De Blanca Doménech. Dirección: Carlos Ianni. 7 de mayo al 29 de octubre
Entrevistas a los creadores. Imágenes del espectáculo
Viví en Ciutadella de Menorca durante cuatro años. En ese periodo, tuve la oportunidad de conocer un tipo de vida solitaria, aislada de la aglomeración de las grandes ciudades, que me invitaba a observar la sociedad desde un punto de vista externo. Allí conocí un tipo de personalidad ‘anti-sistema’ muy potente. Me refiero a personas no nacidas en la isla, pero que llevaban en ella muchos años. Habían formado parte de la ocupación hippy de los años 80 y 90, tan famosa en la isla de Menorca. Sus innumerables cuevas artificiales rodeadas por acantilados fueron agradables moradas para la comunidad hippie, convirtiéndose en aquéllos años en un santuario nudista, paraíso de los nuevos hippies de toda Europa, y lugar de peregrinaje de embarcaciones atraídas por su carácter virginal. En 2007, ya desaparecido por completo el movimiento, quedaban en la isla muchos de los antiguos hippies que, lejos de haber abandonado sus planteamientos sobre el mundo, mantenían una forma de vida semejante, en completo aislamiento con la sociedad exterior. Su mentalidad anárquica producía un choque muy fuerte, rechazando cualquier forma de comportamiento adaptado a las normas. Incluso las conversaciones se impregnaban de ese espíritu: eternos silencios y diálogos muy densos, repetitivos. Como si el lenguaje también estuviera integrado en un poderoso mecanismo de deconstrucción de cualquier ideología.
Esta experiencia fue la inspiración de "Vagamundos", cuya escritura abordé a partir de una concepción surrealista. Creada desde el inconsciente, "Vagamundos" es un viaje sin ruta prefijada, cuya primera espectadora era yo misma al tiempo que la escribía. Con ello no quiero decir que se trate de puro albedrío, sino un ejercicio de confianza en la propia historia, dejando que se active desde un lado más intuitivo e irracional. Quizá por ello, los elementos más dispares convergen imprevisiblemente, dando pie a lecturas muy diversas y multiplicando las posibilidades de enfocarlo en la escena.
Así fue como la experiencia real se convirtió en la ficticia, reflejándose abundantes diferencias entre ellas. En ningún momento el texto alude a la isla de Menorca, ya que aunque la inspiración fue tomada de ella, la isla en la que se desarrolla "Vagamundos" no tiene nombre ni se sabe en qué lugar del mundo se encuentra. Es una sociedad que está en ‘ningún lugar’, cerrada, sin contaminación exterior, casi inmóvil. Así mismo, la construcción de la trama trata de generar una mezcla de tiempos, como si la historia se estuviera repitiendo de forma paralela en el pasado, el presente y el futuro… La pretensión que tuve al describir un espacio semejante fue la de dibujar lo que la sociedad real no puede ser. La utopía está relacionada con la necesidad de dar un sentido a la vida, a través de la incesante búsqueda de un mundo mejor. Sin embargo, lo complejo e interesante es la contradicción inherente a ella y todos los dilemas que plantea cuando se enfrenta a la realidad, más aún en la sociedad moderna, tecnológica… Un Estado Anarquista, por ejemplo, sería una gran contradicción. La utopía es necesaria para sacar a la luz los errores del sistema, pero no la solución. Creo que la obra trata de cuestionarlo y yo, como autora, tan sólo he plasmado esos dilemas, de difícil respuesta.
Si algo puedo decir con seguridad de "Vagamundos" es que se trata de una experiencia existencial: la de encontrarnos ante nuestro propio reflejo y ser incapaces de abarcar tal magnitud.
Blanca Doménech
De Blanca Doménech
Con Enrique Cabaud, Teresita Galimany, Mario Mahler, Juan Olmos, Magalí Sánchez Alleno
Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo
Iluminación: Soledad Ianni
Música: Osvaldo Aguilar
Asistente: Mariana Arrupe
Dirección: Carlos Ianni
Premio Calderón de la Barca 2009
Este espectáculo cuenta con el apoyo de Proteatro
Duración: 60 minutos
CELCIT. Temporada 2017
Un viaje al centro de sí mismo
Un hombre inicia un viaje en busca de su hermano, o de lo que de sí mismo queda aún en esa relación fracturada hace diez años. Un viaje que va a convertirse en una epifanía para él, y en un reencuentro necesario para quien huyó en un camino al interior de su alma hace mucho tiempo. Una foto y un destino son los únicos elementos que posee para una cuenta regresiva hacia el fondo de un conocimiento que subyace en la imagen pulida de un espejo. Un lugar abandonado por la civilización, ajeno a la tecnología por voluntad de sus moradores, está construido desde la escenografía por unos grandes paneles que separan el adentro y el afuera, una mesa rústica, una hamaca, unas sillas, un espejo; y el lugar de la memoria donde fragmentos de vidas, recuerdos que trae y deja la marea van formando un rompecabezas que evita el olvido y aminora la añoranza. La dirección pasa el punto de vista por los silencios, la palabra tiene un peso específico de escaso poder comunicacional entre los personajes, son los gestos, los espacios en blanco de sonido, los que le dan un sentido que se van construyendo a medida que avanza la intriga. El recién llegado porta una conducta que el tiempo en la isla pulirá como el agua a las rocas, pausada pero constante, hasta lograr encontrar el punto de unión con el resto de los integrantes de ese mundo tan diferente, tan alejado del propio.
La perfecta conjunción de la escritura dramática, Blanca Doménech, y la escénica, Carlos Ianni, se materializa una obra intima, poética y necesaria para todos los que estamos inmersos en el anonimato de la sociedad globalizada a la que pertenecemos. Para Doménech:
La utopía es necesaria para sacar a la luz los errores del sistema, pero no la solución. Creo que la obra trata de cuestionarlo y yo, como autora, tan sólo he plasmado esos dilemas, de difícil respuesta. Si algo puedo decir con seguridad de “Vagamundos” es que se trata de una experiencia existencial: la de encontrarnos ante nuestro propio reflejo y ser incapaces de abarcar tal magnitud.
El clima inacabado de los sueños y de los fantasmas, de la subjetividad es construido de manera perfecta entre la escenografía y la iluminación – con las transparencias y las tonalidades del azul- que dan cuenta de ese aislamiento deseado de la invasiva sociedad de consumo. El sólido elenco le otorga a cada personaje la precisa textura. Max (Mario Mahler) es el “intruso” que pretende conseguir todo con su “bendito” dinero, Diana (Teresita Galimany) y Oliver (Enrique Cabaud) habitan la precaria hostería que solo es acondicionada en la temporada de verano. En tanto, Jimena (Magalí Sánchez Alleno) tiene algo de mágico, no sabremos si ella vive en esa “realidad” y Samuel (Juan Olmos) parece unir ambos mundo al guardar pequeños recortes de fotos, diarios,… Y un ritmo sostenido desde el inicio que es acompañado por la acertada música.
