Se supone que es un actor, un viejo actor llamado Minetti, creado por la fantasía del dramaturgo austríaco Thomas Bernhard.
Pero en 1998 murió, a los 93 años, un verdadero y viejo actor alemán llamado Bernhardt Minetti, a quien el autor dedicara la obra.
¿Se supone entonces que el viejo actor de la obra llamado Minetti es el mismo viejo actor alemán que naciera en 1905?
La vida que el viejo Minetti narra en la obra como suya, no coincide con la del viejo Minetti alemán. Juego de máscaras, los preferidos de Thomas Bernhardt.
Por eso el viejo actor de la obra se cita en un viejo hotel con el pintor belga James Ensor, (1865-1949), muchas de cuyas obras son máscaras. Pero el juego de máscaras y de espejos de Thomas Bernhard, obliga a dudar de que el viejo pintor Ensor, el realmente nacido y muerto en Ostende, Bélgica, sea el mismo viejo pintor Ensor que acudió a la cita con el viejo actor Minetti.
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El actor en otro espejo
Beatriz Molinari. La Voz del Interior. 09/10/2009
Festival Internacional de Teatro Mercosur 2009 / Juan Carlos Gené
El Festival Mercosur lo recibe con honores. Gené interpreta “Minetti”, la obra de Thomas Bernhard sobre el gran actor alemán.
Para el director Carlos Ianni, "Minetti" ha sido la "celebración de la amistad". "De la amistad con quien, para mí, ha sido un maestro del teatro, pero sobre todo un maestro de la vida", dice de Juan Carlos Gené, el actor y director que trae "Minetti" al Festival de Teatro Mercosur.
Luego de una mañana de actividad docente en el CELCIT en Buenos Aires, el mismo Gené establece algunas coordenadas que unen al autor austríaco Thomas Bernhard y el actor alemán Bernhardt Minetti, que vivió entre 1905 y 1998.
"Con el actor Minetti no tuve ninguna relación. Sólo conocía su fama, que llegó a América latina a través de Thomas Bernhard. Tuvimos noticias de Peter Minetti, su hijo. El actor legendario que murió a los 93 años fue, al parecer, un actor formidable. En la obra, Minetti (el personaje) declara haber tenido un ostracismo de 30 años. Es cierto el ostracismo, pero sólo de dos años. Él fue uno de los actores favoritos del régimen. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, por el proceso de desnazificación de Alemania, fue dejado de lado, por prudencia, hasta 1947. Luego trabajó en el teatro de Brecht, en Alemania Oriental, y siguió siendo la gran figura del teatro alemán, fundamentalmente en la representación de autores clásicos", explica Gené.
En cuanto a Thomas Bernhard, que Gené conoce muy bien a través de su obra (incluidos los cinco tomos de sus memorias), el dramaturgo tenía una fijación: escribía sobre hombres famosos de la historia, pero en su obra, estos personajes poco tienen que ver con ellos ("El viaje de Emanuel Kant" y "Almuerzo en casa de W.", por Wittgenstein; y ahora "Minetti").
Gené cuenta detalles sobre la extraña tendencia por la cual Bernhard juega permanentemente con la ambigüedad. Así, la charla va entrando en el terreno donde el actor Gené reflexiona sobre las cuestiones que aborda el autor detrás de la máscara y de cómo el tal Minetti se vale de otras tantas.
Enigma para actores. "Una de las características del teatro de Bernhard es que uno nunca sabe qué está presenciando, qué es ficción y qué, realidad. De todas las obras de Bernhard, ésta es la que más me gusta. Me resulta tremendamente conmovedora, enigmática y, por momentos, graciosa".
Sobre el texto y la posibilidad de disparar reflexiones y cierta pulsión en el actor, dice Gené:
"Minetti" tiene un montón de niveles posibles de lectura. Es una historia de actores. La obra plantea si el arte teatral, como tal, se puede concretar porque en la medida en que necesita un público esto hace a necesidades que no tienen que ver con lo artístico. Actualmente se diría en términos de mercado. Las preguntas son: si es posible un teatro sin público, si existe el teatro sin público y, si el teatro es con público, ¿puede ser o no un arte?" En el juego de cajas chinas que Gené va abriendo hay más preguntas. "¿Qué significa un actor sin escenario? ¿Qué significa para nosotros, los actores, la simbología del personaje Rey Lear?". Gené señala que es curioso que hace años escribió "El sueño y la vigilia", una obra con un personaje actor que quiere hacer Rey Lear, como en "Minetti". "Para los actores de mucha edad, como somos algunos, Lear es un personaje paradigmático porque es un gran personaje para un anciano", dice.
Por el nivel de especulación y la ambigüedad del personaje, Gené tuvo que entenderlo con el corazón.
"Muchas de las cosas que afirma Minetti son enigmáticas. Cuando uno quiere entrar en comunicación con alguien, si se coloca a partir de la mentalidad propia, difícilmente pueda entrar en comunicación. Hay que ponerse en su longitud de onda. Esto significa comprender con la afectividad", comenta.
El encuentro de Gené con Ianni lleva los 30 años del CELCIT en Argentina. El CELCIT es una institución privada internacional con tres secretarías fundamentales en España, Venezuela y Buenos Aires. "Cuando llegué a Venezuela exiliado, en 1977, empecé a trabajar con el CELCIT. Cuando se creó la filial acá, Ianni fue su director".
Pero es la primera vez que trabajan juntos, Ianni como director y Gené como actor. "No podría decir de él que es mi discípulo. Me parece una pedantería", concluye.
Carlos Ianni, el director. "Desde hace mucho tiempo, veníamos acariciando la idea (con Gené), el deseo de encarar una aventura creativa en común, él actuando y yo dirigiendo. Recién a comienzos de este año, el momento parecía haber llegado. ¿Por qué no afrontar ese Minetti de Thomas Bernhard que, hacía 12 años, habíamos querido hacer y se nos había negado? Y pusimos manos a la obra. Primero, la dramaturgia (una compresión del texto para sólo dos personajes, ideada por él, que a la vez fuera absolutamente fiel al original) y luego, la aventura de la materialización del texto en la realidad de la escena. Debo confesar que ha sido, para mí, una de las experiencias más gratificantes en mis más de 30 años de vida teatral. No voy a decir nada que no se sepa: el rigor, la creatividad, la generosidad de Juan, problematizando, en más de una ocasión, la visión que yo tenía de la obra, enriqueciéndola, para llegar a lo que considero la esencia del trabajo actoral, el actor asumido como creador".
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Minetti
G. Costantini de López. Revista Criterio. 08/08/2009
Juan Carlos Gené celebra sus ochenta años dando vida a un proyecto y a un personaje largamente esperados: "Minetti" del austríaco Thomas Bernhard (1931-1989), texto cuyo subítulo –"Retrato del artista como hombre viejo"– remite a temas recurrentes en su propia producción teatral –"Ulf" y "El sueño y la vigilia"–: la pervivencia a través del arte, el rol del actor que, en búsqueda de la verdad, transita por ambiguos límites: entre teatro y vida, entre sueño y vigilia como correlatos de muerte y vida pero también de fantasía y realidad. Como otras obras de Bernhard el título alude a una figura histórica, el célebre actor Bernhard Minetti que, de hecho, estrenó la obra en 1976, pero sin que haya ninguna otra coincidencia significativa entre realidad y ficción. Esta es una de las tantas paradojas que instala el autor en un texto que el propio Gené tilda de “indescifrable” por lo que exige no abordarlo racionalmente sino “entrar en el delirio”, “acompañarlo” para encontrarle algún sentido. Según declaraciones de Gené, responsable de la dramaturgia, ha recortado un texto que demandaría una compleja producción, suprimiendo reiteraciones y eliminando personajes pero, a la vez, junto con el director, se ha permitido agregar una frase de Samuel Beckett –“Signifique quien pueda”–, que se relaciona con el nivel de ambigüedad poética que encierra la obra, y algunas reflexiones esclarecedoras de la misma que pronuncian los personajes pero en su condición de actores. En el hall de un hotel de Ostende –un centro veraniego de la costa belga– se encuentran en la Nochevieja una bella y sensual mujer, en actitud de misteriosa espera, con un viejo actor, citado por un director teatral que le ha prometido el protagónico de "Rey Lear", obra que él ha ensayado en soledad durante treinta años de no pisar la escena por haberse negado, precisamente, a “la literatura clásica”. Esta es la primera contradicción a la que intentará dar respuesta el discurrir de Minetti que, en su frustrada espera, encuentra en su interlocutora el pretexto para ir verbalizando sus temores, deseos y odios y recordando –o más bien recreando– una vida en la que lo real y lo fingido se interfieren constantemente.
