Donde el viento hace buñuelos

De Arístides Vargas. Dirección Carlos Ianni. Con Teresita Galimany, Adriana Genta.  16 de agosto al 8 de noviembre

De Arístides Vargas (Ecuador). Con Teresita Galimany y Adriana Genta

Entrevistas a Teresita Galimany, Adriana Genta y Carlos Ianni. Imágenes del espectáculo

Sinopsis

Autor
Arístides Vargas
 

Miranda: Teresita Galimany
Catalina: Adriana Genta


Fotografías
Soledad Ianni
 

Música
Osvaldo Aguilar
 

Utilería
Solange Krasinsky
 

Asistente
Mariana Arrupe
 

Diseño de iluminación y dirección
Carlos Ianni

 

Este espectáculo cuenta con el apoyo de Proteatro
 

Espectáculo sin intervalo
Duración: 65 minutos



Teatro CELCIT. Temporadas 2004-2005-2007-2014-2015

 

Nota: Durante las temporadas 2004 y 2005 el papel de Catalina fue interpretado por Beatriz Dellacasa

 

El argumento es muy sencillo.

El personaje Catalina y el personaje Miranda se acercan a una instancia decisiva en sus vidas. Mientras esto sucede, recuerdan momentos donde los días se presentan sin ningún orden.

No existe orden en el tiempo, no existe orden en el espacio, ha desparecido la crónica.

La única posibilidad de ordenamiento son los afectos pero estos son imprecisos, ilusorios.

El orden, entonces, no es probable; es la organización precaria de nuestros afectos lo que garantiza que el otro no se pierda en soledad.

Es esto y únicamente esto lo que justifica nuestra entrega sin reservas a otro ser humano.

A veces pienso la vida como un conjunto de fisuras, de grietas, de donde sale una luz tan intensa que me hace sospechar que ahí dentro, algo sucedió.

Tal vez se trate de captar el resplandor de lo sucedido.

La vida fracturada me permite preguntarme: ¿qué es lo que me hace humano, la certeza de que he nacido, de que vivo, de que voy a morir?

No sé, tal vez sea mi relación con el dolor del otro, pero no el dolor lacerante tan grato a ciertas religiones que lo elevan a categoría fundamental. No, el dolor del que les hablo es aquel que surge del incesante acto de vivir, en el transcurrir no en soledad sino en alguien que está fuera de nosotros, en otra persona, en la soledad de mi semejante que es mi propia soledad.

El acompañar al otro en su acto de vivir-morir funda una pequeña comunidad afectiva.

La amistad es una de sus manifestaciones más intensas, tan profunda como "bahía de aguas profundas..."

Arístides Vargas
San Juan de Puerto Rico
30 de abril de 2004

Notas y críticas

Donde el viento hace buñuelos

El exilio, el exterior y el interior es una temática recurrente en la dramaturgia de Arístides Vargas. La memoria, el recuerdo es el lugar del exilio interior donde sus personajes buscan refugio para un presente de ausencias, para una realidad que no se decide a ser. En Donde el viento hace buñuelos dos personajes, dos mujeres, Miranda y Catalina, que recuerdan a los personajes de Esperando a Godot, esperan el momento del descanso, un hombre duerme o está muerto, pero está en el lugar que ellas desean ocupar manteniendo mientras tanto una vigilia atenta y necesaria. En un espacio despojado, el haz de luz ilumina los cuerpos de las actrices sentadas sobre sendas valijas que hablan de un viaje, el de la vida; y que guardan los objetos caros a los recuerdos, aquellos de que no se pueden desprender sin dejar todo de sí mismas: un títere de perro,  Buñuelo, unos lentes, un barco de juguete. La textualidad dramática está atravesada por las referencias al cine del director surrealista, y a su película Un perro andaluz, metáfora de una época y de la búsqueda una libertad transgresora. Al igual que en el filme, el texto y la puesta, que lo respeta en su totalidad, se mueven en una no temporalidad lineal, donde pasado y presente se cruzan en un tiempo otro, el del recuerdo, el de los sueños perdidos. La aridez del paisaje contrasta con la búsqueda de color de sus trajes que están confeccionadas con colores cálidos: naranja, verde, amarillo, rojo. Música y luz se conjugan con justeza para delimitar los espacios que el relato va creando, y darles cabida a los personajes que se incorporan a la escena a través de la presentación del relato. Mientras esperan, narran fragmentos de sus vidas, aquellos que tienen que ver con una historia íntima y personal, aquellos que tienen que ver con la Historia de todos, la que provocaron otros, la que construyeron otros para sus cuerpos y sus almas. Momentos de libertad suprimida: por la religión, por la sociedad patriarcal, por la dictadura, que surge sustentada en los dos primeros pilares.
 
Arístides Vargas es en este momento un dramaturgo recuperado por nuestro campo cultural teatral, indiscutido, y sus obras son fundamentales para cerrar una de las tantas heridas que nos produjo la última dictadura, para volver también nosotros de los exilios externos e internos. El texto es de una belleza poética a la que su escritura nos tiene acostumbrados; fragmentado, construido por cuadros, nos remite a un pasado que es constitutivo del estado actual de sus personajes, pero que necesita decirse en voz alta para exorcizar el horror, y poder pedir consuelo y a la vez perdonar. Las actrices logran captar el subtexto que las palabras del dramaturgo guardan y ponen el cuerpo con eficacia para llegar a un espectador que se sostiene en el hilo conductor de su discurso; que se conmueve con la voz y sonríe con la ingenuidad o la picaresca de algunas de las situaciones, porque el dramaturgo sesga la tensión dramática con un humor absurdo, pero necesario. Como en la vida, aún en sus momentos más oscuros, hay momentos para compartir la risa, además del dolor y la memoria.

Azucena Ester Joffe, María de. Luna teatral. 01/10/2014


El deseo de mitigar la ausencia

Carlos Ianni estrenó Donde el viento hace buñuelos, de Arístides Vargas.
El director ya había presentado en 2004 una primera versión de esta obra atravesada por temas como la pertenencia y la memoria. “Puse en crisis todo lo hecho diez años atrás –dice Ianni–. La historia sigue siendo la misma, pero está mucho menos apoyada en la nostalgia.”
 
La memoria, el exilio y el olvido, como deseo de reescribir la propia historia o mitigar la ausencia, retornan una y otra vez al teatro para ofrecer nuevas miradas sobre temas que han trastrocado vidas. Uno de estos trabajos es Donde el viento hace buñuelos, del actor, dramaturgo y director cordobés Arístides Vargas, educado de niño y adolescente en Mendoza, donde estudió teatro en la Universidad de Cuyo e integró elencos conducidos por grandes maestros. Desde allí partió al exilio en 1976, primero a Perú y luego a Ecuador, donde reside y conformó el Grupo Malayerba en la década del ’80, con el que ha llevado a escena obras que cruzan realidad y mito, como Pluma, Nuestra Señora de las Nubes, La edad de la ciruela, Instrucciones para abrazar el aire y La razón blindada, basada en los viajes que realizó su padre al penal de Rawson para ver a Chicho, hermano de Arístides, preso por su militancia política en 1975.
 