Vagamundos es un hecho teatral sin fisura, cuya estructura es surrealista e interpela nuestro inconsciente de tal forma que deseamos pertenecer a ese sitio donde podríamos disfrutar, por fuera del mercado, de las cosas más simple como es el ruido de las hojas secas al caminar en otoño
No calculó bien Max cuando se puso el traje para viajar a esa lejana isla. Desconocía con qué iba a encontrarse ni imaginó que sería un lugar tan inhóspito, al que se accedía con dificultad, sin otro alojamiento más que un refugio rudimentario y apenas cuatro habitantes. El motivo por el que este hombre de abultada billetera y aspecto empresario del primer mundo llega a esa playa en invierno es la búsqueda de su hermano al que no ve desde hace una década. Con una vieja foto comenzará a hacer preguntas pero las respuestas no serán las que esperaba.
Vagamundos, la obra de la española Blanca Doménech (ganadora del premio nacional de teatro Calderón de la Barca 2009 a los dramaturgo noveles), no se había estrenado en su país. Es el director del Celcit, Carlos Ianni, quien la lleva a escena por primera vez después de "argentinizar" los diálogos de estos hippies pasados de época que reciben a su pesar a un burgués perdido. El camino de Max (Mario Mahler) está obstaculizado por Diana y Oliver (Teresita Galimany y Enrique Cabaud), un par de anfitriones al principio muy poco hospitalarios pero que, de alguna manera, acompañarán el alumbramiento de Max a una nueva etapa. Los otros dos personajes son Jimena (Magalí Sánchez Alleno), una chica a la que le gusta contar historias, y Samuel (Juan Olmos), un buscador de pedacitos de ser: aparecen cuando Max está solo y aportan, también, a su confusión existencial. Porque Vagamundos habla del recorrido personal hacia el autoconocimiento, encarnado en este viaje al pasado y al despojamiento del bagaje inútil.
La atmósfera de la obra, esa incertidumbre del que va a tientas, está muy bien lograda: la música y las luces, la escenografía de tonos ocres, nos ubican en un más allá de angustia, donde la espera es infinita. Los actores sostienen con profesionalismo esa vaguedad que genera el choque de dos mundos, el de una realidad pragmática y el de un sueño misterioso. En ese contexto, la presencia de un gran espejo frente al que los protagonistas se sientan "para conocerse" parece un dato que suma una obviedad innecesaria en una obra que pretende dejar puntos suspensivos a las elucubraciones filosóficas individuales.
Nuestra opinión: buena
Vagamundos de la autora española Blanca Doménech, nos cuenta la historia de Max, hombre acomodado de alrededor de 60 años que emprende un viaje en la pretendida búsqueda de su hermano desaparecido hace diez años.
En su búsqueda Max llega a una isla remota, perdida, de difícil acceso y casi desértica. Son muy pocos los que la habitan, alejados y aislados del mundo que conocemos. A su llegada pretende cobijarse en el único hospedaje existente; pero su concepción de las comodidades que tendría que ofrecer el lugar y las costumbres de sus anfitriones difieren mucho del mundo conocido y lo reciben con una “hospitalidad” un tanto hostil.
Nada de lo que busca es lo encontrado. Aquello a lo que está acostumbrado y tiene valor pierde todo sentido en esta misteriosa -casi fantasmagórica- isla. El paso de los días y la interacción con los pocos isleños con los que se cruza, en vez de ofrecerle respuestas a sus preguntas, le abren incógnitas que sólo él podrá despejar y solucionar. ¿Cómo formular las preguntas y hallar las respuestas correctas? ¿Es el reflejo del espejo la realidad o tan sólo una interpretación de ella? Cual Ulises en su Odisea, Max tendrá que recorrer el camino y las adversidades, encontrándose con personajes fuera de lo común, y así tal vez, encontrarse a sí mismo.
La puesta de Carlos Ianni es a la vez un trabajo conciso y ambiguo. De manera precisa nos invita a situaciones equívocas dónde uno se pregunta de la existencia o no de la isla y sus habitantes. Los personajes -interpretados por Enrique Cabaud, Teresita Galimany, Mario Mahler, Juan Olmos y Magalí Sánchez Alleno- se presentan distantes, con un halo enigmático, dejando entrever traslúcidamente sus complejidades a través del transcurso de la obra. El trabajo lumínico de Soledad Ianni y la escenografía de Alejandro Mateo también nos proponen esos matices, esos cambios. Con claros y sombras, a través de transparencias, nos trasladan a un submundo extraño, casi fantasmagórico, quizás onírico, dónde uno se pregunta –al igual que sus personajes- por la veracidad de lo que ven sus ojos.
Blanca Domenech escribió Vagamundos, a la que considera la primera de su obras, hace varios años. En 2009 fue ganadora del Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España. Sin embargo, la obra no había sido representada hasta este año. Fue Carlos Ianni, director general del CELCIT, quien propuso por primera vez a Domenech poner Vagamundos en escena.
En la sinopsis de la obra, que escribió la autora para la presentación en Buenos Aires, se lee “creada desde el inconsciente, Vagamundos es un viaje sin ruta prefijada, cuya primera espectadora era yo misma al tiempo que la escribía. Con ello no quiero decir que se trate de puro albedrío, sino un ejercicio de confianza en la propia historia, dejando que se active desde un lado más intuitivo e irracional. Quizá por ello, los elementos más dispares convergen imprevisiblemente, dando pie a lecturas muy diversas y multiplicando las posibilidades de enfocarlo en la escena”.
La obra puede asumirse como lineal, pero debe aprovecharse a partir de los muchos espacios en blanco que propone. ¿Cómo llega Max a una isla desconectada del mundo exterior, en una noche de invierno? ¿Qué lo mueve a buscar a su hermano a quien hace años que no ve? ¿Quiénes son los personajes que habitan esa isla? ¿Desde qué tiempo interpelan al presente?
El campo de lo utópico, pero también el de lo fantasmagórico, es el lugar donde viven estos Vagamundos. La obra construye una lógica que pone en cuestión a la propia historia del hombre que llega a un lugar desconocido y cuyos esquemas chocan absolutamente con los de quienes lo habitan. Es allí donde el espectador debe poner en duda las afirmaciones y las identidades que cada uno dice tener. En la duda, no en las certezas, es donde la visión de la obra se enriquece.
