De Marco Antonio de la Parra. Dirección: Román Caracciolo. 15 de marzo al 29 de mayo
Adaptación del original de Marco Antonio de la Parra por María Beatriz Toia y Román Caracciolo
Con
María Barrena Muñoz
Enrique Cabaud Gimenez
Leandro Cóccaro Fredes
Gustavo Manzanal Director
María Beatriz Toia Loureiro
Escenografía: Carlos Di Pasquo
Vestuario: Pepe Uría
Iluminación: Fernando Diaz
Banda sonora y música: Francisco Caracciolo, Eduardo Lucente
Asistente: Pablo Cortez
Dirección: Román Caracciolo
Duración: 75 minutos
La escuela, que lleva desde el siglo XIX la responsabilidad de transmitir modelos a las generaciones nuevas, se ha convertido en blanco favorito de críticas. Resulta muy interesante observar cómo se la escinde de la misma sociedad a la que pertenece y a cuyo mandato responde. No se reconoce que ella es parte de un todo y que es un brazo de los Estados.
Esta obra refleja a la vez, la historia de Latinoamérica en sus dificultades para contar SU historia en el marco de la contradicción de hacerlo por medio de instituciones fundadas según el modelo de los países centrales, que hoy también están en pleno proceso de revisar las suyas. Latinoamérica, y por ende Argentina, nació a partir de luchas de liberación contra el dominio europeo y esta lucha marcó el itinerario hacia la formación de los Estados. Fue en paralelo la necesidad de crear una identidad para sostenerlo y de ahí la repetición de hechos y la búsqueda de personalidades que se constituyeran en referentes. Los actos escolares cumplen con esa intencionalidad.
La Historia y su enseñanza es la disciplina que desarrolla los conocimientos sobre los orígenes de cada cultura. Esta dinámica se encuentra inmersa en un permanente análisis para su adecuación a la realidad. En este “mundo líquido”, en el que la aceleración, la información y el consumo son valores deificados, la figura del profesor se convierte en un chivo expiatorio. ¿Cuál es la responsabilidad de los hacedores, tanto estadistas como historiadores y educadores, en cómo contar las Historia Nacional a las generaciones nuevas? ¿Es necesario hacer revisiones para la formación de personas con pensamiento crítico? ¿Cuál es el rol del Mercado?
CELCIT. Temporada 2015 - 40º Aniversario
La pequeña historia, se presentó en el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral – CELCIT – (que este año festejó sus 4 décadas) y retrata la crisis de la escuela argentina contemporánea más grande desde su creación.
La pieza es una adaptación de “La pequeña historia de Chile” de Marco Antonio de la Parra. Escrita en 1994 y llevada al teatro dos años más tarde, es una de las obras más renombradas de los últimos tiempos en Latinoamérica.
Este guión presenta un contexto marcado por el fin de la dictadura de Pinochet y del desarrollo de las políticas neoliberales que se expandieron en el mundo desgarrando tanto al país vecino como al nuestro.
La adaptación estuvo a cargo de la actriz del elenco María Beatriz Toia y Román Caracciolo, el director de la obra, logrando con éxito acercarnos el texto en una transformación acorde a nuestra sociedad y a la compleja historia argentina.
Toia (quien además fue profesora de Literatura e Historia) junto con María Barrena encarnan muy bien su papel y ambas nos recuerdan a las entrañables profesoras carcomidas por años de servicio.
Por su parte Gustavo Manzanal, Enrique Cabaud y Leandro Cóccaro completan el resto del elenco. Y con ellos (todos excelentes en su papel) entramos una vez más a las aulas, esta vez como espectadores, de esta escuela argentina. Y vemos a nuestros profesores, luchando contra la naturaleza del oficio: la falta de material didáctico, la indiferencia de sus alumnos, los bajos salarios o la mirada de la sociedad, que juzga su comportamiento también fuera del aula.
Todo retratado de una forma sarcásticamente graciosa donde la exageración y la identificación con situaciones de la cotidianeidad escolar producen una risa cómplice, que por momentos parece entregada a la resignación.