Esta vez quien redescubre nuevas imágenes en la intensa y poética prosa de Vargas es el director y docente Carlos Ianni, realizador, entre otras puestas, de Viaje a la penumbra, de Jorge Díaz; Antígona, de José Watanabe; Terror y miseria en el primer franquismo, de José Sanchís Sinisterra; La complicidad de la inocencia, de Adriana Genta y Patricia Zangaro; y de una primera versión de Donde el viento..., estrenada en 2004. Ianni recuerda hoy aquel estreno y algunas “raras coincidencias”. Ahora, en la nueva versión que presenta los sábados a las 21, en el Teatro Celcit (Moreno 431), cuenta cómo fue aquel primer contacto con el autor y esta obra, “un trabajo creado a partir de improvisaciones de Vargas con Charo Frances y Rosa Luisa Márquez”, cuyo texto fuera inicialmente publicado por Casa América, de Madrid. “A medida que yo avanzaba en la obra, iba confrontando con Arístides. Y estrenamos con un mes de diferencia. El en Puerto Rico y yo en Buenos Aires. Entonces nos fue bien –señala Ianni, director y productor del Celcit local–, hicimos un año de funciones, una gira bastante larga, y fuimos invitados, en representación de Argentina, a participar en el Festival Internacional de las Artes de Mérida, en México.”
 
–¿A qué califica de “raras coincidencias” con la puesta de Arístides Vargas?
 
–A situaciones cercanas al realismo mágico. Quizá por haber llegado al teatro desde las artes plásticas, establezco a nivel inconsciente asociaciones con obras pictóricas o con el particular mundo de sus creadores. Mientras trabajábamos en Donde el viento... me venían imágenes de las pinturas surrealistas de Remedios Varo, que nació en España, pero vivió en México. Sus trabajos se habían convertido en una obsesión. Decidí investigar y, efectivamente, era posible establecer una muy clara relación entre su pintura y el teatro que propone Vargas. Y eso, creo, está en mi puesta. En 2009, cuando Arístides trajo La razón blindada a uno de los ciclos internacionales del Celcit, me preguntó cómo había elaborado la puesta, y le hablé de esa asociación. Puso cara de haber visto a un fantasma... Confesó que él había hecho la reescritura final de la obra observando las pinturas de Varo. Cómo pasó esto, no lo sé. Pienso que es parte de la magia del teatro, porque no hay en el texto algo que sugiera esa relación.
 
–¿Qué quiso modificar en esta puesta? ¿Coloca el acento en el rescate de los afectos? Vargas se refiere a los afectos como a una entrega: “Acompañar al otro en su acto de vivir-morir”.
 
–Diez años no pasan en vano para nadie, y hubo cambios. En el elenco quedó Teresita Galimany y se incorporó Adriana Genta, quien, como toda actriz, parte de sí misma para llegar al personaje. No es obligación que lo interprete como la actriz anterior (Beatriz Dellacasa). Puse en crisis todo lo hecho diez años atrás, para modificarlo o mantenerlo, como es el caso del perro Buñuelo, representado por la figura de un títere y no por una transformación de la actriz que personifica a Miranda. En esto de poner todo en crisis, ensayamos tanto las escenas utilizadas antes como las que habían quedado afuera. Ni Arístides ni yo escenificamos el texto completo. La historia sigue siendo la misma, pero está mucho menos apoyada en la nostalgia.
 
–¿Será por el paso del tiempo? En la obra, los personajes de Catalina y Miranda son los de dos exiliadas.
 
–¿El tiempo? Es posible. También las actrices son exiliadas. Lo evidente es que la obra, al mostrarse menos nostálgica, balancea más claramente el humor. Así y todo, mi tesis de puesta es que la patria son los afectos. Arístides lo dice muy bonito, y yo, seguramente, lo voy a citar mal: cuando uno tiene una patria y una bandera, echa raíces; pero cuando no las tiene, busca el corazón de una persona y ahí echa raíces. Me siento identificado con este pensamiento, porque creo que el lugar de pertenencia lo dan las relaciones afectivas, el amor, la amistad...
 
–¿Por qué es tan necesario el sentimiento de pertenencia? ¿Será el temor a morir lejos del propio país?
 
–La pregunta, creo, es qué nos da sentido de pertenencia, si el lugar, la historia compartida o qué. Esto sigue siendo un interrogante.
 
–¿Su conocimiento de las artes plásticas influye en sus puestas?
 
–Imagino que sí. El teatro acepta todas las artes. Mis padres detectaron en mí esa vocación. De chico fui a talleres, y a los dieciocho años ingresé a Bellas Artes. Fue una catástrofe familiar, porque mis padres veían en ese estudio un entretenimiento y no una profesión. Mi madre, de ascendencia húngara, y mi padre, inmigrante italiano que había pasado privaciones, querían otro futuro para sus hijos. Mi abuelo materno intervino a mi favor con la promesa de que siguiera una carrera universitaria que me asegurara un bienestar económico. Así fue hasta que me pasé al teatro y todo lo otro quedó atrás. Me anoté en los cursos que en 1972 daban Jaime Kogan, Ricardo Monti y David Di Napoli, en el Teatro Payró. Pero mi verdadero maestro ha sido el actor, director y dramaturgo Juan Carlos Gené, que regresó definitivamente de su exilio en Venezuela en 1993. Gené había partido en 1976.
 
–Arístides Vargas y su grupo presentarán nuevamente Instrucciones para abrazar el aire (obra ofrecida en 2013 en el Celcit, y que se verá el próximo domingo 7 en el Teatro Nacional Cervantes). ¿Habrá otras coincidencias con el autor?
 