La puesta en escena trabaja sobre esta construcción. La aparición de los personajes laterales desarticulan la lógica espacio temporal que la obra parece sostener. La escenografía construye un fuera de escena que puede abarcar cualquier imaginario, y la iluminación sostiene construye una realidad difuso y engañosa.
Nodal Cultura conversó con Blanca Domenech, autora de Vagamundos, y con Teresita Galimany y Mario Mahler, dos de sus protagonistas.
¿De dónde surge Vagamundos?
BD: Es difícil explicar de dónde surge. Creo que es una obra que responde más una necesidad artística que a un objetivo concreto. Si te refieres a la idea de esta suerte de refugio que es la isla, es porque yo viví durante una temporada en una isla española que es Menorca, y creo que viene de ahí, aunque la obra se distancia muchísimo de lo que fue mi experiencia en el lugar. Ni yo misma puedo llegar a explicar de dónde nace esta obra.
Creo que finalmente surge de mi necesidad de hablar de la huída de la sociedad actual, tan masificada, y de encontrar un lugar casi de utopía, en el cual se pueda crear una sociedad alternativa. Eso que sí creo que viene del mundo del hippismo (como refiere el texto que escribí y es parte de la sinopsis de la obra), que está en el planteo de la obra. Se plantea el choque entre esa forma de pensamiento muy radical, que ataca directamente el sistema actual, con el personaje de Max, que entra en la isla tratando de imponer lo que es la sociedad del presente. Pero me parece que la obra lo que pretende es dejar esto abierto a que el espectador de cuenta de lo que vive con la obra, más que lo que yo puedo contarle a él.
Hay evidentemente un espacio simbólico que se construye en el texto, mucho más que físico. ¿Qué intenta hacer Max allí en ese espacio?
MM: Aparentemente, Max llega a la isla buscando a su hermano que hace 10 años que se fue de la casa paterna. Le sigue el rastro y llega hasta allí. En esa isla se encuentra con gente que tiene otro tipo de vida, totalmente distinta, gente totalmente desconfiada. Él entra con todo el bagaje de su posición capitalista, intenta arreglar todo con dinero y la gente se le ríe en la cara. El va a buscar a su hermano y, poco a poco, empieza a encontrarse a sí mismo. Y parece ser que no es un encuentro muy agradable para él.
¿Cómo es y funciona ese espacio al que llega Max?
TG: En lo físico, la obra plantea que es un lugar al que la gente no llega más que en verano. Ocasionalmente algún turista con un yate que pueda amarrar allí. Es un lugar que no tiene electricidad. Es un lugar de una vida muy aislada. Conscientemente se ha buscado que sea así, que no llegue prácticamente nada del exterior. Es un espacio más meditativo y contemplativo, donde todo lo que sucede en el mundo es muy lejano. Ni siquiera es muy lejano, es absolutamente ajeno.
Nosotros tenemos cuatro personajes en esta isla y algunas zonas muy misteriosas. De esos cuatro personajes, dos compartimos abiertamente un lugar de la isla. Creo que somos fundadores de esta alternativa a la vida que Max representa y no queremos. Los otros dos que están allí, pero que son más misteriosos, no parecen vivir en el mismo refugio. Yo creo que la escritura de Blanca te deja todo abierto, te da algunas señales para que vos completes la historia. Va planteando algunas cuestiones y el espectador termina armando todas las peripecias de Max, y qué pasa con estos seres que viven allí.
Vagamundos recibió en 2009 el premio Calderón de la Barca ¿cuántas representaciones previas a esta ha tenido?
BD: Ninguna. Esta es la primera vez que veo esta obra en escena. De hecho que cuando Carlos Ianni me comentó que quería dirigir esta obra me sorprendió mucho. Yo le había enviado todas mis obras y Vagamundos es prácticamente mi primera obra. Aunque tenía algunas obritas escritas, esta es como la primera de todas. Gracias a ese premio yo comprendí que este era mi camino, lo mismo que por el proceso de disfrute que yo viví al escribirla. Es para mí una obra muy querida. Es una obra que fui creando desde la propia incertidumbre, es una obra que me sorprendía cada día.
Cuando Carlos me dijo “quiero montar Vagamundos”, me quedé sorprendida porque no es fácil, es muy literaria, es larga –aunque ellos han hecho una versión reducida muy acertada, que va a la esencia- y me llevé una grata sorpresa al verla en escena. Es más, tuve la sensación de que fue un milagro, ya que siempre pensé que era la más difícil. Su propuesta me sorprendió y me alegró. Así que esta es la primera vez que la veo en escena. Es un estreno mundial en Buenos Aires.
¿Cómo funcionó entonces el paso del tiempo desde que has escrito la obra hasta esta puesta?
BD: Fue un salto maravilloso, porque me ha permitido reencontrarme con mis inicios. Creo que en estos momentos lo necesitaba. Desde que escribí Vagamundos hasta el día de hoy he desarrollado mi carrera hacia otros lugares muy distintos. He escrito de formas muy diferentes. Esto me permitió recordar porque escribo. Es muy bonito e importante para mí reencontrarme con la obra.
¿Cómo fue trabajar con Carlos Ianni para poner este mundo extraño y apartado?
TG: Yo trabajé muchas veces con Carlos y tal vez la mirada de Mario sea algo más objetiva, ya que para él es la primera vez. Carlos es sumamente tranquilo para trabajar. Te guía, pero te permite descubrir, encontrar, transitar. Si no lo lográs, va encontrando la manera de hacerte ver otros caminos para tu propia creación. Jamás trabajamos con un clima malo, esta manera de compartir el trabajo es una maravilla.
MM: Una de las cosas que me maravillo de Carlos fue que me avisó un año antes de que empezáramos a trabajar. Yo estaba haciendo una obra en el CELCIT y alguna vez lo vi en entre el público. Al día siguiente me mandó un correo electrónico preguntándome si tenía un proyecto para el año siguiente. Como yo no tenía nada planeado, me mandó la obra. A mí me encantó de entrada, y por supuesto le dije que sí. Pasado ese año de espera, la primera vez que nos juntamos nos dijo “Yo no soy de hablar mucho. Si lo que hacen está bien, no digo nada. Si hay algo que no me parece que está bien, entonces les digo”. Y realmente todo el proceso fue fantástico. Yo trabajé todos los días, de lunes a viernes, porque estoy en todo momento en la obra. Es verdad lo que dice Teresita, es un tipo sumamente tranquilo, muy respetuoso del proceso creador del actor.
TG: Pero también nos tomamos tres meses de ensayos diarios, lo que para el off y las condiciones en las que trabajamos, es mucho tiempo. Eso permitió ahondar y llegar al estreno con bastante solvencia.