Pero los personajes no se desaniman y mientras interpelan al público encuentran la clave para resistir en este sistema educativo. Y nos dan cuenta que más allá de las políticas y a pesar de la historia, subsiste la educación, que como nos dice el director “es un sueño que hay que enseñar a soñar”.
Mariana Acuna. Espectáculos de acá. 05/06/2015
Qué tierra sino la chilena para criticar la educación y su siniestro camino manchado de sangre y el fétido olor de los billetes. La pequeña historia de Chile es uno de los puntos máximos tanto de la obra de Marco Antonio de la Parra como de la dramaturgia latinoamericana contemporánea. A partir de una obra de teatro, de un texto, De La Parra logra interpelar violentamente al espectador en plena década del noventa donde el Estado chileno estaba tratando de rearmar una sociedad hecha pedazos por la dictadura y perforada de lleno por el neoliberalismo más salvaje –alguna vez una compañera chilena me susurró al oído: “Nosotros somos más capitalistas que Estados Unidos”-. En este panorama desolador, ve la luz esta obra que desde la cabeza de De la Parra ya busca, como diría Artaud, “sacudir, atacar a la conciencia pública”.
Poniendo la obra en contexto, la labor de María Beatriz Toia y Román Caracciolo se vuelve mucho más valiente y valorable, tomar una obra plagada de referencias y lugares comunes propios de la idiosincrasia de la sociedad chilena e intentar adaptarlos a otra sociedad y a otra historia por demás compleja como es la argentina. La tarea prometeica resulta increíblemente exitosa y La pequeña historia ¿de Argentina? toma sus propios matices y vaivenes que la hacen parecerse más a una “hermana” de la obra de De la Parra, que a una “hija”.
Con una velocidad sorprendente y en un formato sumamente experimental y poderoso, la obra adopta una fluidez asombrosa que se ve sostenida en la integridad de actores que no parecen actores, en la poesía de lugares que no son lugares.
Lejos de la pedantería de imponer una visión, la puesta, como mencioné previamente, interpela al espectador, deja librado a su subjetividad las conclusiones. Presenta un teatro que cuestiona y problematiza pero que acompaña a la sociedad y entiende que no es otra cosa que parte inescindible de ella. Es lo que Brook llama teatro vital, un teatro que "no tiene como misión acusar, disertar, arengar y menos aún enseñar”, sino que “es el aguijón de un público que está decidido a desafiarse a sí mismo".
El trío Gustavo Manzanal, Enrique Cabaud y Leandro Cóccaro en los protagónicos masculinos, encarnando al director de la escuela, un profesor fracasado y un idealista e inocente nuevo profesor respectivamente, ilustran a la perfección la frustrante tarea educativa en un sistema excesivamente alienante. María Barrena y María Beatriz Toia nos remiten a esas oxidadas maestras que parecerían finalmente entregadas a que la muerte las encuentre dentro de un aula o en su hogar, corrigiendo exámenes.
El absurdo, impreso con una naturalidad admirable en los diálogos, resulta sumamente eficaz a la hora de generar un humor satírico e incómodo a partir del reconocimiento de las miserias de una historia marcada por los conflictos y los complejos de una Argentina que miró siempre a Europa en vez de poner el ojo en sus vecinos, de un país que nunca se sintió latinoamericano y siguió a rajatabla los designios de la autoritaria ciudad portuaria de Buenos Aires.
En tiempos de una batalla cultural inédita, la puesta en escena de esta obra de Marco Antonio De La Parra resulta sumamente necesaria a la hora de delinear un teatro comprometido con los cambios y los devenires de la historia, poniendo en el centro a la educación como máximo responsable de constituir al sujeto y, por ende, al Estado.
Juan Cruz Guido. Cultura Urgente. 27/03/2015
El director Román Caracciolo, ante el estreno de su obra La pequeña historia.
Como miembro fundador de Los Volatineros, está acostumbrado a generar ejercicios teatrales de pura libertad. En su nueva obra “hay un juego entre ficción y realidad, una fantasía donde los personajes organizan rituales para creer que están vivos”.