La desesperanzada concepción vital del propio Bernhard y la del pintor belga James Ensor –cuya vida y obra se cruzan con la del protagonista– aflora en los lapidarios juicios de Minetti sobre la condición humana y el arte teatral a los que considera monstruosos. De allí que la máscara, con la que Ensor reemplaza el rostro en sus pinturas para significar la grotesca simulación del género humano, le sirva a Bernhard para simbolizar el caos de los sentimientos y la oscuridad del ser del hombre –tal como él lo concibe– que, en el caso del actor, se potencia ya que asume constantemente vidas alternativas.
La puesta en escena de Carlos Ianni logra con gran economía de recursos y sentido plástico –el mural que reproduce una pintura de Ensor, el uso de la luz y el sonido, el contraste de colores en el vestuario– generar una atmósfera sugerente y elusiva pero, a la vez, fuertemente simbólica. A pesar de la complejidad del personaje, Juan Carlos Gené logra una admirable interpretación del protagonista, con quien comparte interrogantes aunque no todas las respuestas, mientras que Maia Francia aporta la necesaria cuota de enigmática sensualidad a la Mujer que, como cifra del mundo, acompañará a Minetti en el tramo final de su recorrido.
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Juan Carlos Gené: "El teatro se recogió en su esencia: lo vivo e irrepetible"
. eter.com.ar. 19/07/2009
A sus 80 años, el actor y autor sigue poniéndole el cuerpo a personajes exigentes. En una conferencia de prensa con alumnos de Radio, reflexionó con lucidez sobre el hecho teatral en tiempos del imperio de la espectacularidad.
Juan Carlos Gené acaba de cumplir 80 años. Ocho décadas dedicadas casi íntegramente a la actuación y a la imaginación. Es que, aunque sus debuts como actor, como dramaturgo, como director, se pudieran fechar con precisión, él no olvidó el despertar de su vocación (o al menos su primer recuerdo sobre ella), cuando, tras el primer día del colegio primario, volvió a la casa y comenzó a imitar a su maestro, el hermano Narciso, de quien por entonces, con su sotana y un inmenso manojo de llaves, imaginaba que era un ángel.
Desde entonces (pese a que sería imposible condensar una carrera en apenas un puñado de nombres, la referencia es obligada): guionista de "Gracias por el fuego" y de "La Raulito", en cine, y de "Cosa juzgada" en televisión, por citar sólo un puñado de ejemplos; actor de películas tan emblemáticas como "Los hijos de Fierro", "Quebracho", "Tiro de gracia", "La Fiaca" o "Tute cabrero" y de decenas de obras de teatro; dramaturgo que puso su firma en clásicos de la talla de "El herrero y el diablo", "Se acabó la diversión", "El inglés", "Golpes a mi puerta", "Ulf", "Memorial del cordero asesinado"…
A su carrera profesional se suman su trayectoria institucional como presidente y secretario general de la Asociación Argentina de Actores, como director general de Canal 7, como director general del Teatro San Martín y, desde hace años, como presidente del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT).
Gené está haciendo, en el Teatro del CELCIT, "Minetti", una obra del autor austríaco Thomas Bernhard, dirigida por Carlos Ianni. "La sensatez implica que no sé cuántos trabajos más voy a hacer", reflexionó en una conferencia de prensa con estudiantes de la Carrera de Radio en ETER.
Aunque matiza: "Por fortuna, no siento haber tocado mi techo. Creo que con este trabajo identifiqué en mí un grado de madurez del que nunca había tenido conciencia. Debe ser porque estoy viejo".
En "Minetti", el autor utilizó el apellido de un famoso actor alemán que murió en 1998, a los 93 años, para narrar la historia de un viejo actor que fue expulsado de su compañía y se pasó treinta años actuando solo frente a un espejo. "Bernhard crea a menudo obras con apellidos de nombres muy conocidos, pero que no tienen nada que ver con el personaje conocido. A partir de ahí, uno nunca sabe si lo que cuenta es auténtico o es ficción o es un delirio personal. De cualquier manera, a través de este delirio se plantean las paradojas del teatro de una manera muy dura."
Las paradojas del teatro. Eso es lo que parece ocupar en estos días las reflexiones de Gené. "El teatro es una actividad bastante extraña, anómala, diría yo, en la época contemporánea, donde todo es macro, donde todo es enorme. El teatro es en sí pequeño, porque como es un hecho vivo, alcanza siempre a un número de espectadores que jamás pueden tener nada de masivo. El teatro se ha recogido en lo que es su esencia: lo es que vivo e irrepetible. Es un arte que se autoconsume, que se devora a sí mismo en la propia acción del actor, porque el actor no crea un objeto artístico: el objeto artístico es él. Es la primera paradoja: hacer teatro es matar al teatro."
Para Gené, esa muerte que sucede en cada función, y la esperanza siempre renovada que promete la función siguiente, vinculan al teatro con mitos fundamentales de la humanidad sobre la muerte y la resurrección. Hasta que la muerte se torna irreversible: "En la última función de un espectáculo uno sabe que su personaje muere. De ahí que hay una tradición, que a mí no me gusta, que creo que es de origen español, por la cual en la última función de un espectáculo los actores, los técnicos, hacen muchas bromas, algunas muy pesadas. Es una manera de vencer la angustia de que para todos eso muere."
No obstante, muy lejos de lo mítico, lo que preocupa del teatro actual al actor y director es su imbricación con la lógica del mercado, que impone una dinámica marcada por la publicidad y los medios. "Esta paradoja que lo que está en los medios no existe", resume.
"Actualmente, la publicidad es el rubro más caro de la producción teatral. Ni la producción material de los espectáculos ni los honorarios de los actores cuestan tanto como hacer saber simplemente que uno está ahí haciendo 'eso'. Esto nos crea una relación con el periodismo radial, televisivo, gráfico, muy seria. Por último, un elemento que siempre fue estimulante para la actividad teatral, la crítica en los periódicos, está desapareciendo. Actualmente, sólo dos diarios hacen crítica, La Nación y Clarín, y algunas revistas; esto significa que el teatro tiene menos espacio en los medios gráficos."
La falta de visibilidad genera, según Gené, un fenómeno que acompaña a todo lo artístico en la sociedad contemporánea: la falta de público. "Un teatro que no está en los medios suele no tener público, por lo tanto, no existe. ¿Por qué? Porque el teatro es el actor en estado de representación frente al público; sin público, no hay teatro."
Según el actor, la primera ruptura entre el teatro y el público se produjo durante la dictadura militar. "En el 76 -recuerda- todo aconsejó que yo abandonara el país. Cuando me fui, lo normal era hacer ocho funciones semanales. Nadie levantaba un telón pensando que iba a hacer menos de 100 representaciones, y los grandes teatros estaban todos abiertos. Cuando volví, eso ya no existía."
El temor a juntarse se combinó con el cambio en los consumos culturales de la clase media, que comenzó a volcarse más a la televisión, el cine y los grandes espectáculos deportivos antes que a propuestas más arriesgadas. "Esta masa fue disminuyendo a medida que aparecían las nuevas variantes de espectáculos. Pero en nuestro medio lo que terminó de cambiar las cosas totalmente fue la política de la dictadura militar, no porque se ensañara contra el teatro... El asunto fue que la política fue de atomización total de la sociedad, es decir, de desmovilización, que el que pudiese se refugiase en sí mismo sin relación con el afuera."
EL CUERPO EN ACCIÓN
Cada año, en julio, en plena temporada alta de vacaciones de invierno, Gené se toma el trabajo de contar la cantidad de espectáculos teatrales que presenta Buenos Aires. En su última cuenta, registró 222. ¡Doscientos veintidós!
"Ahora, ¿qué pasa ahí?", matiza. "Una cosa bastante excepcional, que es que, en esa oportunidad, había solamente 22 de las 222 obras que se hacían en salas económicamente viables, con una cantidad de espectadores que puede sostener un espectáculo, crear una plusvalía que te permite montar uno nuevo y que todos los que intervienen en él puedan unos meses vivir de su trabajo. Esto significa que cada vez quedan menos teatros de esos y, en cambio, crecen una enorme cantidad de pequeños teatros, hecho por pasión de la gente por hacer teatro." Sólo alrededor del Mercado del Abasto, apunta, hay 27 teatros pequeños, de menos de 200 localidades (la mayoría, de mucho menos de 200). "A lo único que pueden aspirar esas salas es a, en el mejor de los casos, permanecer abiertas con subsidios del estado."