–Sí. Planeamos invitarlo, junto a Charo Frances y Rosa Luisa Márquez, a presentar Donde el viento hace buñuelos en simultáneo con nuestra puesta. Es parte del festejo por los cuarenta años de la fundación del Celcit en Caracas, Venezuela. Se tomará aquel año, 1975, como festejo para las dos sedes que posee el Centro, una en España y otra en nuestro país, donde la actividad comenzó en 1979. Para esa fecha, Gené, que fue presidente de la sede argentina, se encontraba exiliado en Caracas, donde en 1983 fundó el Grupo Actoral 80. Estamos convencidos de que la proyección del teatro latinoamericano sería muy distinta si el Celcit no hubiera existido. Internet ha facilitado enormemente su difusión. Además iniciamos una convocatoria para la presentación de textos y ensayos sobre teatro, que cerrará el 15 de enero de 2015; y otra, que haremos pública a partir de noviembre, sobre fotografías de teatro. Todo este material será presentado en el segundo semestre de 2015. La diferencia con otras convocatorias es que los textos deben responder a un eje temático (“El teatro dentro del teatro”). El autor (latinoamericano o español o portugués con residencia de cinco años en alguno de los países americanos) tendrá que escribir especialmente para el concurso. Vamos a producir seis espectáculos con el auspicio de distintas entidades. Las obras serán editadas digitalmente por nosotros, y en soporte papel por la revista Paso de Gato, de México. Las sorpresas las daremos a conocer de a poco, así como los nombres de los invitados de presencia internacional.
 
Informes en el sitio web del Celcit: http://celcit.org.ar/concurso/textos.php

Hilda Cabrera. Página 12. 02/09/2014


Un argumento sencillo que llega al corazón

Se presentó en el Teatro Vera la obra Donde el viento hace buñuelos. El frío no logró imponerse y Corrientes volvió a disfrutar del arte sobre las tablas. Pese al frío, el público correntino disfrutó anoche de una nueva entrega del ciclo Teatro Nacional implementado por el Teatro Oficial Juan de Vera. En esta oportunidad, fue el turno de la obra Donde el viento hace buñuelos. Se trata de una pieza de Arístides Vargas, dirigida por Carlos Ianni, en la que Teresita Galimany y Adriana Genta se ponen en la piel de Catalina y Miranda para interpretar un momento crucial en la vida de estas mujeres. En esta obra, en la que es tan importante la presencia de las actrices como la musicalización (ofrecida por Osvaldo Aguilar, Fernando Galimany y Alejandro Manzoni), los días, el tiempo y el espacio se presentan sin ningún orden. La crónica desaparece dada la instancia decisiva en la que se encuentran las protagonistas. Sin lugar a dudas, es una obra que, pese al sencillo argumento, plantea una realidad que muchos enfrentaron o que otros, sin saberlo, se preparan para hacerlo. Quizás por esa misma sencillez llega de manera tan profunda a los espectadores. Es el propio Arístides Vargas quien se refiere a su obra y afirma que “la única posibilidad de ordenamiento son los afectos, pero éstos son imprecisos, ilusorios. El orden, entonces, no es probable; es la organización precaria de nuestros afectos lo que garantiza que el otro no se pierda en soledad, es esto y únicamente esto lo que justifica nuestra entrega sin reservas a otro ser humano”. “A veces, pienso la vida como un conjunto de fisuras, de grietas, de donde sale una luz tan intensa que me hace sospechar que ahí dentro algo sucedió”, comenta.

. La República. 11/08/2007


El desamparo, por buenas actrices

El teatro de Arístides Vargas (actor, director y dramaturgo, nacido en Córdoba en 1954 y radicado en Ecuador desde 1977) apunta a la recuperación de la memoria, con temas asociados al desarraigo afectivo del exilio, la soledad intrínseca del ser humano y el paraíso perdido de la infancia.

Sus personajes tienden a engolosinarse con las palabras, envolviendo sus recuerdos en un sugestivo clima onírico o recontruyendo su historia con una gran proliferación de figuras poéticas. Estos son recursos que el autor equilibra con un irreverente sentido del humor.

"Donde el viento hace buñuelos" está protagonizado por dos mujeres desamparadas que van pasando revista a su historia personal mientras esperan -dentro de un ámbito deliberadamente impreciso- que alguien les dé cobijo. La pieza está estructurada en 45 escenas, cada una con su pequeña anécdota o leit motiv, que se van entrelazando sin ningún orden temporal. Los hechos del pasado son narrados a veces con ironía otras con dolor, pero en general predomina una mirada casi mítica de los vínculos familiares.

Las dos protagonistas funcionan en forma complementaria. Catalina (Beatriz Dellacasa) encarna la nostalgia, la pesadumbre y los miedos del que ha perdido su lugar de referencia. En cambio, Miranda (Teresita Galimany) es una criatura de encendido lirismo que corre el riesgo de resultar demasiado literaria, pero los variados recursos expresivos de la actriz le imprimen una conmovedora humanidad a este personaje. Sus desopilantes diálogos con el perro Buñuelo (un títere al que Galimany le presta un acento español de oscura sensualidad) son lo mejor de la puesta. Son muy risueñas las evocaciones de ciertas figuras ligadas a la autoridad (la madre de Catalina, la monja que recrimina a Miranda su afición al cine de Buñuel).

El director Carlos Ianni subrayó el carácter lúdico de la obra prescindiendo de escenografías y apoyándose fundamentalmente en la ductilidad de sus actrices. Si bien hay algunas escenas que se estiran innecesariamente, el espectáculo logra transmitir ese espíritu mágico y algo ingenuo de quien encuentra en la poesía y la ensoñación el método más seguro para no contaminarse con las miserias de este mundo.

Patricia Espinosa. Ambito. 20/08/2004


El afecto, único antídoto contra un exilio que se recorre en una noche

La obra de Arístides Vargas, con dirección de Carlos Ianni, revaloriza el sentimiento de amistad, en una atmósfera de ensueño.
Donde el viento hace buñuelos propone emociones profundas.

Dos exiliadas de todo menos de sus afectos comparten durante una noche un recorrido mental sobre sus vidas. Dispuestas a enfrentar un presente sin gratificaciones, esperan sentadas sobre sus pequeñas valijas a que alguien desocupe una cama para poder descansar. El espectador de Donde el viento hace buñuelos (equivalente a Donde el diablo perdió el poncho) sabrá mucho después de qué cama se trata, si de pensión, hospital, o bien otro lugar de reposo. En la puesta que se ofrece en el Teatro CELCIT no interesan demasiado esas precisiones. Lo importante es saber con qué fantasean esas mujeres y qué personas y anécdotas recuerdan en un paraje que se intuye desolador. Ellas idean juegos o permanecen quietas, abroqueladas en la melancolía. Otros instantes son de fantasía pura, y como si fueran niñas reproducen acciones casi surrealistas. En ese deseo por superar tristezas y trastrocar tiempos animan rupturas de todo tipo.

Las marcaciones llegan a veces a través de un cambio de luces, cuyo diseño está a cargo del director Carlos Ianni, y otras, de un sonido o de la música. Elementos todos que acompañan creativamente la labor de las actrices: Beatriz Dellacasa, en el papel de la susceptible Catalina, y Teresita Galimany, en el de la traviesa Miranda, que cuando niña escapaba del colegio religioso para ver películas de Buñuel. Otros aportes provienen de los objetos creados por la escenógrafa Solange Krasinsky, significativos dentro del ámbito en que se desplazan estas exiliadas, sólo jóvenes eternas en las fotos que les fueran tomadas antes de alguna tragedia, semejantes al mito del eterno niño que lo es porque muere siéndolo.

