HACER TEATRO HOY. IMÁGENES
ENGAÑOSAS
En ocasión del festival internacional de teatro Theater der Welt
2002, cuatro espectáculos argentinos se presentaron en Alemania
Alemania
Por Almuth Fricke
Un hombre se halla en escena y describe una foto. Pero lo que
vemos vuelve mentiras sus palabras. Otra escena: dos hermanas tratan de
fijar en fotos las huellas de unos crímenes
terribles, pero las imágenes parecen reflejar el horror sólo
borrosamente.
Estas y otras instantáneas argentinas pudieron verse
el mes de junio del pasado año en Alemania, en el marco del festival
Teatro del Mundo, que se celebra trienalmente, y que en el 2002, por primera
vez, estuvo repartido entre distintas ciudades de la Renania: Bonn, Colonia,
Duisburgo y Düsseldorf.
Matthias Lilienthal, director del festival, estuvo recorriendo
durante dos años las metrópolis del mundo, a la busca de
un nuevo concepto de lo político y las repercusiones de la globalización
en el teatro. En la “periferia” encontró lo que andaba
buscando: cuatro producciones se trajo de Buenos Aires al Rin, colocando
con ello el centro de gravedad de su programa en un país que se
encuentra actualmente en una profunda crisis política y económica.
En la producción teatral argentina, más allá de la
cultura de masas y de la tendencia dominante, Lilienthal descubrió
esa “fuerza de la negación” –título de
un fin de semana temático durante el festival, a cargo de Diedrich
Diedrichsen- por medio de la cual el teatro recusa el idioma entretanto
falto de credibilidad de la política y sus representantes, y se
enfrenta con el pasado más inmediato y con el presente.
Así por ejemplo en “Cuerpos a banderados”
de Beatriz Catani, que cuenta la historia claustrofóbica, amenazadora,
pero también grotesca de tres mujeres encerradas en el galpón
de una cooperativa agraria en medio de una tierra de nadie. La relación
con el pasado, con el tiempo de la dictadura militar y sus “desaparecidos”,
es inequívoca: después de muchos años, una mujer
regresa a casa de su hermana con el cadáver de su novio, muerto
a causa de unas extrañas mordeduras. Con ayuda de su hermana quiere
documentar esa heridas como prueba de los terribles acontecimientos en
el país. Al mismo tiempo tiene que desaparecer el cadáver
comprometedor. Pero tantas veces como las dos hermanas consiguen ocultarlo,
tantas otras regresa al galpón deslizándose por una canaleta
de bultos... Y detrás de él, inmediatamente, se desliza
un pesado paquete de diarios, como si la realidad estuviese alcanzando
y golpeando de nuevo a la víctima. Lo que sucede es comentado por
una resuelta burócrata y jefa. Cien por cien “a”-emocional,
está sentada ante su mesa. Parece casi incorpórea, inerte
y congelada. Arbitrariamente dicta normas absurdas, se autoimplanta y
les implanta a las hermanas unas prótesis dentales con las que
apenas pueden hablar. Manipula así el idioma, pero también
lo hace –como un gesto de poder discursivo- restándole o
añadiéndole a las palabras el prefijo “a”, con
lo que modifica su sentido hasta volverlas incomprensibles. El título
de la obra, “Cuerpos a banderados”, alude así a aquellos
cuerpos que se han despojado de “su bandera”, esto es, su
identidad o su historia. El intento de asegurarse esa identidad, por medio
de una máquina fotográfica, fracasa. Mientras tanto, la
burócrata, una fumadora empedernida, impide con el humo de sus
cigarrillos una clara visión de las cosas y priva a las hermanas
del aire que necesitan para respirar. Las hermanas se ahogan a causa del
humo, de su difícil relación, de las circunstancias dominantes.
Y con ello no nos habla la dramaturga tan sólo del pasado. Las
personas “desaparecen” actualmente de otro modo: “Chupado”,
dice Catani, “significa hoy en día tanto como apartado violenta
y sorpresivamente de tu puesto de trabajo, excluido, de alguna manera
desaparecido. Esta vez por el terrorismo económico, el terrorismo
del hambre.” Catani logra traducir convincentemente en imágenes
el miedo existencial. Para un texto denso y que además contiene
alusiones mitológicas (Antígona, a quien se le prohíbe
enterrar a su hermano Polinices), las tres magníficas actrices
consiguen bajo su dirección un idioma no verbal, de gestos y movimientos,
que le hace perceptible al público alemán el espanto.
También El Periférico de Objetos, tal vez el
grupo teatral argentino con mayor fama internacional, se ocupa del presente
de su país en su idioma imaginativo radical. Comisionado por el
festival, “Apócrifo I: El suicidio” –con cuyo
estreno mundial se inauguró Teatro del Mundo- trata un tema que
en las estadísticas muestra a Argentina con una cuota muy alta.