Para Gené, este es uno de los datos positivos de los últimos años. La creación del Instituto Nacional del Teatro y, en la ciudad, de ProTeatro, significó un fuerte apoyo estatal a la actividad teatral independiente. Por otra parte, la imposibilidad del teatro como negocio ayudó a configurar otra característica que el actor valora positivamente: "ha hecho que se recogiera en su función esencial, sin ningún tipo de devaneo. Esa función esencial en la cual es insustituible el hecho vivo, es decir, seres vivos, en la presencia de seres vivos, realizan una acción de ficción que se dirige al conciente o al inconciente del espectador. El teatro ya no tiene las pretensiones de ser un espectáculo. El cine es mucho más perfecto, pone la galaxia en escena. El teatro es el hecho humano, hecho con la mano del hombre como herramienta fundamental."
La multiplicación de las salas es el correlato de una llamativa explosión de estudiantes de teatro: "no sé si no llega a superar la cantidad de espectadores -dispara-. Probablemente exagero, pero uno se tiene que preguntar qué es lo que pasa, por qué ese interés."
"Yo creo que hay algo muy profundo en eso -explica-, que es que en nuestra cultura, entre lo que comemos y su origen hay una distancia higiénica con la que no tenemos nada que ver. Nosotros recibimos un bife empaquetado, pero no vemos el momento en que se sacrifica a la vaca. El cuerpo, en la sociedad contemporánea, no tiene aplicación: no tenemos que trepar a los árboles, no tenemos que pelear con fieras, no tenemos que caminar kilómetros para poder comer, no tenemos que lanzar arpones contra las ballenas. Y esto es una necesidad del ser humano que está de alguna manera sofocada. El teatro da la oportunidad de manifestarse con la totalidad de la corporalidad. Yo creo que la cuestión está ahí, en la necesidad de poner el cuerpo, de experimentar con el cuerpo, de ser quien soy, saber quien soy."
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Gené revivió al falso Minetti
E.A. Moreno Uribe. Diario Ultimas Noticias (Venezuela). 07/06/2009
A mala hora el teatro venezolano lo dejó ir. Había trabajado positivamente en sus escenarios y sus claustros a lo largo de 17 años. Sus valiosas huellas dejadas son un amplio legado práctico y teórico que toda una generación de teatreros aprehendió. Él regresó a sus orígenes, a una Itaca del amor y la libertad que nadie puede desechar, y ahí prosigue, todavía, predicando con su docencia en el CELCIT de Argentina y actuando para satisfacer gustos y especialmente los del público. Así lo hace, desde el subsuelo del edificio del FECIC, ubicado en el número 431 de la calle Moreno de Buenos Aires, con su asombroso espectáculo "Minetti", creado gracias a la versión escénica de la pieza original de Thomas Bernhard y obtenido con mucha paciencia y sabiduría por el director Carlos Ianni.
Ese es Juan Carlos Gené (Buenos Aires, 5 de noviembre de 1929), quien el próximo 3 de julio reanuda la temporada para mostrar, una vez mas. las naturales ambigüedades, los desmesurados sueños y anhelos nunca satisfechos del anciano primer actor Minetti que, pretendiendo encarnar al shakesperiano rey Lear, acepta una invitación para reunirse con el director de un pequeño teatro de una ciudad, en un misterioso hotel, precisamente antes de la medianoche de un 31 de diciembre. Pero no le cumplen la cita y esa angustiada espera, que precede a su muerte, la tiene que matizar con un complejo dialogo que le brinda una misteriosa dama (Maia Francia), de rojo vestida, al tiempo que enmascarados personajes los vigilan o los incitan a una rumbosa fiesta para recibir el Año Nuevo.
Esta obra, o mejor dicho la versión que presentan, con cuidada producción minimalista, Ianni y Gené, la cual pudimos apreciar el sábado 23 de mayo, nos permitió hilvanar un conjunto de densas reflexiones sobre verdades y mentiras del mundo artístico, y, en especial, el desolado drama de los actores cuando envejecen y su soledad la nutren con proyectos fabulosos que nunca realizarán o con fantasmas de un pasado mejor, que si estuvo muy acompañado. Pero más allá de ser una pieza existencialista sobre los hacedores de las artes escénicas, cinematográficas y televisivas, es una seria invitación a reflexionar sobre la vida de todos los seres humanos al llegar al limite de sus fuerzas físicas en medio de una sociedad o una comunidad que no acepta la vejez, ni menos la muerte, a las cuales niegan; una sociedad que prefiere suicidarse con sus desaforadas actitudes antes de aceptar el derrumbe biológico, sin darse cuenta que la ancianidad anida en sus cerebros, aunque el espejo muestre rostros tersos por las terapias del bisturí.
La obra "Minetti", como tal, tiene una rocambolesca historia sobre sus orígenes que no debe interesar al publico común y corriente, pero, para nosotros, lo más importante es haber visto, una vez más, al maestro Gené dando una clase magistral de actuación y degustar, tambien, su estremecedora arenga sobre la vida de un actor capaz de desafiar a la muerte misma, un ritual maravilloso, apuntalado en un profesional equipo.
Creemos que los dramaturgos experimentales, esos que están en pos de revelar facetas oscuras o no muy transparentes de la historia de las artes escénicas, podrían indagar en las biografías del dramaturgo austríaco Thomas Bernhard (1931-1989) y Bernhard Minetti, el actor que lo inspiró. Así quedaría más completa la información sobre esos dos caballeros del teatro y hasta podrían crear sendas piezas, que seguramente el público digerirá por los problemas humanos que estarán ahí calcados.
El escritor Bernhard plasma en su monólogo a un arquetipo de artista romántico, solitario, patético, vencido, en eterna e inútil protesta contra un mundo insensible. Pero esa descripción del personaje que inspiró la pieza es totalmente falsa pese a lo cual el verdadero actor o sea Bernhard Minetti no vaciló en interpretar al falso Minetti, como acotan algunos investigadores.
Cuentan que Minetti, el actor alemán de ascendencia italiana, vivió una extensa y hasta exitosa vida (1905-1998) y, contrariamente al Minetti ficticio de Bernhard, fue un gran intérprete de autores clásicos. Nunca estuvo exilado y la pasó muy bien durante el Tercer Reich, actuando entre 1930 y 1945 en el Teatro Estatal de Berlín bajo la dirección de Gustav Gründgens. Y además no vaciló en participar en películas nazis y antisemitas como Los Rothschild y El judío Süss. Después de la guerra, reinició su carrera en teatros de provincia y en los 70 se convirtió en el actor de carácter más famoso y reconocido de Alemania. Integró el elenco del Teatro Schiller de Berlín hasta que éste se cerró en 1985. A los 80 años ingresó al Berliner Ensemble, célebre grupo de Berthold Brecht, y su última actuación tuvo lugar en la puesta de Heiner Müller de El resistible ascenso de Arturo Ui de Brecht. ¡Estuvo con Dios y con el Diablo!
La saga del dramaturgo Thomas Bernhard, según lo investigado, fue menos romántica y quizás más atormentada, y, sin lugar a dudas, carente de la poesía del otro Minetti que creó y que ahora Gené ha mostrado en este año bisagra que vivimos.¿Cuándo en Venezuela estaremos al día con ese teatro que se muestra allende las fronteras?
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Minetti: El actor sin escenario
Mónica Berman. www.criticateatral.com.ar. 04/06/2009
Los actores son dos: Juan Carlos Gené y Maia Francia. Los personajes que pueblan la escena, son múltiples, devienen presencias verbales construidas por la Señora que habla y los menciona: el conserje, los pasajeros con máscaras que se divierten, bailan, atropellan a Minetti, los viejos huéspedes del hotel. Estos personajes que pueblan fantasmalmente la escena, no tienen voz propia, tienen movimientos relatados, consecuencias de sus acciones y hay, eso sí, sonidos que los presentan (el ascensor que sube y baja, abre y cierra las puertas, abriendo y cerrando la esperanza de que llegue el que no llega).
Minetti, en cambio, conjura dos personajes, en principio de distinto orden: un director de teatro que lo ha citado en este hotel para su última representación, luego de 30 años de no subir a un escenario y un personaje de Shakespeare, Lear.
Minetti es un viejo actor que se ha encerrado según el mismo nos cuenta en un pequeño pueblo a renunciar a los clásicos y a quedarse con el único texto que para él es valioso, El rey Lear. Según dice, ha pasado años repitiendo todos los días el mismo papel, preparándose para la puesta en escena.
Ella es pura juventud, lo sabe, lo explicita, él es un anciano que se está despidiendo no sólo del teatro, y que ha puesto todo lo que le quedaba al servicio de esta cita: sus pasos cansados, la memoria de la letra, el último dinero para pagarse el pasaje, la máscara que posee, guardada en la valija.
Minetti, cruza sus palabras reiterativas e insistentes, con los textos de Lear, y aún más, de vez en cuando, aparecen Gené y Francia. Se tematiza el teatro, y parece imposible hacerlo desde la distancia.