Traspasado de inocencias y emociones profundas, el texto de Arístides Vargas se desgrana en una atmósfera de ensueño. En la larga noche que transitan Catalina y Miranda, las historias no surgen de una trama perfecta sino de un tejido con nudos y agujeros, urdido con maravillas. Una de éstas es el avispado Buñuelo, “el perro de Luis Buñuel”, como dice Miranda mientras presta su voz y sus manos a una marioneta con cabeza de perro y entrevera en su discurso tristezas y hechizos. Ese arte o “fingimiento” ayuda a enfrentar el dolor de lo que resta en estas mujeres decididas a no dejarse ganar por el sueño ni sucumbir a la aspereza de los “mandatos”, incluido el temido “solo estás y solo vivirás”. El autor revaloriza aquí el sentimiento de amistad, rescatado en otras obras suyas: las presentadas tiempo atrás en Buenos Aires y en la ciudad de Córdoba, por ejemplo. En Nuestra Señora de las nubes y Plumas, vistas en el Teatro Nacional Cervantes por el Grupo Malayerba, que este cordobés exiliado fundó a mediados de la década de 1970 en Quito, Ecuador, donde se radicó después de un periplo por Latinoamérica. Otra es La edad de la ciruela, presentada en provincias, y en Buenos Aires bajo el título de Vino de ciruela, por un elenco que integró Susana Rinaldi.

Una característica de las obras de Vargas es la de tomar formas de taller abierto, dejando a la vista del espectador su desarrollo literario. Hecho que puede provocar tropiezos en la dirección si, además de recrear climas para cada secuencia, no se atiende a los tiempos entre una y otra. En el montaje de Ianni esos tiempos se alargan a veces demasiado, pero las vacilaciones son salvadas por la expresividad de Galimany y Dellacasa, expertas en convertir la “arquitectura de un gesto” en memoria de adioses, desencuentros y juegos. Es el caso en que los personajes imaginan ser actrices-atletas y preguntan si eso que están representando es una obra de teatro, o si desfigura vivir lejos del lugar que se cree propio. Se destaca el valor del afecto que conforta al lastimado, al que finge ser un perro para poder contar qué le pasó, como Miranda cuando da vida a su marioneta Buñuelo, el “mastín agresivo” que no pudo frenar el ataque de unos hombres armados. Ahí se entiende la pregunta que una de las mujeres desliza: “¿Sabés cuál es el mayor exilio? Es dejar a alguien sosteniendo un saludo, como si te reclamara un porqué que nunca vas a responder”.

Hilda Cabrera. Página 12. 29/06/2004


El perro andaluz

**** Arístides Vargas es un dramaturgo argentino, residente en Venezuela desde hace muchos años. Aquí se lo conoce poco: en la temporada anterior, Susana Rinaldi le estrenó "Vino de ciruela". El carisma de la cantante, a la vez actriz y directora, imposibilitó, quizás, una mejor apreciación de sus méritos. De todos modos no pareció revelar a un autor trascendente; a lo sumo, una pieza con cierta gracia costumbrista y con una añeja visión de saga familiar, a la manera de "El tiempo y los Conway", de Priestley.

El Celcit presenta ahora "Donde el viento hace buñuelos", expresión venezolana equivalente a nuestra "donde el diablo perdió el poncho". Se alude también a un perro -el perro andaluz- cuyo dueño fue el célebre director aragonés, Luis Buñuel. Esta entrañable criatura (representada por un simpatiquísimo muñeco de trapo) es uno de los principales personajes de la pieza de Vargas, y su expresivo manejo está a cargo de Teresita Galimany en el papel de Miranda.

Mianda y Catalina son dos exiliadas, dos criaturas marginales que, sentadas sobre sus modestos equipajes, esperan turno para ocupar camas en un albergue. Es de noche, hace frío y la memoria inflige, sin piedad, la imagen de un ayer en el que ambas, aunque sufrieran desaires, podían tener esperanzas. Miranda las conserva, pese a todo, y procura, con entereza y optimismo, levantar el ánimo de Catalina, para lo cual recurre a las gracias de Buñuelo, al que presta su voz y su mímica. Las dos no pueden evitar, sin embargo, que los fantasmas las torturen hasta casi aniquilarlas.

Como en "Vino de ciruela", se tiene la sensación de lo ya visto y conocido. Es la destreza de Carlos Ianni, su reconocida capacidad de teatrista integral, lo que salta por encima de los lugares comunes del texto y, con el manejo del espacio y de la luz, logra una puesta notable. Por descontado, Galimany muestra su talento y Dellacasa no se queda atrás. Pero es Buñuelo quien, en nuestra opinión, se roba la obra.

Ernesto Schoo. Revista Noticias. 17/06/2004


Lo peor es ser un exiliado afectivo

"Donde el viento hace buñuelos" es una pieza teatral que propone volver de visita al pasado.

Arístides Vargas, el argentino radicado en Ecuador, reflexiona que los peor que puede pasarle al hombre es el exilio afectivo. El creador del grupo Malayerba el año pasado estrenó en ese país "Donde el viento hace buñuelos", que ahora conocemos en Buenos Aires.

En la excelente propuesta que Carlos Ianni y las actrices Teresita Galimany y Beatriz Dellacasa presentan en el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit), en San Telmo, dos mujeres, casi como si fueran la versión femenina de Vladimiro y Estragón de "Esperando a Godot" de Samuel Beckett, esperan tal vez que alguien deje un espacio vacío para poder ocuparlo, o que un mañana cualquiera les permita recuperar ese "paraíso perdido" que saben no volverán a ver.
CATALINA Y MIRANDA

Ese lugar que las mujeres aspiran a recuperar, puede ser un asiento, una cama de algún hospital, un puesto de trabajo, eso no es lo importante. Lo esencial es que las dos están juntas, son amigas y como dice su autor, el exilio no es tan sólo estar alejado del lugar de nacimiento, de la patria, sino de otro ser humano que escuche, comprenda, y tal vez disienta con la opinión de uno, pero lo importante es que esté presente.

Catalina y Miranda, así se llaman las dos protagonistas de la pieza, tienen nombres de santa y de hada y algo de eso puede observarse en las múltiples facetas que conforman sus personalidades.

Una parece más triste, se deja atrapar por la melancolía de un relato que ahonda en un pasado algo tortuoso. La otra vivió su infancia en un colegio de monjas, se escapó a escondidas a ver las películas prohibidas de Luis Buñuel ("El perro andaluz", "Viridiana") y convierte la vida en un estado de errante poesía.