Una isla y un escenario tienen algo de coincidente. ¿Cuánto la propia naturaleza del escenario, incluso este del CELCIT que tiene dos frentes, ayuda a la idea de lo aislado, y cuánto construyen ustedes con la puesta en escena la idea de la isla y lo aislado?
MM: Hay que resaltar el trabajo de Alejandro Mateo en la escenografía que es extraordinaria y la iluminación de Soledad Ianni que genera un espacio muy bello…
TG: …y crea ese clima de aislamiento. Ayuda un montón a partir de un juego de transferencias, luminosidades. Trabaja mucho entre lo que se percibe, lo que no se percibe, lo que es claro, lo que nos es claro, lo que es más onírico. Aporta distintos planos, es muy bello y quedó muy bien resuelto.
¿Cómo autora qué te aporta el trabajo de la puesta que comentan Teresita y Mario?
BD: Sinceramente las diferentes perspectivas que propone la puesta en escena encajan muchísimo con el texto. Porque lo que está ocurriendo en la obra se abre y se empieza a desplegar un imaginario que puede mirarse desde muchos puntos de vista. El hecho de que la misma sala tenga esas múltiples perspectivas y la duplicación de la mirada, potencia lo que está en la obra. De hecho invitaría al espectador que la vea una vez desde un punto de vista y luego desde el otro.
¿Cómo fue que le enviaste tus trabajos a Carlos Ianni? ¿Conocías el CELCIT?
Si te lo cuento, no te lo creerías. Creo que encaja perfectamente con la obra. En Vagamundos hay una búsqueda de romper los esquemas utilitarios actuales en los que parece que todo ocurre por un interés. Si algo hace esta obra es romper esa idea y se arriesga a buscar algo aleatorio, que no sabes ni siquiera cómo ha ocurrido y que seguro tiene una lógica que no alcanzamos a entender, pero que se está moviendo. Parece que queremos controlar la realidad y es que la realidad tiene unas leyes que nosotros no comprendemos. Y con esto pasó igual.
Yo suelo escribir para una revista que se llama “Primer acto” que tiene bastante difusión por Latinoamérica. En uno de los números escribí un artículo sobre las zonas oscuras de la realidad en el teatro. Un día vi en el facebook que Carlos Ianni había puesto una frase del artículo y una foto mía –yo lógicamente si sabía del CELCIT- y entonces me sorprendí mucho. Resultó que Carlos había leído este artículo y le había llamado la atención esa frase. Entonces le escribí, le agradecí y a partir de ahí empezamos a conversar. Así fue que me pidió las obras y las leyó. Entonces me escribió un día y me dijo “voy a montar Vagamundos”, y como dijo Mario, me avisó un año antes.
¿Cómo les suena a ustedes, Teresita y Mario, que haya alguien joven como Blanca proponga una vuelta a la idea de la utopía?
TG: A mí en un punto me resultó un territorio muy familiar, justamente por nuestra cercanía generacional a ese sueño. Me produjo como un reencuentro, como un deja vú. Como un “epa! Pero esto pueden ser nuestros seventies!”
MM: A mí me hizo volver a escuchar a King Crimson, Porque me acordé de “Formentera lady”, de Isla de Wight. Me llevó directamente a los setenta.
El director adaptó un texto de Blanca Doménech. Dice que la pieza aborda un viaje de autoconocimiento e interpela al espectador: “Le pregunta si la vida considerada normal es la única que puede ser vivida”.
“Vivo tratando de descubrir nuevas voces del teatro latinoamericano”, asegura el director Carlos Ianni, desde los 80 al frente del Celcit, una institución dedicada no solamente a la divulgación del teatro iberoamericano, sino también a la producción y la docencia. El Celcit fue pionero en el uso de Internet, primero en formato de foro de discusión y ahora, a través de las redes sociales, Ianni continúa con su tenaz trabajo de republicación de notas sobre teatro aparecidas en los medios. Fue también a través de las facilidades que ofrece lo virtual que conoció a la madrileña Blanca Doménech, autora de Vagamundos, la obra que está presentando en estos momentos en la sala del Celcit de Moreno al 300. El elenco está integrado por Enrique Cabaud, Teresita Galimany, Mario Mahler, Juan Olmos y Magalí Sánchez Alleno.
Premiada en 2009 con el prestigioso Calderón de la Barca, la obra reúne a un grupo de personas empecinadas en vivir según sus propias reglas en un paraje alejado de las costumbres de la vida urbana. Hasta allí llega un desconocido con un objetivo que va transformándose a medida que pasa el tiempo, tanto, que la aventura termina en viaje de autoconocimiento. La pieza plantea, además, un sutil juego de tiempo y espacio que el espectador deberá desentrañar. Es uno de los aspectos que más entusiasma al director, que propuso a la autora cambios en el lenguaje que utilizan los personajes para volverlos más argentinos.
–¿Qué territorio presenta Vagamundos?
–Hacia fines de los años 80, la autora viajó a la isla de Menorca para pasar sus vacaciones, pero finalmente se quedó allí 4 años. Cuenta que en los años 70 la isla había sido refugio de hippies de Estados Unidos y de Europa y que después quedaron los que permanecieron viviendo según sus propias reglas, pasada su juventud y más allá de la moda.
–¿La obra habla del poder de las utopías?
–Absolutamente. Todavía creo en las utopías porque, como decía Galeano, son lo que nos ayuda a seguir caminando. Pero es muy interesante el fenómeno de la percepción. Cuando estamos haciendo una puesta pensamos que dominamos una serie de signos y en realidad no sabemos cómo serán decodificados, según la edad, el género y tantas otras variables.
–¿Qué asuntos plantea?
–La obra interpela de diferentes maneras. También hace vivir un viaje de fantasía. Y propone descifrar algunos misterios. Pero fundamentalmente pregunta si la vida considerada normal es la única que puede ser vivida. Yo me lo planteo: tras 42 años haciendo gestión institucional, además de docencia y de poner espectáculos, creo que quisiera quedarme sólo con las clases y la vida artística. Y que el equipo que fui formando continúe esto que creé a lo largo de toda mi vida.
–¿Qué es lo que tiene que tener una obra para montarla?
–Me tiene que producir un flechazo, un acto de enamoramiento. Que sienta que no estoy completo si no la hago. A veces hay que esperar, claro, y se transforma en un amor sufrido. Pero siempre me tiene que plantear un desafío. Y contar algo que vale la pena compartir.
–Cree en el teatro que transmite un mensaje…
–Siempre hay un mensaje. Hasta la ausencia de mensaje lo es.
–¿Cómo vive este presente?
–Lo vivo mal. Se compara este proyecto económico con el de la dictadura o el neoliberalismo de Menem pero ahora es peor, porque en 12 años vimos que las cosas del Estado se podían gestionar de otra manera.
