Esta Xirgu toma aquellas críticas con humor. Críticas sobre ciertas cursilerías que no pasan de ser sólo ironías. Tanto esos comentarios como las cartas no son inventos. Etelvino aportó la documentación que dio empuje a la obra, y yo incorporé otros materiales. Era importante que apareciera la carta firmada por intelectuales y escritores -también figura Jorge Luis Borges-, donde se decía que habían silenciado a una de las voces más puras y nobles de España.
-La publicación de la correspondencia de Lorca tuvo sus detractores. Hubo quienes señalaron la trivialidad de algunos textos...
-Pero otros permitían descubrir facetas de su personalidad. Entre otras cartas, nos interesó aquella en la que cuenta a un amigo que él empezó dedicándose al teatro para contentar a sus padres y no le reprocharan “hacer nada”. ¡Increíble!, porque entre nosotros su teatro ha sido y es muy valorado.
-Pensemos que los artistas españoles tuvieron contacto con la Argentina desde antes de la Guerra Civil española (1936-1939), y era natural que buscaran refugio en el país y divulgaran las obras de Lorca.
-Y con éxitos...
-La figura de Yerma aparece aquí como símbolo de una España que va camino de una revolución. ¿Es así?
-Esa es una interpretación mía. Acordamos con Etelvino sacar a Yerma del lugar de la mujer postergada e infértil. Imaginamos que sería lindo que Xirgu, tan “roja” en su pensamiento, hubiera visto en la Yermade Lorca a una España deseosa de parir una revolución. Quise darle un cariz político, así como ver en La casa de Bernarda Alba -otra de las obras que incorporamos a modo de fragmento- un atisbo del franquismo. Lorca la escribió dos meses antes de que lo mataran. Presentía una etapa de luto permanente y un prolongado silencio. Sentí que en el unipersonal debía pesar también esa amenaza en Xirgu. De hecho, ella no quiso volver más a España. Cuando estrena Yerma tiene presente esa situación. Es época de huelgas... En la obra se pregunta si esos movimientos son el comienzo de una guerra civil. También porque ya entonces había consejos de guerra y pena de muerte.
-En este trabajo se toman dos fechas sobre la amistad de Lorca y Xirgu, una es 1926, cuando el poeta entrega a la actriz el texto de Mariana Pineda, y otra, 1936, año de su fusilamiento. Allí surge otro adiós, pero desde el poeta...
-En ese final, Lorca rechaza dejar España y toma la bandera de los otros: “Canto el canto de los que callan, de los que mueren...” Etelvino introdujo unos cantos que estremecen: “España es un toro que se quema vivo. Veo sangre correr en las calles y yo voy cantando coronado de espinas. España es un río de lamentos, un pueblo envuelto en un manto negro”. Para esa escena creamos, a través de la danza, un vínculo entre un velo negro y una sombrilla, como si fuera una bandera. En otro momento, esta Xirgu de la obra canta: “Si me quieres escribir ya sabes mi paradero, Tercera brigada mixta, primera línea de fuego”. Este es un canto de la guerra civil que por supuesto Lorca no conocía porque fue fusilado a un mes del comienzo de la guerra. .
-En Poeta en Nueva York y Sonetos del amor oscuro, Lorca expresa ese dolor que algunos toman como denuncia. La belleza, tan buscada y frágil, provoca y es a veces dolor en sus creaciones. ¿Esa conjunción de belleza y dolor intensifica el acercamiento a la obra del poeta?
-Eso es algo que siento ante sus textos y poemas, también ante los más sencillos:“Si muero, dejad el balcón abierto./ El niño come naranjas/ (desde mi balcón lo veo)./ El segador siega el trigo./ (desde mi balcón lo siento)/ ¡Si muero,/dejad el balcón abierto! “/ Etelvino lo eligió para el comienzo de la obra, y era él quien lo decía en España. Sentíamos que era una puerta abierta al mundo de Lorca.
-A quien Xirgu reitera su adiós...
-Es parte de su ritual. “Tardará mucho tiempo en nacer,/ si es que nace,/ un andaluz tan claro, tan rico de aventura./ Yo canto su elegancia con palabras que gimen/ y recuerdo una brisa triste por los olivos.” Este es un fragmento del poema escrito por Lorca para despedir al torero sevillano Ignacio Sánchez Mejías. Para mí Lorca era un surrealista nato. Sus imágenes son enloquecidamente poéticas y sus palabras tienen unas resonancias extrañísimas.
-Como las de Poeta en Nueva York...
-Lorca entregó esos poemas a Xirgu para un evento, y la respuesta de ella fue “Federico, ¡no entiendo!”. Al introducir esa respuesta quisimos destacar que, aun cuando su poesía fuera compleja, era para el pueblo que la toma y disfruta.
-Tal vez por la “música” que adquieren las palabras. Lorca tenía un afinado sentido musical y había proyectado obras con Manuel de Falla (Lola, la comedianta). En La memoria de Federico el canto es fundamental. ¿Con qué criterio seleccionaron las canciones?