Nómades a la manera de aquellos que perdieron su identidad y su país de origen, las dos mujeres, solo acompañadas de ellas mismas y una pequeña valija, desnudan sus vivencias como si se tratara de un menú de exquisitos recursos literarios.

Catalina y Miranda cuentan fragmentos de su existencia a través de relatos que se convierten en pequeños recuerdos de la infancia, la madurez. Detallan sus aventuras de ser hija, novia, madre y abuela y lo hacen a través de un inabarcable anecdotario que tiene sabor a realismo mágico, a cuento milenario.

LA EDAD DEL VIENTO

De Arístides Vargas se conoció en la temporada anterior "La edad de la ciruela", cuyo título local fue "Vino de ciruela" y protagonizaron Susana Rinaldi y Perla Santalla. En "Dónde el viento..." , el autor, hace de una serie de situaciones personales, una atractiva "road movie" de recuerdos que van y vienen desordenadamente, imprevistamente y de ese modo invita al espectador a recorrer su propia historia, porque en síntesis América latina es una sola y las memorias colectivas de uno y otro lado siempre parecen trastocarse, fundirse en aquellos que las escuchan.

A través de una puesta en escena despojada, desprovista de escenografía y con acertados recursos lumínicos, Carlos Ianni va creando una casi sensual atmósfera en la que las palabras adquieren un brillante valor dramático. El director guió a sus dos actrices por un mar de palabras que en las actuaciones de Teresita Galimany (fascinante su relato sobre las anécdotas del perro "Buñuelo") y Beatriz Dellacasa adquieren una exquisita profundidad dramática.

Juan Carlos Fontana. La Prensa. 12/06/2004


Donde el viento hace buñuelos

El texto, bellamente escrito, habla de una y muchas cosas a la vez: la amistad, el amor, la soledad, el remordimiento, el desarraigo; y todo eso articulado por el tono levemente poético, de gran condensación dramática. La obra de este poco conocido autor cordobés (de destacada trayectoria en Ecuador) plantea la relación de dos mujeres que se encuentran en un lugar indeterminado y a la espera de algo impreciso; la conversación entre ellas, más que dar pistas al espectador sobre la situación, remite a expresivas y potentes imágenes de la infancia y de la adolescencia; en sucesivas escenas y a la manera de breves sesiones de psicodrama, cada personaje va haciendo de "partener" del otro. Teresita Galimany ofrece una riquísima composición de un personaje de enorme vida interior, proyectando una gama de sentimientos y sensaciones, que Beatriz Dellacasa (que es también una cumplida intérprete) realza con un singular aporte. Como se dijera en esta misma sección un año atrás -con motivo del estreno de "Viaje a la penumbra", de Jorge Díaz, en el Cervantes-, Carlos Ianni demuestra ser un inspirado creador de climas y un obsesivo artesano de los matices, de mínimos pero elocuentes detalles. Dos asiento-valijas, de los cuales se extraen diversos elementos y la pared de ladrillos desnudos de la pequeña sala valorizan todavía más lo esencial de este espectáculo plenamente recomendable.

José Moset. Acción. 01/06/2004


Múltiples historias de dos seres

Nuestra opinión: muy bueno.

Aunque tardíamente, la presencia de Arístides Vargas se va consolidando en Buenos Aires. Suena extraño, pero este argentino que desde la década del 70 vive y trabaja en Ecuador poco contacto ha tenido con el público de esta ciudad. Recién el año pasado se recreó de él "La edad de la ciruela", con el título de "Vino de ciruela". En algunas provincias sus materiales han fluido con más interés y últimamente, sobre todo en Mendoza -su lugar de nacimiento- sus textos han tenido fuerte repercusión.
En la sala del Celcit (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral) acaba de estrenarse "Donde el viento hace buñuelos", un material particular, cargado con subtextos de fuerte calidad poética. Esa poesía no sólo alimenta las palabras, sino que a la vez da un aliento extraño a dos personajes -dos mujeres- tan sugerentes como entrañables.

La obra está integrada por múltiples historias de dos seres humanos. En apariencia esperan una cama en un lugar indefinido; puede ser un hospital, un albergue. Queda claro que son seres marginados, necesitados de un espacio donde cobijarse. La cama está ocupada por un hombre, eso aclaran. Mientras esperan, juegan. Traen al presente sus recuerdos y los vitalizan a partir de múltiples acciones. Escenas breves irán encadenándose, a veces sin un sentido particular. Cuando el recuerdo aflora, pareciera que no hay opciones, las imágenes, las anécdotas, las sensaciones se tropezarán y habrá que dejar que eso suceda. Alguna conmoción marcará el espíritu y la persona seguirá adelante. Después la muerte, tal vez, ordene todo. O quizás, no.

En esta obra, Arístides Vargas vuelve a sus temas: la memoria, el tiempo, la ausencia, los recuerdos bien guardados. Su caja de Pandora es tan inmensa, que, cuando la abre para escribir cada obra, su mundo se torna de una sensibilidad arrolladora.

La belleza y la tristeza

El espectáculo que dirige Carlos Ianni es profundamente sensible. Afecto a las palabras, sabe cuidarlas, potenciarlas y otorgarles la justa plenitud a través de sus actores. Y en este caso, las recreaciones de Beatriz Dellacasa y Teresita Galimany contienen una fuerte profundidad. Hay escenas sumamente bellas, conmovedoras, que se quedan con uno por algún tiempo -entre otras, la del perro de Buñuel, por ejemplo- y otras que cargan las tintas sobre la tristeza y generan distancia y quizás uno no quiera recordarlas, pero está seguro de que existieron, que conformaron ese entramado de sensaciones extrañas y valorables con las que se fue de la función. Y entonces será uno quien recuerde su propia existencia y comprenderá mejor no quién es -no todo puede ser tan determinante-, sino qué historia lo define. Y habrá que hacerse cargo.

Carlos Pacheco. La Nación. 21/05/2004


Memoria, olvido y espera

Conmovedora puesta de "Donde el viente hace buñuelos", que se ofrece en el Celcit con dirección de Carlos Ianni.

Una agradable música se mezcla con un tenue sonido de viento y la presencia de las actrices, de espaldas al público, sentadas sobre sus valijas, sin mirarse entre ellas y esperando silenciosas vaya a saberse qué cosa, resulta perturbadora. Pasados unos minutos en los que permanecen de ese modo, las mujeres se lanzan al diálogo con palabras melodiosas y hablan de un hombre que duerme e intenta olvidar algo.