Uno de los descubrimientos mas maravillosos generados por el ser humano a través de su existencia fue ese espejo donde uno puede mirarse y también identificarse y que podemos afirmar que no es otra cosa que el teatro.
Alguien manifestó que el arte teatral está hecho a retazos de la vida misma y que en ella se ven reflejadas todas las alternativas que nosotros, los mortales, podemos generar. Esta concepción cultural, además de toda la belleza que en ella está explicita, tiene la virtud de estar también basada en mostrar e indagar.
Y esto es un poco lo que de algún modo es esta brillante muestra teatral que es VAGAMUNDOS, este riquísimo retazo de la vida de quienes soñaron y aun sueñan con un mundo distinto.
La historia de la humanidad, desde sus mismos comienzos conocidos siempre estuvo con la concepción del poder y la riqueza. La deshumanización de la sociedad se debe a ello y mucho de tal degradación la percibimos en la tematica de la obra.
La llegada de un viajero a una isla casi desierta en la búsqueda de uno o dos hermanos, y que lo viene haciendo desde hace diez años es leit motiv, diríamos central de la tematica de la obra y pide ayuda a cambio de dinero para lograr el reencuentro. Tal objetivo se contrapone casi con violencia y de su prepotencia formada en una sociedad capitalista, donde todo se dirime en valores monetarios, con seres que no tienen en el dinero una primacia para su existencia.
La autora de este riquísimo texto, Blanca Domenech, logra quizás, por haber vivido la experiencia de la rebeldía juvenil de los años sesenta del siglo pasado, y representar una lucha de clases entre la reacción de estos jóvenes y el poder, el egoísmo de las clases dominantes.
Magnifico trabajo actoral, sin fisuras mediaticas, bien elaborados los personajes y tal merito es, sin dudas, a la magnifica dirección de Carlos Ianni. Una estupenda realización que luego de disfrutarla, motiva a repensarla y encontrarle el quid a este enfrentamiento, no solo generacional, sino entre una concepción vivencial donde todo se resuelve mediante el poder del dinero, con seres en busqueda de una sociedad más racional.
Cuánto recordamos de nosotros mismos, sin tantas distracciones que nos hemos agregado?¿Cuándo estamos solos con nuestro consciente?
Este texto de Blanca Doménech posee la clara intención de obligarnos a observar nuestra vida cotidiana, el absurdo de sostener todo lo que con sacrificio logramos. Darnos cuenta de que trabajamos el 60% de nuestra vida para conseguir objetos o servicios, para sorprender a personas que solo veremos por breves instantes, y que ante nuestros seres más queridos, más importantes, aquellos que llamamos verdaderos vínculos, nos presentamos desprovistos de todo, solo con lo de entrecasa.
La dirección de Carlos Ianni dobla esta apuesta y coloca el material en un grado de alusión, brindándole un tono poético. Y apoyado en la escenografía de Alejandro Mateo y el diseño de iluminación de Soledad Ianni, conforma un sistema kafkiano que favorece al relato. En esta bella anécdota coexisten personajes de distintos lugares y de distintos tiempos. Las actuaciones de Enrique Cabaud, Teresita Galimany, Mario Mahler, Juan Olmos y Magalí Sánchez Alleno son un placer a los sentidos; logran composiciones totalmente acordes al relato. Cada cual posee características que los hace únicos y esa es otra de las señales, no tratar de ser el mejor, lograr ser único, sin identificarse con nada, tan solo con aquello que nos da el placer de la serenidad.
Todo transcurre en una perdida isla en algún lugar desconocido, allí no hay nada que refiera a la civilización como la hemos configurado en nuestros días.
Por el contrario, allí todo es delicado y conforma un nuevo hábitat, muy distinto, sin presiones, sin tiempo, con mas contención desde el semejante. Una verdadera teoría deseada, una utopía que es la que nos ayuda a ser felices.
Creador decisivo de la escena independiente, Carlos Ianni pone en discusión las difíciles condiciones de la producción teatral y busca revalorizar el valor de la palabra; con Vagamundos reflexiona sobre la cultura hippie
Es un activo buscador de nuevos textos dramáticos. Lleva a escena aquellos que más lo inquietan. Incluye otros en la biblioteca virtual del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit), institución de la cual es su director. A Carlos Ianni le siguen apasionando las historias y, sobre todo, otorgarle a la palabra un lugar preponderante dentro del teatro.
No siempre fue así. Formado en artes visuales, codirigió sus primeras producciones escénicas con el destacado artista plástico Guillermo Kuitca. El creador recuerda que esos proyectos eran sumamente experimentales, que ambos intentaban poner pinturas en movimiento y para ello utilizaban actores o bailarines. Ese proceso de búsqueda culminó y él ingresó en una crisis creativa de la que le costó salir.
"Por suerte esa etapa coincidió con la creación del Celcit y ése fue y sigue siendo un espacio de trabajo muy placentero -aclara-. Estuve siete años distanciado de la dirección. Cuando volví lo hice con una preocupación, con una mirada muy atenta en el trabajo del actor sobre el escenario."
Si bien su producción está muy ligada con autores iberoamericanos (Monogamia, de Marco Antonio de la Parra; Cita a ciegas, de Mario Diament; Antígona, de José Watanabe; Riñón de cerdo para el desconsuelo, de Alejandro Ricaño, entre otras) no dejó de lado a creadores de otras nacionalidades. Es muy recordada su puesta de Minetti, de Thomas Bernhard, protagonizada por Juan Carlos Gené.
Actualmente está presentando en el Celcit Vagamundos, de la española Blanca Doménech. Su encuentro con la autora fue muy especial. Ianni leyó un artículo que ella había publicado en la revista Primer Acto, posteó una frase en Facebook y la escritora se lo agradeció. Comenzó una relación entre ellos que llevó a que Doménech le envíe sus obras. Así se produjo el estreno de Vagamundos, que está interpretada por Enrique Cabaud, Teresita Galimany, Mario Mahler, Juan Olmos y Magalí Sánchez Alleno.
Es muy atractiva la anécdota que llevó a la dramaturga a producir su texto. Cuando era muy joven llegó a Menorca y se encontró con un grupo de habitantes que se había instalado en la isla en tiempos del hippismo. Ellos habían generado un tipo de habitat muy particular. Como si hubieran necesitado aislarse del mundo real para dar forma a una sociedad que contuviera sus verdaderos anhelos. "Esa es una de las puntas interesantes que tiene la obra -aclara el director-. Hay un personaje que llega a esta isla con todo el bagaje cultural que tenemos, con toda esta idiosincrasia capitalista donde pretendemos resolver todos los problemas con dinero y se encuentra con gente que tiene otra forma de concebir el mundo. Lo interesante es ese contraste."
