Monogamia
El valor de
la palabra
por Juan Carlos Fontana
La palabra
convertida en esencial vehículo de cambio, es lo que plantea
Monogamia la última obra del chileno Marco Antonio de la
Parra, el mismo autor de La secreta obscenidad de cada día
(1990), del que en septiembre se conocerá Madrid/Sarajevo,
escrita en 1993 y que vendrán a protagonizar a Buenos Aires,
el mismo autor y su mujer Nieves Olcoz, dirigidos por el
español Domingo Ortega.
Médico,
psiquiatra, escritor y dramaturgo, De la Parra es un autor que
se apoya en el uso y la aplicación de la palabra, un vital
elemento de su propia profesión, para desmenuzar la
desgastada relación que une a dos hermanos, dos hombres con
algo más de cuarenta años, que debieron encontrar los
mecanismos de adaptación a una sociedad que ya no es la misma
con que se educaron. Otros valores, otras maneras de entender
la vida y la psicología de las relaciones hacen que Juan y
Felipe, los personajes, se hayan visto alejados del diálogo,
de los afectos fraternales.
Juan es un
exitoso ejecutivo, orgulloso de pertenecer a un club privado y
un hombre que prefiere mantener las convenciones, antes que
ocuparse de sus propios problemas personales, incluso de su
salud, hasta que el 'vaso' se desborda y termina
convirtiéndose en un 'puñado´ de reacciones fuertemente
neuróticas. Más distendido y conocedor de los secretos de la
vida, Felipe es el hermano mayor y paradójicamente el que se
muestra más flexible y vital para entender las relaciones de
pareja, la sexualidad, los cambios sociales y sabe jugar mejor
con esas 'imágenes y apariencias' que el momento exige.
Marco Antonio
de la Parra queda claro se solaza con el uso y el empleo de la
palabra, pero no fatiga porque su texto se vuelve chispeante,
ágil y sorpresivo, para encontrar a cada vuelta de
situación, un exacto espacio para el cambio que modifica,
transforma lo ya expuesto en un nuevo dato a detallar por los
personajes. Desde ese costado, Monogamia tiene un preciso
punto de cocción. Con una fuerte herencia del Woody Allen
más desaforadamente cuestionador y ese teatro de Harold
Pinter, que sabe explotar el subtexto y la aparente banalidad
que a veces se desprende del comportamiento cotidiano. De la
Parra se ubica en las antípodas del Ariel Dorfman (La muerte
y la doncella) más inquisidor -chileno como él- y consigue
con su exquisita comedia de enredos, abrir otras puertas
mentales al espectador, a través de la suave brisa de las
palabras. Acá la palabra no es un arma, sino un elemento que
acaricia para mejorar el buen vivir de cada uno, tal como
sería definido por algunas de las nuevas terapias.
Desde ese
ángulo Carlos Ianni, el director e inclaudicable admirador
del teatro de Pinter y Edward Albee consigue un magistral y
simple trabajo, desde su dirección de acores. Ianni sabe
profundizar en el peso de la palabra, de la voz, del mínimo
gesto para darle énfasis a cada situación. Su trabajo es
minimalista y conmovedor a la vez. Sabe jugar con el pulso del
espectador para mantenerlo atento y consigue un marco de
tensión dramático e interpretativo de contundente nivel
expresivo.
El espacio
está delimitado sólo por una alfombra azul en la que se
apoyan tres sillas y desde allí todo queda librado a la
inteligencia interpretativa de los dos únicos intérpretes.
En ese contrapunto de palabras y sensaciones hilvanadas, a
partir de un constante subtexto que se muestra como la bisagra
hacia lo desconocido, misterioso, de las relaciones humanas,
Guido D'Albo y Roberto Municoy consiguen excelentes
actuaciones.
Diario La Prensa
9 de agosto de 2000
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