La memoria, el olvido y la espera son los ejes temáticos de Donde el viento hace buñuelos, la obra del argentino Arístides Vargas que, bajo la dirección de Carlos Ianni, acaba de estrenarse en el Celcit.

Beatriz Dellacasa y Teresita Galimany se ponen en la piel de dos seres muy tiernos que viven, a los ojos del espectador, distintos tiempos en forma desordenada. Son los recuerdos los que sin pedir permiso van entrando en las vivencias de Catalina y Miranda.

La obra comienza en penumbras y son sus amores y sus dolores los que van encontrando la luz en la memoria y saliendo de la oscuridad para ser compartidos entre amigas. Frases tan simples como "Yo era chica y mi padre era joven" o "Cada momento de la vida sucede una sola vez", resultan, en el marco de una pieza de enorme calidez, más que obviedades o lugares comunes, conmovedoras. Las palabras cobran una dimensión superior en boca de estos dos personajes sensibles que sufren, entre otros males, el exilio.

Al recordar, las actrices componen a Catalina y a Miranda en otros momentos de sus vidas —cuando eran niñas o adolescentes—, haciendo retrospecciones, y también a otros personajes que formaron parte de sus historias. Alternan narración y representación de situaciones.

Por ejemplo, Galimany, títere en mano, hace la voz de Buñuelo, "el perro de Luis Buñuel", que ve la vida en blanco y negro, como las películas de Buñuel. Conocido como "el perro andaluz", fue dejado bajo los cuidados de la niña Miranda. Y Galimany recrea la voz del perro con mucha gracia. A través de las apariciones de los personajes del pasado, se recrea el vínculo madre-hija, directora-alumna, entre otros. Y se descubre el trato autoritario que estas dos mujeres exiliadas padecieron por parte de sus mayores.

Donde el viento hace buñuelos tiene un argumento sencillo, pero lleno de poesía. Abunda en metáforas, como: "El sol es una escupida de oro en el cielo". Y algunas expresiones tienen visos de realismo mágico.

Las actrices se lucen en sus composiciones, volviendo creíbles y queribles a sus criaturas, seres expulsados, desprotegidos y nostálgicos. La dirección logró un buen aprovechamiento del espacio escénico, del potencial de las actrices y de los recursos —de las valijas, único equipaje de cada una, sacan los más diversos elementos en el medio de un escenario despojado—. También hay momentos mágicos, como la escena de las "mujeres-atletas", que corren todo el tiempo y hacia todas partes, sin llegar demasiado lejos.

"Yo soy una mujer partida", dice Catalina cerca del final. Y estas dos mujeres partidas en distintos personajes y en distintos tiempos, que extrañan a su tierra y a sus seres queridos, al no poder echar raíces en su patria, lo hacen en la amistad, único bálsamo posible para ellas.

María Ana Rago. Clarín. 17/05/2004


Declaración de amistad

Dos mujeres, dos valijas como cofres con algunos objetos simbólicos en su interior, dos gorros en la cabeza y mucha nostalgia en el corazón. Miranda y Catalina, las protagonistas de la pieza "Donde el viento hace buñuelos", de Arístides Vargas, se asemejan y se diferencian, a veces la una es la otra, a veces hacen a otros personajes. Dos desarraigadas en algún lugar del camino que no eligieron y en el que sobreviven gracias a nuevas relaciones de afecto y a la evocación de recuerdos que las llevan a moverse a placer en el tiempo y el espacio, apartándose de toda lógica convencional al ir armando algunas piezas de sus historias personales.

El registro surrealista cultivado por el autor encuentra una creativa formulación escénica por parte del director Carlos Ianni que, respaldado por dos actrices de la calidad de Teresita Galimany y Beatriz Dellacasa, logra que suenen creíbles líneas del texto que hablan de "un cielo apenas cuestionado por nubes" o de "piedras arrastradas por el viento de la noche". El curioso título de la obra parece ser portador de un homenaje al gran cineasta Luis Buñuel y también, probablemente, una referencia a esos bolos fritos de harina y huevo, salados o dulces según la receta (nada que ver con las berlinesas, también conocidas como bolas de fraile o suspiros de monja, que se hacen con levadura y llevan relleno azucarado). Los de Vargas bien podrían ser los hispánicos buñuelos de viento o de cuaresma que seguro conocía el gastrónomo Buñuel (harina, mantequilla, leche, huevos, corteza de limón rallada, azúcar para espolvorear). Catalina niña le ruega al padre que le explique la lógica del viento, cosa que él no hace y entonces ella, con el tiempo, encuentra una respuesta: arrancar palmeras y lanzarlas contra personas, arrancar personas y lanzarlas contra personas, asustar a las niñas cortas de vista...

De a ratos, la niña Miranda cuida al incontinente perro de Luis Buñuel, un simpático títere (al que le da voz aguardentosa Galimany) que se justica de sus prácticas: "Soy puro instinto". El animalejo dice ser el perro andaluz, aludiendo al film respecto del cual el propio realizador aclaró, por si hacía falta, que no había ningún perro y mucho menos era andaluz. La niña Miranda es perseguida por una monja que le recuerda que Dios siempre la ve. Buen pretexto para que la chica tome una navaja y, zas, corte ese ojo como en la famosa y shockeante imagen de aquel film. Miranda, que se ha hecho adicta a las películas en blanco y negro del subversivo Buñuel (o sea, las realizadas hasta mediados de los 60), recurre a la navaja de afeitarse las piernas. Ella cita a "Viridiana", a "Simón del desierto", gente piadosa, pero la superiora no quiere saber nada y le prohíbe a Buñuel, otro exiliado que, sin embargo, repudiaba lo que llamaba "los pilares de la sociedad" ("Mi último suspiro", Plaza & Janes): la religión, la patria, la autoridad. En cambio, Catalina lamenta no tener un lugar donde caerse muerta: "Cuando una tiene una patria y una bandera, echa raíces, inflama el pecho..." Y a falta de patria, busca calor humano y allí donde lo encuentra, se arraiga.

Antes de llegar a la declaración final y formal de amistad que Catalina le hace a Miranda, el humor absurdo, lírico, en ocasiones expresado con un idioma juguetón de infancia, brota atenuando la añoranza: Miranda tuvo novios rarísimos; Catalina se convierte en una madre que enseña a no perder el culo por los hombres, y más tarde le da a Miranda unas delirantes instrucciones para doblar pájaros. Sin duda, una de las instancias clave de esta pieza es el cuadro -teatro dentro del teatro- en que Miranda habla de las mujeres de su familia que han corrido (con y sin lobos) toda suerte de carreras, casi siempre con obstáculos, en distintas direcciones.

Moira Soto. Página 12. 17/05/2004


Un universo lleno de afectos

Entrevista con Teresita Galimany. Es una de las protagonistas de "Donde el viento hace buñuelos", una obra sobre la amistad.

