HACER TEATRO HOY. OTROS ÁMBITOS, OTROS ESPECTADORES
España
Por Ignacio Amestoy
Recuerdo que, no hace mucho tiempo, Tito Cossa nos comentaba
en la sede de Asociación de Autores de Teatro de Madrid la curiosa
existencia en la escena actual, en todo el mundo occidental, de dos tipos
de salas, las muy grandes y las muy pequeñas. Tito Cossa tenía
razón. En el entorno español, en las primeras de las salas
se asientan las grandes producciones, y en las segundas, el teatro que
hemos dado en llamar “alternativo”.
Esa es la realidad. Una doble realidad que nos alumbra un doble
discurrir. En los grandes teatros se da cabida a los “parques temáticos”
escénicos, “disneylandias” espectaculares, que buscan
un consumidor, las más de las veces, poco o nada relacionado con
el teatro. Por otra parte, los recintos reducidos. A nuestras salas alternativas
-en ocasiones, simples viviendas-, sí asiste un público
conocedor, ávido de teatro, de vivir la experiencia única
en la que el chamán habla, de tú a tú, al miembro
de la tribu.
No merece la pena pararse demasiado en el primero los espacios;
lugares de entretenimiento los ha habido siempre, y no nos debe extrañar
que en la cultura del consumo, junto a los grandes estadios, donde se
perpetúan los “ludi” circenses, existan asimismo los
“ludi” escénicos. Grecia lo inventó casi todo
y Roma, tras industrializar los productos, les puso su “copyright”.
Y ya estamos en el “teatro de la franquicia”. De la fiesta
dionisíaca se pasa al espectáculo.
Mayor respeto debemos tener a las salas marginales, reducto
en España de lo que hasta mediados de la década de los 90
denominamos “teatro independiente”. Dos peligros, de cualquier
manera, acechan a este teatro “alternativo”. De un lado, el
apoyo económico que los poderes le otorgan, en gran parte, liman
los incisivos de sus propuestas, por si no estuviesen suficientemente
melladas las dentaduras por el “statu quo”... De otro lado,
la peligrosa endogamia que el sistema crea, ya que difícilmente,
por las características de los recintos, el público que
asiste a los eventos es otro que el de la propia profesión en sus
niveles más arriesgados.
Hay que indicar, no obstante, que entre uno y otro continente
sigue existiendo un territorio en el que sobreviven piezas tradicionales,
rescatadas del repertorio tradicional, sobre todo clásico, que
cuentan con el aval -de firma y, sobre todo, de presupuesto- de un teatro
público, o piezas asimilables, con una cabecera en el reparto lo
suficientemente atractiva, eso sí, en el teatro privado. Esta deriva
es la “decorosa” y está trufada con ingredientes de
los dos primeros ámbitos, ya que no deja de acercarse, más
y más, a las coordenadas del “parque temático”,
generando, al tiempo, un teatro -y un espectador- más peligrosamente
endogámico que el “alternativo”. Su resultado es el
teatro “políticamente correcto”.
Y no hay más cera que la que arde, como dice el refrán
castellano. Fuera, la nada. O fuera, como apunta con gracia Mauricio Kartun,
en vez del “homo sapiens”, el “homo zapping”.
¿Y el autor? Muchos autores se encuentran, precisamente, al otro
lado del mando a distancia, en la televisión. Lo cual no es ningún
desdoro. No soy tan radical como el propio Mauricio que dice aquello de
que “la televisión devora dramaturgos y depone -él
dice otra palabra- dialoguistas”. Por lo que a España se
refiere, y siguiendo por la ruta que hemos trazado de los locales teatrales,
coincido, “mutatis mutandis”, con la apreciación que
Arthur Miller ha hecho recientemente sobre el momento de la capital escénica
del universo global. Viene a decir Miller: “En Nueva York hay teatros,
pero no hay teatro”.
Se hablaba antes de romanos y griegos. Y se decía que
estos nuestros eran tiempos romanos. Sí. En Roma, en cuanto a los
contenidos, las circunstancias fueron de clonación de todo lo griego.
“Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”,
dice otro refrán castellano. Y, tal vez, pensamientos de este orden
determinaron que en el segundo barroco del Siglo de Oro español
la autoridad competente determinara que los autores no tratasen otros
temas que los que ya hubieran sido trabajados, exceptuando los proyectos
que tuvieran como eje contenidos religiosos o de santos... Viniendo al
hoy, existen pocos autores españoles de relieve que no hayan sido
tentados por directores o empresarios para realizar actualizaciones, adaptaciones
o versiones teatrales de obras del pasado..., o de novelas o de guiones
de películas famosas. Y esto es algo que no sólo ocurre
en los teatros públicos y privados, sino en los “alternativos”.
