HACER TEATRO HOY. TRIBULACIONES RURALES SOBRE LA FUNCIÓN DEL TEATRO
Uruguay

Por Raquel Diana

Unos días de vacaciones en el campo. Como lógica secuela de un año demasiado conmovedor, sólo pude leer libros de física: estaba segura de no poder soportar ningún texto en el que apareciera algo relativo a la condición humana.

Este era un país agrietado desde hace mucho tiempo, fundado en cimentos endebles, una patria que ni siquiera nuestro prócer quiso (Artigas soñaba con aquello de las Provincias Unidas del Río de la Plata y con la justicia). Ahora se derrumba demasiado rápido: estamos pasmados viendo caer cada ladrillo, sin tiempo para pensar en volver a construir, o por lo menos apuntalar alguna cornisa. De todos modos entre el “principio de incertidumbre” (caramba) y la “relatividad general” (caramba) me invadieron preguntas y angustias varias sobre la naturaleza del teatro. O en todo caso, sobre su sentido.

En el campo, a la pobreza de tantos años, esa que ahora veo más porque me toca a mí, (ese horror egoísta de los intelectuales de clase media tan escandalizados hoy y bastante distraídos antes), se agrega el desconcierto y la desesperanza. Todo me da tristeza. Hasta el paisaje: tanta tierra fértil, tanta pradera y la gente así.

Pasa por el camino un hombre que a falta de caballo monta una moto vieja. Por sobre el ruido infernal del artefacto el hombre canta, a los gritos. Pensé: debería dejar el teatro y escribir canciones. Algo que consuele, que dé alegría y placer aunque sea por el tiempo que lleva recorrer el camino hasta el pueblo más cercano.

Ni siquiera estoy demasiado segura de que sea pertinente la pregunta sobre la función, acaso social, del teatro. Sin duda la ha tenido en cada tiempo. Probablemente dentro de algunos años, con la ventaja de la perspectiva, los estudiosos nos dirán qué hemos hecho y si hemos sido útiles en algo. Lo que tal vez no sea válido hoy es dictaminar que sí tiene una función, determinar cuál es y postularla como guía de la acción. Las certezas son pocas, las esperanzas menos. El siglo XX no ha dejado al XXI una teoría teatral hegemónica por sobre otra. Las diferentes corrientes y movimientos perviven, se mezclan, desaparecen, vuelven a surgir (a veces como si se acabaran de inventar), y todos son de algún modo aceptados o tolerados. La resaca posmoderna habilita la convivencia de lo nuevo y lo viejo y a pesar de que muchos insisten en estimular la búsqueda de lo renovador o la "vanguardia", hay una sensación, creo, bastante general de que casi no es posible. Para renovar hay que romper con algo y todo está ya demasiado roto. De cualquier modo el placer es infinito cuando uno encuentra en una puesta en escena o en un texto dramático aunque más no sea un minuto con olor fresco.

Aquel gaucho cantor en moto me hizo pensar, que el teatro tiene cierta capacidad de ofrecer consuelo o "alimento para el alma" diría mi maestra de cuarto año. Una suerte de compensación de la realidad, mecanismo fundamental del éxito de los cuentos de hadas de todos los tiempos. Ni banal ni mentiroso ni alienante ni pasatista: compensatorio.

Está también aquello de la denuncia tan bien conceptuada como función del teatro: mostrar lo que no se ve para desalienar (¿?) o para "espantar al burgués". Se me ocurre que vivimos un momento "hiperdenunciado": casi nada se oculta. Todo está más o menos expuesto y... no pasa nada. Además quien soy yo para decirle al prójimo que está alienado. Por otra parte el "burgués" ya está completamente "espantado". ¿Qué horror o trama secreta podrá mostrarse en el escenario que no haya ofrecido esa misma tarde la realidad y a veces la televisión?

De todos modos algo todavía aparece poco sobre las tablas: el "punto de vista" de nosotros o algo así. (Caramba, el "nosotros" parece difícil de definir). Acaso el de los que tenemos una ética diferente a la inmanente al dinero o el capital financiero o como miércoles se llame esa extraña encarnación del mal (¿habrá que volver a hacer obras sobre el bien y el mal como en la Edad Media? No, es un chiste. ¿O las cosas se ha vuelto tan radicales que a lo mejor sí?)

Me asumo como perdedora, como derrotada por este sistema y tengo ganas, muchas ganas de decir lo que siento desde ese lugar. Harta ya de quejarme o lamentarme quisiera escribir simplemente sobre ese "punto de vista". Y a lo mejor también sobre lo que soñamos y lo que quisiéramos construir, si es que no perdimos la capacidad de soñar y las ganas de construir.

En un atardecer tormentoso de la Sierra de las Ánimas, me acordé de "La misión" de Heiner Müller, cuando el revolucionario frustrado se pregunta: "¿Y si mejor nos quedáramos viendo las guerras de la naturaleza?" Parece que no es posible. Esta profesión de teatreros nos mete entre la gente y nos hace preguntarnos día a día sobre la condición humana. La injusticia no es un destino ni una consecuencia fatal de causas irremediables. La injusticia es un escándalo.

Con ese espíritu volví del campo, por suerte, a enfrentar un año desgraciado como el que pasó. Casi no creo en nada, pero tengo por lo menos la fe necesaria para salir a escena cada día y decir algo que consuele y muestre lo que somos y lo que soñamos. A lo mejor ser teatrista en los tiempos que corren es un privilegio a pesar de todo.