Síntesis de un devenir que genera interrogantes, La pequeña historia, obra que el director Román Caracciolo estrena el próximo domingo en el Celcit, toma como eje la actuación sin descuidar los aportes técnicos, decisivos al momento de dar cauce a un trabajo que pide concentración al espectador. El origen de esta puesta es La pequeña historia de Chile, del psiquiatra, escritor y dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra, quien partió de una realidad sociopolítica propia, ajena a la Argentina, pero, aun así, con rasgos semejantes. De ahí el interés de la adaptación, avalada por el autor y elaborada por Caracciolo y la actriz y profesora de historia María Beatriz Toia, integrante del elenco. Los señalamientos y referencias son, por lo tanto, los que incumben a nuestra historia, a las contradicciones que surgen en el registro de la historia y en su transmisión. Siendo, justamente, la enseñanza, una cuestión a dirimir, la puesta que el público verá en la sala de Moreno 431 ofrece un trabajo sin bajada de línea y con apuntes de humor. No se trata de acusar sino de exponer la dificultad de avanzar sobre la historia de seres anónimos dedicados a la enseñanza en una sociedad periódicamente convulsionada.
Egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático, Caracciolo acredita una sólida trayectoria. Integró el grupo Los Volatineros que dirigió Francisco Javier y estrenó numerosas obras en tanto actor, director y dramaturgista, algunas de teatro callejero y bajo la forma de asamblea barrial, como Un león bajo el agua (referida al arroyo Maldonado) y Mataderos. En la lista figuran, entre otras, Hola, Fontanarrosa; El diente del crimen, del estadounidense Sam Shepard; Chau Rubia, de Víctor Proncet (Teatro Abierto 1981); El argentinazo, basada en una novela de Dalmiro Sáenz; He visto a Dios; Zoológico de noche, del francés Michel Azama (en la Alianza Francesa); Monogamia, de Marco Antonio de la Parra; La que necesita una boca; Expedientes, adaptación de la obra del novelista Marco Denevi, y los recientes montajes de Criminal, de Javier Daulte, obra incluida en el plan de coproducciones del Teatro Nacional Cervantes, y La razón blindada, de Arístides Vargas, que Caracciolo ofreció en Pan y Arte y proyecta reponer esta temporada en el circuito alternativo. En cuanto a la enseñanza, una práctica suya de años, destaca la importancia de las escuelas integrales y el aprendizaje intensivo de las técnicas: “Hay un déficit en la proyección de la voz y en los conocimientos teóricos sobre el arte y la historia del teatro”, opina.
–En esa línea, ¿la “pequeña historia” apunta a valorar el conocimiento integral?
–La obra toma momentos de la gran historia y otros de los pequeños personajes que están en esa gran historia. Estos son a su vez profesores de historia sitiados en una escuela. Este es un juego entre ficción y realidad, una fantasía donde los personajes organizan rituales para creer que están vivos. Por eso, la actuación, en apariencia realista, hace de contrapunto con el diseño del espacio y de las luces. La realidad está puesta en duda por la luz rasante, el sepia del escenario y el color azul que viene de afuera. Es una situación agónica, pero sin fantasmas. La idea es no mostrar a los actores y actrices como si fueran espectros.
–¿A qué se debe esa resistencia a la muerte?
–A que estos profesores quieren mantener la dignidad del oficio. Esta actitud se puede aplicar a otras profesiones y espero que sea motivo de una reflexión y no de un discurso. Vivimos en una época de grandes cambios y de tránsito en materia de conocimiento y sensibilidad que, pienso, va a extenderse por un tiempo. El sentido del honor respecto del propio trabajo no es hoy el mismo de años anteriores. Ahora, creo, se está buscando otra forma de honrar el trabajo. Una forma que quizá sea superior. No lo sabemos, como tampoco sabemos bien qué estamos construyendo.
–La obra hace referencia a la memoria y a seres que han sufrido o sufren “el maltrato del olvido”. ¿Qué opina sobre esto?
