HACER TEATRO HOY

 Sumario

 

México. ¿Pedagogía de la dramaturgia?
por Jaime Chabaud

En más de una ocasión he escuchado el interrogante: ¿Se puede enseñar a escribir teatro? En lo personal, la pregunta me resulta absurda y pienso que enmascara un falso dilema al cual no daré juego en estás breves páginas. Cada vez con mayor convicción creo que no sólo "se puede" sino que se debe sistematizar una enseñanza y se tiene que propiciar una disposición especial para aprender a escribir teatro. La dramaturgia es un complejo lenguaje en donde técnicamente no se ha dicho, ni mucho menos, la última palabra. Si todo hubiese estado dicho en los 50, antes de Beckett...; si el muy esperado Godot llegase en la última escena rasgando todo lo que su ausencia crea, el teatro contemporáneo no sería en absoluto el mismo.

Me atrevería a afirmar que, a pesar del surgimiento de nuevas generaciones y talentos evidentes, la enseñanza de la dramaturgia en México vive a la retaguardia y en la esclerosis respecto a otras disciplinas teatrales. No hay una escuela para dramaturgos. El caso de la Escuela de Escritores de la SOGEM, por la diversidad de lenguajes que abarca (novela, radio, cine, poesía, televisión, etc.), no es objeto de este juicio. Existen, sí, maestros y sus escuelas. Estas generalmente se vinculan con el aprendizaje de los fenómenos genérico-estilísticos entendiéndolos como un organón programático para la creación, en lugar de tratarlos como herramienta útil -que sin duda son- para el análisis a posteriori de la obra terminada. Esta clasificación, como toda de su especie, es un mapa incompleto que seguirá evolucionando.

Son muchos los años de insistir en la teoría genérico-estilística como preceptiva creativa; aunque son muchísimos menos que aquellos que distan (siglos) entre los objetos dramáticos estudiados por Aristóteles y la escritura de su Poética. Esta tendencia pedagógica, en su versión más radical, ha borrado de una plumada los muy diversos aspectos y posibilidades que encarna la Teoría Dramática (con mayúsculas) y, de la cual, su asunto genérico-estilístico forma tan sólo una parte, no sé si pequeña aunque también sospecho no demasiado grande.

Una tara terrible de cualquier quehacer humano resulta del hallazgo de una proposición inteligente que funciona sorprendentemente bien y se vuelve, de pronto, piedra de toque, ley incuestionable, dogma. Y paradójicamente, aquello que nació como un acto libre de la imaginación adquiere el carácter de misterio de fe y se hereda a otro u otros momentos subsecuentes en los cuales no necesariamente posee vigencia. Y eso pesa... y lastra. No hay de qué sorprenderse: es un síndrome humano. Malo no darse cuenta, permanecer ciegos, temer a lo otro, a lo ignorado. Y la dramaturgia mexicana ha caminado esta senda oscurantista.

En 1995 me encontré efímeramente con el dramaturgo valenciano José Sanchis Sinisterra, que pasa de los 50 aunque actúe muy bien los treintitantos.

-¿En qué andas, José? - pregunté ingenuamente.
-Hostia, pues nada, que ando estudiando la física cuántica para su aplicación a la dramaturgia. Sic, sic, sic y recontra sic.

La escritura teatral se ha mirado el ombligo, regocijada, demasiado tiempo. Autoimponiéndose límites absurdos. Temerosa de sentirse despreciada por la literatura y/o de descubrir su verdadero ámbito: la teatralidad. Si años atrás Harold Pinter, se planteara como programa creativo seguir la teoría de los géneros, jamás hubiese aportado a la dramaturgia universal la subversión de uno de los preceptos aristotélicos por excelencia. El consiguió la evacuación de la fábula. En más de uno de sus textos aparece como labor imposible la reconstrucción de la fábula y nadie duda de la potente teatralidad que encarnan.

La falta de una pedagogía abierta, incluyente, integral (en la comprensión del hecho teatral y sus lenguajes), ha llevado a los dramaturgos en ciernes y también a los ya avezados a tropezar y tropezar; a veces con la misma piedra. Es claro que nadie tiene todas las certezas debajo de la manga y que el fracaso es parte de la vida del creador, escuela aleccionadora si se le entiende. Sin embargo, algunas de esas caídas se podrían evitar. Se enseñan dogmas, no herramientas; se dictan leyes, y no se construyen alas.