-Las de Yerma y Mariana Pineda estaban en la puesta original. En esta versión me resultaba difícil hallarle ritmo al unipersonal. Finalmente, decidí que las canciones debían ser un puente entre una y otra escena. Elegí Ttres Morillas (o Las moricas de Jaén) y otras de la Guerra Civil, de las huelgas en Cataluña y el himno popular de los mineros de Asturias: Santa Bárbara Bendita. Un canto que me fascinó siempre es el de las lavanderas de Yerma: “En el arroyo frío/ lavo tu cinta/ como un jazmín caliente/ tiene la risa./” ¡Es tan bella! Recuerdo la Yerma que el director Víctor García trajo a Buenos Aires. Mi mamá me llevó al teatro, y la canté desde muy chica. Otra canción que no quise que faltara es “Yo me subí a un pino verde/ por ver si la divisaba/, y sólo divisé el polvo/ del coche que la llevaba.” Investigando, supe que la cantaba Antonia Mercé, la Argentinita, bailarina y coreógrafa que nació en Buenos Aires porque sus padres estaban de gira y murió en Francia en 1936. Ella recibía al público con ese canto, acompañada al piano por Federico. ¡Cuánta sencillez y belleza!
Después de haber transitado el mundo literario de Jorge Luis Borges en Gemma Suns (magnífica experiencia realizada a partir del cuento "Emma Zunz") la actriz Cecilia Hopkins y el dramaturgo y director español Etelvino Vázquez visitan el universo de Federico García Lorca. Así construyen un nuevo unipersonal en el que su recuerdo llegará de la mano de la intérprete española Margarita Xirgu. Ella, mientras repasa aspectos de su vida artística, tanto en España como en la Argentina, irá recordando su amistad con el poeta y dramaturgo. Su relato no solo recuperará algunas anécdotas muy atractivas sino que, además, se detendrá en fragmentos de piezas como Mariana Pineda, Bodas de sangre, Yerma o Doña Rosita la soltera.
La investigación sobre ambos artistas es muy minuciosa y de ella sintetizan momentos muy particulares que posibilitan tomar contacto con el pensamiento de los creadores. Las palabras de Lorca, extraídas de diferentes documentos, permitirán ir reconstruyendo algunos momentos de su vida. El anecdotario es amplio. Desde el recuerdo de la primera visita del escritor a Xirgu cuando le entregó el original de Mariana Pineda con el deseo de que la llevara a escena, hasta el encuentro de ambos en Buenos Aires. Una ciudad que recibió a Lorca cargándolo de halagos y en la que ella le pidió que se quedara a vivir, evitando así enfrentarse con las fuerzas del franquismo que ya hacía estragos en España.
Hopkins personifica a una Margarita Xirgu extremadamente sensible. Su amor por Lorca es muy evidente. Habla de él con la dulzura con que puede hacerlo una madre o una compañera muy comprometida con su carrera. A través de su discurso pinta una época apasionada en lo artístico y extremadamente compleja en lo político. Pero no todo se expresa con dramatismo. Asoman algunos instantes con pequeñas dosis de picardía y humor. Entre otras, cuando Margarita lee una crítica aparecida en un diario de nuestro país donde un periodista describe con cierta sorna su técnica actoral.
El procedimiento dramatúrgico que realiza Etelvino Vázquez es sumamente atractivo. Cada situación posee una teatralidad muy intensa y encuentra en Hopkins a la intérprete ideal: actúa, baila, canta, entra y sale de diferentes personajes sin quebrar la acción. Con pocos objetos o un pequeño cambio de vestuario da forma a diversos mundos que atrapan de inmediato la atención del espectador. La memoria de Federico es una propuesta extremadamente entrañable a través de la cual el público podrá descubrir cuestiones desconocidas sobre la relación de dos personalidades determinantes dentro del teatro español.
En la Sala CELCIT, lugar que hace década convoca a los mejores teatristas latinoamericanos, la bailarina, actriz e investigadora Cecilia Hopkins vuelve a mostrarse como una de las artistas más creativas de la escena argentina contemporánea. Su indagación permanente sobre el teatro, la danza, la música y la plástica, y la unión imbatible de T-T (Talento y Trabajo) convierten a La memoria de Federico en un espectáculo perfecto y cautivante. Esto es lo que primero que puedo escribir al regreso de la función. Lo que sigue es el intento de justificar (y explicarme a mí misma) qué lo hace perfecto y cautivante.
En la entrevista de Hilda Cabrera (“Ritos para una ausencia. La memoria de Federico de Etelvino Vázquez”), Hopkins nos informa que se trata de una versión de la pieza original creada en el marco del Proyecto Xirgu-Lorca y ganadora de Iberescena -a modo de coproducción. En una primera versión estrenada en España, el autor encarnaba a Lorca; en Argentina se ofrece como unipersonal en el que Cecilia Hopkins encarna a Federico, a Margarita y a los personajes femeninos lorquianos.