Una historia que, sin dudas, al creador no le resultó muy difícil de reconocer. Estuvo ligado a aquellos principios generacionalmente. "Sin duda me resonaba mucho -dice-. La autora tiene cuarenta años y escribió esta pieza hace ocho. Obviamente ella conoció Menorca y a esa generación de hippies pero que ya, a esas alturas, tenían poco de eso. Nosotros mamamos esa época. Si bien creo que en la Argentina nos llegaron cosas como el flower power, la ropa de colores, el pelo largo, la barba, esta voluntad de cambiar el mundo estaba muy emparentada también con la lucha política de esos años. Fuimos una generación que creímos que podíamos cambiar el mundo. Después nos la dieron por la cabeza. Para mí este texto tenía muchos puntos de contacto. Sabía de que hablaba, no debía documentarme."
-Explicabas que cuando decidiste volver a dirigir lo hiciste con la intensión de hacer foco en la actuación. ¿Qué cualidades ves hoy en los actores locales?
-En los años 60 el centro del trabajo del actor estuvo puesto en la experimentación de las emociones genuinas. Esto relegó lo que era una característica en las generaciones anteriores: el tratamiento de la palabra. En las generaciones más jóvenes está mucho más agravado. De los años 80 a esta parte hay una revalorización del trabajo del cuerpo y los intérpretes hoy están muy entrenados corporalmente. Lo que nos queda es volver a hacerlos portadores de la palabra.
-¿Crees que el medio actualmente contribuye a valorizar las capacidades de un actor?
-Siempre se habla de la vitalidad del teatro de Buenos Aires, su calidad, la cantidad de salas. Me preocupa esta brutal reducción que se ha hecho al condenar a los espectáculos a hacer una función por semana. Yo conocí aquel teatro independiente que hacía cinco o siete funciones semanales. Este fenómeno, al que creo que nadie le presta demasiada atención, está atentando contra un patrimonio intangible como lo es la calidad de los actores. Ellos se la rebuscan bastante bien. Hacen más de una obra por semana. La verdad es que no hay rentabilidad posible para un espectáculo que hace sólo una función. Hoy tenemos una producción superior a la capacidad de distribución que tienen las salas. Las temporadas se achican. En una sala conviven entre cinco y siete trabajos. ¿Qué aspectos podés investigar en tu labor como actor haciendo una función semanal? ¿Qué investigación interesante podes realizar espacialmente cuando las escenografías tienen que desarmarse en diez o quince minutos y, a veces, no tenés donde guardarlas? También se da una realidad interesante, los actores no quieren hacer másde una función y los asustan las salas grandes. En la década del 80 yo regenteaba primero la sala Planeta, que tenía 250 localidades, y como me quedó chica tomé el teatro Margarita Xirgu, con 500 butacas. Los grupos, por ejemplo, vienen al Celcit y cuando les explicamos que entran 92 espectadores dicen que es un espacio grande. Ciertas encuestas dan cuenta de que hoy tenemos la misma cantidad de público que hace 30 años, cuando sólo había 50 salas. También se dice que ese público hizo o hace teatro. Se habla de un público endogámico. Todos estos aspectos me resultan muy preocupantes.
La búsqueda de la propia identidad es una de las aventuras más intrigantes del viaje de la vida.
Inspirada en una experiencia personal, Vagamundos, de Blanca Doménech, cuenta la historia de un hombre que llega a una isla donde la gente vive desprendida de aquellas cosas que nos vuelven tecnodependientes. Un mundo aislado y perdido en el mapa, sin celulares ni Internet, sin electricidad, sin prisa, en el que solo cabe ocuparse de resolver los verdaderos enigmas existenciales.
Creada con tonos surrealistas con la inteligente dirección de Carlos Ianni, la trama se desarrolla en un «no lugar» donde el protagonista conoce a un grupo de personas que eligieron reencontrarse con la naturaleza libre de cualquier forma de contaminación. Inmóvil en apariencia ante la belleza circundante, los habitantes de la isla ofrecen respuesta a la pregunta latente que no se formuló.
Este mundo invisible pero necesario propone una reflexión sobre la forma en que vivimos e indaga sobre el modo en que organizamos nuestras prioridades en la conciencia y cómo llevamos esa jerarquía a la práctica. La obra expone, con una preciosa metáfora, la discordancia entre el mundo mejor en el que nos gustaría vivir y la realidad con la que nos enfrentamos, día tras día, sin grandes cambios a pesar de todo.
Vagamundos es, ante todo, una experiencia existencial que invita a pensar en quiénes somos y qué hacemos, y, de ser posible, contrastarlo con aquello que vemos ante el espejo de nuestra conciencia, en la más grande de las aventuras.
Jacinta fue siempre un misterio, pero a la vez, la sola imagen de su presencia —bajo la luz claroscura del umbral— logró despertar intriga entre los transeúntes urbanos, amantes del teatro, entre otros lectores y navegantes de este mundo. Gracias a la buena acogida que tuvo durante su estreno en Setiembre de 2016, la obra del dramaturgo Arístides Vargas vuelve por segunda temporada a los escenarios del CELCIT. Un encuentro exquisito para rescatarnos del olvido.
Una gama muy variada de historias se entrelazan en el transcurso de estos 65 minutos. Como piezas inequívocas de un mismo laberinto, transportándonos a otras épocas con atmósferas que giran y cambian de color, de aromas y de voces, pero que mantienen vivo el suspenso por los relatos de una abuela narradora que profundiza en los secretos que aún habitan en su memoria. Desde esos territorios familiares irán emergiendo personajes despojados que se enfrentan al dolor del abandono, a la vida sin sentido cuando no hacemos más que resignarnos a la infelicidad, o a vivir bajo la sombra de las cosas que callamos para siempre.
A través de pasajes reinventados, los viajes imaginarios entre el presente y el pasado suceden constantemente en la imaginación de una anciana que convive con su nieta y los fragmentos sobrevivientes de los años. Son justamente esos recuerdos los que iluminan sus miradas; pasajes surrealistas que dan vida a los relatos, inmersos en asuntos de familias resquebrajadas, relaciones humanas que en algún instante se acabaron —ante la partida y las ausencias— o que inevitablemente se perdieron en el humo de la distancia. La soledad, las injusticias de la vida o de la época, los roles, las jerarquías, los sentimientos reprimidos, las palabras que se fueron porque nadie las nombró, todo se fusiona en el universo de lo narrado.
Las metáforas del fluir con los procesos de la vida, los personajes fronterizos, afantasmados, reaparecen o se reinventan desde la ficción para volver a esos momentos que se escaparon de sus manos, para recorrer los escenarios de los libros usados, las memorias de Lázaro, las fiestas de los hombres militares y todos esos otros pequeños acontecimientos que enriquecen las tramas y revelan las herencias. Una telaraña enlazadora de mundos que se comenzó a tejer desde los reinos internos de la dramaturgia de Arístides Vargas.