Ya sea de manera documental y científica, o ficcional y fantástica,
los actores experimentan con toda clase de maneras de morir, manipulan
navajas, tijeras, sogas, revólveres y cuchillos. El tema no se
agota en un plano puramente individual y humano: se sube la propia Argentina
al escenario. Mientras los intérpretes se están todavía
maquillando abajo en el escenario, desde una cabina de dirección
que se encuentra arriba en los telares del teatro hay un actor alemán
que –en su calidad de extranjero, de contraparte del público
y quizás como alter ego de los directores argentinos- hace sus
comentarios acerca de la suicida sociedad argentina y sus clichés.
La vaca, el animal sagrado de la economía argentina, además
de los estereotipos subordinados a ella (el matadero, el gaucho, la Pampa,
la chacarera), parecen como salidos de una suerte de álbum de fotos
nacional. Los cuatro actores, de una extraordinaria presencia, una especie
de familia argentina, que con gran virtuosismo convierten en situaciones
teatrales sus informes sobre suicidios y estadísticas, congelan
sus actuaciones una y otra vez en poses fotográficas. De vez en
cuando se ponen máscaras animales, se transforman en oveja, cabra,
caballo y res. Pero nunca se logra tener la certeza de que las imágenes
no mientan. Pueden ser falsificaciones –apócrifos-: con toda
seguridad, las ropas que visten no son los trajes típicos que dicen
ser, el supuesto Chevrolet de la foto es realmente un Mercedes. Este juego
con la verdad y la mentira es de lo más virulento en una Argentina
donde ya no hay nadie que crea a los representantes del poder. Por suerte:
“En el teatro las falsificaciones son altamente improbables”,
como escuchamos por boca del actor alemán.
Mucho más sencilla, pero no menos impresionante, es
la adaptación escénica hecha por Rubén Szuchmacher
del famoso cuento de Jorge Luis Borges “La biblioteca de Babel”,
acerca de esa biblioteca que reúne en sí todo el saber del
mundo y una infinita multiplicidad de sentidos, en tan sólo los
mismos veinticinco signos. Pero en el teatro, el proyecto mítico
de Borges es contestado por la realidad. Según el público
sabe por boca del “lector”, al principio mismo del espectáculo,
el propio Borges trabajó nueve años en una pequeña
biblioteca sin importancia en un barrio de Buenos Aires (justamente donde
Szuchmacher estrenó esta obra).
En contraposición a la magnífica visión
de Borges, dominan allá la burocracia, el funcionariado y la ignorancia.
El hecho de que Borges ya era un escritor famoso lo advirtieron sus colegas
recién cuando encontraron su nombre, por casualidad, en una enciclopedia.
Así también, los dos grises y bufonescos bibliotecarios
de la obra tienen que buscar mucho en las estanterías del establecimiento
cuando el lector solicita un libro de Borges. La conversación de
los dos bibliotecarios, al desarrollarse esta vez en un ambiente de una
pequeña biblioteca de Colonia, rodeados de DVD, obras de consulta
y libros ilustrados, desplegó una maravillosa ironía. El
sueño borgiano de la biblioteca perfecta, que se alza en la infinitud
de los espacios hexagonales, no significa ninguna felicidad para estos
bibliotecarios mediocres, más bien desconcierto y miedo ante el
horror vacui. El cuidadoso empleo de los efectos sonoros por Edgardo Rudnitzky,
poniendo ritmo a las palabras de Borges, tan cargadas de sentido, y ampliando
el espacio hasta lo infinito para hacerlas resonar allí, refuerza
esta suave ironía.
Muy inesperadamente tres porteros desempleados de Córdoba
se convirtieron en las estrellas secretas del festival. En “Torero
Portero” del artista y performer suizo Stefan Kaegi, producida con
el apoyo del Instituto Goethe de Córdoba, los tres porteros intercambiaron
sus papeles. En Colonia fueron ellos los toreros: ya no se sientan en
la celda acristalada de sus porterías, quienes lo hacen son los
espectadores, sentados en la vidriera de una galería de arte. En
medio del tráfico de una arteria coloniense de cuatro carriles,
entre autobuses, patrullas, taxis y ciclistas, los tres actores no profesionales
cuentan hechos de sus vidas y permiten al público alemán
echar un vistazo a través de la vidriera hacia una Argentina desconocida.
Por medio de micrófonos inalámbricos penetran en la galería
el ruido del tráfico y los diálogos de los tres personajes,
y es así que nos enteramos de cómo se reparan cañerías
defectuosas, por qué los estudiantes son malos inquilinos y San
Pedro sería un buen portero. Y cuando los tres están verdaderamente
en forma, bombardean los cristales de las ventanas que los separan del
público con bombas de humo y agua. Mientras tanto, los transeúntes
desconcertados miran hacia la galería y hacen sentirse a los espectadores
como los verdaderos actores de esta performance. De vez en cuando baja
una pantalla delante de la vidriera en la cual se proyectan escenas de
una película americana: de la misma manera que el portero Michael
J. Fox en “The Concierge”, sueña con la felicidad y
con ser propietario de un hotel, los tres simpáticos cordobeses
nos hacen asimismo copartícipes des sus sueños. El viaje
hasta la lejana Renania puede que también les haya parecido uno
de ellos.
Traducción: Ricardo Bada
Revista Humboldt (Goethe-Institut Inter Nationes). Número 136
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