Si bien Hopkins destaca la autoría de Etelvino Vázquez, “porque a él le corresponde la estructura del espectáculo” y es quien “aportó mayor cantidad de textos”, ella enriquece la dramaturgia con textos propios que hacen más “visible” la figura de Margarita Xirgu, incorpora materiales significativos para entender la popularidad y prestigio de García Lorca en la Argentina, como la carta firmada por intelectuales y escritores (entre ellos Borges), en la que repudiaban el asesinato.
Pero el aporte de nuestra actriz se extiende a un campo estrictamente teatral y abarca la música, el vestuario y la actuación. La selección musical que acompaña a cada uno de los fragmentos de las obras elegidas (La casa de Bernarda Alba, Mariana Pineda, Yerma, Bodas de Sangre, Doña Rosita la soltera) es una parte decisiva de la creación y responde, en este caso a un “pensamiento sonoro” de la puesta. No se trata sólo de recrear el mundo de García Lorca, sino de generar una lectura política. Las letras de las canciones y el momento en que fueron compuestas apuntan a este objetivo, logrado a la perfección con el encuadre que implica el silencio que impone Bernarda Alba en el comienzo del espectáculo y el canto de la actriz al cerrarlo[1]. El sonido alumbrado por su voz es siempre indicación de la vida interior de los personajes por ella evocados y genera una emoción semejante a la de quien contempla la tabla del Altar de Gante compuesta por los hermanos van Eyck, “Angeles músicos”.
El vestuario, cuyo diseño le corresponde, le permite explorar las posibilidades significativas que dicho elemento puede adquirir. Resulta notable, en especial, el que emplea en la secuencia referida a Mariana Pineda, en la que funciona como manto, mortaja, y bandera, o el vínculo creado “a través de la danza (…) entre un velo negro y una sombrilla como si fuese bandera” (Entrevista de Hilda Cabrera)
La obra lorquiana adquiere en la versión Vázquez-Hopkins un cariz político. Desde el inicio una Bernarda con su luto e imperativo de silencio no es sólo, como los sostiene Francisco Ruiz Ramón, “la hembra autoritaria, tirana, fría y cruel” sino el “instinto de poder de valor absoluto que niega la misma realidad”: es decir, nos introduce en lo que generó el franquismo, es su prefiguración; Yerma no es sólo la maternidad frustrada sino que –siguiendo el pensamiento de Carlos Rincón- expresaría la tragedia del pueblo español frustrado, no fecundado. Asimismo, la lectura que a partir de su actuación de Mariana, revierte aquella postura asumida por Díaz Canedo ( … Mariana Pineda es un fantasma que borda su bandera, no como signo de libertad, sino como poesía de amor; y sólo cuando comprende que en el alma de su enamorado triunfa el amor por la libertad por sobre el de ella, se transfigura y convierte en símbolo de la libertad misma”[2]) y la presenta como el símbolo de las palabras que aparecen en la bandera que borda y por lo que es fusilada: Ley, Libertad, Igualdad. La Madre de Bodas de Sangre es la mítica imagen de la tierra pero también símbolo de la opresión que ofrece la muerte (Parcas y Plañideras) como única salida al acto libertario; la eterna novia de Doña Rosita la Soltera confirma la situación de la mujer en una sociedad que juzga y reprime y cuya única libertad es la murmuración.
Su actuación incorpora de manera integral todo el entrenamiento realizado durante años en distintas disciplinas orientales: la posibilidad de disociar los movimientos de los distintos miembros del cuerpo, desafiar las leyes del equilibrio, no como exhibición de técnicas, sino como instrumento para su interrelación con el vestuario y los objetos; y un minucioso trabajo con las manos para subrayar expresivamente el discurso verbal. Asimismo su diseño espacial (en diagonal la silla con el vestuario donde encarna a Margarita y la valija con los testimonios que exhibe y comenta al público y un eje destinado a los personajes -fotos, cartas simbólicamente escritas en tinta roja-) le permite realizar un recorrido que simbólicamente cubre tiempos (pasado, presente y futuro), lugares (Europa, América), categorías (historia, ficción) y artes (poesía, música, canto, danza, teatro).
Con sentido de la proporción, sutiliza, gracia y energía, Cecilia Hopkins asume “el recuerdo del recuerdo” de Federico García Lorca y Margarita Xirgu. Mi deseo es poder asumir “el recuerdo del recuerdo” de un espectáculo que no debería ser efímero.
[1] En la citada entrevista declara: “Decidí que las canciones debían ser puente entre una y otra escena. Elegí “Tres Morillas” (o “La moricas de Jaen”) y otras de la Guerra Civil, de las huelgas en Cataluña y el himno popular de los mineros de Asturias “Santa Bendita”.