Es vecina de San Telmo. Tiene su casa a metros del CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral), donde dicta clases y actúa. Le atrae la idea de hacer las fotos en el Mercado de San Telmo y, de paso, aprovecha para quejarse de la invasión turística que los fines de semana le cambia la cara a ese tradicional lugar.

Teresita Galimany es una de las dos protagonistas (la otra actriz es Beatriz Dellacasa) de "Donde el viento hace buñuelos", del argentino Arístides Vargas. Con dirección de Carlos Ianni, la obra que acaba de estrenarse se regodea en el mundo de los afectos. "Es el encuentro de dos amigas, Miranda y Catalina, en un momento muy difícil, en el que van recordando sus vidas. Las dos actrices vamos interpretando algunos personajes que pertenecen al pasado de cada uno", cuenta Teresita, sentada en un bar de su barrio. Su trabajo anterior fue "Umbrales", que escribió —hasta aquí, su única experiencia en dramaturgia-, y dirigió. Desde el 97 que no actuaba, ya que estuvo abocada a la dirección, a escribir y a la docencia.

"Lo leí y me enamoré del texto", dice la actriz. "Arístides tiene un lenguaje tan poético, que cautiva". Los dos personajes están exiliados. "Ese vivir afuera es estar lejos de su lugar, de sus afectos, de sus raíces. La pieza pone el acento en el universo afectivo. Porque cuando vivís afuera, no tenés familia ni nada tuyo y vas haciendo una vida nueva, lo único que tenés son los amigos".

- ¿Viviste muchos años afuera?
Viví en Venezuela desde principios del 76 hasta el 85. Después me dieron una beca para estudiar en Nueva York y estuve allá seis años. En el 91 volví a Buenos Aires. Tenía 37 años cuando volví, así que fue duro, porque acá tuve que volver a empezar. Por todo eso, la obra me resulta entrañablemente familiar.

- ¿Dónde transcurre la obra?
Es un no lugar o cualquier lugar. Cualquier tiempo... No hay ninguna especificación de espacio. Se sabe que están lejos de sus raíces y aparecen algunas referencias que llevan a Latinoamérica. Pero no dice exactamente dónde transcurre.

- Y el encuentro entre las amigas, ¿por qué se da?
Cuando la obra empieza están esperando que se desocupe una cama para poder dormir. No se sabe si es un lugar para gente que no tiene casa, una clínica... Y en esa circunstancia que comparten se descubre que tienen una relación muy profunda y de mucho tiempo. Pero todo sucede en esa espera.
El título resulta extraño, poético, pero a la vez casi indescifrable. "Donde el viento hace buñuelos" vendría a ser como donde el diablo perdió el poncho, pero dicho con más poesía", explica. "También hay muchas referencias a las películas de Buñuel y hay un perro en la obra que se llama Buñuelo; el perro es uno de los personajes que interpreto yo". Y en la medida en que se sigue buscando una lectura del título, aparecen otras posibilidades. "Pensábamos que como la obra habla de la dictadura y del exilio, "Donde el viento hace buñuelos" podría ser también ese lugar lejano donde se puede empezar a hablar de lo que no se podía hablar".

- ¿Siempre trabajás con autores iberoamericanos?
Casi siempre. ¿Sabés qué pasa, la verdad? Por un lado, las obras de los autores latinoamericanos te llegan, por una cuestión de pertenencia. Hablan de nosotros y de lo que nos pasa. También pasa eso con los textos españoles. Pero no podemos dejar de lado que uno trabaja en teatro independiente y que acceder, por temas de derechos de autor, a otra dramaturgia, es muy difícil. Directamente no se puede pagar, resulta inaccesible.

María Ana Rago. Clarín. 07/05/2004


Crónicas del exilio

Una pieza de Arístides Vargas. "Donde el viento hace buñuelos", que se estrena mañana en el CELCIT, ensaya una reflexión sobre el desarraigo. El relato, según su director Carlos Ianni, “reúne poesía y humor, extrañamiento y solidaridad”.

Una nueva obra de sugerente título ocupa la cartelera porteña. Se trata de "Donde el viento hace buñuelos", de Arístides Vargas, actor y dramaturgo nacido en Córdoba, llevado de niño a Mendoza y con formación en la disciplina Teatro en la Universidad de Cuyo. Vargas debió exiliarse tras el golpe militar de 1976, primero en Perú, hasta radicarse poco después en Ecuador. Como en "Nuestra Señora de las Nubes", espectáculo que se vio temporadas atrás en el Teatro Cervantes por el grupo Malayerba, fundado por este artista en Quito, y en esa oportunidad interpretado por él mismo y la española María del Rosario (Charo) Francés, "Donde el viento..." desarrolla básicamente los temas de la memoria, el exilio y los afectos, con sus días semejantes a “bahías de aguas profundas donde encallan la belleza y la calamidad”, como escribió el autor.

Con diseño de luces y dirección de Carlos Ianni, esta pieza se ofrecerá a partir de mañana en el CELCIT, actuada por Beatriz Dellacasa y Teresita Galimany. La primera con trabajos realizados en teatro (entre los recientes, "El cristal con que se mira", de Elida Martínez y dirección de Tina Serrano), participaciones en radio (el ciclo Las dos carátulas) y televisión ("Soy gitano", "Son amores", "Verdad consecuencia", "Los simuladores", "Alta comedia"); y Galimany, dedicada totalmente al teatro (también como autora y directora) y con una trayectoria en seminarios y talleres de maestros de nivel internacional. La favoreció, según cuenta, el hecho de residir durante más de una década en Caracas, cuyo festival internacional de teatro fue, sobre todo en los años de prosperidad económica, un valioso referente de la escena del mundo. De ahí derivan en parte las presentaciones de esta actriz en ciudades de Israel y Estados Unidos. En diálogo con Página/12, el director y las intérpretes coinciden en que este trabajo de Vargas –autor de "Jardín de pulpos", "Pluma", "La edad de la ciruela" (estrenada con ese nombre en provincias y modificado en la puesta realizada en el Broadway bajo el título de "Vino de ciruela"), "La Fanesca" (creación colectiva sobre textos de María Escudero, una de las fundadoras del mítico Libre Teatro Libre de Córdoba) y "El deseo más canalla"– se emparenta con el llamado “realismo mágico” y con el “no tiempo” característico del mundo de los afectos en el que se encuentran inmersas dos exiliadas.

–¿Qué significa aquí ese “no tiempo”?
Carlos Ianni: –Son secuencias paralelas al discurrir del tiempo “real”, un mecanismo que en esta obra se convierte en reflexión poética sobre el exilio y la memoria.
Teresita Galimany: –Las que cuentan historias son Miranda y Catalina, quienes sostuvieron un vínculo muy fuerte en años de exilio.