La propuesta espacial es cuidada y austera, la buenísima dirección de Carlos Ianni juega con estas actualizaciones y acercamientos; la distancia de la ficción, se construye con el balcón de la sala y las palabras de Minetti: está sentado sobre la valija, en medio de una tormenta de nieve, y vaya si percibimos su frío (y uno vuelve a agradecer, verlo a Juan Carlos Gené allí, porque es él el que logra que Minetti esté enfrente nuestro, todo presencia.)
El director del teatro nunca llegó y un actor sin escenario ¿qué más puede esperar?
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Minetti: Un poético juego de máscaras
Eva Matarazzo. castingportena.com.ar. 19/05/2009
Minetti, pieza teatral de Thomas Bernhard, está basada en un auténtico e histórico actor alemán, Bernhard Minetti (1905-1998). A este intérprete de obras de Shakespeare, Genet, Shiller, Pinter y Becket, entre otros, que no abandonó la escena en setenta años de profesión, es a quien en 1973 Bernhard dedicó esta poética obra.
El escritor utiliza al actor en su esencia y no le preocupa su biografía. Tiene más vocación por mostrar sus ambigüedades, sus sueños, sus miedos y deseos no cumplidos.
En Ostende (Bélgica), una Nochevieja en el vestíbulo de un viejo Hotel aparece Minetti, actor convocado por el Director del Teatro de la ciudad para interpretar El Rey Lear, por última vez. Él también fue Director de un teatro en un pequeño pueblo en la frontera con Dinamarca.
Pero el Director no llega y Minetti entabla un diálogo con una mujer desconocida, vestida de rojo, que también espera, mientras aparecen distintas máscaras portadas por los huéspedes del hotel, que atraviesan el espacio. Se crea entonces una intensa relación, donde por momentos Minetti parece alucinar todo lo que está sucediendo, y la mujer adquiere una enorme carga simbólica.
Algunos signos oníricos generan una dimensión distinta, donde se mezclan lo real y lo imaginario y se generan varias preguntas, como por ejemplo si es o no un sueño, el teatro.
Los actores, al mismo tiempo juegan a entrar y salir de sus papeles, cuestionando la historia, para luego retomarla con la energía de sus personajes.
El estar en escena de Gené, y los climas que genera, son impecables, realmente una clase de actuación. El trabajo de Maia Francia también es muy bueno, logra sostener durante toda la obra un interesante personaje con una sutil cuota de misterio y seducción.
En cuanto a la dirección de Carlos Ianni es muy precisa, con mínimos recursos logra una impecable puesta. Todo está en el trabajo de los actores y su imaginario, un juego de espejos donde el teatro se refleja a si mismo a través de un actor, y donde todos nos sentimos reflejados a través de los sueños.
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"Minetti", una sólida y singular versión
Carlos Pacheco. La Nación. 17/05/2009
El austríaco Thomas Bernhard propone en "Minetti" una experiencia muy singular. Parte de la historia de un viejo actor (Bernhard Minetti) que, en escena, reflexiona sobre cuestiones del teatro, los clásicos, los personajes; en una ciudad, Ostende, Bélgica, en la que nunca se supone que estuvo. Espera a un director teatral que le ha dado esa cita para concretar su vuelta al teatro, después de 30 años, y para representar "Rey Lear", de William Shakespeare, pero el director nunca llega. ¿Qué es lo singular? El procedimiento de una trama que se construye entre unas verdades que no son tales y unas mentiras que, en verdad, son muy sabrosas y que posibilitan al espectador ingresar a un mundo fantástico muy atractivo.
En primer lugar, el del autor, que puesto a fantasear desde un personaje real nos hace jugar con nuestro pensamiento, manejando él los límites; y un personaje, ya mayor, cuyas angustias son muchas pero que, en esta puesta que se acaba de estrenar en el CELCIT, se torna profundamente entrañable aunque aparezca decadente, parlanchín al extremo y expuesto en sus más íntimas miserias.
En un espacio despojado, Minetti (Juan Carlos Gené) y la Señora (Maia Francia) se descubren de continuo y a través de un vínculo que, a medida que se fortalece, los va desnudando con profunda sinceridad. Y tanta que, a veces, salen del texto de Bernhard para reflexionar sobre ese mundo de actores del que participan, al que de inmediato volverán a ingresar -máscara de por medio- para retomar la delirante situación que los ocupa.
Allí ambos se destacan mucho. Ella es dueña de una sensualidad particular que explora a fondo y construye una imagen muy segura y verdadera que intriga en todo momento. ...El, como un gran mago, saca de una enorme galera múltiples recursos: los expone, los explota y los guarda para una próxima vez, con la seguridad de que ha dejado al público conmovido. La interpretación de Gené está cargada de sabiduría y pasión. Su Minetti es entrañable y su manera de trasmitir el texto, de una gran musicalidad.
La muy meticulosa y precisa dirección de Carlos Ianni no hace más que aportar una lograda síntesis de este material de Thomas Bernhard, que juega con verdades y sabrosas mentiras, para hablar del teatro.
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Juan Carlos Gené: radiografía de una naturaleza abismal
Olga Cosentino. Revista Ñ. Clarín. 16/05/2009
A sus ochenta años, el actor, director y dramaturgo Juan Carlos Gené ofrece una interpretación visceral en una pieza de Thomas Bernhard. Figura sobresaliente de nuestra escena, asegura que el teatro es un arte vinculado a la muerte.
A sus 80 años, un gran hombre de la escena argentina elige actuar la vejez de un actor. Juan Carlos Gené está representando "Minetti", del austríaco Thomas Bernhard (1931-1989), acompañado por la actriz Maia Francia y dirigido por Carlos Ianni, en el teatro Celcit. A pocas semanas del estreno, compartió con Ñ su almuerzo y sus reflexiones, a la luz otoñal de un mediodía, en su departamento de San Telmo. "Desde hace tiempo conozco este texto, ante el cual siempre experimenté una empatía fluida, poco problemática y curiosamente iluminadora de lo que yo mismo no entiendo. Creo que es el instinto lo que me permitió acercarme a lo indescifrable que propone Bernhard. Si con la racionalidad se pretende aprehender el delirio, lo más probable es que el intento naufrague. Hay que entrar en ese delirio para encontrarle algún sentido."
El título de la obra alude a Bernhard Minetti (1905-1998), un talentoso actor, también austríaco, en quien el autor se inspiró para escribir despiadadamente sobre el extravío, el narcisismo y la sabiduría de un artista en la antesala de la muerte. La anécdota, sin duda apócrifa, expone al anciano comediante –que detesta los clásicos y desprecia al público– a la espera terminal e infructuosa del director que acaso lo contrate para hacer al Rey Lear. Una atmósfera agónica evoca al Beckett de "Esperando a Godot" o al Thomas Mann de "Muerte en Venecia". El verdadero Minetti fue intérprete de esa versión ficcional de sí mismo, en el estreno de la pieza, en 1976. Y la cadena de asociaciones y paradojas podría continuar si, por ejemplo, se pretende que en la identidad entre el apellido del autor y el nombre de pila del protagonista (Bernhard) hay algo más que una casualidad. O si se le pregunta a Gené por sus personales coincidencias y discrepancias con el pensamiento del personaje y/o del autor que por estos días interpreta –a juicio de esta cronista– con un virtuosismo radical y definitivo. "Debo decir que algunas afirmaciones de mi personaje son absolutamente indescifrables. Y otras están en total contradicción con lo que pienso. Pero es mi personaje quien sabe; el que no sabe soy yo", asegura. Cuesta aceptar que no sabe quien, en magistral composición, logra habitar a su personaje como si se tratara de su hermano, de alguien tan íntimamente conocido como para vestir con naturalidad doméstica su ligeramente estrafalario atuendo negro, su gastado, señorial y decimonónico abrigo con cuello de astracán, su sombrero de romántica ala y hasta el patético calzoncillo largo que se obstina en dejar a la vista el cordón, que asoma una y otra vez debajo de la botamanga del pantalón, desnudando la torpeza senil de quien no consigue anudarlo correctamente. Gené comunica a su criatura no sólo los gestos, las reiteraciones, los balbuceos y los olvidos de Minetti; hay un soplo vital del actor hacia el personaje, que invita a pensar en una complicidad tan genuina como secreta.