[2] Crítica aparecida en El Sol, Madrid, 13 de octubre de 1927
Estrenada en Buenos Aires durante la última celebración de Agosto Poético, clásica convocatoria que realiza el Centro Cultural de la Cooperación todos los años, la obra La memoria de Federico ya había experimentado su bautismo de fuego en 2016 en Asturias. No es extraño porque, aunque la actriz es argentina, su autor y director y los personajes evocados constituyen españoles de pura cepa. Eso, además de haber sido un espectáculo concebido en el marco del Proyecto Xirgu/Lorca, donde fue ganador del premio de coproducción de Iberescena. El texto de Etelvino Vázquez imagina los varios y prolíficos encuentros que en vida tuvieron la eximia actriz catalana Margarita Xirgu y el extraordinario poeta granadino Federico García Lorca, unidos durante años por una entrañable amistad y una actividad artística en común que se reflejó en el hecho de que ella le estrenara como protagonista varios de los mejores textos teatrales del poeta.
La relación entre ellos comienza en 1926, cuando García Lorca le acerca el manuscrito de Mariana Pineda y la actriz decide hacerlo, transformándolo en un suceso teatral memorable en su país. De allí seguirán La zapatera prodigiosa (1930), Yerma (1934), Doña Rosita la soltera (1935) y también en ese año un reestreno de Bodas de sangre, que era de 1931 y se había estrenado por otra compañía en 1933, con Josefina Díaz de Artigas en el papel de la novia. La Xirgu la retomó en Barcelona también con un formidable impacto en el público. Y un hecho curioso: filmó también con la obra una película en la Argentina bajo la dirección del reconocido autor y crítico Edmundo Guibourg. La notable actriz haría también en Buenos Aires La casa de Bernarda Alba, la última de sus piezas teatrales de Gracía Lorca, escrita dos meses antes de que lo fusilaran los esbirros de la Guardia Nacional de Francisco Franco en un barranco camino de Viznar a Alfacar. “El crimen fue en Granada”, clamaron por entonces unos estremecedores versos de Antonio Machado.
Esa simbiosis de amor artístico entre la actriz y su autor, que extendía también sus dulces y entrañables raíces en el reconocimiento que también se prodigaban en el plano personal, es la médula de este bellísimo espectáculo, que comienza con Margarita entregada a la remembranza que le provoca una pequeña valija abierta en la que se ve un retrato de Federico y otros objetos, entre ellos cartas enviadas por él. Desde esta sencilla pista de despegue, como mínimo y a la vez poderoso estímulo, Margarita iniciará su revelador itinerario hacia los recuerdos que su memoria guarda de los momentos más plenos de su relación con el autor de Bodas de sangre, los momentos que la unieron al poeta en otros años, los pasajes de varias de las obras que llevó a escena, algunos intercambios epistolares de enorme ternura, sus diálogos intensos e inteligentes, en muchísimas ocasiones empapados de alegría, en otros trasuntando las primeras señales del temor, sobre todo de parte de ella, que provocaba la atmósfera de amenazas y desprecio que se empezaba a vivir en España. Todo eso hasta llegar a la fecha en que ella decide salir en gira teatral hacia Sudamérica (comienzo de su exilio), poco antes de que estalle la guerra civil que desangró a España, y le aconseja a él que la acompañe para protegerse de los posibles riesgos de una represalia. Y él, demasiado incauto, le contesta que cree no correr peligro, que se verán unos meses después.
Sobrecogedora ingenuidad de un alma pura que ni siquiera pudo alcanzar a comprender la potencia de su arte, el efecto demoledor y el profundo rencor que despertaba entre las retorcidas mentes autoritarias de la sociedad, la pintura que su obra plasmó de una España trágica, confesional, oscura y criminal, que, en definitiva, no era otra cosa que la que ahora reivindicaba con su irrupción el franquismo bajos los fastos de un falso nacionalismo. Y pagó ese precio, como lo pagaron ese otro poeta excelso que fue Miguel Hernández –éste dando lucha desde la cárcel- o el tan querible y fundamental Antonio Machado, muerto de tristeza en el exilio. Cualquier muerte de un hombre o una mujer a manos de un semejante por motivos relacionados con el odio, la irracionalidad, la intolerancia, el racismo, el afán de explotarlo o despojarlo injustamente de algo o cualquier otro de los estigmas malditos que asuelan a la humanidad, constituye, tal vez hoy más que nunca, una vuelta a la edad de piedra de la convivencia social, una edad de la que es posible que no hayamos salido nunca por más brillo que haya procurado el “progreso”. El asesinato de un poeta lleva ese gesto de animalidad a su máxima expresión, porque en la creatividad de esos seres se condensa, como en ningún otro trabajo de un humano, esa luz incomparable que nos hace pensar en que la vida puede ser definitivamente mejor, más próxima a la belleza que al barro.
