HACER TEATRO HOY. TEATRO Y CRISIS
Argentina

Por Eduardo Rovner

A fines del 2001 nos acorraló la profunda crisis que todavía estamos sufriendo. Y sin embargo, en medio de una debacle que no parece tener un fin cercano, asistimos a un aumento del público teatral y al de otros eventos artísticos, que no es fácil de justificar.

Es verdad que la crisis no es de nuestra creatividad, que los precios de las localidades han bajado sensiblemente y que la política oficial sostiene, con sus más y sus menos, parte de la actividad. Pero dada mi debilidad, casi maníaca, por buscar razones diferentes a las aparentes, permítanme intentar una mirada que acerque una explicación más a esta contradicción: crisis vs. aumento del público.

Desde hace mucho tiempo insisto en que, desde nuestro quehacer, debemos resistirnos a una política dominante con la que, mientras intentan hacernos creer que nuestro lugar es el “primer mundo” busca, realmente, en lo económico, un vaciamiento de los bienes del país y, en lo cultural, coherentemente con lo anterior, privilegiar la cultura del zapping, la superficialidad y la frivolidad.

El público de teatro participaba de esta ilusión y abandonaba las salas donde, habitualmente, se representan obras que, siguiendo la tradición teatral, eran cuestionadoras de las apariencias culturalmente instaladas. No abandonaba el teatro de entretenimiento, el mundo del espectáculo, pero sí al teatro de arte, que es, tradicionalmente, como diría Robert Brustein: una expresión rebelde y, un poco más lejos, Aristóteles: desenmascaradora. En el teatro intentamos descubrir los subtextos, lo oculto de las pasiones y de la vida, en la búsqueda de un mundo donde nos sintamos libres y dignos. Y nuestro público, engañado con una ilusión falsa, no quería ni descubrir subtextos, ni nada que se ocultase bajo esa apariencia hipócrita.

Y quizás por esta razón es que cuando hay un enemigo claro o, como ahora, que comienza a desenmascararse la realidad política, el teatro de arte se potencia. Toma fuerza tratando de descubrir y denunciar los manejos de quienes nos oprimen, en la familia y en la sociedad. Difícil mejor ejemplo que Teatro Abierto contra la dictadura. O, actualmente, el Teatro de la Identidad.

También es verdad que desde la finalización de la dictadura, vivimos el conflicto de apoyar una democracia formal, sin tomar conciencia de que muchos de los que habíamos elegido para gobernarnos, negociaban con los poderosos no para hacer crecer el país, sino para acrecentar sus propias fortunas y mantener la estructura de un país totalmente dependiente.

Hoy, parte de nuestra sociedad, gracias, paradójicamente, a esta debacle que estamos viviendo, está, además de “acorralada”, desilusionada y desengañada. Quienes soportamos por ser los elegidos democráticamente, asociados a los poderosos, nos vaciaron. Y desde esta sensación de haber sido estafados económica y moralmente, cuestionamos, necesitamos nuevas respuestas, nos rebelamos. Y el teatro deja de ser un tábano molesto al que hay que abandonar o eliminar, y pasa a ser un acompañante de nuestras desdichas y un estímulo para nuestras emociones, reflexiones y conciencias.

Quizás el público vuelve al teatro de arte porque quiere ver y oír, nuevamente, aquello que cuestiona las apariencias engañosas, las desenmascara, y descubre, imaginariamente, otro mundo mejor.

Esperemos saber votar, pronto, un gobierno que, en lugar de considerarnos tábanos molestos, quiera apoyar al teatro y a las distintas búsquedas de una humanidad más justa y solidaria.