ESTRENOS EN EL CELCIT

 Sumario

 

El sueño y la vigilia
Entre lo que agoniza y lo que permanece
por Olga Cosentino

El sueño y la vigilia, lo mortal y lo eterno, el arte y la vida, el amor y la soledad, lo masculino y lo femenino, son sólo algunas de las oposiciones que se atraen y se rechazan en El sueño y la vigilia, la pieza más reciente de Juan Carlos Gené que acaba de estrenarse con actuación y dirección de Verónica Oddó y de su autor.

Lo abarcador del tema elude el riesgo de la altisonacia o de la abstracción, pero se despliega en una sucesión de escenas a las que habría beneficiado una mayor economía. El encuentro -en una pensión geriátrica- de un viejo actor shakespeareano y una artrítica ex vedette, es el punto de partida para una historia posible y cercana, contada con un lenguaje coloquial en el que lo trascendente atraviesa la vida de los personajes sin que éstos lo enuncien o siquiera lo adviertan.

Todas las certidumbres vacilan en el marco de esa habitación donde la mujer, que se supone transitó los géneros populares del espectáculo, demuestra conocer toda la obra y hasta la vida privada del autor de Hamlet como si se tratara de su contemporáneo. Su cortés visitante, que fue por su parte un prestigioso intérprete del repertorio clásico, se confiesa rendido enamorado de la decadente bailarina de revista. Y mientras ella lo asombra recitando de memoria fragmentos de Rey Lear en distintos idiomas o confesándole haber tenido trato amistoso y directo con Cornelio Saavedra o con el delfín de Francia Luis XVII, él penetra con coraje terminal en el misterio de lo femenino, un universo que lo fascina tanto como desarticula sus modestas seguridades sobre lo real.

Los diálogos reproducen el temblor desmañado con que, en los tramos finales de la vida, la criatura humana se siente a veces zozobrar entre el desconcierto y los extravíos de la memoria. A la vez, el texto es de una calidad literaria que no abunda en el género. El juego entre opuestos hace dialogar no sólo conceptos enfrentados; a veces lo trágico se expresa con la sencillez de lo doméstico y, al revés, alguno de los personajes se aferra a la trivialidad con el discurso de la desmesura. Esa constante confrontación es una metáfora del mundo de los artistas, sus vanidades y sus grandezas; y vale para la criatura humana y sus abismos entre lo soñado y lo alcanzable.

Los personajes se encarnan en Oddó y Gené con la verosimilitud de lo autobiográfico pero sin la pretensión o la complacencia frecuentes en los textos autorreferenciales. Administrando rigurosamente sus múltiples recursos corporales y vocales, la actriz compone con refinamiento los agravios físicos de la vejez sobre el modelo cultural de la belleza femenina. El actor devuelve, por su parte, las ironías del dramaturgo (son la misma persona) sobre el oficio y sobre la vida. Una y otro, responsables de la puesta en escena -junto al director asistente Carlos Ianni y con los aportes musicales y visuales- consiguen el clima propicio para una historia de amor que se consuma en la misma cama en la que agonizan y renacen sus criaturas.

19 de junio de 2000
Diario Clarín