Todos estos sentimientos y palabras que expresamos en busca de contornos que puedan definir lo que realmente quieren significar, no podrían haber aparecido en este comentario sin haber sido generadas, además de los valores propios del texto, por una labor escénica excepcional de Cecilia Hopkins, una actriz, bailarina e investigadora como hay pocas en este país, una artista que ha desarrollado una gran obra sin ostentar más publicidad que la de su propia hondura y por esa razón, asaz de las estéticas, desata una ola de admiración entre los críticos cada vez que presenta un trabajo suyo. Ya le habíamos visto entre sus montajes anteriores El león de la metro (2001), La recaída (2002), Milonga desierta (2005) y Gemma Suns (2009), todas ellas trabajadas en un estilo de alta sutileza, plasticidad y profundidad de sentido. Pero, en La memoria de Federico es como si todas sus sabidurías teatrales lograran el ámbito ideal para concentrarse y sintetizarse, sin que unas molesten a las otras ni parezcan nunca que alguna sobra o está de más. Todas se reúnen para construir un universo poético integral, exacto, abundante en imágenes hermosas, de una calidad que fascinan la capacidad de disfrute visual del espectador y le llenan el corazón de emoción.
Cecilia, además de una periodista de lujo, dramaturga, ensayista, directora y docente, es también una artista que se ha formado con una rigurosidad absoluta en todas las disciplinas que ha asumido. Es una conocedora puntillosa del teatro Kathakali, un estilo de danza teatro clásico de la zona de Kerala, que aprendió durante su viaje a la India; de las danzas balinesas, propias de la isla de Bali, Indonesia; del teatro Noh y el Kabuki, y de las enseñanzas impartidas por la escuela Odin Teatr. De algún modo, todos o gran parte de esos secretos aprendidos en largas horas de observación y práctica son volcados en esta puesta sin alterar o estetizar en forma inoportuna el espíritu de la invocación de Federico García Lorca, presidida por un tono elegíaco de calmo dolor nunca traicionado. Esa es la magia de un talento creativo capaz de oxigenar la sustancia del hecho escénico con recursos venidos de distintas vertientes, pero sin arbitrariedades sino fusionándolos en una concepción única y armonizadora que los une naturalmente y les da una dimensión distinta. De este modo, Cecilia canta deliciosamente una nana, recita un verso, habla con el tono andaluz de Federico o el castizo de Margarita, mueve las telas del vestuario y algunos otros objetos con una destreza que va dibujando distintas y atractivas formas. Y baila, haciendo del uso del cuerpo un instrumento tan poético y contundente como la palabra. Porque, cuando la imagen del cuerpo y palabra se necesitan, no hesitan en asociarse y cuando deben separarse lo hacen sin extrañarse, sabiendo que en algún momento volverán a latir juntas, reconociéndose como partes inescindible de un mismo objetivo y juego, que es el de crear sortilegio.
Calificación: Muy bueno
En “La memoria de Federico” Cecilia Hopkins logra revitalizar la trágica poesía lorquiana a través de una actuación exquisita y fascinante que sorprende por su técnica interpretativa. En el Celcit
Quizás no se haya visto en nuestro país, un tributo a Federico García Lorca tan poético, minimalista y desbordante de creatividad y pulcritud escénica como el presentado el pasado sábado por Cecilia Hopkins, en el Celcit (continúa en sábados siguientes, a las 20).
La pieza es breve y a través del fascinante lenguaje teatral desplegado por Hopkins, una actriz capaz de bailar, recitar, cantar y mimetizarse con los personajes de Lorca como pocas, el autor resplandece y se convierte en un mártir de la intolerancia de una España dominada por el franquismo, que no soportó la personalidad y la capacidad intelectual del poeta que habló metafóricamente a través de sus obras de su país sojuzgado, como pocos lo han hecho.
LOS FANTASMAS
A través de la performance de la actriz, los textos de Etelvino Vázquez –autor y director- se imponen en el escenario con una ternura y calidez inusitadas.
Los fantasmas del autor granadino parecen revivir en la escena porteña, a partir de esta única intérprete que entabla un diálogo ficcional entre Lorca y Margarita Xirgu, la que al asumir Franco, tomó la Argentina como su segunda patria.
El texto de Vázquez señala que la primera pieza que Lorca le acercó tímidamente a Margarita, fue “Mariana Pineda”, en 1926. Más tarde escribiría para ella uno de sus últimos dramas rurales, dos meses antes de morir. Fue “La casa de Bernarda Alba” que terminó de escribir el 19 de junio de 1936 y dos meses después el 19 de agosto, es fusilado.
MARGARITA Y FEDERICO
En la escena el personaje de Margarita recuerda que le pidió a Federico que se quedara en nuestro país, cuando llegó a Buenos Aires en 1933 y conoció a Carlos Gardel y se lo recibió como una Estrella de Hollywood en nuestra ciudad, pero Lorca prefirió continuar su camino, quizás, para resolver de una buena vez y de frente y con coraje aquello que su España le reprochaba o mejor dicho los representantes de un gobierno totalitario y dictatorial.