Estoy exagerando, sí, poniendo una lupa enorme sobre el problema; pero no es gratuito. Una forma distinta de abordar la pedagogía de la dramaturgia podría recorrer caminos que incorporen las experiencias de otras áreas del quehacer del hombre. "Al drama nada de lo humano le es ajeno", dicen por ahí pero nos cuesta trabajo asumirlo en praxis. Abrevar en las teorías de la recepción o en los estudios de los spech acts o en la lingüística pragmática o en tantas otras cosas no nos harían ningún daño. Y tampoco se me interprete que hablo de descubrir hilos negros con la física cuántica aunque tampoco estaría mal. Posiblemente -además de mirar, aunque sea por curiosidad, fuera del teatro- reformular lo que ha estado en nuestro arte por siglos, probar de nuevo recursos viejos merecería la pena.

Por ejemplo: quizá debamos a la herramienta del aparte del teatro clásico del siglo de oro una segunda o tercera oportunidad desde una perspectiva contemporánea. Se ha estudiado muy poco el potencial dramático de la extraescena, por poner otro ejemplo. Aquello que fuera de escena, entre cajas, afecta a la situación y al personaje. O el personaje y su objetivo pueden ser muy bien otro gran tema. Se les concibe como una unidad indisoluble. El personaje siempre trabaja incansable en favor de su objetivo cuando en la vida, de manera muy natural, las personas suelen trabajar en sentido contrario de su propio objetivo. O la concepción de teatro en tanto conflicto que puede muy bien ser cuestionada: conflicto no es igual a dramaticidad así como la ausencia de conflicto no quiere decir necesariamente falta de dramaticidad. O las muchas aristas que entraña la palabra dramática y aún falta indagar. Etcétera. Renovar viejos recursos y descubrir otros novedosos en otros quehaceres humanos es una práctica que debería ser constante, apasionada búsqueda.
La enseñanza de la dramaturgia -amén de abrir su espectro teórico- podría incorporar aún otra perspectiva: la noción lessingniana de dramaturgista. En 1989, durante un festival de teatro universitario en Querétaro, conversé (por última vez) con Oscar Liera y le solicité con apremio organizara un taller para aprender de él. Oscar se negó rotundamente y la única lección que dio a quien esto escribe fue: "Tienes que subir el escritorio al escenario". La entendí entonces como la necesidad de vincular la tarea escritural a las otras áreas del teatro y participar en ellas activamente; como de hecho ya muchos otros dramaturgos jóvenes llevaban a cabo al desempeñar más de un rol en el engranaje teatral (dramaturgo-actor, dramaturgo-director, etc.).

Sin embargo, ese "subir el escritorio al escenario" aparece ahora en un horizonte más amplio ligado al término dramaturgista. Entendiendo el rol como el organizador de los contenidos y las formas de un texto que una compañía o grupo desea escenificar. Rol que sigue siendo muy poco visitado en nuestro teatro nacional, ejercitado por directores más que por dramaturgos. Y se antoja también como una vía de enseñanza-aprendizaje. Enfrentar estructuras hechas para analizarlas, des-construirlas, reordenarlas y significarlas en función de un equis número de actores, de las limitaciones de producción o de intereses discursivos de una grupalidad teatral. La importancia de aprender la disciplina no a partir de la creación original sino del conocimiento profundo y del manejo de materiales dramáticos de otros autores, así como la interacción directa con los demás hacedores, se antoja opción digna de reflexionar y asumir. Jugar con una estructura clásica o probada, teniendo la oportunidad de verificar de inmediato los yerros o aciertos de tal juego con actores y un director, puede ser tan aleccionador o más que los veinte mil cursos de géneros y estilos.

Y hasta aquí esta reflexión sin pies ni cabeza. La falta de espacio no me permitió abundar en otros temas o profundizar en los expuestos, que sin duda lo merecían. Será en otra entrega. Lo cierto es que la reflexión sobre una enseñanza de la dramaturgia en México es un asunto no reflexionado, sin orden ni sistema que pide con urgencia atención. Muchas son las maneras de matar arañas, sin duda.