HACER TEATRO HOY. VIVO EN EL TEATRO
Por Juan Carlos De Petre

El título se leerá de acuerdo a la comprensión personal, siempre y en todo caso será así. La calidad de interpretación está en relación con el desarrollo consciente.

Elegimos dos, la primera: estar “vivo” en el teatro, comprobar que al hacerlo el organismo responde plenamente, que ejerciéndolo se participa de una realidad que literalmente nutre y ayuda a la vida.

La segunda: “vivo” en el teatro, es decir que mi manera de existir está allí, en el procedimiento de este arte, que en él soy posible, útil, que su realización configura mi espacio y mi tiempo vital.

Para que una visión sea correcta el primer paso es enfocar, adecuar la óptica al objeto visto, encuadrar la imagen descartando lo que no pertenece a lo que se quiere mirar. De allí que lo de vivir en el teatro no deba confundirse jamás con una adición a la actividad, ni con la conquista de cualquiera de los agasajos a la personalidad para beneficio de la propia idolatría que a través de él se puedan obtener, ni con la supuesta probabilidad de sobrevivencia -tanto sicológica como física- que haciéndolo se satisfaga.

La pureza de la acción determina la dignidad de sus resultados; toda especulación con el provecho es una usura que nos vuelve inevitablemente mezquinos, avarientos... La codicia poco o nada tiene que ver con la creación. Creación que exige generosidad, entrega, prodigalidad, abnegación; para gestar vida hay que dar vida.

Todo oficio -igual que cualquier hecho- oscila entre la nobleza o la ruindad; de acuerdo a como se practica, honra o envilece al trabajador, el “ha-cer” -como lo indica su articulación- lleva al “ser”; la enajenación es el resultado de la disociación entre ambos términos. El teatro ejecutado sin el compromiso del alma, sin el fuego del amor, sin la participación de una justa inteligencia, en el mejor de los casos es un pasatiempo, o sea, aquello que conspira conmigo mismo para olvidarme de mí mismo.

Trasegada la pasión, descartadas las banalidades, muertas las ilusiones, la dedicación al teatro se convierte en un magisterio serio, en una responsabilidad humana y social.

Esta obligación lleva inevitablemente a la necesidad del conocimiento del trabajo, al descubrimiento de la forma más apta de utilizar las herramientas para la realización: el obrero tiene que saber cómo obrar para concretar la obra. Aquí comienza la elección de los mecanismos, ejercitaciones, prácticas, métodos, experiencias, preparaciones, rutinas, instrucciones.

La historia de la creación teatral es particularmente interesante en su aporte como disciplina humanística: al estudiar al hombre creando con su pensamiento, con su espíritu, con su organicidad entera, se revelan estructuras de funcionamiento interno que tocan ciencias afines, sistemas religiosos y hasta tradiciones sagradas: el ser humano ha sido, es y será “uno” en el universo, las diferencias se encontrarán siempre en lo adquirido, jamás en lo esencial.

Como todo física implica una metafísica y viceversa, la investigación de los procedimientos creadores termina siendo la cuestión fundamental para quien hace el teatro: cómo conseguir que el actor se transforme en palabra-viviente, en acción-energía, en escritor de imágenes-cuerpo, en movimiento-alma; en vehículo de transmisión apto para despertar en el espectador resonancias ocultas que lo restituyan a la memoria perdida, que lo despeguen de aquellas raíces que le imposibilitan volar y remontar alturas dentro de sí mismo para poder ver lo que le impiden la horizontalidad con sus obstáculos.

Éstas respuestas pertenecen a cada creador, y es bueno recordar que esos cruciales interrogantes también forman parte de la misma creación, sus fórmulas, enunciados o reflexiones “aparecerán”, tomarán forma, se manifestarán en la medida que la búsqueda sea original, o sea, que no se resigne hasta llegar al origen. Para esto será necesario recorrer un camino de desconocimiento intencional, internarse en un estado premeditado de caos, de ruptura y aniquilación de referencias hasta lograr la más franca desnudez que capacita para recibir el asombro, lo inefable, la gracia, el milagro.