Por lo pronto, ambos son dos veteranos y gloriosos artistas para quienes Rey Lear condensa inabarcables significados. En su doble carácter de dramaturgo y actor, Gené también persiguió el fantasma de Lear en su recordada obra "El sueño y la vigilia", que en 2000 interpretó y dirigió junto a Verónica Oddó. Allí también, como en "Minetti", se habla del oficio del comediante, de la decadencia, de la vocación del arte por vencer a la muerte y del fracaso (¿inexorable?) de ese intento. La infancia, la adolescencia o la edad adulta, suelen ser pensadas por quienes ya las transitaron. Sobre la vejez y los tramos finales de la existencia reflexionan, mayoritariamente, quienes todavía no han experimentado esas vivencias. El autor de "El herrero y el diablo" o de "Cosa juzgada" tiene, sin embargo, la ocasión biológica de decir y actuar sobre un asunto que conoce desde adentro. Aunque se declara perplejo: "Sé desde hace tiempo que transito la plena vejez, pero nunca advertí cuándo atravesé esa frontera, cuál fue el límite. No lo sé. Y no me parece que tenga sentido planteármelo". No obstante, admite estar en paz. "La vida no tiene deudas conmigo. Aunque siempre he tomado la precaución, en forma consciente al menos, de no pedir demasiado. El proceso biológico es implacable y rebelarse lleva a la indignidad y al ridículo".
Thomas Bernhard, que murió a los 58 años, sobrellevó siempre una salud precaria y cultivó una visceral rebeldía ante la vulnerabilidad de la condición humana. "Aunque lejos de caer en el ridículo –diferencia Gené–, lo que el autor de "La fuerza de la costumbre" o "Heldenplatz" hizo fue comprometer su cuerpo y su inteligencia en la búsqueda, a sabiendas infructuosa, de algún sentido para las injurias del destino y de la naturaleza. Un asunto que ocupó también a Samuel Beckett, quien en cambio, consideró siempre inútil cualquier rebeldía".
La misma cuestión en dos autores que casualmente (o no tanto) coinciden en la agenda 2009 de Juan Carlos Gené. "En enero inauguré un cuadernito de notas y escribí en el encabezamiento '2009, año S. B.' Pensaba en Samuel Beckett, de quien ya tenía previsto dirigir "La última cinta magnética", en setiembre, en el San Martín, con Walter Santa Ana. Pero no imaginaba que antes de eso iba a estrenar "Minetti", una obra que hacía tiempo quería hacer".
- La asociación temática entre ambas obras y autores, ¿le sirvió para que se iluminaran recíprocamente?
- De hecho, en "Minetti" nos hemos permitido, con Carlos (Ianni), la libertad de asociarlos en una frase original de Bernhard en la que se dice: "Entra un inválido con muletas que pide su llave". Nosotros agregamos: "Signifique quien pueda", que es una frase de Beckett, a quien nombramos a continuación como autor de la misma. Me resulta muy interesante nadar entre dos aguas tan semejantes y tan distintas.
Al contrario de lo que podría suponerse, Gené asegura que precisamente por estar recorriendo ya su año 81, "Minetti" le resultó una fuente de energía. "Hacía tiempo que veníamos postergando con Ianni este proyecto, por distintas razones. Y esta temporada tampoco lo íbamos a hacer porque ya estaba programada en el CELCIT la reposición de las dos primeras obras de mi trilogía "Factor H". Pero como varios integrantes del elenco fueron convocados por el San Martín debimos reprogramar todo para julio. Fue la ocasión de retomar "Minetti".
Otro aspecto de la obra de Bernhard que Gené ha tratado en textos propios como "Ulf" o la mencionada "El sueño y la vigilia" es el intento de forzar la ficción teatral hasta que aparezca lo real. Un recurso shakespeareano por excelencia, que apela al teatro dentro del teatro o a resignificar la locura como camino alternativo hacia la verdad. En este punto, el entrevistado refiere que "si un personaje de ficción no está más o menos loco, no es personaje". "Por oposición, la cultura judeocristiana le atribuyó una cualidad demoníaca. Las criaturas que pierden el sentido de la comunicación cotidiana entran a comunicarse con un sentido de lucidez distinto. La famosa locura de Hamlet es un caso incontrastable."
El mismo pensamiento lateral permite a Gené internarse sin prejuicios en las aparentes contradicciones entre su criterio personal y las concepciones de los autores, con las que no necesariamente acuerda. "Es que Bernhard me conmueve por la desgarrada valentía y el compromiso con sus ideas. Y por su concepción del teatro como un arte vinculado a la muerte, a lo intolerable, a lo que perturba y desestructura al espectador. En cuanto a Beckett, quien descalificaba por religioso todo intento de querer darle sentido a algo, es alguien para quien el misterio de la vida no tiene grandeza; es algo ridículo y humillante. Yo conservo mi reverencia por el misterio. Cada día se me revela lo abismal de la naturaleza en términos elocuentes, descomunales. Pero justamente en medio de tal magnificencia, es imposible atribuirle cualidad ni sentido alguno a nuestra insignificancia".
GENÉ BÁSICO
Buenos Aires. 1928. Actor, dramaturgo, director teatral.
Fundador del Grupo Actoral 80, entre sus obras se cuentan El herrero y el diablo, Se acabó la diversión, Golpes a mi puerta, El inglés y Memorial del cordero asesinado. En 1976 se exilió en Colombia y luego en Venezuela. En 1993 dirigió el Teatro San Martín. Uno de sus últimos trabajos actorales fue Copenhague, dirigido por Carlos Gandolfo.
UN MAESTRO DE LA VIDA
Por Carlos Ianni
Aunque sabía quién era, recién lo vi por primera vez en 1984. Fue un saludo fugaz. Pero no fue sino hasta 1988 que tuvimos oportunidad de conocernos. Fue en Caracas, y en el marco del Festival Internacional de Teatro. Hacía poco tiempo que se me había confiado la dirección de la filial argentina del CELCIT y fue, para mí, un encuentro de esos que te cambian la vida: conocerlo a él, al trabajo de la compañía que había fundado en Venezuela –el Grupo Actoral 80– y conocer de cerca la labor que, en pro de la integración teatral latinoamericana, estaba llevando adelante el CELCIT. A ése, siguieron sucesivos encuentros donde la vida nos iba reuniendo; encuentros donde, además de compartir la vida y el teatro, fuimos planeando su regreso al país. Y a partir de allí, 1993, el trabajo cotidiano: muchísimas experiencias inolvidables y algún que otro sinsabor. Más de veinte años en los que hemos ido forjando una sólida amistad. Desde hace mucho tiempo, veníamos acariciando la idea, el deseo, de encarar una aventura creativa en común, él actuando y yo dirigiendo. Por distintas circunstancias, ese deseo se postergaba una y otra vez. Hasta que, a comienzos de este año, el momento parecía haber llegado. ¿Por qué no afrontar ese "Minetti" de Thomas Bernhard que, hacía 12 años, habíamos querido hacer y se nos había negado? Y pusimos manos a la obra. Primero, la dramaturgia de la obra (una "compresión" del texto para sólo dos personajes, ideada por él, que a la vez, fuera absolutamente fiel al original) y luego, la aventura de la materialización del texto en la realidad de la escena. Debo confesar que ha sido, para mí, una de las experiencias más gratificantes en mis más de treinta años de vida teatral. No voy a decir nada que no se sepa: el rigor, la creatividad, la generosidad (en el sentido de brindarse entero) de Juan, problematizando, en más de una ocasión, la visión que yo tenía de la obra, enriqueciéndola, para llegar a lo que considero la esencia del trabajo actoral, el actor asumido como creador. Este "Minetti" que hoy está vivo en el escenario del CELCIT ha sido la "celebración de la amistad", de la amistad con quien, para mí, ha sido un maestro del teatro pero, sobre todo, un maestro de la vida.
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Buenos Aires aplaude al "Minetti" de Gené
E.A. Moreno-Uribe. . 06/05/2009
El estudio exhaustivo de la historia transcurrida es clave para explicarse y además disfrutar el presente e incluso ayuda para diseñar el futuro. En el caso del teatro venezolano, es justo recordar las pasantías de tres artistas argentinos quienes, durante la segunda mitad del siglo XX, dieron sus ostensibles y cuantificables aportes para el desarrollo de las artes escénicas criollas, como fueron Juana Sujo (1948-1962), Carlos Giménez (1971-1993) y Juan Carlos Gené (1977-1993).
De esos tres latinoamericanos, el único que sobrevive es Juan Carlos Gene (Buenos Aires, 6 de noviembre de 1929), actor, director, maestro y luchador insigne. El regresó a su patria y desde entonces ha continuado en la trinchera teatral con su pueblo, culta comunidad que ama, como nadie, al teatro en general y en especial a sus artistas; aunque en 2005 regresó a Caracas para montar El día que me quieras y conmemorar así el décimo aniversario del mutis de José Ignacio Cabrujas y exaltar además los primeros 25 años del Grupo Actoral 80, al cual él fundó con importantes trabajadores culturales criollos, una institución se mantiene en la brega, sin desfallecer.