“Los actores somos como las flores que se abren apenas un instante” dice en algún momento de este original tributo Cecilia Hopkins y, precisamente, el espectáculo se apoya en instantes tan fascinantes como trascendentes.
Porque la actriz dialoga con los fantasmas lorquianos y es capaz de mimetizarse en Bernarda Alba, en la protagonista de “Yerma”, o en “Doña Rosita, la soltera” y a todos ellos le imprime su espacio de sutil ternura, de autoridad, de desatino.
Hopkins tanto canta una nana, como danza con una sutileza que recuerda las danzas balinesas, o el misterio del Kathakali hindú. Lo suyo es una especie de sortilegio escénico que se va mimetizando con cada palabra, cada segmento de esta pieza que no deja de lado ni siquiera las críticas adversas que recibió la Xirgu en el Río de la Plata.
LA PUESTA EN ESCENA
La puesta en escena también del autor, se apoya en un minimalismo en el que los objetos, pequeños, fotos, una valija, una silla, zapatos, una tela, una sombrilla, un abanico, remiten a instantes de emociones que se despliegan para volver a replegarse e hilvanar otras instancias del ser humano inmerso en la ilusión o en el dolor. Cecilia Hopkins como intérprete se recorta en ese amplio y espacioso escenario del Celcit y por momentos sus juegos con una tela se asemejan a una escultura, a un esperpento, para transmutarse después en la figura de una ilusionada doña Rosita, incomprendida por los hombres, pero inmersa en el ilusorio universo de sus desdichas.
A través de la intérprete las mujeres de Lorca parecen cobrar vida una a una y le recuerdan al espectador que muchas de ellas han sido creadas a partir de personajes que existieron en la vida real.
Actriz, dramaturga, investigadora, escritora, directora, docente, bailarina, periodista y crítica teatral (Página 12 y otros medios) Cecilia Hopkins en cada uno de sus espectáculo entrega una lección de originalidad y síntesis escénica, que remiten a la esencia de la actuación, cuando el artista está sólo en escena y debe construir él mismo, ella misma en este caso, los trucos de un acto de magia con los que deleitar, sorprender y asombrar al espectador.
“El león de la metro” (2001), la que remitía a un circo itinerante; “Gemma Suns” (2009), inspirada en el cuento de Borges Emma Zunz; “Milonga desierta” (2005), o “La recaída”, en 2002, que interpretó junto a Julio Cardozo, son obras en las que Cecilia Hopkins rescató y compartió con el público la esencia de una teatralidad, la suya, que abreva tanto, entre otras vertientes, en el teatro Noh o el Kabuki, como en la estética del Odin Teatr de Dinamarca.
Acercarse al universo lorquiano a través de este resplandeciente tributo que es “La memoria de Federico”, es sin duda muy gratificante y placentero y sinónimo del mejor teatro
Ya no había camino entre él y yo en el terreno del arte… Marchábamos juntos…
Distintas expresiones artísticas confluyen en el Ciclo Agosto Poético que se lleva acabo hasta fines del presente mes, en el C. C. de la Cooperación. En el marco de este evento, con sólo dos funciones, se presentó La memoria de Federico. El unipersonal nos dio la oportunidad de descubrir a Cecilia Hopkins actriz –ya conocemos su trabajo como investigadora, docente y periodista- en un encuentro deseado, soñado, e imposible entre Margarita Xirgu y Federico García Lorca. El relato es atravesado por la memoria viva y por el dolor de la muerte. Desde aquel primer momento en el cual la vida los unió para siempre en la profunda amistad que es dicha por la pregnancia escénica de Hopkins. El azar o el destino y una tragedia en verso cuyo tema es la libertad, Mariana Pineda, provocaron que el recuerdo de esos días se mantuvieran vivos en la actriz catalana. Primero, el estreno en Barcelona, 1927, y luego en Madrid -donde la obra fue muy bien recibida por la prensa y el público. De ahí en más, el “camino” de casi una década se fortaleció por la admiración, el respeto y el cariño entrañable entre ambos. Cuando Xirgu ya organizaba su cuarta gira por Latinoamérica, a realizarse partir de febrero de 1936, le pidió al poeta granadino que la acompañara ensu recorrido. Pues sabía que la vida de Federico corría peligro en España. Pero, otra vez, el azar o el destino hizo que Lorca decidiera reunirse con ella unos meses después, cosa que nunca pudo cumplir sino la historia hubiese sido otra.