–El olvido existe. Por eso es necesario contar la historia de nuestro país, al oído si fuera preciso. Esto se ve en la obra, cuando los personajes pasan lista de los alumnos, caminando entre los pupitres de un aula vacía, nombrándolos por lo bajo, transformando ese decir en un sonsonete, y también un rezo. Una plegaria en la que prevalece el sonido, la música de lo que se nombra y no tanto el contenido lógico. No queremos un espectáculo previsible. Para mí, la sorpresa es un valor. La pequeña historia me sorprende en cada personaje, cuya situación no es siempre la misma, cambia, y a veces de forma inmediata. Porque ésta es una obra fragmentada, donde lo sensorial aventaja a la reflexión a través de la vibración de la luz y del movimiento. La puesta debe ser un concierto de sensorialidad, necesario para que después aparezca la reflexión.
–¿Por eso el juego con la palabra y la broma?
–Hemos cuidado que fuera broma y no ironía, porque entonces se convertiría en queja. Este es un ritual de profesores contentos de recrearlo. Eso los ayuda a transitar el momento en el que se intentó arrebatarles la dignidad del trabajo. El juego es uno de los fundamentos del teatro y de la vida. Incentiva la imaginación, genera sorpresas y descubre en cada uno sensaciones que creía no tener. El director de la escuela, por ejemplo, se entusiasma y no puede concretar su propia muerte, las profesoras muestran una sensorialidad y humanidad que creían haber perdido y otros pasan del cinismo a la esperanza. Y todo va camino de ensamblarse.
–¿Debido a un anhelo de continuidad?
–Los cinco personajes están constantemente en escena, creando una tensión, una coherencia interior semejante al hilo que enhebra un collar. Estamos trabajando desde el 5 de enero, y eso es también continuidad.
–¿Cómo sortearon las contradicciones de la historia social y política?
–Aunque aparezcan algunos nombres, la intención no es referirse a la coyuntura política y social. La obra pasa por un terreno más filosófico, por preguntas sobre la educación y la enseñanza, por cómo y hasta dónde debe intervenir el Estado, porque, sabemos, la historia suele contarse de manera sesgada. Hemos puesto el acento en personajes anónimos, y en los actores, todos bien preparados, porque la obra no es lineal y el público tiene que estar muy presente en la función.
–¿Extraña a Los Volatineros?
–Tenemos buena relación. Parte de estos últimos ensayos los hicimos en el estudio de Julián Howard. Nos vemos cada tanto, pero cada uno tomó su camino personal. Fue nuestra base profesional. Los primeros diez años ensayábamos en la casa del pintor y dibujante Juan Carlos Castagnino. Entonces hacíamos uno o dos espectáculos por año. Estuvimos en esa casa cuando la habitaba Alvaro, su hijo. Alvaro, que era galerista y tenía allí su depósito de obras de arte, murió el año pasado. Cuando formamos Los Volatineros, teníamos a Francisco Javier como profesor y director. Egresamos de la ENAD en 1975 y estrenamos nuestro primer espectáculo profesional en 1976. Francisco nos dirigió en ¡Qué porquería es el glóbulo! No era una obra lineal. Eran fragmentos basados en el libro del maestro y escritor uruguayo José María Firpo, quien había recogido dichos y comentarios de alumnos sobre temas escolares. ¡Todos horrores! Y ahora, dando la vuelta, estreno La pequeña historia, también hecho de fragmentos. En este recorrido, natural para mí, recupero características que en mis espectáculos siguen siendo una firma, una manera de lograr que el espectador reflexione por su cuenta y ordene las piezas como si armara un rompecabezas.
Hilda Cabrera. Página 12. 10/03/2015
con Teresita Galimany (Argentina)
12 de marzo al 2 de julio
Miércoles de 19 a 21
con Ana Melo (Venezuela)
20 de febrero al 10 de abril
Jueves de 15 a 17
con Gabriela Bianco (Argentina)
4 de junio al 16 de julio
Miércoles de 17 a 19
con Carlos Ianni (Argentina)
9 de abril al 26 de noviembre
Miércoles de 10 a 13
con Gustavo Schraier (Argentina)
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con Alejandra Chamorro (Argentina)
8 de abril al 27 de mayo
Martes de 19 a 21
con Ariel Davila (Argentina)
6 de febrero al 13 de marzo
Jueves de 19 a 21
con Teresita Galimany (Argentina)
8 de abril al 25 de noviembre
Martes de 19 a 21