Gené no se ha enchinchorrado ni empantuflado, como diríamos aquí en Venezuela, y es por eso que para festejar sus 80 años de vida útil al arte y a su patria, retornó a la actuación con el espectáculo Minetti, basado en la obra teatral del autor alemán Thomas Bernhard, una producción del CELCIT, dirigida por Carlos Ianni, junto a un equipo que completan: Maria Francia como actriz, Carlos Di Pasquo en la escenografía y el vestuario, Osvaldo Aguilar en la música y Juan Lepore en la asistencia.
Minetti está basada en la vida del legendario actor alemán Bernhard Minetti (1905-1998) y ahí se habla del teatro en su más pura esencia, se habla de toda la gente que hace posible esa magia escénica, de los actores, los directores, de los dramaturgos y, fundamentalmente, del artista y sus naturales y humanos miedos frente a la creación escénica. La acción está ceñida a su protagonista y una única antagonista: ella es los otros, es el mundo, es quien pide entretención y ve extinguirse a sus convocados, es, también, la muerte. Y es, al mismo tiempo, quien comprende y contempla, con ironía, el devenir de lo que desde siempre se sabe que va a ocurrir. Para ella, no "es monstruoso que nieve en Ostende". Simplemente, puede ocurrir.
Gené, vía email, cuenta que Minetti estará en cartelera hasta el 31 de mayo, en la sala del CELCIT, en la Calle Moreno, y revela que “con Carlos Ianni pretendimos hacer realidad este proyecto hace 14 años, pero hace 12, alguien se adelantó con los derechos y la hicieron, pero nosotros no vimos ese trabajo; claro, había que olvidar el proyecto. En noviembre de 2008 decidimos reflotarlo; yo hice la dramaturgia que nos permitiera producirla y decidimos abrir nuestra temporada 2009 con esta realización. De acuerdo con Ianni convocamos a una actriz uruguaya vinculada a nuestro CELCIT desde hace tres años y... aquí estamos”.
Comenta que el formidable personaje de Bernhard Minetti es gigantesco, ambiguo, delirante y conmovedor. “Un ser de esas características no puede ser comprendido racionalmente; sólo el corazón puede recibirlo. Yo sólo puedo hablar de la solidaridad, respeto y ternura que desde el primer ensayo me invadió por ese Minetti de la ficción que tiene poco en común con el Bernhardt Minetti real. No obstante uno sabe que los actores somos en todas partes del mundo esos seres paradójicos y errados, como es la opinión del Minetti, el de la ficción, dedicados a un arte que hace transcurrir nuestras vidas, arando en el mar, para decirlo bolivarianamente... Cuando ya no estamos, sólo queda de nosotros lo que escribieron los críticos. Como también dice Minetti,el de la obra: esos cientos de miles de esfuerzos y de fatigas, aniquilados".
-¿Satisfecho de lo logrado?
- Como se dice que dice Barak Obama de sus primeros 100 días de gobierno, estoy feliz con lo logrado, por una temporada de trabajo fluida y gratificante, por la respuesta del público y de la crítica; pero satisfecho no; siempre uno espera la función siguiente para superar lo que hoy quedó al nivel de ayer. Carlos Ianni es un director que sabe ver, escuchar y amar a los actores. Fue muy estimulante trabajar con él. En cuanto a mí, ha aceptado que yo entre a escena cada día sabiendo con precisión qué voy a hacer, pero no cómo se hará. Es una aventura diaria.
La temporada de Minetti, añade, no termina el 31 de mayo, “sólo se interrumpe porque, tradicionalmente, el CELCIT de Argentina realiza en junio su temporada internacional. Entre los espectáculos y grupos que presentaremos esta el venezolano GA 80. ¿Cómo no dejarles lugar? Después seguiremos”.
-¿Tiene planes para traer a Caracas su Minetti?
-Deseos muchos, pero los viajes, giras y presentaciones en el exterior, dependen de las invitaciones de quienes en tiempos de crisis global, puedan hacerse cargo de las cuentas correspondientes.
http://elespectadorvenezolano.blogspot.com/
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El hombre que perdió su sombra
Luis Mazas. Revista Veintitrés. 02/05/2009
Gené: el actor en estado de "santidad".
Lo "normal", cotidiano, se trastorna con irresistibles tensiones en el dramaturgo Thomas Bernhard (1931-1989). Su "Minetti" regresa a nosotros en una nueva lectura personal. La reflexión, algo autoconfesional, sobre la banalidad de los propósitos del hombre y del teatro se condensa en la adaptación de Juan Carlos Gené a su línea central: la triple, indecisa impostura del hombre, el actor y el personaje frente a su improbable trascendencia. El resto de los personajes son aquí solo una mujer que espera y no espera, escucha y no oye, varada en el mismo lobby de un hotel. "Minetti" refiere difusamente a otro Minetti real, de transitoria notoriedad y tal vez al plástico Ensor, aquel belga de las deformaciones entre expresionistas y surrealistas. La integridad del título original ""Minetti, retrato del artista como hombre viejo", define la sustancia perseguida por el dramaturgo de "Heldenplatz". Carlos Ianni transcribe con sensible austeridad ese desolador soliloquio reflexivo, que agoniza en Gené; acaso la más lograda, honda creación de su dilatada carrera, que roza casi aquella "santidad actoral" que buscaba Grotowski.
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El actor y su circunstancia
José Moset. Diario Acción. Número 1025. 01/05/2009
JUAN CARLOS GENÉ EN "MINETTI"
Sigo creyendo que lo vital del teatro, y lo que todavía atrae a la gente a los escenarios, es el actor. "La simbiosis entre un gran actor y un gran texto es una cosa impresionante, decía hace un tiempo en una entrevista Juan Carlos Gené y, aunque no hablaba de sí mismo, la aseveración se cumple puntualmente en las representaciones de "Minetti", la obra del austríaco Thomas Bernhard recientemente estrenada en Moreno 431, la nueva sala del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral.
El texto de Bernhard alude precisamente a la condición del actor, en una visión múltiple que abarca tanto lo racional como lo irracional de una profesión tan ligada con la subjetividad del creador, a sus más íntimas oscilaciones, a sus comportamientos neuróticos que, a la vez, entrañan una de las posibilidades de comunicación más profundas. Una paradoja milenaria que hace persistir el hecho teatral en medio de la avalancha tecnológica actual.
Un viejo actor, al que Bernhard bautizó con el apellido de uno real (el alemán Bernhard Minetti, aunque sin ninguna intención biográfica) llega un día de fin de año a un hotel, adonde fue citado por un prestigioso director, que le ha ofrecido reaparecer en los escenarios después de 30 años de voluntario y conflictivo ostracismo. Mientras espera la llegada del director, Minetti entabla conversación con una joven mujer que, a su vez, aguarda la llegada de alguien. En tanto invisibles enmascarados van y vienen por pasillos y ascensores, la existencia de estos dos seres se consume en la angustia de la doble espera; el conflicto avanza de manera indirecta, con algunas breves transiciones en que los intérpretes salen de sus personajes para ser ellos mismos. La sutileza del clima creado es mérito de la dirección de Carlos Ianni, rigurosa en los detalles y elocuente en las imágenes de los dos seres desamparados y de los fantasmas que los acosan. La uruguaya Maia Francia se revela como una actriz sensible, que aporta diversos matices para comprender esa enigmática mujer de amor desencontrado.
Y Juan Carlos Gené vuelve a prodigar una actuación antológica, aunque esta tenga un plus diferencial. Por empezar, su edad (tiene 80 años, nación el 5 de noviembre de 1928) es un punto de contacto con el personaje, pero él elude las facilidades del psicologismo: "Si uno intenta comprender el delirio, es imposible -dijo a propósito de este trabajo-. Tanto como comprender la gran metáfora poética. En la mente de un delirio poético hay algo a lo que se accede por pura intuición, sin pensar demasiado en lo que se quiere significar". La ambigüedad esencial del personaje es proyectada por el actor mediante una compleja trama de gestos y palabras y un desplazamiento que llena de sentido el escenario semicircular del CELCIT.
Detrás de esa interpretación está, por supuesto, el respaldo de la trayectoria actroal de Gené, que se inicia de la mano del recordado director Roberto Durán en 1951 y que registra momentos memorables en "Rinoceronte", de Eugene Ionesco, "Nuestro fin de semana" y "Los días de Julián Bisbal", de Roberto Cossa, "Volpone", de Ben Jonson, "Copenhague", de Michael Frayn, y en sus propias obras: "Ulf", "El sueño y la vigilia" y "Todo verde y un árbol lila". Sus tareas de dramaturgo y docente teatral maduraron en su largo exilio venezolano durante la última dictadura, a lo que habría que agregar su gestión como dirigente de la Asociación Argentina de Actores, su fugaz paso por la dirección de Canal 7, en 1973, y por la dirección del Teatro San Martín, en los 90.