–¿Experimentaron personalmente el desarraigo?
Beatriz Dellacasa: –Yo no, pero puedo presentirlo.
T. G.: –Desde 1976 hasta 1991 estuve fuera de la Argentina. Me fui obligada y me quedé en Venezuela, donde experimenté todos los sentimientos que provoca el exilio: los de la soledad pero también los que se relacionan con la amistad. En Caracas estudié con Juan Carlos Gené, otro exiliado. Gené fundó allí el grupo Actoral 80 y tuvo gran influencia en el teatro local. Cuando se vive lejos del propio país, un compañero o un amigo se transforma en el nexo más preciado con lo que, sin quererlo, uno debió abandonar. Cuesta instalarse, hallar un lugar de pertenencia y acostumbrarse a otro acento.

–Según Vargas, esta obra surgió de las improvisaciones de dos actrices, la portorriqueña Rosa Luisa Márquez y la española Charo Francés, sobre sus sentimientos de desarraigo y solidaridad. ¿Desde qué lugar abordaron ustedes esos aprendizajes de vida?
T. G.: –Trabajamos sobre lo que el autor propone, pero “referenciando” esos sentimientos con lo propio.
B. D.: –Yo recurrí a mis impresiones de la época que viví en Córdoba. Muchas veces me sentí fuera de mi lugar: incluso me apodaron “Yaya”, por no pronunciar la “elle”. Lo de siempre: “cabayo” en vez de caballo.
C. I.: –Arístides no toma el exilio solamente en sentido literal, sino también en el que indica que alguien está fuera de sí mismo y necesita echar raíces en lo que se presenta como “otro lugar”. En este trabajo la estructura es, como en otras obras suyas, muy fragmentada, pero compuesta por escenas de gran intensidad. El sentimiento de amistad, creo, es uno de los más fuertes. Su escritura tiene sello propio: no se lo puede comparar con ningún otro autor latinoamericano. Conoce a fondo la dramaturgia del actor y elabora con los intérpretes una dialéctica en la que cada secuencia conduce fluidamente a la siguiente.

–¿Qué significado le atribuyen al título?
C. I.: –Una lectura posible es la que tiene una frase nuestra: “Donde el diablo perdió el poncho”. Otra sería la que señala la transformación de Miranda en un perro al que se llama Buñuelo.
T. G.: –Puede ser también ese espacio en el que los personajes dicen aquello que en otro lugar no pueden.
C. I.: –O un juego de palabras, porque aparece nombrado el director de cine Luis Buñuel. En la obra todos los elementos se relacionan dialogando entre sí, como la música que fue compuesta especialmente: no ilustra sino que colabora con la intelección del relato, que en Vargas reúne poesía y humor, extrañamiento, solidaridad y formas del exilio, incluido el “exilio de la razón”

Hilda Cabrera. Página 12. 05/05/2004


Carlos Ianni apuesta al mundo poético de Arístides Vargas

Desde el viernes 8, en la sala del CELCIT, el director Carlos Ianni pone en escena la obra de Arístides Vargas "Donde el viento hace buñuelos", que gira en torno a la temática del exilio y la memoria que aparece reiteradamente en la dramaturgia del escritor cordobés.

El autor, quien pasó su niñez en tierras mendocinas, es uno de los nombres más destacados del teatro latinoamericano en su doble función de dramaturgo y director.
Exiliado desde 1975, ha recorrido varios países participando en teatros que han hecho y siguen haciendo historia: la Compañía Nacional de Teatro de Costa Rica, el grupo Josto Rufino Garay de Nicaragua, el grupo Taller del Sótano de México, la compañía Ire de Puerto Rico y el Grupo Malayerba que dirige actualmente.

"La elección de las obras que pongo en escena -explicó a Telam el director- no dependen tanto de razones intelectuales como de enamoramiento. Necesito sentir que si no la hago no puedo seguir viviendo".

"Las obras de Arístides Vargas tienen siempre una estructura muy personal -agregó- y, en este caso particular, es fuertemente fragmentaria y expresada en un lenguaje marcadamente poético que resulta muy atractivo pero que, al mismo tiempo, es innegablemente teatral porque fueron escritas por alguien que vive el escenario".

"Donde el viento hace buñuelos" gira en torno a dos mujeres: Catalina y Miranda, que viven momentos cruciales de sus vidas. "Se trata del extraño diálogo de dos mujeres exiliadas, enfrentadas con sus recuerdos en un fluir que trangrede las secuencias temporales y las precisiones espaciales", explicó Ianni.

Arístides Vargas construye con "Donde el viento..." la cuarta obra sobre la memoria y el exilio y sostiene que "desde los espacios del exilio se viaja a los espacios intermitentes de una memoria fragmentada, siguiendo un trazo discontínuo".

"Ni en el texto original ni en la puesta hay un referencia concreta al tiempo o al espacio donde se desarrolla la acción, si bien aparecen alusiones a ciertos lugares como podría ser un refugio para los sin techo o algún hospital, pero se superponen otros ámbitos donde se mezcla el pasado y el presente", detalló el director.

Muchas cosas diferencian a estas dos mujeres, pero las une el afecto. En ese sentido, Ianni subrayó que "lo que da sentido de pertenencia en el exilio es el afecto".
En el conflictivo presente de los personajes pasan momentos de su historia que los han marcado: la estricta educación religiosa o los tradicionales conceptos de "lo que debe ser una mujer.

A lo largo del desarrollo de la pieza el pasado irrrumpe en el presente en las personas que ejercieron su fuerte influencia. En la resolución escénica, Ianni descartó trasladar la acción al pasado y prefirió "convocar ese pasado al presente".

Las mismas actrices (Beatriz Dellacasa y Teresita Galimany) son las que personifican a los distintos personajes evocados por el recuerdo.

"Esos personajes de fantasía, que surgen de la memoria -señaló Ianni- son sugeridos acentuando algún gesto de manera sutil, pero evidente y cada uno se caracteriza por el uso de un objeto particular".

Estos objetos fueron propuestos por la escenógrafa Solange Krasinsky, inspirándose en la obra de la artista plástica Remedios Varo.
"Cuando comienzo el trabajo de ensayos no tengo ninguna hipótesis previa -confesó Ianni. Trato en primer lugar de ver cómo resuena el texto en el cuerpo de los actores lo cual va a derivar en una serie de acciones".

"De esa manera -continuó- se va conformando lo que yo llamo un "mapa" que voy cotejando con la realidad del escenario. La puesta definitiva resulta de las modificaciones que se producen en relación dialéctica con los actores".

Leonor Soria. Telam. 05/05/2004


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