En el despojado espacio escénico de la sala Pugliese observamos algunos pocos elementos -una silla, una valija, fotos,… No es necesario más para que la intérprete nos sumerga desde el inicio en los sentidos recuerdos de aquellos momentos intensos en el que compartieron un “camino” en común. Hopkins de manera perfecta crea el clima expectante ante nuestra atenta mirada. Con una clara diferencia en el registro de su voz según a quién le otorge la palabra. Será Lorca que vive en la memoria de Xirgu, será Xirgu que le da vida a Mariana Pineda y a Yerma, a la Madre de Bodas de Sangre y a Doña Rosita. Y, será también la voz de quien lee esas cartas prohibidas por el franquismo. La actriz con solvencia escénica se desplaza, canta y baila, en una mixtura cubierta de pasión. La narrativa coreográfica que habita el espacio lúdico es a partir de su cuerpo, un cuerpo que es dicho de manera poética a través del discurso verbal y gestual. Con algunos cambios en el vestuario y en los accesorios -los zapatos, el abanico, la sombrilla, el largo lienzo,…- le otorga la textura necesaria a las distintas voces que se hacen presentes. Mientras la iluminación acompaña cada movimiento sin romper el encanto de una larga noche de vigilia.
Un acontecimiento donde cada sistema significante encastra perfectamente en el entramado artesanal. Un hecho teatral cuyos principios constructivos son la poesía y la pulsión vital por arte. Y una dupla sólida de creadores: por un lado, el dramaturgo y director asturiano Etelvino Vázquez, fundador el Teatro del Norte y, por otro, Cecilia Hopkins que nos hace emocionar más allá de la teatralidad del unipersonal. La memoria de Federico fue creada en el Proyecto Xirgu-Lorca y se estrenó en Gijón, en el 2016. En marzo del presente año se presentó en el Banfield Teatro Ensamble y esperamos su pronta reposición en la cartelera porteña con una nueva temporada en el CELCIT.
¿Habría algo que decir frente a la perfección? Si existiese (por fortuna tal cosa sigue siendo inalcanzable), lo demás sería sólo silencio.
Pero ante lo que roza lo perfecto una también se queda sin palabras. Cualquier opinión parece enfatizar su propia banalidad, la estéril pretensión de decir algo sobre lo que fue capaz de decirlo casi todo.
Es lo que siento ante La memoria de Federico, la obra escrita y dirigida por el español Etelvino Vázquez que interpreta Cecilia Hopkins. Y aunque estoy convencida de que la mejor reseña (que no pretende ser ésta) nada podría agregar a este espectáculo que se autoabastece en su integral excelencia, he decidido volver a escribir en mi blog para llamar la atención de quienes amen el teatro y, muy especialmente, de quienes conozcan algo de la obra y biografía de Federico García Lorca, para que no se pierdan esta oportunidad única, por ahora, de regalarse un momento de felicidad poética. Lo que no es para desdeñar en estos tiempos de tanta tristeza. Sobre todo porque la dicha que se experimenta ante esta pieza de pequeño formato e intenso lirismo no va por el lado de la evasión. Al contrario, incluye nuestros dolores de hoy al evocar, sublimados, los de la España de la dictadura franquista que, hace más de ocho décadas, expulsó, persiguió, asesinó o desapareció a libertarios y disidentes. Entre tanto, el autor granadino ultimado en un barranco de Viznar o la actriz Margarita Xirgu, que se exilió en Buenos Aires y que, uno y otra, vuelven a vivir en la interpretación magistral de Cecilia Hopkins.
En una verdadera hazaña expresiva, nuestra actriz da vida a varios personajes de la historia y de la ficción, a través de los cuales recupera la memoria del artista asesinado en 1936 por la Guardia Civil Española. Lo hace imaginando un diálogo entre la Xirgu y Federico y reviviendo pasajes de algunas de sus obras más emblemáticas, como Mariana Pineda, Yerma, Doña Rosita la soltera o Bodas de sangre, algunos versos de Poeta en Nueva York o Romancero gitano y algunas canciones que entona con afinación y delicadeza conmovedora.
En cada caso, y con mínimos cambios de vestuario frente al público, se generan imágenes icónicas que aluden a gestos teatrales de la verdadera Xirgu eternizados por la fotografía o el recuerdo. En algunas escenas, la acción produce una suerte de esculturas teatrales. Las dotes expresivas de Hopkins combinan con naturalidad la danza, la actuación, el canto afinadísimo y la delicada manipulación de un largo lienzo de tela cruda. Este material, que es traje, velo o capucha según pida la secuencia dramática, remite al mármol o a la piedra por su textura y su color a la vez que es movido con etérea plasticidad. Esa tensión entre lo dinámico y lo estático, entre el flujo de la vida hacia la muerte y la permanencia del recuerdo que fragua en leyenda o en mito, es lo que estructura la impecable teatralidad del espectáculo. A lo que hay que sumar el detalle no menos ponderable de los acentos regionales que la actriz otorga al discurso, según el texto pida el reconocible acento rioplatense, reclame la castiza dicción de la Xirgu o recree la cadencia andaluza de Federico.
De este inspirado encuentro entre el poeta mártir de Granada, la memorable actriz catalana y la sensible, consumada recreación de la intérprete argentina, el director español consiguió un concentrado poético que merecerían --¿necesitarían?— tener a disposición muchos espectadores.