Poco a poco las miradas, los bailes, las situaciones de pobreza, los golpes del mal tiempo, las peleas, la desolación y las risas de los corazones exiliados irán fabricando profundas reflexiones en la conciencia de los presentes. Y será ahí, en esos momentos de magia y de silencio, donde la memoria vuelva a cobrar vida para enfrentar las cosas que jamás se hicieron, y nombrar los nombres y los sentimientos, y revivir las voces —o los gestos— de aquellos que alguna vez se amaron en secreto.
Un náufrago de traje y corbata recala en una isla donde subyace una historia de veraneantes de buen vivir que anhelan por corto tiempo fundirse en la naturaleza. El hombre desembarca de una mísera barcaza, fuera de temporada y en época de tormentas. En ese paraje poblado de sombras antes que de personas no existen elementos que permitan comunicarse con el exterior. Situación que desconcierta al forastero y dispara preguntas en el espectador de Vagamundos, creación de la dramaturga y docente española Blanca Doménech, y Premio Calderón de la Barca 2009, que se presenta en el Teatro Celcit (Moreno 431), dirigida por Carlos Ianni. La puesta, abreviada respecto del texto original, publicado en 2010, en Madrid, potencia las reacciones de Max, náufrago rebelde ante el áspero recibimiento de los habitantes del único hotel de la isla. Dos personajes que le imponen códigos y limitaciones, especialmente Diana, quien también sabrá responder con evasivas, como Oliver. Sin salida y entre dudas, el forastero se preguntará si sólo serán dos los pobladores ya que oirá pasos en las habitaciones “inhabilitadas”. ¿Será una “representación” mental del atribulado Max? ¿Una amenaza tan ingobernable como la tormenta que hace marco a esta historia? Crear situaciones que anuden “inquietud y misterio” es una de las aspiraciones de Doménech, equiparable a su deseo de “ofrecer pistas para que cada espectador reconstruya su propia historia”. La versión vista en el Celcit difiere en algunos puntos del texto original, pero “el propósito no ha sido modificado” –observa la autora en esta entrevista-. “Vagamundos se puede interpretar de muchas maneras –subraya-, pero la intención es la misma: no contar algo concreto al espectador, sino sacarle de su forma habitual de pensar, y llevarle, como en un viaje, a otra forma de pensamiento y a preguntarse quién es realmente.”
--Todo un tema para un protagonista como Max, atado a reglas…
--Max es el típico hombre rico que tiene lo que desea pero carece del contacto con lo que es. Fuera de esa isla creía controlarlo todo, y ahí, entre tantas carencias, debe enfrentar una nueva situación. La obra pretende mostrar el proceso interior de una persona que se busca a sí misma.
--¿Por eso eligió la rusticidad de una isla sin contacto con el exterior?
--Aunque mi experiencia no ha sido la del personaje, creo que en parte me basé en lo que sentí cuando pasé una temporada en un lugar donde el sistema que rige en las ciudades no tenía razón de ser. Los mecanismos de poder que manejan personas parecidas a este Max, allí no funcionaban. Era y es el mundo anti-sistema. Es también la etapa que viví en la isla de Menorca (islas Baleares), donde se habían instalado comunidades hippies, de las que había mucho menos cuando llegué. Quedaban, sí, personas que repudiaban a las sociedades que van detrás del dinero y de otras formas de poder. Quise llevar a Max, prototipo del capitalismo actual, a un lugar donde su forma de comportarse perdiera sentido y se viera obligado a encontrar herramientas nuevas.
--¿Cómo lo definiría?
--Como alguien en guerra consigo mismo, obsesionado por la pérdida de un hermano o de dos. No lo sabemos. Es un trauma que ni él comprende.
--En la obra se dice que no somos personas sino influencias. ¿Actuamos influidos por otros?
--Exacto. Es cuando perdemos identidad y nos creamos una imagen a partir de lo que otros piensan.
--Imagen que a veces se “fabrica” para obtener algún rédito.
--Ahí está la clave. Y quizás sea la falta de búsqueda de uno mismo la que trae una primera complicación: cerrarse al entendimiento, no comprender dónde nos encontramos y finalmente sentir el vacío.
--Limitación que comparte otro personaje al decir que “es imposible encontrar aquello que no quiere develarse”.
--Es que sabemos poco de la vida y de nosotros. Preferimos el misterio aunque nos produzca angustia, de la que escapamos acudiendo a superficialidades.
--En el texto y no en la puesta, Vagamundos se acerca más a la literatura que a la escena. ¿Es intencional?
--No hubiera podido escribir esta obra así como está si hubiera partido de acciones concretas, o sea directamente de la escena. He leído y leo mucho y mis referencias no son siempre conscientes. El texto mantiene el espíritu de la literatura, y en ese aspecto es un reto para el director.
--¿A qué se debe su interés por la neurociencia en el teatro?
--Parte del deseo de saber qué es “ser humano”. Siendo niña, de apenas diez años, me despertaba sonámbula por la noche. Una vez, salí a la calle a las tres de la mañana, sola y con frío. Cuando desperté en mi habitación supe qué había hecho, también porque me lo contaron. A raíz de ese sonambulismo, desde pequeña me preguntaba quién soy. ¿Cómo era posible que algo de mí no tuviera ningún control? Para un adulto tiene y tenía explicación, pero no la tenía para una niña de esa edad. Ese sonambulismo me horrorizaba. Quizás entonces se gestó en mí este deseo de saber qué somos y esta percepción de que existen zonas oscuras que se nos escapan.
--¿Eso es lo que experimenta Max cuando siente que su cabeza va a explotar?
--Le sucede a este personaje y a cualquiera que sin conocimiento de sí mismo le quiten su zona de confort. La situación lo desestabiliza y es difícil que de ahí nazca una nueva personalidad, aun cuando creo que si llegara a nacer esa otra personalidad lo que suceda será inabarcable.
--¿A qué se debe la obsesión de los personajes por el espejo y la creación del taller Nudo de espejos?
Ese título lo he puesto por el poema de André Breton, fundador y teórico del surrealismo. En ese taller la propuesta es la de un viaje al interior del entramado dramático desde una concepción inconsciente. El espejo es en la obra un elemento que dentro de la búsqueda de la identidad forma parte del juego teatral. Es extraño. Cuando escribí la obra me miraba mucho en el espejo y no sabía quién era. De hecho, a veces me asustaba.
--¿De su mirada?
--Sí, por eso nos cuesta mirarnos. Y de esto va también Vagamundos; de mirar directamente a las personas y las cosas.