Un último dato. Aunque esto se difunda poco, Gené se ha negado sistemáticamente a recibir premios en los que previamente se hayan nominado "ternas", ya que no acepta competir con colegas por decisión de terceros. Ante la deformación actual de los medios, responsables de la proliferación de esa clase de competencias, aquella actitud no deja de ser una limpia lección de ética.
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Los límites de la actuación
. Clarín. 17/04/2009
Teatro: "Minetti", de Thomas Bernhard.
Un actor en retirada es la excusa para ver en acción a Juan Carlos Gené. Lo acompaña Maia Francia. Dirige Carlos Ianni.
Por Juan José Santillán
Minetti pertenece a una serie de textos dramáticos que Thomas Bernhard escribió a partir de figuras que resonaban más allá del peso de sus nombres. Otras obras como Immanuel Kant, Almuerzo en casa de Ludwig W. elaboran una serie autónoma de asociaciones, donde el título funciona como excusa para levantar un edificio textual de características propias.
Minetti -que el autor dedicó al actor alemán Bernhard Minetti (1905- 1998)- tiene poco que ver con la vida del artista y más con una demoledora postura de un personaje frente al espectador y la representación. "Hacer todo en contra del público", es una consigna crucial.
Este es el punto de partida -y la principal paradoja del personaje de Thomas Bernhard- en la puesta dirigida por Carlos Ianni, protagonizada por Juan Carlos Gené y Maia Francia: el teatro como absoluto, sin público. El espectáculo teje una materialidad escénica cuyo lenguaje sumerge al espectador en un juego de espejos, donde el actor y su eco se reformulan constantemente durante la puesta en escena. ¿Quién es Minetti? ¿Quién Bernhard? ¿Dónde se quiebra la música de estas palabras que suenan en continuo?
Juan Carlos Gené realizó una dramaturgia de la obra, eliminó personajes y suprimió reiteraciones. Queda, además del personaje principal, una joven enamorada que también espera en el hall del hotel. La mujer funciona como un sensual pivote, sobre el que reposan los parlamentos de Minetti. De ese modo, los actores entran y salen del texto de Bernhard, alternan el uso de sus máscaras, según la circunstancia del delirio poético que ambos despliegan en un hotel costeño de Bélgica. Un humor ácido, corrosivo, merodea sus reflexiones.
A este paraje de la costa llega el personaje. Aguarda al director de un teatro local que lo convocó para una puesta de Rey Lear. Minetti, tras un juicio por negarse a "la literatura clásica", fue prohibido durante tres décadas. Y esa noche de fin de año, en los límites de su ancianidad -todo el acontecimiento de la obra es una postrimería-, Minetti se ilusiona con volver a escena. Pero el director se demora y en la espera el actor se degrada.
La pesada maleta que carga Minetti contiene viejos recortes de diarios, que refieren su pasado de gran actor, y una máscara de Lear realizada por el pintor James Ensor, creador de una obra plagada de calaveras. Ensor murió en esa ciudad costera. Un lienzo suyo, inspirado en el cuadro La intriga, se ubica en uno de los laterales del espacio. La escenografía es mínima, sólo unos sillones y una pequeña mesa.
Los "personajes" en los textos de Bernhard no se definen en un sentido convencional. Son las palabras y su musicalidad, no los sentimientos o las acciones, las que designan su desarrollo. En ese contexto, Gené, en escena, amplifica el marco de referencias. Individualiza lo inasible de un texto complejo. Con ochenta años, el actor y director crea su propio inventario sobre el que desliza las palabras de Minetti. Y asistir a esa experiencia es, por sí mismo, un acontecimiento de verdad que se liga al desarrollo de un oficio. "Me bastaría con una sola representación; eso sí, con los mejores actores", dijo Bernhard acerca del estreno de sus obras. Y cerca de esta apreciación, trabaja la versión que se presenta en el CELCIT.
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Me permito jugar una aventura diaria
. Clarín. 12/04/2009
Entrevista a Juan Carlos Gené
A los 80, estrenó "Minetti" como actor, y se apresta a dirigir una obra de Samuel Beckett en el San Martín.
Por Juan José Santillán
A sus ochenta años, la decisión de Juan Carlos Gené de retomar un proceso de ensayos como actor tiene que ver con "estrechar filas y hacer lo que inmediatamente se podía encarar". Hubo cambios imprevistos en la programación del CELCIT y surgió un proyecto que hace tiempo deseaban Carlos Ianni y Gene, montar Minetti de Thomas Bernhard.
"En Todo verde y un árbol lila trabajé en escena pero como director que intervenía sobre la historia -dice-. Desde Copenaghe que no actuaba. Lo más cerca que estuve fue el año pasado, cuando integré el elenco inicial de Heldenplatz, en el San Martín. Pero mi mujer tuvo problemas de salud y debí abandonar el proyecto."
- "Minetti", es una obra que trabaja sobre cuestiones vinculadas al actor. ¿Qué lo atrajo de esa reflexión?
- Bernhard creó varias obras con protagonistas de nombres célebres. Minetti, por ejemplo, está dedicado a un gran actor alemán que murió a los 93 años, llamado "el rey del teatro en Alemania". Minetti estrenó la obra de Bernhard. Pero el personaje de la pieza no tiene nada que ver con el personaje real. Cuando uno hace teatro no puede desprenderse de la realidad, hay una dependencia espacial, de tiempo, de sala, de público. El teatro se realiza en presencia del espectador, sin eso sería imposible. Aquí, Bernhard, plantea una paradoja. Según el personaje de la obra, el teatro de por sí es algo imposible, porque todo lo que debe hacer el actor es contra el público. Por lo tanto, habla de un teatro que se haría en el vacío. Es el no teatro, porque el espectador no está. Es una paradoja sumamente inquietante, porque plantea el absoluto de lo artístico, algo que no puede existir.
- ¿Cómo se materializan esos conceptos desde la actuación?
- Pensé en Jacobo Fijman, un poeta que vivió gran parte de su vida en un hospicio. Me pongo en la ubicación de Vicente Zito Lema, que escribió sobre Fijman. Cuando se entra en contacto con mentes como la del personaje de Bernhard, que se comunican con la realidad en otro nivel -ni superiores ni inferiores, sino distintas- uno no tiene que tratar de comprender, sino de acompañar. Si uno intenta comprender el delirio, es imposible. Tanto como comprender la gran metáfora poética. En la mente de un delirio poético hay algo que se accede por pura intuición, sin pensar demasiado en lo que se quiere significar. Nos hemos permitido introducir en la obra cinco palabras que no están en el original: "Signifique quién pueda. Samuel Beckett". En este caso, uno tiene que renunciar desde la actuación a los significados habituales y aceptar los significados de este personaje, al que es imposible entrar racionalmente.
- Al comenzar este proceso de ensayos, ¿qué se modificó de su percepción como actor?
- En el caso de Minetti me permito jugar una aventura diaria. Hemos trazado un esquema en el que nos movemos junto a mi compañera, Maia Francia. Pero cuando entro a escena no sé cómo lo voy a hacer. Sé lo que tengo que hacer, no cómo. Es la primera vez que me pasa esto de manera consciente. Quiero correr todos los días ese riesgo: yo arranco, si bien conozco todas las etapas de la obra, y no sé bien cómo voy a llegar. Nunca me había propuesto eso en un espectáculo. Además, encontré, desde el primer día, algo que me pertenece del personaje.
- ¿Qué sería eso?
- Quizás que tengo su misma edad, que soy un actor. Al igual que él, siento que uno cuando alcanza su meta debe prepararse para partir. También pienso mucho en las paradojas de lo teatral. Uno siempre le da vueltas a cuestiones como ésta y la obra pone todo esto en primer plano.
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El teatro conmueve al público, no lo deja en paz
Cecilia Hopkins. Página 12. 11/04/2009
Entrevista a Juan Carlos Gené y Carlos Ianni
El actor y el director proponen en el CELCIT la revulsiva "Minetti", una pieza de Thomas Bernhard que pone en escena a un actor que pasa 30 años de su vida representando al "Rey Lear" frente al espejo. “Esta obra es oscura y contradictoria, como todas las de Bernhard”, asume Gené.
El actor, director y autor Juan Carlos Gené y el director Carlos Ianni se conocen desde hace más de 20 años, conducen desde siempre el CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral) pero nunca habían trabajado juntos en escena. La puesta de "Minetti", obra del austríaco Thomas Bernhard (1931-1989) que subió a escena en la nueva sede del CELCIT (Moreno 431) los reunió por primera vez, a Gené en el papel protagónico (junto a la uruguaya Maia Francia) y a Ianni en el rol de la conducción. “Ya llevo 60 años con el teatro, un oficio muy difícil de realizar como lo son todos los oficios cuando están bien hechos”, afirma Gené, ya con 80 años cumplidos. Tentado desde hace años con esta obra dedicada por el autor de "La fuerza de la costumbre" y "Helderplatz" al actor alemán Bernhard Minetti (1905-1998) Gené pensó siempre que, en caso de realizar la puesta, haría una versión para dos personajes, tal como ahora la estrenó: “La obra original tiene una presencia coral multitudinaria y demanda una gran producción”, advierte el actor en una entrevista con Página/12, junto al director.