En este caso, Hopkins le pone el cuerpo y el corazón a la actriz española Margarita Xirgu que recorre la relación de amistad que la unía con Federico García Lorca. El texto realizado por Etelvino Vázquez tiene un mix de poesía y sensibilidad en cantidades exactas lo cual permite percibirlo a través de todos los sentidos, con el correspondiente disfrute.
Ataviada con un vestido negro, Hopkins da cuenta de su presencia escénica al ocupar el centro del espacio. Ella se sienta y saca un abanico. La dama se encuentra en pleno dominio de la escena. Muta en su atuendo al tiempo que su voz cautiva a partir de su excepcional trabajo en los acentos de los protagonistas. Cada palabra está en su justo lugar al tiempo que Hopkins da vida tanto a la mencionada Xirgu como a un Federico García Lorca joven, que se acerca a la reconocida actriz un texto de su autoría para que lo lleve adelante en el teatro. Hete aqui, el estudio pormenorizado de cada detalle. Ese estudio no implica frialdad. Por el contrario, su carisma llevará cada verso y cada palabra al lugar preciso.
El trabajo minucioso en la composición de Margarita Xirgu es fantástico. Recuerda tanto el primer encuentro como ese momento del adiós que es tal, cortesía de la persecución franquista al poeta granadino.
Su destreza física se extiende a través las palabras y las coreografías que realiza, donde su plasticidad y gracia llenan el espacio. La música y danza se fusionan con el cuerpo en plena armonía, llevando de viaje al espectador. No es casual ver alguien sentado, con los ojos cerrados y esbozando una sonrisa de placer ante lo oído. Se escucha, se siente y también se viaja a esos destinos tan personales que solo la poesía permite estas licencias. De sus labios saldrán Mariana Pineda, Doña Rosita y Yerma para referirse a esa España que tanto amaban Margarita y Federico asi como del dolor por los caminos del odio que había tomado en 1936.
Una valija abrirá sus fauces para traer fotos y cartas de varios momentos de la vida de ambos. Margarita habla y recuerda a Federico al tiempo que la esencia del oriundo de Granada se va fundiendo en su ser desde que ella se radica en Buenos Aires, por el dolor causado por el destino del poeta. Ella vive en la memoria de esos textos ocultos en España pero que en el continente americano se publicaban, con todo el reconocimiento merecido, tras su paso a la inmortalidad.
“La memoria de Federico” es de esas puestas que hay que sentir. Dejar que el corazón haga su trabajo y conmoverse en lo más profundo. Si siente que, eventualmente, una lágrima pugna por salir de la órbita del ojo, no la prive de su cometido. Es que la emoción está en su punto justo. Simplemente, puro teatro de calidad.
Una actriz formidable, Cecilia Hopkins, presentó "La memoria de Federico", del español Etelvino Vázquez, una evocación de la actriz Margarita Xirgu sobre la intensa amistad que la unió al poeta granadino.
Con dirección del autor, frecuente visitante del festival Experimenta, en la ciudad de Rosario, el unipersonal reúne parlamentos de "Bodas de sangre", "Yerma", "Doña Rosita la Soltera" y "Mariana Pineda" más segmentos de fantasía en los que la gran actriz catalana, de cuyo espíritu Hopkins se apodera, hace volar y despliega en sutilezas varias, incluida una pronunciación castiza que no la traiciona en instante alguno.
La actriz es mayormente conocida por muchos como periodista especializada en teatro en un matutino porteño, pero es además una mujer estudiosa que ha recorrido el mundo para ampliar su formación -países de Europa y la India forman parte de sus recorridos-, pero es ante todo una "tapada", quizás en forma voluntaria, que no figura en el nomenclátor oficial argentino, aunque está capacitada para jugar en todas las ligas.
Aquí no sólo se confirma como una intérprete de gran seducción, como se supo en ocasión de "Gemma Suns" (2009), también en sociedad con Vázquez, donde aportaba lucidos pasajes de danza moderna, o en un espectáculo que ofreció en su propio domicilio, para amigos y allegados, sobre Norah Borges y el universo borgeano, donde fue sin duda una médium que convocó a la artista y hermana del escritor.
Aquí se atreve a cantar algunas conocidas canciones de Lorca, con una voz pequeña pero entonada y deliciosa, casi en conjuro con la platea, además de mostrar un trabajo físico muy fino y utilizar el vestuario -una suerte de capa sacerdotal- con reminiscencias de culturas orientales y posturas que la acercan a las artes plásticas.
Lo que hace la actriz en el escenario se parece más a una celebración que a un simple montaje teatral, llena de instantes sorprendentes como las lecturas de las cartas entre Xirgu y Loca, donde hay un evidente trato maternal por parte de la estrella sobre el poeta -aunque a veces serían una sola persona- y, con la frase en que le reprocha quedarse en Granada y no haberse refugiado en el Río de la Plata en aquellos tiempos convulsos, Hopkins deja en el oído del espectador la ucronía de cuánta más poesía se hubiera escrito
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