Con todo, lo que sucede es que, como dice Miller, hay teatros,
pero no hay teatro. Por unas causas o por otras, no es “políticamente
correcto” que la realidad de la calle, de la contemporaneidad, del
hoy que vivimos o nos vive, suba a los escenarios. “Quid prodest?”,
¿quién es el que se beneficia de la situación, sea
la que sea?, cuestión que inteligentemente planteaban los romanos
ante cualquier encrucijada inquietante. Si atendemos a las reglas de la
economía de mercado, hemos de decir que es la demanda la que crea
la oferta. Por lo tanto, es el espectador el que está pidiendo
ese tipo de espectáculo. Curiosamente, un espectador más
preparado que nunca -aunque, quizás, a pesar de sus licenciaturas
o ingenierías, analfabeto funcional- es quien pide que los teatros
le ofrezcan lo que le están ofreciendo. Y así, aunque haya
teatros llenos, no hay teatro.
¿Qué hacer? Hace todavía unos pocos años,
uno -el que escribe- podía concebir y llevar a escena textos sobre
la espiral de violencia de mi País Vasco, o hacer con mi apreciado
Salvador Távora una reflexión sobre la caída del
Muro teniendo como eje la personalidad de “La Pasionaria”,
o intentar mostrar la larga travesía del fascismo a la democracia
de un poeta español tan significativo como Ridruejo, o tratar dramáticamente
la historia real, lejos de la oficial, de un Borbón cercano, Alfonso
XII...
Hoy, todavía, no sabemos por cuanto tiempo, uno puede
refugiarse, por ejemplo, en analizar -por los laberintos del psicologismo
generalizador- la progresión del papel de la mujer en esta sociedad
globalizada... Algo apasionante. ¡La mujer! Una mujer a la que en
España, hasta bien entrada la segunda parte del siglo XX, el Código
Civil reducía a ser propiedad, primero, del padre y, si luego se
casaba, del marido. La primera obra de una trilogía sobre la mujer,
“Cierra bien la puerta”, me acaba de proporcionar el Premio
Nacional de Literatura Dramática. La última, “Chocolate
para desayunar”, consiguió, en el 2001, el Premio Lope de
Vega, que había obtenido hace ya veinte años, en el 81,
con una pieza bastante más radical, “Hederá”,
palabra que en euskera quiere decir hermosa. Ahora, está en puertas
de estrenarse, con cierta eco, la pieza intermedia de las tres, “Rondó
para dos mujeres y dos hombres”. ¿Es un consuelo?
Hay un concepto en la ya muy tratada “teoría de
la recepción” que puede arrojar luz sobre la situación
descrita. Es el conocido como “horizonte de expectativas”
del receptor. En la medida en que la “distancia” entre la
creación y las expectativas del espectador sea mayor o menor, la
participación del receptor habrá de ser, también,
mayor o menor. Hoy, el “horizonte de expectativas” del espectador
está limitado por su asentamiento más en el fortalecimiento
de su seguridad personal que en el robustecimiento de lo que significa
la libertad para el ser humano como ser social... Y el hombre se torna
lobo para el hombre, como bien lo analizó Brecht. Y, entonces,
la violencia, la guerra.
Difícil encrucijada para el teatro. Un teatro al que,
en definitiva, no le sirven los recintos del pasado. ¡No nos engañemos!
“El medio es el mensaje”, subrayó McLuhan. El espacio
teatral no es cosa baladí. ¡No podemos estar haciendo teatro
para el siglo XXI en las bomboneras del siglo XIX! El teatro de cuarta
pared, que en su día significó una conquista, ha agotado
sus posibilidades. Además de haber transferido sus progresos técnicos
a otros medios más jóvenes, como el cine y la televisión.
El mimetismo está al ciento por ciento en esos procedimientos.
Sólo el ritual ha quedado para el teatro, como en los orígenes
griegos, en el renaciente drama medieval o en el sobreviviente teatro
del absurdo... Un ritual que hoy se formaliza en el teatro menos domesticado.
Teatro catacúmbico, en conclusión, que ha de
buscar nuevos espacios... Es preciso superar la servil arquitectura de
Vitrubio -¡otra vez Roma!- e, incluso, la directiva autoritaria
de Wagner -con sus indiscutibles aportaciones-. Y en este sentido, habrá
que abrir alguna brecha en la gran muralla de la Galaxia Marconi con las
armas que la web-tv nos pueda ofrecer. Pero ésta es otra cuestión.
En todo caso, al tiempo que buscamos otros ámbitos, pidamos a Dioniso
otros espectadores.
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