Esta es la tercera vez que la obra se verá en Buenos Aires, anteriormente protagonizada por Aldo Braga y por el uruguayo Juan Carlos Moretti. “La obra expone una dialéctica entre el viejo actor Minetti y el mundo de los hombres, representado por dos personajes femeninos y una multitud de máscaras que son parte de una tradición de la ciudad belga de Ostende”, mascaradas éstas que remiten a los cuadros expresionistas de James Ensor. Esta referencia pictórica alude a un teatro concebido como un arte monstruoso, además de crear una atmósfera aterradora que condice con la soledad y el abandono que sufre el personaje. Un actor que pasa 30 años de su vida representando todos los días frente al espejo al Rey Lear, de Shakespeare, tras una de esas máscaras.
Gené afirma que la obra de Bernhard expone el mundo interior de Minetti y lo rodea de significados ocultos. Y arriesga que interpretar a ese personaje “es como meterse en el espíritu de un ser insólito, con esa especie de toque divino que suelen tener muchos desequilibrados”. No obstante, Ianni prefiere hablar de la pieza de un modo diverso: “Si uno piensa la obra antes de verla parece que es oscura y compleja –analiza–, pero lo curioso es que lo que se ve en el escenario es la historia conmovedora de un viejo actor comprometido con su arte”. Ianni completa el relato: “Este hombre llega a la cita con el director de un teatro porque espera ser reivindicado luego de muchos años de injusto alejamiento. Pero al no aparecer éste, imposibilitado de retornar a su casa, decide quitarse la vida a la intemperie bajo una tempestad de nieve”. De modo que las intrincadas reflexiones que hace el personaje estarían, para el director, ubicadas en un segundo plano. Como si su puesta hiciera foco en un cuento que narra como datos objetivos de la realidad cuestiones que parecen imposibles, como que haya nieve en la playa de Ostende. Ianni aclara que, en virtud de que el texto hace algunas referencias que no son conocidas para el público local hay zonas de la obra que son didácticas, a través de unos procedimientos que prefiere no revelar. La versión incluye escenas en las cuales los actores pasan a ser ellos mismos, un desdoblamiento que en los ensayos los ayudó, como intérpretes, “para comprender mejor algunas cosas”, según cuenta Gené, y que luego quedaron en la puesta, “con la función de aclararle algunas cosas al espectador”.
–¿En qué medida cree que Bernhard habla del Minetti real?
Juan Carlos Gené: –Bernhard dedicó esta obra en 1976 a Minetti, que por supuesto vivía (murió recién en 1998), pero tampoco puede decirse que el personaje sea él realmente. Bernhard tuvo la costumbre de escribir obras con personajes que llevan nombres de personas conocidas –tal vez porque lo movilizaban a la escritura– pero que en su obra no tienen nada que ver con las personas reales, como ocurre en "El viaje de Emmanuel Kant" o "El sobrino de Wittgenstein". El Minetti real vivió un alejamiento del teatro que no pasó de cuatro años. El personaje de la obra, en cambio, no puede actuar durante 30 años. Y en su exposición barroca –porque habla por los cuatro costados– se refiere a ese alejamiento de un modo muy inquietante porque deja un amplio margen para la mentira y el delirio. ¿Quién sabe si es cierto lo que este personaje afirma?
–¿Sabe por qué debió alejarse del teatro el Minetti real?
J. C. G.: –Fue un breve ostracismo que sucedió después de la Segunda Guerra Mundial porque lo acusaron de ser figura de los nazis. Lo más curioso es que luego retoma la profesión y termina actuando en el Berliner Ensamble, donde hace su última obra, "El Rey Lear", de Shakespeare. Es también extraño que su hijo, Peter Minetti, vive también una circunstancia paradójica, porque durante mucho tiempo se ve obligado a dejar la actuación por motivos similares y luego de radicarse en la Alemania oriental, se transforma en una gran figura del teatro. Pero cuando cae el Muro de Berlín, Peter es olvidado hasta su muerte, ocurrida hace poco tiempo.
–¿Resulta difícil dirigir a un colaborador y amigo?
Carlos Ianni: –Estoy muy agradecido por dirigirlo a Gené, porque es muy gratificante. Es un actor de suma ductilidad, muy generoso, que cuando trabaja hace propuestas constantemente. Problematiza la visión que yo tengo de la obra y esto es muy estimulante.
–Minetti, el personaje, habla muy mal del clasicismo. ¿Por qué creen que lo hace?
J. C. G.: –Yo puedo arriesgar una hipótesis: en un país como Alemania donde hay una gran tradición de teatros oficiales que son programados constantemente con espectáculos propios, la mayoría del teatro que se hace es clásico. Imagino que un actor que deambula por esos circuitos salta de un clásico a otro. Minetti dice que el arte clásico ya no inquieta a nadie, que por ser algo prestigiado y ya establecido se transforma en un refugio seguro.
C. I.: –Minetti se niega a todo lo que no apunte hacia un arte movilizador porque no está de acuerdo con un arte digestivo. El hecho de negarse a representar obras clásicas da la imagen de un actor muy comprometido, con otra concepción del teatro, un hombre intransigente, que nunca va en contra de sus convicciones.
–¿Cómo aborda las afirmaciones que hace el personaje?
J. C. G.: –Bernhard trabaja con bipolaridades y paradojas constantemente. Afirma que la gente se refugia en la literatura clásica porque allí nadie la molesta. Pero no reivindica otra cosa, simplemente sabe lo que no quiere. Esta obra es oscura y contradictoria en relación con las motivaciones que maneja el personaje, tal como sucede en todas las obras de Bernhard.
–¿Por qué creen que califica al teatro como un arte monstruoso?
J. C. G.: –Yo aclaro que me crean mucho pudor las opiniones de Minetti sobre el espectador. Para él, el sentido del teatro consiste en atraer al espectador con un gancho para luego espantarlo, horrorizarlo. Esto forma parte de las paradojas que maneja Bernhard, porque todos sabemos que sin espectador el teatro deja de existir. ¿Qué significa un actor sin público? El no teatro. Y esto forma parte de ese mundo de intuiciones dantescas que no se pueden explicar.
–¿Hay alguna otra implicancia en esa imposibilidad?
J. C. G.: –Ocurre que por fortuna el espectador de teatro no suele tener conciencia de lo que implica presenciar un acto vivo, en cuanto que existe una confrontación permanente con la muerte. Porque la vida que está transcurriendo en el escenario podría interrumpirse en cualquier momento, ficcional y biológicamente. El ritual del teatro establece un desborde de vida que en cualquier momento se puede cortar. Esto genera una forma de espanto interior del que no tenemos conciencia, pero que sin embargo está ahí. Es posible que los grandes actores, como lo fue Minetti, generen en el espectador la atracción por lo siniestro. Algo parecido al placer que tienen los niños por el cuento de espanto o la película de terror.
C. I.: –Hay otra forma de entender la idea de que el teatro es algo monstruoso, sin tomar las palabras en el sentido literal sino en sentido metafórico. Se podría pensar en los efectos que provoca una obra de arte. Esto puede significar que el teatro conmueve al público, que no lo deja en paz.
–Bernhard hace decir a Minetti que “existimos en una sociedad repulsiva que ha renunciado a herirse mortalmente”. En realidad, uno podría pensar lo contrario...
J. C. G.: –La obra alude a un mundo repulsivo y esto es una constante en Bernhard. Minetti es una obra imprevisible que expone una extraña torsión de la realidad. Mis sentimientos personales están a veces muy alejados de Minetti pero tengo que aceptarlo tal como es. Me conmueve el compromiso que tiene con sus ideas. Sobre todo porque él ha creado una ecuación imposible: el arte teatral sólo puede ser un arte de espanto y de muerte que persigue al espectador. Por lo tanto un arte que no puede existir.
–¿Qué le sugiere la afirmación de Minetti “sólo los jóvenes tienen con la demencia una relación natural”?
J. C. G.: –En principio me he preguntado: ¿Qué habrá querido decir? Ahora, si hago una interpretación social de esta afirmación, pienso que a los jóvenes se les ofrece en la sociedad contemporánea muy pocas alternativas: la cárcel, la degradación, la muerte y la locura. Entonces, puedo pensar que los jóvenes, a quienes no se les ofrece una ubicación en el mecanismo social, deben tener, efectivamente, una relación natural con la locura.