--¿La mirada no miente?
--Puede que no mienta, pero tampoco lo sabemos… La mirada es la entrada al cerebro.
--Y la “entrada” al espejo es el inicio de un cuento…
--Creo que los niños tienen más contacto con ellos mismos que muchas personas adultas. Conectan rápidamente con la imaginación, recrean historias, juegan… Todo eso que en el adulto se va deshaciendo. No sucede con todos los personajes de Vagamundos, pero en Max hay algo de niño. Recurre a la memoria de sus hermanos que es como volver a la infancia. Así lo he sentido. No quiero dar explicaciones sobre la obra, pero ese recuerdo y su búsqueda - como dice Diana- asfixia todo cuanto le rodea. El ve a sus hermanos en todas partes… Esta puesta en el Celcit sintetiza la obra y tiene clara referencia a lo que pretendo: descubrir visiones diferentes. Es muy interesante lo que han hecho Carlos Ianni y el elenco, porque invita a que cada uno haga su propio viaje y pueda salir de una forma lineal de pensamiento.
Vagabundos puede verse como un relato fantástico pero he trabajado en otras ramas, en teatro científico y político, sobre todo en temas vinculados a reformas sociales. A través de la investigación en neurociencia he escrito Hydra documentándome con el neurobiólogo español Rafael Yuste, que vive desde hace muchos años en Nueva York y es director del laboratorio de Neurotecnología de la Universidad de Columbia. En los últimos dos años he escrito textos experimentales. En este momento, la dramaturgia está dispuesta a investigar cómo funciona científicamente la reflexión, la memoria y la creatividad.
Calificación: Muy buena
Una sugestiva observación a la existencia es lo que propone “Vagamundos”, dirigida por Carlos Ianni, en el Celcit.
Un hombre va en busca de su hermano a una solitaria isla en algún lugar del Pacífico o no se sabe dónde. Allí, luego de una larga e inhóspita travesía llega a un hábitat, conocido como “refugio”, en el que lo reciben un hombre y una mujer no demasiado sociables a simple vista. El forastero les dice que busca a un hombre al que hace diez años no ve: es su hermano.
Sobre esta idea de la búsqueda de un hermano de lazo sanguíneo, un par o un “otro” que tal vez el forastero necesita ver, escuchar, tocar, abrazar, o encontrar, la española Blanca Doménech (premio Calderón de la Barca) elabora un entramado dramatúrgico en su pieza “Vagamundos”, en la que ahonda, no sin imperfecciones, en lo que ella define como técnicas de surrealismo: “un concepto planteado desde la propia construcción de la historia: un viaje sin ruta prefijada, en el que la escritura se convierte en un dictado del pensamiento con la mínima intervención posible de la razón. Un ejercicio de confianza en la propia historia y en los recursos que manejas como autor, dejando que se activen desde un lado más intuitivo e irracional”. De este modo, agrega: “los elementos más dispares convergen imprevisiblemente y la escritura adquiere múltiples significados”.
Doménech explica lo transcripto más arriba en su página –contextotextual.es- y para agregar un dato más ella misma señala que estudió con los reconocidos Juan Mayorga, José Sanchís Sinisterra, Jorge Galcerán y Ernesto Caballero.
SUTIL SUBTEXTO
Lo cierto es que su pieza parece buscar más una cercanía al cine que al teatro, pero el director Carlos Ianni logró moldear, darle forma a ese texto que por instantes roza el drama, la confrontación áspera entre los personajes, y, por otros, se somete a unas leyes dramáticas a las que el teatro no está demasiado acostumbrado. Es decir va la búsqueda misteriosa de lo fantástico y es en ese sutil subtexto, en el que la autora exige una intervención del imaginario del espectador, para completar lo que ella no dijo, o no quiso decir y el director de la pieza, tampoco quiso explicitar. Esta decisión obliga al espectador a zambullirse en su propio bagaje cultural y decir por ejemplo: que la obra trata de algo misterioso, inexplicable que une a sus personajes. U otros podrán pensar que ese hombre de ciudad que llega a una isla con traje y corbata, va en busca de un hermano desaparecido hace diez años y que quizás el buscado es un individuo que huyó de algo o de alguien. O qué simplemente decidió alejarse de la sociedad de consumo, apelando a las premisas sesentistas del hippismo o el new age, para reencontrarse con su propia esencia como individuo. Todo es válido y de eso se vale la dramaturgia para invitar a repensar, repensarnos y exigirnos ser espectadores activos de una historia que como un friso se muestra ante nuestros ojos.
JUEGO DE ESPEJOS
Tal vez por esto último, que lo fantástico o fantasmagórico asoma a través del simple reflejo en un supuesto espejo, que el individuo al observarse va intentando descifrar quién es, qué lugar ocupa en este mundo, quizás, o cuán sincero es consigo mismo. En fin… los interrogantes que se abren son demasiados y quedan a la elección de quién vea esta pieza que transmite un magnetismo extraño, que por momentos molesta al que observa en su afán de indefiniciones, pero qué, precisamente, obliga a repensarnos un presente indescifrable, misterioso, tanto, tal vez, como la vida misma.
Pero a no desesperar porque algunos de esos interrogantes se darán a conocer a través de un final tan desconcertante, como fascinante a la vez.
Carlos Ianni desde la dirección supo guiar a sus actores por las arenas movedizas de un accionar en el que no se intenta explicar nada, sino ir descubriendo con los mismos personajes las propias inquietudes e interrogantes que los afligen. Acá hay matices, hay voces que se sinceran, se pierden en la vastedad de lo quieren intentar descifrar, pero hay en especial un equipo actoral que responde al unísono a un universo tan existencial, como efímero y cambiante. Porque así tal vez es el ser humano.
Teresita Galimany, Mario Mahler, Juan Olmos, Enrique Cabaud y Magalí Sánchez Alleno, se apropiaron de sus papeles como si cada uno respondiera a una nota musical, lo que permitió que cada uno entrara en sintonía con el otro, en el momento justo, preciso, que la puesta en escena así lo requería.
Alejandro Mateo desde la escenografía y el vestuario creó una ambientación más bien onírica, sugerente y sugestiva a la vez, que fue muy bien acompañada por la iluminación de Soledad Ianni.
con Yoska Lazaro (España)
3 de octubre al 21 de noviembre
Jueves de 15 a 17
con Ángel Solovera y Claudio Pueller (Chile)
15 de octubre al 19 de noviembre
Martes de 19 a 21
con María Svartzman
6 de mayo al 25 de noviembre
Lunes de 18:30 a 21
con Teresita Galimany
12 de junio al 31 de julio
Miércoles de 19 a 21
con Gustavo Schraier
A demanda
65 minutos de video tutorías